LightReader

Chapter 49 - Capitulo 47

Cuando el recorrido llegó a su fin, el grupo regresó a los corredores principales de la fortaleza. El eco de sus pasos se perdía entre los muros oscuros, mientras las antorchas arrojaban sombras danzantes que parecían observarlos desde las gárgolas y relieves.

Helaena, ya medio dormida en brazos de Jaehaerys, apoyaba la cabeza en su hombro. El príncipe la acunaba con paciencia, aunque sus propios ojos mostraban el cansancio del día. Aegon caminaba a su lado, aún con la mente agitada por lo que había visto, lanzando preguntas sueltas que hacían sonreír al maestre Othar.

Rhaenyra se mantenía en silencio, la mirada fija en los pasillos como si buscara grabar cada detalle. Había crecido entre esos muros, pero ahora, viéndolos de nuevo al lado de sus hermanos, comprendía la carga de significado que Rocadragón tenía para todos ellos.

Finalmente, Ser Harren abrió las puertas que daban a las estancias asignadas. Uno a uno, fueron entrando. Jaehaerys depositó con cuidado a Helaena sobre su lecho, acomodándole una manta ligera antes de retirarse. Aegon apenas alcanzó a despedirse antes de dejarse caer en su cama, rendido por la fatiga.

Rhaenyra se detuvo un instante en el umbral, volviendo la vista atrás hacia el corredor oscuro. Un murmullo del viento se filtró entre las piedras, semejante a un suspiro. Cerró la puerta lentamente, llevando consigo la certeza de que Rocadragón no era un castillo como los demás.

La mañana en Rocadragón amaneció cubierta por una bruma espesa que se enroscaba alrededor de las torres como si el propio volcán exhalara su aliento. El mar golpeaba con fuerza los acantilados, y en el interior de la fortaleza el aire tenía un olor penetrante a sal y a piedra húmeda.

En la Cámara de la Mesa Pintada, Viserys aguardaba ya de pie, apoyado con cierto esfuerzo en su bastón. El cansancio de la travesía aún se notaba en su rostro, pero sus ojos brillaban con un destello casi juvenil. Había esperado ese momento: mostrar a sus hijos y a Rhaenyra el corazón de Rocadragón.

—Acercaos —llamó, su voz reverberando en las paredes desnudas de piedra negra.

La inmensa mesa dominaba la sala. Tallada en una sola pieza de madera, representaba con detalle los Siete Reinos, cada río, montaña y bahía grabados con paciencia y arte.

Viserys pasó la mano por la superficie, como si acariciara un recuerdo.

—Aegon el Conquistador ordenó labrar esta mesa con sus propias indicaciones, antes de partir a la guerra. Aquí nació la conquista… aquí soñó con unir los reinos bajo un solo estandarte.

Jaehaerys, con los ojos abiertos como platos, acarició con la yema de los dedos la cordillera de los Colmillos de Dorne.

—¿Así que todo esto lo veía Aegon… antes de partir? —preguntó con asombro.

—Así es, hijo mío —asintió Viserys—. Cada decisión, cada movimiento, comenzó aquí, sobre esta mesa.

Aegon, en cambio, rodeaba la mesa con pasos apresurados. Sus pequeños dedos señalaron una zona al norte.

—¿Y aquí están los lobos? —preguntó, entusiasmado.

El rey sonrió suavemente.

—Sí, en Invernalia. Los Stark. Guardianes del invierno.

Rhaenyra, que había permanecido callada, alzó la vista hacia su padre.

—Dicen que Aegon no conquistó por ambición, sino por algo más. ¿Era verdad, padre?

La pregunta quedó suspendida en el aire. Viserys respiró hondo, como si las palabras pesaran más que el bastón que lo sostenía.

—Eso cuentan las historias —dijo al fin—. Que buscaba salvarnos de una oscuridad que aún no hemos visto, una que algún día volverá a alzarse. Pero esas son palabras antiguas, de sueños y profecías.

Jaehaerys ladeó la cabeza, curioso.

—¿Y Rocadragón? ¿Por qué aquí? ¿Por qué los Targaryen vinieron a esta isla?

Los ojos de Viserys brillaron en la penumbra.

—Porque aquí estaba el volcán Montedragón. Aquí la piedra es fuego y el fuego es piedra. Los dragones encontraron su hogar en estas tierras, y nuestra casa halló su fortaleza. No fue casualidad… fue destino.

Un silencio reverente cubrió la sala. Solo el sonido de las olas y el crujido de la madera acompañaban la revelación.

Aegon, inquieto como siempre, rompió la solemnidad con una sonrisa infantil.

—Entonces… ¿esto quiere decir que aquí también rugen los dragones, aunque no estén?

Viserys rio suavemente, y por un instante pareció el hombre joven que había sido.

—Sí, Aegon. Aquí siempre rugen.

Jaehaerys, que había permanecido en silencio, dejó vagar la mirada sobre la mesa y las torres que se intuían por las ventanas estrechas. Un pensamiento lo recorrió con fuerza: presenciarlo en persona era algo muy distinto a lo que mostraban las crónicas o las imágenes que él había visto en tapices y grabados. Aquello no tenía comparación. Era majestuoso, colosal, casi irreal.

Esto es más grande que cualquier historia contada, más grandioso que cualquier representación. Esto… es Rocadragón, pensó, con el corazón acelerado.

—Padre… ¿en qué parte de la isla se encuentran los dragones? —preguntó Jaehaerys, alzando la vista hacia Viserys mientras avanzaban por el pasillo de piedra negra.

El rey lo miró unos segundos, como si meditara la respuesta. Sus ojos cansados parecieron avivarse con un destello de orgullo.

—Los dragones descansan en las cavernas bajo la montaña, en las entrañas de Montedragón. Allí el calor del volcán los envuelve, y allí aguardan hasta que los llamemos.

Aegon, con los ojos muy abiertos, no pudo contener su curiosidad:

—¿Y los dragones salvajes?

Viserys bajó la mirada hacia él y su voz se tornó más grave.

—Ellos no conocen amos ni cadenas. Habitan en las laderas del volcán, en cuevas y riscos apartados. Son más antiguos que cualquiera de nosotros, y más fieros que los que aceptaron montura. —Hizo una pausa, como si pesara cada palabra—. Se les respeta… y se les teme.

Rhaenyra, con el ceño levemente fruncido, intervino:

—No todos los dragones nacieron para ser montados, hermano. Algunos pertenecen solo al fuego y a las sombras de Montedragón.

Aegon guardó silencio, impresionado, mientras Jaehaerys apretaba con más fuerza la mano de Helaena que llevaba en brazos. Sus ojos brillaban con un fulgor extraño: mezcla de miedo, fascinación y deseo de conocer más sobre esas bestias indomables.

More Chapters