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Chapter 44 - Capitulo 42

(Cuatro meses después)

El sol del mediodía caía con fuerza sobre el campo de entrenamiento de la Fortaleza Roja. El sonido metálico de las espadas de práctica resonaba en el aire, mezclándose con los gritos de los escuderos y el olor del sudor.

En el centro del terreno, un muchacho de cabellos plateados se mantenía firme. Jaehaerys Targaryen, recién cumplidos los siete años, empuñaba una espada de madera con la seguridad de alguien mayor. A pesar de su corta edad, su cuerpo ya mostraba músculos firmes fruto de meses de disciplina. Su postura, recta y precisa, lo hacía parecer más cercano a un joven de diez años que a un niño.

Frente a él, un escudero de catorce años, de complexión robusta y brazos fuertes, giraba la espada con confianza. La sonrisa confiada del mayor dejaba claro que veía en el príncipe solo a un niño con aspiraciones.

El maestre de armas levantó la mano y dio la señal.

—¡Comiencen!

El escudero atacó primero, lanzando un corte lateral hacia el costado de Jaehaerys. El príncipe retrocedió con rapidez, bloqueando el golpe con un giro ágil de muñeca. El impacto retumbó con fuerza, pero Jaehaerys no perdió el equilibrio. Se deslizó hacia atrás, levantando la guardia, y contraatacó con una estocada directa al pecho que obligó a su rival a retroceder un paso.

—¡Bien hecho, mi príncipe! —gritó Ser Erryk Cargyll, observando desde un costado con los brazos cruzados.

El escudero frunció el ceño, molesto. Esta vez cargó con todo su peso, descargando una lluvia de golpes amplios y violentos. Cada impacto sonaba como un tambor, buscando quebrar la defensa del príncipe. Pero Jaehaerys no se dejó arrastrar: sus reflejos eran veloces, esquivaba con pasos cortos, desviaba la espada enemiga con movimientos precisos y, cuando podía, contraatacaba con estocadas rápidas que hacían retroceder a su oponente.

El escudero gruñía con frustración. A pesar de su tamaño, no lograba dominar al niño que se movía como un bailarín. Un golpe descendente estuvo a punto de alcanzarlo, pero Jaehaerys giró el cuerpo y lo bloqueó de manera lateral, aprovechando el impulso del mayor para girar sobre sí mismo y colocarse a su espalda. El escudero tropezó hacia adelante, desbalanceado.

Los soldados y sirvientes alrededor comenzaron a murmurar. Algunos animaban al príncipe, otros apostaban que el muchacho mayor no tardaría en imponerse.

—¡Vamos, golpea de una vez! —le gritó un joven escudero desde la fila.

El de catorce años, encolerizado, embistió con un fuerte estocada al abdomen. Jaehaerys, en un destello de reflejos, esquivó ladeando el torso y, con un rápido giro de muñeca, golpeó el antebrazo del escudero. El sonido seco del impacto arrancó un quejido de dolor. La espada mayor tembló y cayó al suelo.

Jaehaerys, jadeante pero firme, avanzó un paso y colocó la punta de su arma de madera contra el pecho del derrotado.

—¡Ríndete! —exclamó con voz firme, aunque todavía infantil.

El escudero permaneció inmóvil unos segundos, respirando con furia. Su orgullo estaba herido frente a todos los presentes, pero finalmente alzó las manos con resignación.

—Me… rindo.

Un estallido de aplausos y exclamaciones recorrió el campo. Los soldados golpeaban sus escudos, algunos escuderos se miraban incrédulos, y varios sirvientes murmuraban entre sí, asombrados de que un niño hubiera vencido con tanta claridad a alguien casi el doble de su edad.

—Tiene fuego en la sangre —murmuró Ser Erryk para sí mismo, un brillo de orgullo en sus ojos—. Tal como un verdadero Targaryen.

Jaehaerys respiraba con dificultad, el sudor resbalando por su frente, pero sus labios mostraban una ligera sonrisa. No era solo la victoria lo que lo llenaba de satisfacción, sino la certeza de que cada día estaba más cerca del destino que su padre le había prometido.

Ser Erryk se acercó, colocando una mano firme en su hombro.

—Hoy zarparemos a Rocadragón. Prepárese para el viaje, ya que nos tomará un día completo si no hay retrasos —pronunció Ser Erryk con voz firme, aunque serena.

Jaehaerys lo miró aún agitado por el combate, con la espada de madera todavía en la mano. Sus ojos brillaban con una mezcla de cansancio y emoción.

—¿Rocadragón? —repitió, apenas conteniendo la sonrisa.

Erryk asintió y posó su mano sobre el hombro del joven príncipe.

—Así es, mi príncipe. El rey desea que conozca la fortaleza de sus antepasados, y… —hizo una breve pausa, bajando la voz para que solo él escuchara— también que empiece a familiarizarse con los dragones que allí residen.

Las palabras hicieron que el corazón de Jaehaerys latiera con más fuerza. Recordó lo que su padre le había confesado meses atrás: la corona estaba debilitada y, salvo Rhaenyra, no había jinetes de dragón que aseguraran la fuerza de su linaje. Él sería la esperanza de un nuevo vínculo.

El príncipe se irguió con determinación, entregando la espada de madera a un escudero cercano.

—Estoy listo, Ser Erryk —dijo con voz firme, aunque sus manos todavía temblaban levemente por el esfuerzo del combate.

El caballero esbozó una media sonrisa.

—Lo veremos en el mar, mi príncipe. Allí no hay madera ni acero, pero las tormentas de Rocadragón forjan a los hombres tanto como los entrenamientos en este patio.

Alrededor, los murmullos continuaban sobre la victoria de Jaehaerys, pero ya se hablaba también del inminente viaje. Criados corrían hacia las cocinas para preparar provisiones, y mensajeros partían hacia los muelles para asegurarse de que la galera real estuviera lista al amanecer.

El sol comenzaba a descender lentamente, bañando el campo de entrenamiento con un resplandor dorado. Jaehaerys observó el horizonte hacia el este, donde más allá del mar le esperaba Rocadragón. Por primera vez, sentía que el destino que su padre le había prometido estaba al alcance de su mano.

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