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Chapter 3 - No estoy solo

E-34 corría, tambaleándose, por los pasillos que serpenteaban como venas metálicas.

Las luces parpadeaban con un zumbido intermitente.

El suelo vibraba a intervalos irregulares, por los constantes bombardeos que se daban afuera.

<<¿Por qué esto me pone tan nervioso...?>> pensó, con la espalda mojada en sudor.

No sabía a dónde iba. Solo corría. Cada paso era una amenaza de caer. Cada respiro una navaja en sus pulmones.

Pero su cuerpo —aunque dolorido y con la sangre secándose en su piel— no se detenía.

<>

<>

Trató de buscar algo que le diera sentido, un ancla entre los jirones de confusión.

Y fue entonces que volvió a ella.

Pensó en la niña. Una imagen que no se deshacía como las demás. Una constante en medio del caos.

<<¿Por qué… no se fue?>>

<<¿Por qué me miró así?>>

Sus pensamientos no buscaban entender. Solo se repetían como un eco, como si su mente intentara retener lo poco que aún podía sentir real.

El pasillo giró. Frente a él, una compuerta sellada de metal oscuro le bloqueaba el paso.

Era distinta. Más gruesa. Más viva.

Sobre ella parpadeaban unos símbolos extraños, como una firma antigua olvidada por todos menos por el metal.

E-34 se acercó despacio. Aún jadeaba.

Tragó saliva. Su mente no podía explicar qué era esa cosa, pero sentía que debía mirarla.

Un chasquido eléctrico sonó en la estructura. Una pequeña ranura de reconocimiento comenzó a emitir una luz rojiza.

Un haz lo escaneó de pies a cabeza.

La compuerta vibró. Un mensaje monocorde y mecánico resonó en el techo.

—Sujeto no reconocido. Acceso denegado.

—¿Eso es todo...? —murmuró sin fuerza.

Pero entonces... algo cambió.

El escáner volvió a activarse sin haber sido reprogramado.

La luz que lo rodeaba empezó a fluctuar.

Como si algo, dentro del sistema —o de E-34— no estuviera del todo bajo control.

<<¿Está fallando...? No... hay algo mal... conmigo.>>

Su visión parpadeó.

Sintió un mareo extraño, no del cuerpo, sino del alma.

Se tambaleó y bajó la mirada.

Y por un instante... no fueron sus brazos los que vio al bajar la mirada.

Unos antebrazos más grandes, bronceados, marcados por años de lucha bajo el sol.

Casi desnudos, cubiertos solo por vendas y brazaletes de oro.

El símbolo tallado sobre la piel parecía antiguo. Viviente. Ardía como una promesa no cumplida.

Parpadeó de nuevo. Sus propios brazos regresaron.

Pero el temblor no desapareció.

<<¿Qué fue eso...? No era yo... pero se sintió como si...>>

Dentro de él, algo se removía. No un poder... sino una necesidad.

Una voluntad que no era suya. O quizás... lo era más que cualquier recuerdo.

Una palabra comenzó a tomar forma en su pecho. No tenía voz. Tenía peso.

Libertad.

No sabía por qué pensaba en eso. Pero sentía que quedarse ahí era... morir.

Primero la niña. Ahora esto. Todo era demasiado.

No sabía qué lo empujaba, pero tampoco quería quedarse inmóvil.

La compuerta volvió a escanearlo por su cuenta.

Un nuevo mensaje resonó:

—Entidad desconocida. Error de lectura.

—Análisis cruzado: patrón de voluntad incompatible con protocolo de reclusión.

—Sobrecarga interna. Inestabilidad de línea mágica.

—...Error. Error. Error.

E-34 retrocedió un paso.

La luz parpadeaba como si se ahogara.

Sin pensarlo, sus labios se movieron.

—Ábrete... —susurró, como si alguien más lo hubiera dicho desde dentro.

Un zumbido grave llenó el corredor.

Pequeñas grietas comenzaron a trazarse en la compuerta, como si una presión invisible desde dentro la resquebrajara.

Un gas sibilante escapó por los bordes.

Y con un chirrido agónico… las compuertas comenzaron a abrirse. Lentas. Resistentes. Forzadas.

Como si no quisieran, pero no pudieran resistirse.

E-34 observaba en silencio.

<>

<>

No dio un paso atrás.

No corrió.

Avanzó con una firmeza que no le pertenecía.

Y tras sus pasos una estela de luz naranja terroso se encendió, extendiéndose brevemente como un rastro que no era suyo... pero que lo seguía.

Inconsciente de ello siguió corriendo. Hasta que llegó a una nueva sección: un pasillo largo, inclinado levemente hacia abajo, con una tenue luz azul que emergía del suelo.

Sobre el arco de entrada había una inscripción:

> "Túnel de los Nombres"

Aquí yacen los que alguna vez soñaron con ser humanos.

Las paredes del túnel estaban cubiertas con placas metálicas, ordenadas una junto a la otra como tumbas verticales. Cada una llevaba un código: A-5, C-9, D-22, F-1… y B-13.

E-34 caminó despacio. Algo en ese lugar le oprimía el pecho. Por alguna razón, le dolía mirar las placas directamente. Sus ojos pasaban por encima de los nombres sin querer detenerse, como si hacerlo implicara aceptar algo que aún no comprendía.

Sus nombres parecían murmurar. Susurros sin voz que rozaban los bordes de su percepción.

Entonces, su mirada cayó sobre una placa en particular:

B-13.

Y en ese instante, se iluminó.

Un brillo verde profundo, antinatural, brotó de la inscripción. No era luz: era una fuerza que lo llamó por su nombre no pronunciado. E-34 sintió cómo sus pupilas se dilataban, fijas en la placa, mientras su visión periférica comenzaba a distorsionarse.

Las paredes del túnel ondularon como reflejos en agua turbia. Los nombres a su alrededor comenzaron a parpadear, distorsionados, como si se estuvieran reescribiendo ante sus ojos.

El brillo de la placa lo absorbió.

Un zumbido penetrante llenó su cráneo, y el mundo real se desvaneció como tinta diluida.

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Visión:

Estaba de pie en una habitación redonda, completamente blanca. En el centro, una figura encapuchada —más pequeña, más delgada— hablaba consigo misma, dando vueltas sobre un círculo de símbolos.

—No deberían haberme desconectado —decía con voz quebrada—. Yo lo vi todo… todo, pero no quieren escuchar.

La figura se quitó la capucha. Una joven de no más de trece años, con cicatrices que iban de oreja a oreja, y ojos vacíos, como si ya no le pertenecieran.

—Soy B-13. Fui la primera que vislumbró el futuro. Pero no me creyeron. Y ahora… seré desechada pronto. Solo me queda esperar... mirar.

Su rostro se volvió hacia E-34 directamente, como si pudiera verlo a través del tiempo.

—Tú... también lo recordarás.

Mientras la visión se rompía en fragmentos, escuchó gritos distorsionados. Y entonces vislumbró siete pares de ojos, mirándolo desde tan cerca que sintió que se ahogaba. Una mano tocó su pecho, y una voz —más joven— dijo:

—Estás despierto… pero no eres el único.

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E-34 jadeó y cayó de espaldas. El túnel estaba oscuro de nuevo. La luz verde se había desvanecido. El sudor goteaba de su frente, mezclado con sangre de su nariz.

No estaba solo. No del todo. Y lo sabía ahora.

Se puso de pie con dificultad, cuando una alarma chilló en los bordes del túnel.

Entonces, de las sombras en techo y suelo, comenzaron a desplegarse extremidades metálicas. Un chasquido agudo precedió a la aparición de los Guardianes Automatizados: figuras humanoides sin rostro, cubiertas de blindaje negro mate, con inscripciones rojas y un núcleo de luz azul vertical en el centro del cráneo.

Seis de ellos descendieron como depredadores seguros de su presa. Todos idénticos. Todos armados.

Uno alzó el brazo.

Fsshh—

Una hoja de energía vibró con un zumbido cortante.

E-34 no tenía armas. Ni ropa. Ni memoria clara.

Pero un deseo ardía en su pecho, junto a una certeza que no venía de su mente, sino de algo más profundo.

Una estela de color naranja terroso comenzó a trazarse a su alrededor. Algo dentro de él se alzaba. No por voluntad. No por valentía. Era memoria muscular de otro. Técnica de alguien ya muerto.

Un conocimiento desconocido, surgido como un instinto nuevo.

Las alarmas se fundieron en un pitido constante, como si el mundo se hubiera reducido a un solo grito sostenido.

El guardián se abalanzó hacia él.

Y entonces, el tiempo tembló.

No el aire.

No el suelo.

El tiempo.

Como una grieta en su percepción, E-34 vio lo que venía:

Él mismo, justo allí, cayendo hacia atrás con el pecho abierto en una flor sangrienta, la hoja del guardián aún vibrando al rojo vivo.

Parpadeó.

El futuro se deshizo como humo.

El guardián lanzó el golpe.

E-34 ya no estaba allí.

Rodó a la izquierda con precisión quirúrgica. La hoja silbó junto a su oído. Otro guardián, que venía desde ese lado, no tuvo tiempo de ajustar su trayectoria: la espada del primero le atravesó el torso, desactivándolo con un estallido eléctrico.

E-34 jadeó, su cuerpo moviéndose antes de pensar. Un fulgor verde cruzó su visión. No era reflejo: era una advertencia. Un instante antes de morir, veía cómo moriría.

Pero no era solo eso. En sus extremidades vibraba una energía diferente, una resonancia naranja terrosa que lo guiaba sin origen claro. Técnica sin maestro. Movimiento sin recuerdo.

El verde lo apartaba del filo; el naranja lo enseñaba a esquivar.

Y no eran sus errores los que lo guiaban.

Eran sus muertes.

Un corte al cuello.

Un estallido en la espalda.

Un salto fallido.

Un pie mal puesto.

Cada una de esas muertes lo enseñaba.

Cada una se filtraba en su conciencia como un eco verde, inmediato y letal.

Pero entre cada muerte, algo más se encendía: una certeza cálida, anaranjada, que afinaba sus músculos y corregía sus posturas.

Lo empujaba un paso a la izquierda, un centímetro más abajo, una décima de segundo antes.

Corrió por el centro del túnel. Dos guardianes saltaron a la vez desde los flancos. La visión: su cráneo reventado por una pinza hidráulica. El verde lo advirtió; el naranja lo preparó. Se dejó caer de rodillas antes de que ocurriera, deslizando su cuerpo por el suelo pulido. Las dos máquinas chocaron entre sí con fuerza brutal, su programación de combate confundida por el mismo objetivo en dos lugares distintos.

Una de ellas activó su lanzallamas de contención.

—¡No! —gritó E-34.

Demasiado tarde.

Una lengua de fuego se encendió. Incineró al guardián que lo había embestido desde el otro lado. Los sistemas ópticos del resto parpadearon. La línea azul de uno de ellos se volvió roja. El protocolo de seguridad había interpretado un sabotaje.

Fuego amigo.

En cuestión de segundos, la unidad restante disparó una ráfaga láser contra el lanzallamas. E-34 saltó hacia un costado, resguardándose detrás de un pilar mientras los guardianes se despedazaban entre sí.

Chispas. Fragmentos. Gritos mecánicos.

Solo uno quedó. Dañado. Tambaleante.

E-34 se enderezó. El guardián avanzó. Su hoja vibratoria cobró vida.

Pero E-34 ya lo había vivido.

Un recuerdo prestado. Un reflejo teñido de naranja terroso.

Su yo de otro tiempo, saltando con desesperación. Siendo atravesado.

—No así —susurró.

Cerró los ojos un instante. El tiempo se fragmentó.

Luego giró sobre su talón izquierdo, se lanzó hacia adelante, y con un impulso imposible, deslizó su brazo por debajo de la estocada del guardián. No buscó pelear. Solo redirigió.

La máquina giró para seguirlo.

Y caminó directo hacia el fuego que aún ardía del lanzallamas anterior.

Una explosión menor. Una lluvia de metal.

Silencio.

E-34 jadeaba, arrodillado entre los restos humeantes. El verde de lo inevitable aún titilaba en el borde de su visión, pero lo había desviado.

El naranja lo sostenía.

Las placas del Túnel de los Nombres ardían con un tenue resplandor, como si lo hubieran observado todo.

Miró hacia el fondo del túnel.

Una nueva puerta. Cerrada. Pero no por mucho.

Y en su mente, una palabra que resonaba constantemente por todos los murmullos que lo guiaban, se repetía:

> “Murmullo…”

“…del Tiempo.”

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Doctor Zane Alias(El Clavo que Ve) ( trata de crear individuos que prevean el futuro)[Zane es un nombre de origen hebreo que significa "creador]

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