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Chapter 2 - capitulo 2

—¿Qué está pasando? ¿Por qué estoy tirado en el suelo?

Ay… me duele todo el cuerpo, Dios. Ah… me costó tanto sentarme.

¿Cuánto tiempo estuve tirado en el suelo?

—¿Qué hora es? —murmuraba Lucas mientras tomaba el teléfono del suelo—. ¿La una de la tarde? ¿Dormí tanto anoche?

—¿Qué está pasando, Dios...? Mejor me baño y preparo un té. Veo que no hay señal telefónica, algo debió haber pasado.

—Debería recalentar la pizza y almorzar con eso... ¿dónde la dejé?

—¿¡Qué!? ¿Por qué tiene moho la pizza? ¡Si la compré ayer! ¿Qué está pasando?

—¿Será que me la vendieron dañada? No... no creo, ese restaurante es muy bueno para vender comida así.

—Dios, yo solo quería comer pizza... qué pereza con la vida, sinceramente.

—Pero lo más importante… ¿qué fue lo que me sucedió anoche? ¿Por qué tuve esa fiebre tan alta y ese dolor de cabeza? Un virus no actúa tan rápido… ¿qué está pasando?

—Voy a bañarme… necesito limpiarme.

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El agua estaba helada.

Lucas dejó que corriera sobre su cuerpo, esperando que le despejara la mente, pero el malestar seguía allí: un peso extraño en los músculos, una sensación de calor bajo la piel, como si algo latiera dentro de él.

—Qué raro… —susurró mientras se miraba al espejo—. No tengo fiebre… pero siento que algo no está bien.

Sus ojos parecían diferentes.

No sabría explicarlo… había un brillo, un reflejo leve.

Pensó que era por el cansancio o por la luz del baño, así que desvió la mirada.

Se vistió rápido y fue a la ventana.

El silencio lo golpeó.

Chicago nunca era así.

Ni un claxon, ni un motor, ni un grito. Solo el viento arrastrando bolsas de plástico y hojas secas por las calles vacías.

—¿Qué demonios...? —murmuró.

Tomó el teléfono, pero seguía sin señal.

Miró el televisor: sin transmisión. Solo un zumbido, una pantalla gris.

En el suelo, cerca del sofá, el control remoto tenía polvo… demasiado polvo para haber pasado una sola noche.

—No puede ser…

Abrió la puerta del apartamento. El pasillo estaba en penumbra.

Al fondo, una puerta abierta golpeaba lentamente por el viento que entraba desde una ventana rota.

Un olor amargo flotaba en el aire… entre óxido y carne podrida.

Lucas tragó saliva.

Por primera vez, sintió miedo.

—¿Qué está sucediendo? ¿Por qué hay tanto silencio? —susurró Lucas, mirando a su alrededor—. Mejor salgo con calma… esto no es normal.

Mientras avanzaba por el pasillo del complejo de apartamentos rumbo a la escalera, el olor a carne podrida se hacía cada vez más intenso.

—¡Dios santo! ¿Qué es ese olor? —cubrió su nariz con la manga—. Huele a animal muerto… y viene de la escalera.

Paso a paso, Lucas siguió avanzando hasta llegar frente a los peldaños.

—¿Qué es eso? —frunció el ceño—. ¿Parece una rata muerta...? Pero… ¿por qué es tan grande? Parece del tamaño de un perro. Necesito ver qué es... No entiendo nada.

Se inclinó con cautela.

—Sí… es una rata. Pero… ¿qué demonios? ¿Por qué está muerta? —observó las marcas en el cuerpo—. Tiene una herida en el estómago... como si algo la hubiera atacado.

—¿Ah? —miró hacia el suelo—. ¿Un periódico? Mejor lo agarro… debe tener algo de información. Y será mejor que regrese al apartamento… ya está cayendo el frío del invierno.

Mientras Lucas regresaba, comenzó a leer el periódico.

Periódico: “The Chicago Herald”

Fecha: 16 de octubre de 2025

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📰 El Virus de la Fiebre llega a América: caos en la costa este

El Centro de Control de Enfermedades (CDC) confirmó la noche del viernes que el llamado Virus de la Fiebre ha llegado oficialmente a territorio estadounidense. Los primeros casos se registraron en Boston, Nueva York y Washington D.C., donde se reportan miles de infectados y colapsos hospitalarios.

Las autoridades afirman que el virus se propaga por el aire y que su origen sigue siendo desconocido. Los síntomas comienzan con fiebre alta, migrañas intensas y sangrado nasal, seguidos por episodios de agresividad y pérdida del control motor.

Los gobiernos locales han declarado estado de emergencia nacional, mientras el ejército intenta contener los brotes. Sin embargo, fuentes no oficiales informan que la situación “se ha salido completamente de control”.

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Científicos reportan mutaciones alarmantes

Expertos del Instituto Nacional de Biotecnología revelaron que el virus parece alterar el ADN humano y animal.

> “Las ratas de laboratorio expuestas al virus muestran crecimiento anormal y comportamiento depredador”, declaró la doctora Karen Méndez, antes de que las transmisiones fueran suspendidas.

También se reportan mutaciones en la flora local: plantas que secretan líquidos corrosivos o reaccionan a estímulos térmicos.

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Silencio en las ciudades

Las comunicaciones se interrumpen en varias regiones del país. En Chicago, el alcalde ha pedido a los ciudadanos no salir de noche y mantenerse dentro de sus viviendas hasta nuevo aviso.

Al cierre de esta edición, no se han recibido más reportes de las ciudades de la costa este.

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El papel estaba manchado y olía a humedad.

En la esquina inferior, alguien había escrito con marcador negro, con letras torcidas:

> “NO SON HUMANOS. CIERRA LAS PUERTAS AL ANOCHECER.”

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—¿¡Qué carajos!? ¡No puede ser!

—Esto no es verdad… —murmuraba Lucas, temblando de miedo mientras apretaba el periódico con fuerza.

—Mamá… tengo que buscar a mi mamá… pero está tan lejos. Ella está en Sudamérica, y por lo que leo, está todo cerrado. ¿Qué hago, Dios?

—¿Y qué es esto que dice… “no son humanos”? ¿Que no abra la puerta de noche? ¿Qué sucedió, Dios? —su voz se quebraba.

—¿Cómo estará el gordito José? ¿Se encontrará bien?

Lucas miró la fecha.

—Dieciséis de octubre… me desmayé el viernes trece, entonces hoy es lunes... —su respiración se aceleró—. ¿Dos días acostado en el suelo y nadie vino?

—Esto no es normal… —murmuró—. ¿Qué hago? No hay electricidad tampoco, Dios. Estoy demasiado asustado. Necesito calmarme… mejor medito un poco y repaso lo que he leído.

Volvió a mirar el periódico.

—Dice que el país está en cuarentena… el virus es mortal, por lo que entiendo. Lo mejor será quedarme aquí y esperar.

—También menciona casos de humanos que han desarrollado poderes… —rió nervioso—. Qué ridículo… debe ser una broma de mal gusto.

Su mirada se quedó fija en el papel, seria.

—Aunque… no creo que sea una broma, no después de la fiebre y el dolor de cabeza que sentí.

Suspiró.

—Mejor como… sí, eso haré. Voy a cocinar espaguetis con albóndigas. Así pienso mejor.

—Ahhh, no hay nada mejor que comer... jajaja, bueno, el sexo, eso sí le gana.

—Bueno, es hora de afrontar la realidad —dijo con resignación—. Como dice el dicho: hay que agarrar el toro por los cuernos.

—El gordo José vive a unos veinte minutos de aquí, pero eso es yendo en carro... caminando debería tardar como una hora y media, tal vez. Bueno, eso lo averiguaré mañana.

Miró el reloj.

—Ya son las dos de la tarde, y lo que leí en el periódico me asusta… dice que de noche salen, que no abra las puertas.

Suspiró.

—Mejor prevenir que lamentar.

Empujó el sofá contra la puerta principal, asegurándose de bloquearla bien, por si alguien intentaba forzarla.

—Así está mejor —murmuró—. Mañana, en la mañana, salgo hacia la casa del gordo José, a ver si se encuentra bien. Ya después pensaré qué hacer con toda esta situación.

—Bueno… a moverse y prepararme antes de que caiga la noche.

El sol comenzó a caer, tiñendo el cielo de un naranja enfermo.

Desde la ventana, Lucas observaba cómo las sombras de los edificios se alargaban hasta tragarse las calles.

El silencio se volvió más pesado.

Ni un auto, ni una voz, ni un perro ladrando.

Solo el viento arrastrando basura por el asfalto y el crujido de algún letrero golpeando con el aire.

—Ya está anocheciendo… —susurró—. Mejor cierro las cortinas.

Corrió las telas con manos temblorosas.

El departamento se quedó en penumbra, apenas iluminado por la tenue luz que se colaba por una rendija.

El sofá seguía empujado contra la puerta. Lucas se sentó frente a ella, con un cuchillo de cocina entre las manos.

No sabía por qué lo hacía, pero algo dentro de él le decía que no debía dormir.

El reloj marcó las 7:18 p.m.

El viento afuera cambió de sonido… ya no silbaba.

Parecía respirar.

Un ruido seco lo hizo estremecer.

—¿Qué fue eso? —murmuró, mirando hacia la puerta.

Otro golpe. Más fuerte.

Venía del pasillo.

Lucas contuvo la respiración.

El sonido se repitió: toc… toc… toc...

Pero no era un golpe regular. Sonaba húmedo, como si algo pegajoso golpeara la madera.

Se levantó con cuidado y se acercó despacio.

El cuchillo temblaba entre sus dedos.

Del otro lado, algo se arrastraba.

Un gemido bajo, gutural, casi humano, se filtró por la rendija inferior de la puerta.

—Dios… —susurró, retrocediendo—. No puede ser...

El golpe volvió, esta vez más fuerte.

BANG... BANG...

El sofá tembló.

Lucas sintió cómo la sangre se le congelaba.

El televisor parpadeó una vez… y se apagó.

El último reflejo de luz iluminó la pared frente a él.

Por un segundo, alcanzó a ver una sombra proyectada desde la puerta.

Una silueta encorvada, delgada, con movimientos espasmódicos.

Y entonces, una voz.

Rota, distorsionada, apenas un murmullo humano:

—Lu...cas...

El cuchillo cayó al suelo.

El corazón de Lucas golpeaba tan fuerte que creía que se escuchaba en todo el edificio.

La voz volvió a sonar del otro lado.

—Lu…cas… ábreme… tengo frío...

Era la voz de José.

La reconocería en cualquier parte.

—No… no puede ser —susurró—. José… ¿eres tú?

Se acercó un paso.

El aire olía a hierro, a humedad y algo más... como carne vieja.

—Lucas… tengo hambre… —la voz se quebró en un gemido—. Ábreme, amigo…

Lucas tragó saliva.

Todo su cuerpo le decía que no lo hiciera, pero el corazón le gritaba otra cosa.

Empujó un poco el sofá, solo lo suficiente para mirar por la mirilla.

Entonces lo vio.

José estaba de pie frente a la puerta.

O al menos, lo que quedaba de él.

Su piel estaba pálida casi blanca como la leche, si cabello se le habia caído. Los ojos, inyectados de rojo, se movían rápido, buscando algo que no podían ver.

Sus labios temblaban al hablar, dejando escapar un hilo de saliva oscura. Y mostrando un hilera de tiendes parecidos agujas.

—Ábreme… tengo hambre, Lucas…

El terror se le subió por la espalda como una corriente eléctrica.

Lucas retrocedió un paso, luego otro.

José levantó la cabeza, olfateando el aire como un animal.

BANG!

Golpeó la puerta con una fuerza brutal.

Lucas cayó hacia atrás, el cuchillo se deslizó por el suelo.

El sonido volvió, más fuerte, más rápido.

BANG! BANG! BANG!

—¡José, para! ¡Detente, por favor! —gritó, sin pensar.

Del otro lado, la criatura chilló.

Un grito agudo, desgarrador, que hizo vibrar las ventanas.

El sofá comenzó a moverse.

La puerta se abombaba con cada impacto.

Lucas corrió a la cocina, respirando entrecortado.

Abrió un cajón buscando algo, cualquier cosa.

Sus manos temblaban tanto que los cubiertos cayeron al suelo.

El siguiente golpe arrancó parte del marco.

Un brazo atravesó la madera,

José… o lo que había sido José, estaba entrando.

Lucas agarró el cuchillo, retrocedió y lo sostuvo con ambas manos.

Cuando la puerta se abrió de golpe, todo fue instinto.

José se abalanzó sobre él, los ojos vacíos, la boca abierta mostrando dientes ennegrecidos.

Lucas gritó y hundió el cuchillo en su pecho.

Una vez. Dos. Tres.

La criatura se estremeció, soltando un chillido espeso, húmedo… y cayó al suelo.

El silencio volvió.

Solo se escuchaba el jadeo desesperado de Lucas.

Miró sus manos. Estaban cubiertas de sangre.

—Dios mío… José… —susurró, con la voz quebrada.

Se tambaleó hacia atrás, apoyándose en la pared.

El cuchillo cayó al piso con un golpe sordo.

Y entonces lo sintió.

Un hormigueo intenso en todo su cuerpo.

Como si algo dentro de su piel comenzara a moverse.

Su respiración se detuvo.

—¿Qué… qué me está pasando...? ¿Que está pasando?

—¿Qué estoy sintiendo?... Dios, mejor cierro la puerta antes de que entren más monstruos de esos.

Lucas se apresuró a empujar el sofá contra lo que quedaba de la puerta, asegurándola con fuerza.

—Dios… José… ¿qué te pasó? —murmuró mientras se acercaba al cuerpo—.

Comenzó a revisarlo, o mejor dicho, a revisar lo que quedaba de él.

—Tiene la piel tan blanca… como si no tuviera sangre. El cabello se le cayó por completo, los ojos están completamente rojos, del color de la sangre… y la boca… —tragó saliva— una hilera de dientes puntiagudos como agujas. ¡¿Qué diablos ha pasado?!

Lucas observaba a su amigo muerto —o lo que creía que era su amigo— con una mezcla de miedo y asco.

—¿Y ahora qué hago? El plan era ir a la casa de José… pero él llegó aquí. ¿Quería matarme… o comerme? ¿Qué diablos pasó?

Se detuvo un instante. Algo no cuadraba.

—Espera… José no estaba flaco. ¡Él era gordo! Entonces… ¿por qué este parece tan delgado?

Lleno de dudas, Lucas se inclinó para revisar el cuerpo con más detalle.

—Su piel… es tan dura. ¿Cómo lo maté? No creo que un simple cuchillo pudiera atravesarlo... No entiendo. ¡¿Qué mierda sucede conmigo y con este mundo?!

De pronto, se congeló.

—¡Qué...! ¡Este no es José! —gritó—. No tiene el tatuaje en el cuello, el de su hija… Sandra. Entonces… ¿no es José?

Retrocedió unos pasos, con el corazón acelerado.

—¿Cómo sabía mi nombre entonces? ¿Me engañó? ¿Esa cosa puede imitar la voz de las personas? —su respiración era cada vez más agitada—. Pero… ¿cómo supo imitar su voz tan perfectamente? No tiene sentido… ¡¿Qué mierda está pasando?!

—Dios santo... lo mejor que puedo hacer es quedarme escondido, sin hacer ruido, y orar para que llegue el día.

Qué extraño es todo ahora… sin ruidos, solo se escucha el viento.

Y ese monstruo… esa cosa que puede imitar las voces de las personas…

Pero me pregunto: ¿cómo supo qué voz usar? ¿Me leyó la mente? ¿O cómo supo que le abriría la puerta con la voz de José?

—Dios… tantas preguntas y cero respuestas.

—¿Y cómo logré matarlo? —murmuró, mirando sus manos—.

Su piel era durísima… y con la fuerza que tenía, capaz de abollar la puerta, no tiene sentido que un simple cuchillo lo haya detenido.

El recuerdo del hormigueo en su cuerpo le erizó la piel.

—¿Y ese calor en mis brazos? ¿Qué era?

Suspiró y se dejó caer al suelo, agotado.

—Tengo que averiguarlo… tengo que saber qué hay dentro de mí. Si eso me ayudó a matar a ese monstruo, necesito entenderlo.

Miró hacia la oscuridad del pasillo, temblando.

—¿Será una habilidad? ¿Como las que mencionaban en el periódico?... Si la desperté, Dios… ¿qué hago ahora?

Se llevó una mano a la cabeza, intentando calmarse.

—Mañana… mañana lo averiguo. Por ahora, lo mejor es quedarme quieto, sin hacer ruido… y dormir, o al menos intentarlo, para tener fuerzas.

Se acurrucó contra la pared, el cuchillo todavía manchado de sangre al alcance de su mano.

—Sí… eso haré —susurró con la voz temblorosa—. Solo descansar un poco…

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