Existen los dioses, pero no soy un fiel creyente, mucho menos un religioso.
Los dioses no pueden escuchar nuestros gritos.
No entienden el dolor. La desesperación por vivir. El deseó de disfrutar lo que ofrece la vida.
No entienden la moralidad, las leyes y valor de vivir.
"Y por ello, los odio."
Atentamente
Benrik, Señor de las mentiras.
•••
La bienvenida no fue calida.
Velmir fue cortez al darles refugio, un gran numero de guardias fueron colocados fuera de sus habitaciones para protegerlos, otra forma de decir que estaban bajo vigilancia.
No estaban en su hogar, debian tener cuidado Lady Ismara y Benrik en sus futuros planes. Nadie sabia que planeaba Velmir, pero no iba a ser algo bueno para ellos.
Por fortuna, esta fortaleza era muy segura.
Fortaleza Emplumada no era un bastión como los del sur, construido con mármol o ambición. Aquí las murallas eran de piedra tosca, gruesa, ennegrecida por el tiempo y las hogueras.
El viento del Oeste la azotaba sin tregua, como si el invierno nunca se hubiese ido del todo. Era una fortaleza de frontera, y se notaba en cada grieta. Contaban historias. Muertes. Accidentes.
Benrik observaba desde las almenas más altas, cubiertas con una capa prestada. El frío era brutal, su nariz estaba roja y sus manos congeladas, pero no se atrevía a bajar. Necesitaba ver. Entender. Aprender.
Los estandartes ondeaban en lo alto: dos llaves entre cruzadas, con un escudo morado de fondo. El emblema de los Von Lain. Quienes controlaban la Fortaleza emplumada, ahora estaba bajo manos de Velmir, era algo temporal. Pronto iba a cambiar de dueño. Su legítimo dueño.
Por debajo, en las calles y las murallas, la vida se movía en silencio. Soldados entrenando, herreros reparando armaduras, carros llegando con sacos de trigo y cajas cerradas con clavos oxidados. Preparaban algo grande. No era algo que ocultaran. Debian exhibir sus fuerzas. Darle confianza a sus soldados. Demostrar su poder a la gente en la Fortaleza.
Velmir Von Lain estaba reuniendo fuerzas para la guerra.
—Hace mucho que no veo este lugar tan vivo —dijo una voz a su lado.
Benrik giró con calma. Lady Ismara había subido tras él. Llevaba el cabello trenzado con cintas oscuras, el rostro firme, inexpresivo.
—¿Dirías vivo? —preguntó Benrik—. Yo veo un animal herido, enseñando los dientes.
—Si lo comparamos con el pueblo fantasma, esto si es estar vivos.
Ismara miró al horizonte, donde la niebla quedaba atrás, encallada en los bosques. Como si temiera al castillo.
—Velmir no confiará en ti —dijo ella, sin apartar la vista—. Pero no te echará… no aún.
—¿Por qué?
—Porque cree que puede usar tus visiones mejor de lo que tú puedes usarlas contra él.
Benrik sonrió. Un gesto seco, sin risa.
—Ese tipo de hombres son los más fáciles de encontrar.— murmuró para que únicamente lo escuchara Ismara.
—O los más peligrosos cuando no aceptan las visiones.— respondió Lady Ismara.
Guardaron silencio un instante. Desde abajo, el hijo bastardo de Ismara entrenaba con espadas de madera junto a otros muchachos. Recibía golpes, pero no se rendía.
En la emboscada, había demostrado grandes capacidades en combate, tanto físicas como con la espada. Benrik pudo notar que el joven había decaído, no se movía con la misma seguridad.
Algo lo tenía preocupado. Y era obvio de que se trataba.
—¿Tiene nombre ese muchacho? —preguntó Benrik, al cabo.
—Thane —respondió ella, sin emoción—. Hijo de sangre, pero no de ley.
—Y aun así, está aquí.
—Porque no hay nadie más— dijo Ismara—. Y si no lo hay… entonces haré que lo haya.
Benrik asintió, sin decir más.
Seguir la conversación lo llevaría a una discusión, estaba seguro de que Ismara se encontraba bajo mucha presión. Se esforzaba por mantener sus piezas del tablero bajo su control.
Su mayor miedo, era que Benrik cayera en manos de su primo Velmir.
Las visiones de Benrik podian ser útiles para ella, por lo tanto, no quería que cayera en malas manos.
—En el anochecer, tienes que acompañarme.
—¿Esta relacionado a la guerra?
Se asombro, no esperaba que el pudiera predecir lo que estaba por decir. Aunque tampoco habia gran ciencia, Benrik estaba seguro, de que Ismara iba a insistir en invitarlo a participar en una reunión estratégica.
—Estare ahí, no voy a perderme algo tan importante.
Se esfumo entre los pasillos.
Ismara solo puso quedarse de pie, impresionada.
Al anochecer, el gran salón se llenó de ecos.
Las voces de los invitados, de soldados con importantes puestos, nobles que dieron su apoyo, sirvientas que atendían las necesidades, y guardias que protegían a los presentes.
Era una sala fría, de techos altos y candelabros de hierro. No había lujo, solo funcionalidad. Los caballeros de Velmir se sentaban con rigidez, bebiendo poco, hablando aún menos. El ambiente olía a cuero, vino barato y pólvora.
Benrik ocupaba un asiento discreto, cerca de las columnas. Observaba.
Velmir estaba al fondo, junto al fuego. No vestía armadura, sino una túnica gris oscura y una capa sin insignias. Tenía el cabello recogido y la mirada constante, como un cuervo vigilando su nido.
Un hombre se acercó a Benrik. Alto, de mandíbula cuadrada y nariz rota. El capitán de la guardia, si había que juzgar por el porte.
—No te he visto antes.—dijo con voz grave.
—Y si me hubieras visto, ¿qué cambiaría?
El hombre lo estudió. No le gustó la respuesta, pero tampoco reaccionó. Se alejó con un gruñido.
Benrik siguió observando. Tomando nota de los rostros, de las alianzas, de los silencios. Todo castillo tenía sus grietas. Solo había que encontrarlas.
Más tarde, Velmir habló. No se levantó. Su voz, sin embargo, llenó la sala. Todos guardaron silencio en su presencia.
—El enemigo cruza los valles. No buscan sólo tierras… buscan símbolos. Casas nobles, castillos que aún se mantienen firmes. Si tomamos esto a la ligera, caeremos como el resto.
Los hombres asintieron. Algunos con temor. Otros con resignación.
—Tengo informes de que atacarán antes del deshielo. Quieren que sus hombres mueran en nuestra tierra, no en la suya. —Hizo una pausa—. Necesito lealtades claras. Y sangre dispuesta a manchar estas piedras.
Silencio.
—Cada uno de ustedes ha jurado lealtad a la casa Von Lain —continuó—. Y ahora, necesito que renueven ese juramento.
Uno a uno, los caballeros se pusieron de pie. Algunos colocaron sus espadas sobre la mesa. Otros, el puño en el pecho. El ritual era sencillo. Rudo. Propio del Oeste.
Benrik observó sin moverse.
Velmir lo miró entonces, por primera vez esa noche.
—¿Y tú? —preguntó con voz neutra—. ¿A quién juras lealtad, lector de niebla?
Benrik se puso en pie con lentitud. Caminó hacia el centro, entre las miradas fijas.
Se detuvo frente a Velmir.
—No juro lealtad a hombres que me temen. Ni a casas que buscan mártires.
Un murmullo recorrió la sala.
Benrik alzó la mano, dejando ver su moneda de cobre.
—Pero si esta moneda decide quedarse… si el viento me deja permanecer… entonces lucharé por este lugar. No por honor. No por linaje. Sino por la historia que puede nacer aquí.
La dejó caer.
El cobre tintineó sobre la piedra.
Cara.
Benrik miró a Velmir con la sonrisa de un jugador que ya sabía el resultado de los dados.
—Parece que la niebla quiere que me quede.
Velmir no dijo nada. Solo asintió, una vez, con los labios tensos.
En realidad, el resultado de la moneda poco o nada importaba. Benrik daría la misma respuesta fuera cual sea el resultado.
Deseaba estar presente, la guerra podia ser una oportunidad en un millon.
Y para un mentiroso, podia ser su billete asegurado a la gloria.