El atardecer tiñó el cielo de Konoha con tonos dorados y anaranjados. El camino de vuelta a casa, como de costumbre, estaba en silencio. Kaoru caminaba con la mochila colgada de un solo hombro, sus pasos tranquilos, aunque sus pensamientos no lo estaban.
Aquel día había sido agotador. No solo por los entrenamientos con el equipo, sino porque esa misma tarde tenía su primer examen práctico con Sayuri Senju.
Y no fue fácil.
Cuando llegó a su casa, empujó la puerta de papel con suavidad. El aroma a arroz y caldo vegetal llenó el ambiente. Su madre, Kanako, estaba de pie en la cocina, sirviendo dos platos. Su kimono claro dejaba ver lo delgada que estaba últimamente, aunque se movía con naturalidad. Su largo cabello negro caía suelto sobre la espalda.
—Llegaste justo a tiempo —dijo con una sonrisa.
Kaoru asintió y se sentó. Estaba cansado. Lo suficiente como para que su madre lo notara apenas verlo.
—¿Dormiste algo anoche? —preguntó mientras colocaba los platos.
—Un poco.
—Kaoru…
El tono cambió. No era una queja, pero sí una advertencia. Kanako cruzó los brazos y lo miró como solo una madre puede hacerlo.
—Desde hace semanas noto las ojeras. Sé que entrenas por las noches. Y ahora estás estudiando medicina. No tienes diez vidas, hijo.
Kaoru bajó la mirada. Era raro que su madre lo regañara, pero cuando lo hacía, no usaba gritos. Usaba verdades.
—No me duele nada. Estoy bien.
—Tu padre también decía eso. Y terminó en una tumba a los veintitrés.
El silencio fue espeso. No había rencor en su voz. Solo una mezcla de tristeza y miedo.
—Tienes derecho a descansar, Kaoru. Yo no necesito que seas fuerte todos los días.
Kaoru respiró hondo. Luego asintió con suavidad.
—Está bien.
Comieron en silencio. Y, aunque no lo dijo, esa noche no entrenó. Leyó un poco más del libro de Sayuri, pero se acostó antes de la medianoche.
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La mañana siguiente comenzó con tareas en equipo.
Tadaka sensei había asignado un ejercicio de planificación: “Diseñar una estrategia para una misión ficticia de recuperación en terreno hostil”. Nada físico. Solo ideas. El grupo de Kaoru —con Minato, Mikoto, Ren y Shizune— se sentó bajo un árbol, alejados del resto.
—Yo tomaría la delantera —dijo Minato, masticando un tallo de hierba con una sonrisa—. Shizune escanea el terreno. Mikoto cubre el flanco. Kaoru entra solo en sigilo. Ren… hace lo que hace Ren.
—Gracias por confiar en mí —respondió Ren, tirado de espaldas—. Yo distraigo con sarcasmo.
—Kaoru —intervino Mikoto—, ¿usarías algún tipo de distracción?
Kaoru lo pensó unos segundos.
—Podría usar señuelos. No me han enseñado la técnica de clonación todavía, pero puedo simular movimientos con objetos.
—¿Clones reales o solo técnica básica?
—No la básica. Aún no. Pero vi a Mikoto usar el clon de sombra el otro día —añadió, mirando de reojo—. Y Shizune ya usó el de insectos.
—Nadie nos lo enseñó aún —murmuró Ren—. Esto está amañado.
—Cada uno aprende lo que puede —dijo Shizune con indiferencia.
Minato los observaba con una sonrisa. Su mirada pasó a Kaoru por un instante más largo de lo usual.
—¿Cómo va eso de medicina? ¿Todavía leyendo?
Kaoru asintió, sacando el pergamino que le había dado Sayuri.
—Lo leeré después del entrenamiento.
—Te estás tomando eso muy en serio —comentó Mikoto, casi en voz baja.
Kaoru no respondió.
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Después del almuerzo, Kaoru se dirigió al edificio anexo de la academia. En el tercer piso, tocó la puerta del aula donde Sayuri Senju impartía sus lecciones.
—Adelante —se escuchó del otro lado.
Al entrar, encontró a Sayuri junto a una mesa llena de instrumentos médicos. Su expresión era seria.
—Kaoru Uchiha —dijo al reconocerlo—. Te estaba esperando.
Kaoru dio un paso al frente.
—El sensei Tadaka me envió con esto —dijo, entregando el formulario que él había firmado y anotado con su recomendación.
Sayuri lo leyó en silencio. Luego lo dejó sobre la mesa.
—No acepto estudiantes por compromiso. Quiero ver si tienes algo más que motivación pasajera. Y siendo Uchiha… ya sabrás que tengo mis reservas.
—Estoy preparado —dijo Kaoru sin titubear.
Sayuri asintió apenas.
—Muy bien. Comenzamos ahora.
La prueba consistía en canalizar chakra con precisión en una hoja sin rasgarla, identificar las redes de chakra de un brazo humano en un esquema médico, y responder preguntas rápidas sobre presión sanguínea, hemorragias y tratamientos básicos de campo.
Kaoru completó todo sin errores graves. Su control aún era imperfecto, pero su enfoque era firme, sin dudas ni rodeos.
Sayuri se quedó en silencio mientras revisaba sus respuestas.
—No estás mal. Diría que mejor de lo que esperaba.
Se acercó y se sentó en el escritorio, cruzando los brazos.
—Conozco a tu madre, Kanako. Fue paciente mía hace algunos años. Y sé por lo que ha pasado. Ella y yo… tenemos la misma edad. Veintisiete. Pero ella siempre pareció diez años mayor por todo lo que ha cargado.
Kaoru bajó la mirada, no por vergüenza, sino por respeto.
—Me dijo que no necesita que seas fuerte todos los días. Pero yo creo que eres fuerte porque no lo olvidas. No porque lo niegues.
Fue la primera vez que Sayuri dejó ver una expresión más suave.
—No comparto material avanzado con cualquiera. Pero te daré esto —sacó un pergamino sellado y se lo entregó—. Léelo con calma. Técnicas de diagnóstico por pulso. Si aprendes a leer un cuerpo sin verlo, sabrás más que la mayoría.
Kaoru lo tomó y asintió.
—Gracias.
Sayuri negó con la cabeza.
—Solo no te quemes por el camino.
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Luego de llegar a casa Kaoru se sentó junto a la mesa. Abrió el pergamino con cuidado y comenzó a leer.