La presencia de Trevor Philips en la mansión De Santa era como tener un explosivo sin detonar en el salón. Amanda se movía por la casa con la cautela de un ratón, sus ojos siempre buscando al pelirrojo, lista para la huida. Tracey se encerraba en su habitación, sus intentos de buscar cursos de actuación ahora con una urgencia palpable por encontrar una excusa para no estar en casa. Jimmy, por su parte, se dividía entre el terror y una mórbida fascinación por el "tío" salvaje que se había presentado.
Michael, por su parte, mantuvo la calma. Era agotador, pero necesario. Trevor alternaba entre momentos de furia contenida, donde se paseaba por la casa criticando la decoración o el estilo de vida de Michael, y momentos de extraña docilidad, casi una curiosidad infantil por la tecnología o los programas de televisión.
"¿Qué coño es esto?", gruñó Trevor un día, señalando la tableta de Michael donde revisaba los informes de ByteWare Solutions. "Otra de tus mierdas de 'gente rica'. ¿Por qué no te compras una puta arma y la usas como un hombre?"
"Es un negocio, Trevor", explicó Michael con paciencia. "Una forma de hacer dinero sin tener que volar nada por los aires. Y lo que gano aquí, puedo usarlo para… otras cosas. Más grandes."
Trevor resopló. "Suena aburrido."
A pesar de la tensión, Michael se esforzaba por mantener a Trevor ocupado, o al menos, vigilado. Lo llevaba al gimnasio con él, sabiendo que el ejercicio liberaba algo de la furia de Trevor, aunque lo dejara exhausto y malhumorado. Por las noches, lo arrastraba al cine o a ver deportes, buscando distracciones que no implicaran destrozos. La familia cenaba junta, y la presencia de Trevor hacía que la conversación fuera escasa y forzada, pero Michael se aseguraba de que el comportamiento de Trevor fuera, al menos, tolerable. Una mirada severa de Michael era suficiente para silenciar un comentario inapropiado o evitar un arrebato.
Mientras tanto, Michael siguió trabajando en ByteWare Solutions. Las primeras semanas de su liderazgo comenzaron a dar frutos. La reestructuración había optimizado los recursos, y su implicación directa en el desarrollo del software había mejorado la calidad del producto. Había logrado cerrar un pequeño contrato con una empresa de logística local, una victoria modesta pero significativa que inyectaba efectivo y moral al equipo. Michael sentía la satisfacción de construir algo, de ver crecer una empresa de forma legítima, una sensación muy diferente a la adrenalina de un atraco.
La preparación mental para Trevor continuaba. Cada interacción con él era una prueba de fuego. Michael no solo reaccionaba; anticipaba. Cuando Trevor se ponía demasiado ruidoso, Michael cambiaba el tema de conversación a un recuerdo del pasado, algo que solo ellos compartían, desviando su ira hacia la nostalgia o una broma interna. Si Trevor amenazaba con salir y armar un lío, Michael le recordaba el "pacto" y el "propósito" que tenían juntos. La calma de Michael era un ancla en el mar de locura de Trevor.
La presencia de Trevor era una constante amenaza para la frágil reconciliación con Amanda. Hubo noches en que ella se negaba a dormir en la misma cama que Michael, asustada por el simple hecho de que Trevor estuviera bajo el mismo techo. Pero Michael no cedió. Les recordaba, a ella y a los niños, por qué Trevor estaba allí.
"Es peligroso, sí", le dijo a Amanda una noche, susurrando para que Trevor no escuchara desde su habitación. "Pero tenlo aquí, donde puedo verlo, donde puedo intentar controlarlo, es mejor que tenerlo suelto, volviendo a su vida en el desierto y quizás... volviendo a por nosotros con una venganza aún mayor. Esto es para su protección, Amanda. Y para la mía."
Amanda, aunque no del todo convencida, empezó a aceptar la lógica retorcida de Michael. Veía el esfuerzo que él hacía por contener a Trevor, la paciencia inquebrantable, la determinación en sus ojos. No era el Michael pasivo que había permitido que su vida se desmoronara. Este Michael estaba luchando.
Una tarde, mientras Michael y Trevor veían la televisión (Trevor, sorprendentemente, cautivado por un documental sobre animales salvajes), el teléfono de Michael vibró. Era Franklin.
"Michael, ¿estás listo?", la voz de Franklin era un susurro en la línea. "Me contactó Lamar. Quiere que vayamos a un lugar. Un 'trabajo' de recuperación. Y parece que el objetivo es de Martin Madrazo."
El nombre de Madrazo hizo que a Michael se le helara la sangre. Las consecuencias de meterse con Madrazo en el guion original eran brutales, un punto sin retorno que lo arrastraría a un conflicto mayor y al descubierto su existencia con el FIB.
Miró a Trevor, que seguía absorto en el documental, pero el nombre de Madrazo había resonado en su mente. Esta era la misión que lo reuniría con Lester, la misión que pondría a Michael en el radar del FIB de nuevo. Michael sabía que no podía evitarla. Pero podía, una vez más, reescribirla.