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Chapter 38 - CALLEJON DIAGON

León siguió a Anya hasta el patio trasero, que no era más que un pedazo de terreno irregular cubierto de hierba marchita. Sin embargo, a los ojos de la niña, aquel lugar se transformó en un estadio de fútbol profesional.

—Mira y aprende, hermano —dijo ella con tono confiado, dejando caer la pelota a sus pies.

En cuanto el balón tocó el suelo, Anya comenzó a moverse con una agilidad sorprendente.

El esférico parecía obedecerla: subía, bajaba, rebotaba entre sus rodillas, y luego volvía a girar entre sus pies sin tocar el suelo.

León se quedó mirando con la boca entreabierta.

El balón se movía como si tuviera vida propia.

Anya terminó su demostración con un toque final, dejando la pelota quieta entre sus pies.

—Ahora es tu turno, León.

León tragó saliva, se acercó y tomó el balón.

—De acuerdo… parece fácil —dijo con una sonrisa nerviosa.

Intentó imitar los movimientos de su hermana, pero el balón se le escapó en el primer toque, rebotó en su rodilla y terminó chocando contra la pared.

—...o tal vez no tanto —murmuró, rascándose la nuca.

Anya cruzó los brazos, negando con la cabeza.

—No, no, no. Así no, tienes que sentir el balón, no golpearlo a lo tonto.

La niña volvió a tomar el balón y repitió los movimientos con una naturalidad envidiable.

—Mira, hermano. Así. Despacio primero, luego más rápido. Todo está en el ritmo.

León acercando, concentrado, e intentó una vez más. Esta vez logró mantener el balón dos toques seguidos antes de que escapara rodando hacia el portón.

Anya soltó una carcajada.

—¡Mejor! Al menos no lo mandaste a volar esta vez.

Sin que ellos lo notaran, a unos metros de distancia, Severus Snape acababa de regresar. No estaba solo: una pequeña figura lo acompañaba.

Severus, al detenerse frente a la casa, la escena que encontró lo desarmó por completo.

Allí estaban sus hijos. Anya, corrigiendo los movimientos de León con la paciencia de una maestra; León, concentrado y torpe, intentando no fallar.

Por un instante, Severus se quedó quieto, en silencio.

Y una sola pregunta cruzó su mente:

"¿Cuánto tiempo me fui…?

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Horas antes, Severus se había despedido de Leon y Anya.

El profesor había llegado al Callejón Diagón a través de la chimenea del Caldero Chorreante.

Su llegada atrajo la atención de muchos, pero al ver su expresión fría y su túnica negra, todos apartaron la mirada.

Tom, el cantinero, se armó de valor y lo saludó:

—Buenos días, profesor Snape. ¿Quieres una copa?

—No, tengo prisa —respondió Snape secamente.

Se dirigió a la parte trasera, donde con un golpe de su varita los ladrillos comenzaron a moverse, abriendo la entrada al Callejón Diagón.

Cruzó sin detenerse hasta llegar a su destino: Slug y Jiggers, la botica más conocida del lugar.

Al entrar, la campanilla del local sonó y el propietario levantó la vista con una sonrisa nerviosa.

—Tan puntual como siempre, profesor Snape.

Snape asintió y sacó una pequeña caja de madera, entregándosela al boticario.

El hombre abrió la caja y observó los diez frascos que contenían una poción de color rojo intenso.

—Excelente como siempre, profesor. La calidad es inmejorable.

Snape no respondió, y el boticario, sintiendo la tensión, sacó una bolsa de dinero de un cajón.

—Mil galeones. Puede contarlos, si gusta.

—No es necesario —dijo Snape con frialdad—, pero si intentas pasarte de listo, habrá consecuencias.

El Sr. Jiggers se estremeció, y Snape tomó la bolsa antes de abandonar la tienda.

Caminó por el Callejón Diagon hasta tomar un pasaje lateral, adentrándose en la oscuridad del Callejón Knockturn.

 

Los magos que lo reconocieron desviaron la mirada. Su reputación lo precedía.

Finalmente, se detuvo ante Borgin y Burkes.

El señor Borgin, que ya lo conocía, lo saludó con una sonrisa calculada.

—Buenos días, profesor Snape. Justo estaba pensando en usted. Me han llegado algunos volúmenes raros de magia del siglo VII. Le aseguro que serían una gran adquisición.

Snape lo miró fríamente.

—Solo vengo por mi encargo. ¿Lo conseguiste?

Borgin chasqueó los dedos y aparecieron dos elfos domésticos.

La diferencia entre ambos era evidente: uno tenía un aspecto saludable; el otro, en cambio, estaba tan delgado que se le marcaban los huesos.

—¿Es este el elfo? —preguntó Snape.

—Así es, profesor. Usted sabe lo difícil que es conseguir uno. Las familias antiguas no los venden fácilmente, temen que revelen secretos de sus casas. Pero este... la familia a la que servía está muerta.

Snape asintió. No podía arriesgarse a aceptar un elfo de Lucius, ni permitir que Dumbledore tuviera más ojos en su vida.

—Bien. —Arrojó una bolsa de galeones sobre el mostrador.

Borgin sonrió satisfecho mientras contaba el dinero.

Snape se acercó al elfo delgado y levantó su varita. Un círculo de energía mágica los rodeó.

—¿Juras servir a la casa Snape por el resto de tu vida?

—Yo, el elfo Loki, juro servir con mi vida a la casa Snape —respondió el elfo con voz temblorosa.

—Entonces toma mi mano y sella el pacto —dijo Snape.

Cuando el vínculo mágico se estableció, Snape se dio media vuelta y salió, seguido por Loki.

 

Una vez fuera del callejón, Snape tomó la mano del elfo y desaparecieron, reapareciendo en el Cementerio General de Cokeworth.

—Recuerda este lugar —ordenó Snape—. Ahora hazte invisible.

—Sí, maestro —respondió el elfo antes de desvanecerse.

Snape caminó entre las lápidas hasta llegar a una pequeña oficina. Al entrar, una secretaria lo recibió con un tono distraído.

—Si viene a enterrar a alguien, los precios están en la esquina. No incluye traslado ni ceremonia. Si desea un párroco deberá soli…

—Tengo una cita con el señor McGregor —interrumpió Snape.

La mujer se corrigió al instante y avisó por el comunicador.

Minutos después, un hombre robusto apareció con una sonrisa.

—Señor Snape, qué gusto verlo. Su capilla ya está terminada. Podemos ir a inspeccionarla.

Mientras ambos salían, un trabajador comentó en voz baja:

—Nunca vi al señor McGregor tan complaciente.

—Es porque ese tal Snape pagó una fortuna —respondió la secretaria—. Dijo que era una capilla para dos tumbas. Tal vez su madre y su esposa.

Snape y McGregor caminaron hasta la pequeña capilla. Era sencilla, pero elegante, con paredes de mármol blanco y una reja protectora.

Dentro, dos nombres estaban grabados en letras doradas:

Sayu McDougal

EILEEN PRINCE

Snape se acercó, observando en silencio las lápidas.

McGregor, pensando que rezaba, salió para dejarlo solo.

Entonces, Snape sacó su varita y comenzó a conjurar hechizos protectores alrededor del lugar.

—Loki —llamó.

El elfo apareció de inmediato.

—Mande, maestro.

—Vendrás todos los días a limpiar este lugar. Nadie debe tocarlo.

—Entendido, maestro.

Después de una breve conversación con McGregor, Snape y Loki abandonan el cementerio.

Un instante después, apareció frente a Spinner's End.

Snape se quedó quieto al escuchar risas provenientes del patio.

Se acercó lentamente a la ventana y vio a Anya enseñando a León a jugar con una pelota.

Ambos reían, torpes y felices.

Snape se cruzó de brazos y murmuró para sí:

—Cuánto tiempo… me fui?

Leon y Anya al escuchar la voz de alguien se giraron para ver quién era.

La reacción de ambos hermanos fue distinta Anya corrio mientras sonríe y león solo avanzando con la cabeza a su padre.

"bienvenido papa" dice anya que abrazaba a Snape

Severus todavía se quedó congelado ante estas muestras de afecto tan efusivas, después de que Anya lo soltara, él les pregunto como fue su día.

Entonces Anya se adelantó a león y conto como fue su día, Severus solo asentia.

"quien es ese elfo" pregunto león

"eso e sun elfo" dijo anya decepcionada, al ver a la pequeña criatura, su imagen de los elfos, de que son figuras hermosas con orejan puntiaguidas quedo totalmente destrozada.

El elfo domestico los miro a ambos evaluándolos, pero su mirada se detyvo en anya

"que desgracia para la casa Snape, tener una sangre sucia como ama, que diran sus antiguos amos al pobre de Loki" dijo el elfo

 

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