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Chapter 2 - Las Notas del Error Genético

Akira emergió de la escotilla de ventilación en el Distrito Oeste como un animal saliendo de su madriguera, tosiendo el residuo metálico del humo y la niebla púrpura. La lluvia de Amegakure lo recibió de nuevo, pero esta vez no se sentía como un camuflaje, sino como una cortina pesada que intentaba aplastarlo

No se detuvo a mirar atrás. Sabía que la confusión momentánea de las bombas de humo y polvo de hierro le había comprado, como mucho, treinta segundos. Un agente de ese calibre —capaz de usar Jutsus de Niebla de alto nivel y rastrear firmas de chakra en un ambiente saturado— no tardaría en disipar la cortina y retomar la caza.

Akira corrió hacia la estructura más cercana, una torre de comunicaciones abandonada cubierta de tuberías y andamios oxidados. Inyectó chakra en las plantas de sus pies y comenzó a escalar verticalmente, ignorando la gravedad.

—Arriba. Tengo que ir arriba. La lluvia disipa el olor, el viento dispersa el sonido —pensó, su mente funcionando con la frialdad de un algoritmo táctico.

Mientras ascendía, su mano izquierda apretaba los diarios contra su pecho, asegurándose de que la seda tratada los mantuviera secos. Esos libros pesaban más que cualquier arma que hubiera portado jamás. Eran la condena de su aldea, o su salvación.

Llegó a una plataforma de mantenimiento a unos setenta metros de altura. Desde allí, la aldea parecía un cementerio de agujas de metal bajo la tormenta. Akira no se permitió descansar. Sacó tres sellos explosivos de bajo rendimiento y los colocó en los soportes de la escalera por la que acababa de subir. No para matar, sino para colapsar la ruta y ganar tiempo.

Siguió moviéndose, saltando de tejado en tejado, utilizando el laberinto aéreo de Amegakure para confundir cualquier intento de rastreo lineal. Finalmente, se deslizó por una ventana rota hacia el interior de un antiguo almacén de procesamiento de agua en la periferia norte, un lugar que él mismo había preparado meses atrás como refugio de emergencia.

...

El refugio era pequeño, frío y olía a cloro. Akira se dejó caer contra la pared, el corazón golpeándole las costillas como un martillo. Se permitió diez segundos para regular su respiración y detener el temblor de sus manos, un efecto secundario de la adrenalina y el veneno diluido que había inhalado antes de cubrirse la boca.

Una vez dentro, encendió una pequeña lámpara de aceite, manteniendo la mecha al mínimo para evitar fugas de luz. Con manos que aún temblaban ligeramente por la adrenalina y el agotamiento de chakra, sacó el paquete envuelto en seda impermeable.

Los tres diarios de cuero descansaban en su regazo como una sentencia de muerte.

Tomó el primero. Necesitaba entender en qué se había metido. No podía permitirse el lujo de ser un mensajero ciego.

Abrió la tapa. La primera página no tenía fecha, solo un nombre escrito con trazos violentos: Kyōya Tateshina.

Akira comenzó a leer. No eran notas técnicas al principio; eran las confesiones de un hombre cuya moral se había erosionado.

"Año 3 bajo la tutela de Lord Orochimaru. Su obsesión es vulgar. Busca la inmortalidad a través de la vitalidad, intentando replicar al Primer Hokage, Hashirama Senju. Cree que si inyecta suficiente 'vida' en un cuerpo, este se volverá divino. Se equivoca. He visto los resultados en la Sala de Pruebas B. Los niños no se vuelven dioses; se convierten en jardines de carne. La madera brota de sus ojos, de sus gargantas, consumiéndolos. La vida descontrolada es tan destructiva como la muerte."

Akira pasó las páginas, fascinado y horrorizado. El científico describía cómo, tras años de fracasos, había tenido una epifanía oscura.

"Si el Mokuton (Elemento Madera) es la manifestación física de la vida creando materia a partir de chakra... entonces debe existir una ecuación inversa. Una entropía biológica. Dejé de estudiar a los sujetos que sobrevivían y empecé a estudiar a los que morían más rápido. En sus células, justo antes del colapso, encontré un vacío. Una voracidad. He aislado esa frecuencia."

La escritura se volvía más frenética hacia el final del primer volumen.

"He robado las muestras y huido a la Lluvia. Orochimaru quiere crear vida eterna. Yo crearé el Cero. No es un árbol que da sombra; es una raíz que devora la tierra. Si mi teoría es correcta, esta técnica no golpea al enemigo; se alimenta de él. Borra el chakra del ambiente. Es el arma definitiva para un mundo que ha olvidado el miedo. Es el 'Anti-Mokuton'."

Akira cerró el diario, sintiendo un sudor frío en la espalda.

Lo que tenía en sus manos no era un jutsu defensivo para proteger Amegakure. Era un arma de aniquilación masiva. Si esto se activaba, no solo mataría a los enemigos; mataría la tierra misma, dejando una zona muerta donde el chakra no podría existir.

—Si Akatsuki consigue esto... —murmuró Akira a la oscuridad—. No necesitarán capturar a los Bijū. Podrán simplemente apagar a las Grandes Naciones.

...

Con el peso de la revelación aplastando su pecho, Akira tomó el Segundo Diario. Si el primero era el "por qué", este debía ser el "cómo".

Esperaba encontrar sellos de manos, diagramas de flujo de chakra o fórmulas de invocación. Lo que encontró fue un muro de terminología médica avanzada que lo golpeó con fuerza.

Las páginas estaban cubiertas de esquemas detallados del Keirakure (Sistema Circulatorio de Chakra) humano, pero modificados de formas grotescas.

"Entrada 42: El problema de la contención. Ningún cuerpo humano normal puede albergar el 'Cero'. Un ninja sano produce chakra naturalmente; el Cero intenta absorber ese chakra. El resultado es que el usuario se consume a sí mismo en segundos, momificándose."

Akira frunció el ceño, sus ojos de estratega buscando una debilidad, una solución.

"La solución no está en la fuerza, sino en la enfermedad. Necesito un huésped que sea genéticamente incompatible con las células de Hashirama, pero que haya sobrevivido a la implantación. Un sujeto cuyo sistema inmunológico esté en una guerra perpetua contra el injerto. Esa fricción interna, ese 'rechazo', crea el vacío necesario para estabilizar el Cero. No busco un guerrero perfecto. Busco un error genético viviente. Un catalizador que sufra constantemente."

Akira soltó el diario sobre la mesa.

Se llevó las manos a la cabeza. Él era un experto en explosivos, en calcular radios de detonación y resistencia de materiales. Podía leer un mapa topográfico en la oscuridad. Pero esto... esto era bioingeniería de nivel S.

Entendía el concepto táctico: el arma necesitaba un usuario específico, una "llave" humana rota. Pero los detalles —cómo estabilizar el rechazo, cómo realizar el trasplante, cómo activar el sello sin matar al huésped— estaban escritos en un lenguaje de enzimas y tenketsus que él no dominaba.

Si intentaba descifrar esto solo, fracasaría. O peor, crearía una abominación que no podría controlar.

Necesitaba un médico. Y no cualquier médico de campo que supiera curar un corte con el Palma Mística. Necesitaba a alguien con un conocimiento profundo de la genética, alguien capaz de entender la locura de Orochimaru y tener la brújula moral para contenerla.

...

Akira miró por la pequeña ventana sucia del refugio. La lluvia seguía cayendo, indiferente.

Tenía tres opciones, y las analizó con la frialdad de quien desarma una bomba:

Entregar los diarios al líder de Amegakure: Los usarían. Sin duda. En su desesperación por evitar ser aplastados en la próxima guerra, activarían el Cero y destruirían su propia tierra en el proceso.

Destruirlos: Era la opción segura. Pero si lo hacía, y Akatsuki ya tenía copias o al propio científico (o a otro sujeto de prueba), el mundo estaría indefenso. Nadie sabría cómo contrarrestarlo.

Buscar ayuda externa: Traición.

...

Una imagen vino a su mente, clara y nítida entre el caos de sus pensamientos.

El Desierto de Suna, tres años atrás. Una cueva arenosa donde se habían refugiado de una tormenta. Una chica de cabello castaño salvaje, con marcas rojas de colmillos en las mejillas, cosiendo una herida en el brazo de Akira con una precisión que contrastaba con su naturaleza feroz.

Sayuri Inuzuka

—Tu red de chakra es extraña, Akira —le había dicho ella, sus manos brillando con chakra verde curativo—. Es rígida. Eficiente, pero sin calidez. Deberías aprender que no todo es una ecuación de pérdidas y ganancias.

Ella era una prodigio médica de Konoha. Tenía acceso a los archivos de la Hoja, quizás incluso a los datos que Tsunade Senju tenía sobre su propio abuelo. Ella podía traducir el Diario 2. Ella podía decirle si el Cero podía ser sellado para siempre.

Pero Sayuri era una Jōnin de la Hoja. Él era un Chūnin de la Lluvia. Eran enemigos naturales en el tablero político.

Ir a buscarla a Konoha significaba cruzar la frontera más militarizada del mundo. Significaba que, si lo atrapaban, sería torturado por la División de Inteligencia de la Hoja o ejecutado por los cazadores de la Lluvia.

Akira miró su reflejo en el cristal oscuro de la ventana. Vio a un ninja cansado, atrapado en una aldea que se ahogaba.

—La lealtad a la aldea termina donde empieza la destrucción del mundo —dijo en voz baja.

Se desató el protector de la frente. La placa metálica con el símbolo de las cuatro líneas verticales de la Lluvia brillaba a la luz de la lámpara. Durante veintidós años, ese metal había sido su orgullo.

Sacó su kunai. La hoja de acero templado estaba mellada por el combate reciente.

Con un movimiento lento, deliberado y dolorosamente ruidoso, presionó el filo del kunai contra el símbolo de su aldea.

Scriiich.

El sonido del metal rasgándose llenó la pequeña habitación. Una línea horizontal profunda, irreversible, cruzó el grabado de la Lluvia.

Akira sopló las virutas de metal. Volvió a atarse la banda, sintiendo el peso simbólico de su nueva realidad.

Ya no era Akira de la Lluvia. 

Era un Nukenin. Un renegado. 

Una pieza suelta en el sistema.

Guardó los diarios en su chaleco, apagó la lámpara y abrió la puerta hacia la tormenta. El camino a Konoha estaba al sur, a través de bosques llenos de trampas y fronteras patrulladas.

—Espérame, Sayuri —susurró, desapareciendo en la noche—. Te llevo la tormenta a tu puerta.

...

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