LightReader

Chapter 8 - Capítulo 8 – 5 de febrero de 2006

Capítulo 8 – 5 de febrero de 2006

El domingo amaneció nublado en Asunción, con un aire espeso que anunciaba lluvia, pero en el corazón de Matteo Domínguez Bianchi, lo único que llovía eran expectativas. El cuarto partido del Torneo de Reservas lo tenía particularmente motivado, y no solo por el rival: Sportivo Luqueño B. Lo que de verdad lo impulsaba era la posibilidad de volver a verla. A María Laura. Malala.

La noche anterior había sido un torbellino de mensajes, cortos pero cargados de emoción adolescente, disfrazada de cortesía. Ella respondía con cariño, usando diminutivos y emojis simples, como los que permitía su Nokia 6101. Matteo, desde su humilde pero resistente Siemens C65, se aferraba a cada palabra como si fueran las instrucciones para descifrar un universo nuevo.

A las nueve de la mañana ya estaba en la concentración del equipo. El técnico, el profe Alderete, les dio una charla sobria, más centrada en lo colectivo que en lo individual.

—Acordáte, Mateo, jugá simple. Si se te da la chance, metela. Pero no te encaprichés —le dijo en voz baja mientras le pasaba la pizarra táctica.

Matteo asintió. Por dentro, claro, él sabía que hoy iba a meter mínimo un gol… y que el corazón se lo iba a dedicar a alguien en especial.

El partido comenzó pasadas las diez, en la cancha auxiliar de Cerro Porteño, con tribunas modestas pero con una docena de caras familiares. Y entre ellas, en la segunda fila del lado norte, con jeans celestes y una blusa blanca algo entallada, estaba ella. María Laura.

Su sonrisa lo desarmó, aunque intentó disimularlo con una mirada enfocada en el balón. El pitazo inicial lo obligó a meterse en el juego. Pero algo cambió desde el minuto uno: jugaba con fuego en las piernas.

Los primeros 20 minutos fueron de dominio alternado, pero Matteo ya se notaba superior al lateral rival. En una jugada de contragolpe, recibió un pase en profundidad, encaró con la zurda, enganchó con la derecha dentro del área y definió cruzado. Gol.

—¡Golaaaaazo de Mateo! —gritó uno de los chicos desde la baranda, mientras el pequeño grupo de aficionados aplaudía.

En vez de correr hacia sus compañeros, Matteo giró el cuello y la buscó. La encontró justo en el momento en que se tapaba la boca con las manos, sorprendida. Él, sin dudar, formó un corazón con los dedos, lo sostuvo un par de segundos y luego, con teatral lentitud, le mandó un beso con la palma abierta.

Ella bajó la mirada, sonrió, pero no dejó de observarlo de reojo el resto del primer tiempo.

Antes de irse al descanso, Matteo dio una asistencia. Dejó solo al delantero centro con un pase filtrado entre líneas. Cerro 2 - Luqueño 0.

En el entretiempo, los compañeros lo cargaron:

—Eh che, ¿a qué hora le vas a pedir matrimonio? —soltó Fabián, su compañero de pieza.

—Jajaja, dejále nomás. El tipo ya está conquistando dentro y fuera del campo —agregó otro, riéndose.

Matteo solo sonrió. No le hacía falta responder. El segundo tiempo fue más relajado. Se notaba el dominio azulgrana, y Matteo reguló energías. Aun así, al minuto 72, metió su segundo gol tras un tiro libre indirecto que cazó en el área. El festejo fue más sobrio, pero su mirada volvió a encontrarse con la de Malala.

El partido terminó 3-1. El gol de Luqueño fue puro consuelo. Matteo se acercó a las gradas, sin tanta prisa como la última vez. Ella ya se estaba levantando, buscando su bolso.

—¡Gracias por venir! —le gritó desde el borde del campo.

—¡Te pasaste, che! Dos goles y una asistencia, ¿eh? ¡A lo Ronaldo!

—Pero el brasileño, ¿verdad?

—¡Obvio! —dijo entre risas, con ese tono pícaro que lo volvía loco.

No pudieron hablar mucho más. Ella se marchó rápido, pero dejó una promesa colgando en el aire: "Después hablamos".

Esa noche, tras cenar en el comedor del orfanato, Matteo se sentó en su cama y escribió el mensaje que le había estado rondando todo el día. No era nada del otro mundo, pero le latía el corazón como si fuera una declaración.

Hola María. Fue hermoso verte hoy. ¿Tenés tiempo mañana en la tarde para tomar algo? Me encantaría verte fuera de la cancha.

No pasaron cinco minutos y su celular vibró.

Hola Mateo. Me encantaría. Decime vos la hora.

El chico exhaló aliviado, se acostó de espaldas con los ojos en el techo, y por primera vez en mucho tiempo, pensó en el futuro con una sonrisa que no venía de un gol… sino de una mujer.

More Chapters