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Chapter 61 - Capitulo 59

Leonora no frenó al llegar a la orilla; su impulso la llevó directamente hacia Jaehaerys. Se estrelló contra su cuerpo con tal fuerza que ambos rodaron por la arena húmeda, levantando una fina nube de sal y polvo. El impacto le arrancó un jadeo al príncipe, que cayó de espaldas, mientras la niña se incorporaba sobre él, con los ojos verdes encendidos entre la sorpresa y la determinación.

El joven Targaryen alzó la vista, aún aturdido, y lo primero que vio fue el rostro de Leonora, iluminado por los primeros rayos del amanecer. El viento del mar jugaba con sus cabellos plateados, y por un instante, el tiempo pareció detenerse: solo estaban ellos dos, respirando con agitación, tan cerca que podían sentir el calor del otro.

En la colina cercana, el Caníbal observaba la escena con la quietud de un dios antiguo. Sus ojos, dos brasas vivas, se entrecerraron con algo que parecía curiosidad… o aprobación. Nadie entre los soldados se atrevió a moverse, temiendo que un gesto equivocado bastara para despertar la furia del dragón.

—¡Estás… estás loco! —exclamó Leonora, aún sobre él, con la voz cargada de incredulidad y alivio a la vez.

Jaehaerys arqueó una ceja, intentando no reír ante la situación.

—También me alegra verte —respondió con una sonrisa ladeada—, pero… ¿podrías moverte de encima? No llevo más que esta capa, y me temo que la decencia Targaryen está en peligro.

Leonora se sonrojó hasta las orejas, soltando una exclamación ahogada antes de apartarse bruscamente.

—¡Por los Siete! —murmuró, dándole la espalda mientras se cruzaba de brazos—. Podrías haberlo dicho antes, príncipe descarado.

Jaehaerys se incorporó lentamente, cubriéndose con la capa mientras reía por lo bajo.

—Y perderme esa expresión tuya, princesa Celtigar… jamás.

El Caníbal exhaló un gruñido profundo, tan grave que el aire pareció vibrar a su alrededor. La tierra tembló bajo sus pies, y una nube de arena se alzó con la fuerza del viento. Aquello sonó menos como una amenaza y más como una advertencia… o una aprobación velada.

Leonora, aún jadeante por la carrera, levantó la mirada hacia la colosal criatura. Sus ojos verdes reflejaban tanto asombro como incredulidad. Dio un paso adelante sin darse cuenta, fascinada por la magnitud de aquel ser.

—Es… increíble —susurró, con la voz temblorosa pero firme—. No puedo creer que hayas sobrevivido a ese dragón.

El joven príncipe desvió la vista hacia ella, con una sonrisa cansada pero orgullosa.

—No lo sobreviví, exactamente —respondió, observando de reojo al Caníbal, que aún los vigilaba desde la colina—. Digamos que me permitió seguir respirando… por ahora.

Leonora frunció el ceño, aunque no apartó la mirada del dragón.

—¿Permitirte vivir? ¿Como si entendiera lo que hace?

—Créeme, lo entiende —dijo Jaehaerys en tono bajo, con un dejo de respeto—. Él elige a quién devorar y a quién ignorar. Y hoy, por alguna razón, me eligió a mí.

El viento sopló con fuerza, haciendo ondear la capa del príncipe y los cabellos plateados de Leonora. En el horizonte, el sol comenzaba a levantarse sobre el mar embravecido, tiñendo la escena de tonos dorados y escarlata.

El Caníbal levantó lentamente la cabeza, desplegó sus alas con un sonido atronador y lanzó un rugido que resonó por toda la isla. Luego, con un solo impulso, ascendió hacia el cielo gris, dejando tras de sí una ráfaga de calor y arena.

Leonora lo siguió con la mirada hasta que desapareció entre las nubes, sin poder disimular la admiración en su rostro.

—Jamás había visto algo tan poderoso… ni tan libre.

Jaehaerys la observó de reojo, con una media sonrisa.

—Ahora entiendes por qué nadie lo doma.

Jaehaerys siguió su vuelo con la mirada, la capa ondeando tras él, mientras una mezcla de alivio y respeto se dibujaba en su rostro.

—Al menos ya no me matará cuando esté cerca de él —dijo en voz baja, casi para sí mismo, observando cómo la silueta del dragón se hacía cada vez más pequeña contra el horizonte.

Leonora lo miró de reojo, con una sonrisa incrédula.

—¿"Al menos"? Si fuera yo, no volvería a acercarme a esa bestia ni aunque me ofrecieran el Trono de Hierro.

El joven príncipe soltó una breve risa, frotándose los brazos para espantar el frío.

—Entonces no entiendes lo que significa volar con uno… aunque solo sea una vez.

Por un instante, ambos guardaron silencio. El viento traía el eco distante del rugido del Caníbal, como si el dragón aún los vigilara desde las alturas. Leonora lo observó, sin saber si reír o preocuparse por la calma con la que Jaehaerys hablaba de una criatura que podía reducirlos a cenizas.

El sonido de cascos y el tintinear del acero rompieron aquel silencio. Los caballeros de Claw Isle, aún cautelosos, comenzaron a acercarse una vez que el dragón desapareció entre las nubes. El aire seguía impregnado del olor a azufre y mar, mientras el grupo descendía la colina con precaución.

Lord Bortimos Celtigar fue el primero en desmontar. Su capa carmesí ondeaba bajo el viento salino mientras cruzaba la arena con paso firme, el rostro endurecido por la preocupación. Al ver a su hija, su expresión cambió del alivio al enojo contenido.

—Leonora, ¿te encuentras bien? —preguntó con voz grave, tomándola por los hombros antes de estrecharla en un abrazo breve pero protector.

—Sí, padre… estoy bien —respondió ella, aún mirando de reojo a Jaehaerys, como si no terminara de creer lo que había presenciado.

Bortimos suspiró hondo, conteniendo la furia que le hervía en la sangre.

—Lo que hiciste fue algo muy tonto de tu parte —dijo al fin, su voz firme como una orden—. Correr hacia un dragón sin pensar… podrías haber muerto, niña.

Leonora bajó la mirada, aunque una sonrisa apenas contenida curvó sus labios.

—Quizá… pero no podía dejarlo solo —murmuró en voz baja.

Lord Bortimos Celtigar exhaló lentamente, midiendo sus palabras antes de volver la vista hacia el muchacho que se alzaba ante él. Jaehaerys estaba cubierto solo por una capa raída, empapada por el rocío del mar; su cabello, ennegrecido por el humo y chamuscado en varios mechones, caía en desorden sobre su frente. Pese a su aspecto exhausto, había en él una dignidad silenciosa que imponía respeto.

El viento sopló con fuerza, haciendo ondear el estandarte del cangrejo en las lanzas cercanas, mientras el lord Celtigar avanzaba unos pasos.

Finalmente, se inclinó levemente, llevando una mano al pecho en gesto de reverencia.

—Su alteza —dijo con voz firme, sin apartar la mirada del joven—. Claw Isle y su casa se ponen a vuestro servicio.

Jaehaerys asintió apenas, el cansancio notorio en su rostro, pero en su mirada aún ardía una llama indómita.

—Agradezco vuestra lealtad, Lord Celtigar —respondió con serenidad—. No esperaba despertar con tanta compañía… ni con tanta preocupación.

Una leve sonrisa asomó en el rostro del lord.

—Después de lo que ha ocurrido esta noche, alteza, dudo que en todo el mar Angosto haya un solo hombre que no hable de usted.

Leonora lo observó en silencio, admirando sin poder evitarlo la serenidad del príncipe frente a todo lo que había ocurrido. Había algo distinto en él, una calma que no parecía humana, como si el fuego del dragón aún ardiera en su interior.

De pronto, un sonido interrumpió el solemne silencio. El estómago de Jaehaerys rugió con fuerza, resonando entre el murmullo del mar y los cascos de los caballos. Leonora se llevó una mano a la boca, conteniendo una risa, mientras el príncipe bajaba la mirada, sonrojado por la vergüenza.

—Parece que los dioses del fuego no apagan el hambre —bromeó él, intentando disimular.

Lord Celtigar arqueó una ceja, pero una sonrisa indulgente se dibujó en su rostro.

—Traigan comida y vino para su alteza —ordenó a uno de sus hombres—. Nadie debería enfrentar a un dragón con el estómago vacío… ni despertarse después de ello sin un banquete que lo reciba.

Mientras los criados se apresuraban, Jaehaerys apoyó una mano sobre su abdomen, notando un extraño vacío que no era solo hambre, sino una sensación más profunda… como si algo dentro de él estuviera conectado con una fuerza lejana. En lo alto, el rugido distante del Caníbal resonó por los cielos, y el joven príncipe, sin saber por qué, sintió un estremecimiento recorrerle el cuerpo.

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