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Chapter 5 - Capítulo 5: Una Alianza Inesperada

Simeon, con el rostro pálido y la frente perlada de sudor, finalmente extrajo una carpeta amarillenta de un cajón bajo llave. Sus manos temblaban ligeramente mientras la abría. "Aquí están, Michael. Todos los malditos documentos de financiación de Franklin Clinton. Completamente anulados. Considera su deuda... saldada." Su voz era un gruñido ahogado.

Michael tomó la carpeta, la examinó superficialmente y asintió. "Bien. Eso es lo que quería oír. Y para que quede claro, Simeon, si vuelvo a oír de ti intentando joder a Franklin o a cualquiera que considere... bajo mi protección, habrá consecuencias. Muy desagradables. ¿Entendido?"

Simeon asintió furiosamente, casi con la cabeza gacha. "Entendido, Michael. Perfectamente entendido. No habrá más problemas."

Michael salió de la oficina, sintiendo una extraña satisfacción. No solo había resuelto la situación de Franklin de una manera sorprendentemente limpia, sino que también había sembrado una semilla de miedo en Simeon, lo que probablemente evitaría futuros dolores de cabeza. Al cruzar la sala de exhibición, le entregó la carpeta a Franklin.

"Aquí tienes. Tu deuda con Simeon está cancelada. Completamente."

Franklin abrió la carpeta, sus ojos escaneando los documentos con incredulidad. "Joder, Michael. ¿Cómo lo hiciste? Este viejo nunca suelta nada sin un puñetazo." Había una mezcla de asombro y admiración genuina en su voz.

"Digamos que tengo mis métodos", respondió Michael con una media sonrisa. Era satisfactorio ver la reacción de Franklin. La percepción de "Michael De Santa" como un tipo ruidoso y descontrolado empezaba a desmoronarse. "Mira, Franklin, lo que te dije antes es en serio. Necesitas salir de este negocio. Simeon es un parásito. Tienes potencial, tienes habilidades. Solo necesitas un mejor mentor."

Franklin se rascó la cabeza, la gorra ladeada. "Y ese mentor serías tú, ¿eh?" Había un deje de sarcasmo, pero también una pizca de esperanza.

"Podría serlo", dijo Michael, mirando directamente a los ojos de Franklin. "Pero no con robos de coches para este idiota. Hablo de dinero de verdad. De hacer las cosas a lo grande, y hacerlo de forma... inteligente. Sé que tú quieres más que andar por las calles con Lamar."

La mención de Lamar hizo que Franklin frunciera el ceño, pero la promesa de algo "más grande" captó su atención. "Estoy escuchando. Pero si hablas de 'lo grande', ¿qué tienes en mente?"

"Todavía no es el momento de los detalles", respondió Michael. "Pero piensa en golpes. Golpes de verdad. Con planificación, con cerebro. No la basura chapucera que hacen por aquí. Necesitaré tu ayuda cuando llegue el momento. Tu… discreción." Michael se estaba moviendo rápido, pero sentía que el impulso era el correcto. Si iba a estar en este mundo, mejor que fuera en sus propios términos.

Franklin asintió lentamente. "Un golpe. Así que eres de los grandes, ¿eh? La leyenda del robo. Sabía que había algo más en ti que solo el viejo gruñón de las colinas." Una sonrisa genuina se extendió por su rostro. "Te tengo en el radar, Michael. Avísame cuando sea el momento de movernos. Y si es tan inteligente como lo de Simeon, estoy dentro."

Michael le dio una palmada en el hombro. "Confía en mí, Franklin. Esto es solo el calentamiento."

Se despidió de Franklin y se dirigió a su coche. Conducía por las calles de Los Santos, observando el tráfico, los transeúntes, los carteles publicitarios gigantes. La ciudad era un organismo vivo, y él, Michael De Santa, era ahora una célula dentro de ella, con la capacidad de influir en su metabolismo. La forma en que había manejado a Simeon y la incipiente conexión con Franklin eran pruebas de que el guion podía ser reescrito.

Mientras regresaba a casa, el teléfono de Michael vibró. Era el Dr. Friedlander. Michael recordó las sesiones de terapia forzadas de Michael, la catarsis simulada. Una idea se le encendió en la cabeza.

"Hola, doctor", dijo Michael, con su voz ahora con un tono que denotaba una nueva seriedad. "Sí, soy yo. Mire, he estado pensando. Creo que necesito una sesión. Una sesión de verdad. No la charada habitual. Necesito hablar de cosas serias."

Hubo un silencio al otro lado de la línea. La sorpresa del Dr. Friedlander era palpable. "Michael… esto es inusual. Pero, por supuesto. Mi puerta siempre está abierta."

"Bien", dijo Michael. "Mañana. Por la mañana. Cancelaré lo que sea que tenga. Quiero empezar de nuevo. De verdad."

Colgó el teléfono y sintió un pequeño escalofrío. Ir a terapia con un terapeuta que ya conocía el "guion" de Michael sería… interesante. Podría usarlo para desahogarse, para procesar la locura de su situación, o incluso para manipular la narrativa a su favor.

Al llegar a la mansión, el ambiente era notablemente más ligero. Amanda estaba regando las plantas en el patio trasero, y Jimmy y Tracey estaban discutiendo ruidosamente sobre quién iba a poner la mesa para la cena. Una discusión normal, una pequeña victoria.

Michael entró a la cocina. "Tracey, Jimmy, ¿todo bien aquí? Jimmy, ¿has ayudado a tu madre con lo que te pidió?"

Jimmy se encogió de hombros, pero la obediencia estaba allí. "Sí, papá. Ordené mis cómics y puse la ropa sucia en el cesto."

Tracey lo miró con una sonrisa. "Y yo estoy haciendo la cena. ¡No es para tanto!"

"Eso es lo que me gusta escuchar", dijo Michael, asintiendo. Se acercó a Amanda, que lo miró con una expresión indescifrable. "Todo en orden con el 'asunto'", le susurró. "Y sin coches en la piscina."

Amanda sonrió, una sonrisa genuina que Michael no había visto en ella en mucho tiempo. "Me alegro de escucharlo, Michael. ¿Todo bien con el gimnasio?"

"Sudando la gota gorda", respondió Michael, guiñándole un ojo. "Pero me siento… mejor. Creo que Jimmy también."

La cena esa noche fue, para sorpresa de Michael, casi agradable. Hubo risas, menos discusiones y una sensación de unión que rara vez existía en la familia De Santa. Michael se dio cuenta de que no se trataba solo de cambiar el guion, sino de darles a estas personas, a estos personajes, la oportunidad de ser algo más de lo que el juego había destinado para ellos. Y él, Michael De Santa, era ahora el arquitecto de esa posibilidad.

Mientras los niños se retiraban a sus habitaciones, Michael y Amanda se sentaron en el sofá, la televisión encendida a bajo volumen. La tensión de la mañana había sido reemplazada por una calma incómoda, pero bienvenida.

"Sobre lo que hablamos hoy, Michael", dijo Amanda, su voz suave. "Lo de la terapia… Si de verdad estás dispuesto, yo también lo estoy. Quizás… quizás podamos arreglar algo."

Michael le tomó la mano. La sintió cálida, suave, real. "Lo haremos, Amanda. Esta vez, de verdad." Miró sus ojos y vio un atisbo de la mujer que Michael había amado alguna vez. La idea de que pudiera salvar esta familia, no solo la trama, era un motor más poderoso de lo que jamás hubiera imaginado.

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