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Chapter 7 - Capítulo II —Una misión al borde del colapso

Cuando abrí los ojos, lo primero que sentí fue el peso.

No en el cuerpo, sino en la cabeza, como si algo me golpeara desde adentro.

Al parpadear, el techo se movió como una mancha liquida. Por un segundo creí seguir atrapada en la ilusión: el pasillo verde, el beso frío, y la voz que se deslizaba dentro de mí como humedad.

Ese recuerdo me robó el aliento.

—Eolka.

La voz del comandante cortó mis pensamientos. Al girar la cabeza, él estaba apoyado en la pared, con los brazos cruzados; firmes, pero cansado en un modo que nunca le había visto.

—Estás a salvo —dijo—. Te desplomaste en la entrada norte del cuartel.

Intenté incorporarme, pero un zumbido en mis oídos me obligó a hacerlo despacio.

—¿La… academia? —murmuré.

—Luego hablaremos de eso. Ahora respira.

Respiré.

Quise creerle.

Pero aquella voz seguía rozándome la nuca.

"Dime… ¿no deseas más poder?"

Un escalofrío me subió por la espalda.

—Necesito tu informe —añadió.

De alguna manera asentí, y comencé a relatarle lo que recordaba: los pasillos, los rumores, el intento fallido de salir sin ser vista. Pero las palabras se espesaban mientras hablaba. Mi pensamiento parecía caminar sobre barro.

Me llevé una mano a la frente, en un intento por calmarme.

Lo otro… no podía describirlo.

Ese beso que drenaba mi fuerza, ese sentimiento de ser abusada… provocó en mí una ira que se manifestaba en mis puños.

El comandante al verme airada, frunció el ceño.

—Eolka… tus ojos.

Me quedé quieta.

—¿Qué tienen?

Señaló el espejo y seguí la dirección de su mano.

Por un instante, vi a alguien que no conocía.

Mis ojos —miel oscura desde niña— brillaban en un verde profundo.

Negando lo que veía, parpadeé, y todo volvió a su sitio. Menos el miedo.

—Quizás es agotamiento —murmuró él, sin creerlo. No respondí. Me puse nuevamente de pie y sentí cómo las piernas ardían. Al avanzar unos pasos, mis dedos rozaron una maceta olvidada. Frente a nosotros, sin un sonido, la tierra de la maceta se abrió y un brote emergió, abriéndose en una flor pequeña.

Retiré la mano de golpe, y el comandante retrocedió como si hubiera reconocido en mí un poder que ya había enfrentado antes.

Yo tampoco sabía si sentir miedo.

O vergüenza.

—Eolka… —dijo, tenso—. Necesitas descansar. Pero… hay otro asunto.

Lo miré en silencio.

—Ha llegado el momento de que elijas un discípulo.

Mi respiración se detuvo.

La resistencia cuidaba a los huérfanos y a los hijos de los herederos que jamás despertaron su poder. Los veteranos tomaban a uno. Le enseñaban a sobrevivir, pero yo jamás acepté hacerlo.

—Lo sé —susurré—. Solo que…

La frase murió antes de nacer.

No eran excusas lo que buscaba.

Era la verdad.

—Temo perderlos.

El comandante bajó la mirada, como si tocara una herida vieja.

Yo también sabía a quién había invocado: mi maestro…Su sonrisa seguía siendo torpe, aun con la sangre serpenteándole por la boca. Y mientras lo sostenía, su mano buscaba mi rostro en la oscuridad de aquella última misión.

"Mientras tú vivas… nuestros sueños seguirán."

Ese fue su final.

Y el inicio de mi soledad.

Al volver al presente, tragué saliva.

—Debes decidir —dijo él, cansado—. O tendré que reasignarte.

—Solo… dame un poco más de tiempo.

El aire frío del corredor me golpeó al salir.

Los niños estaban en la sala común del cuartel.

Algunos jugaban con piedras marcadas; otros leían en voz baja, pero varias cabezas se alzaron al verme.

Un pequeño corrió hacia mí.

—¡Señorita Eolka!

Me detuve.

Por un instante, quise retroceder.

El niño se aferró a mi cintura sin miedo, y ese calor encendió un recuerdo que siempre intento mantener cerrado:

un brazo diminuto, un peso tibio contra mi pecho…

y una pérdida que aún respira debajo de mi piel.

Tardé demasiado en apoyar una mano sobre su cabello.

El temor seguía allí, recordándome por qué aún me cuesta dejar que alguien se acerque.

—Señorita —dijo el comandante, con una sonrisa leve.

Al respirar despacio, el niño se alejó con una sonrisa.

—comandante, hay algo más que debe saber. La heredera… mencionó que el descendiente del Cazador podría estar en el plano celestial.

El silencio cayó como una piedra profunda.

—¿Estás segura?

—Eso fue lo que dijo.

No preguntó más.

No hacía falta.

Horas más tarde, me encontraba en el área de aseo.

Al abrir el grifo, el agua cayó fría, luego tibia.

Me miré en el espejo.

El agua bajaba por mi cuello, perdiéndose en mi pecho. Mi cabello negro se pegaba a las mejillas, como si fuera un fantasma.

Me vi frágil.

Cansada.

Sostenida por un propósito que empezaba a agrietarse.

Entonces mis ojos cambiaron de nuevo, hundiéndose en un verde profundo.

Como raíces abriéndose en la tierra.

El recuerdo del beso.

Del aliento de la heredera.

De esa voz húmeda.

Todo me golpeó de nuevo.

Mis manos temblaron. El lavadero se quebró bajo mis dedos.

Ahora hay algo en mí.

Un poder que no pedí.

Un eco verde que se mueve incluso cuando cierro los ojos.

Y sé que, tarde o temprano…

esa conexión encontrará la forma de florecer.

Aunque me rompa.

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