El aire del patio de entrenamiento estaba cargado de expectación. Los golpes metálicos y las órdenes de los instructores se fueron apagando cuando los soldados notaron quiénes ocupaban ahora el centro de la arena.
El príncipe Jaehaerys Targaryen y la heredera de la Casa Celtigar iban a cruzar espadas.
Jaehaerys empuñaba su espada de madera con naturalidad. Aunque solo tenía siete años, ya era conocido en la corte por su talento innato: había vencido a escuderos casi el doble de su edad, sorprendiendo incluso a Ser Harwin Strong, quien lo había elogiado como "un dragón con instinto para la hoja". Su postura era segura, el cuerpo relajado, los pies bien plantados sobre la arena húmeda.
Frente a él, Leonora Celtigar lo observaba con la misma seriedad con que su padre atendía a los consejos de guerra. Su espada de práctica era algo pesada para su brazo, pero no parecía intimidada. Vestía ropas de cuero claro y el cabello, atado con un lazo rojo, le caía sobre el hombro con el movimiento.
Desde la galería, Bartimos Celtigar seguía la escena con un silencio medido. Lyonel, en cambio, sonreía con un brillo curioso en los ojos.
—El niño dragón contra la hija del mar —murmuró, divertido—. Esto va a ser interesante.
El maestro de armas alzó la mano.
—Comiencen.
Leonora se lanzó al ataque antes de que el príncipe pudiera reaccionar. Su golpe fue directo, preciso, y aunque la fuerza no era mucha, la técnica era sorprendentemente limpia. Jaehaerys apenas logró bloquear el impacto, retrocediendo un paso.
El sonido de la madera resonó con fuerza.
Alrededor, los escuderos contuvieron la respiración.
Jaehaerys sonrió, entre sorprendido y encantado.
—Tienes buen brazo, Leonora —dijo, girando la espada con destreza—. ¿Quién te enseñó eso?
—Yo misma —respondió ella con una sonrisa fugaz, lanzando otro golpe—. Aunque aún me falta fuerza… el peso del arma me traiciona.
Jaehaerys esquivó y giró, intentando desarmarla, pero ella se agachó, rodó sobre la arena y contraatacó con una estocada baja que lo obligó a apartarse con un salto torpe. Un murmullo recorrió el patio.
Por un instante, ambos se quedaron quietos, respirando agitados.
El príncipe la observó con atención, con una chispa de respeto en los ojos.
—No es solo fuerza lo que hace a un buen espadachín —murmuró—. Es saber cuándo golpear… y tú lo sabes.
Leonora alzó la espada, desafiante.
—Entonces no te contengas, príncipe. No quiero ganar por cortesía.
Desde arriba, Bartimos no pudo evitar una sonrisa, breve pero sincera. Lyonel, cruzando los brazos, murmuró apenas:
—La muchacha tiene fuego. Si la espada no la vence, el mundo tampoco podrá hacerlo.
Y abajo, en la arena, el dragón y el cangrejo se lanzaron otra vez al choque, la madera resonando como si fuesen acero. Ninguno quería ceder, ninguno recordaba que eran solo niños.
Solo dos almas jóvenes probando la fuerza de su destino.
Jaehaerys retrocedió un paso, midiendo la distancia entre ambos. Hasta ese momento había jugado con ligereza, probando la fuerza y la agilidad de Leonora, pero algo en su mirada lo hizo cambiar. La niña lo enfrentaba con el ceño fruncido, el pecho erguido y la espada firme, como si de verdad creyera que podía vencerlo.
—Muy bien —dijo él, con una sonrisa que tenía más respeto que burla—. Me lo pediste tú, Leonora Celtigar. Sin cortesías.
El murmullo entre los soldados creció. Jaehaerys ajustó la empuñadura, los pies bien firmes sobre la arena. De pronto, la atmósfera del patio cambió. Ya no eran dos niños jugando: eran dos herederos midiendo su temple.
El primer golpe cayó con rapidez. ¡Crack!
Leonora apenas logró bloquearlo. El segundo la empujó hacia atrás, la fuerza del impacto vibrando hasta su hombro. Intentó responder, girando la espada en un corte lateral, pero Jaehaerys la desvió con facilidad y, en un solo movimiento, la desarmó parcialmente.
El tercer golpe fue un toque rápido al costado. El cuarto, un giro elegante que le arrebató el equilibrio.
Y el quinto… un movimiento limpio, controlado, que detuvo la punta de su espada de madera justo bajo su mentón.
Todo el patio quedó en silencio.
Leonora, con el pecho agitado, lo miró a los ojos, entre frustrada y asombrada.
—Cinco golpes… —susurró, apenas audible.
Jaehaerys bajó la espada lentamente y le tendió una mano.
—Cinco golpes —repitió con una sonrisa amable—. Pero fuiste la única que me hizo usar los cinco.
Ella vaciló un instante, luego tomó su mano y se incorporó, sacudiendo la arena de sus ropas. A su alrededor, los soldados empezaron a murmurar entre sí, algunos sonriendo con aprobación.
Desde la galería, Bartimos asintió con satisfacción.
—Tiene talento —murmuró para sí—. Ambos lo tienen.
Lyonel, en cambio, no apartó la vista del joven príncipe.
—Talento… y ambición —susurró con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Una mezcla peligrosa.
Jaehaerys y Leonora, aún respirando con agitación, se miraron una última vez antes de que el maestro de armas anunciara el final del duelo.
Y en esa breve mirada compartida, entre el cansancio y la emoción, nació algo silencioso:
una chispa de respeto mutuo…
y el comienzo de una historia que el destino apenas empezaba a escribir.
El murmullo en el patio se desvaneció lentamente. Leonora bajó la vista, respirando con dificultad, mientras Jaehaerys la observaba con una mezcla de admiración y sorpresa genuina. Era una niña, sí, pero había peleado con convicción, con esa ferocidad que no se enseña, que simplemente se tiene.
Mientras el maestro de armas se acercaba para felicitar a ambos, Jaehaerys se quedó quieto, mirando la arena marcada por sus pasos y los de ella. Una extraña sensación lo recorrió —una mezcla de déjà vu y desconcierto—, como si algo en aquel momento no perteneciera del todo a la historia que él recordaba.
"¿Por qué?" pensó, frunciendo levemente el ceño.
"En la historia original no se menciona a una chica tan excepcional… solo a Lord Bartimos Celtigar. ¿O tal vez esto es un efecto mariposa de mi transmigración?"
Su mirada volvió hacia Leonora, que sonreía mientras recogía su espada de madera.
"No lo sé," se dijo en silencio, observando cómo un rayo de sol iluminaba sus cabellos plateados.
"Pero algo me dice que su existencia cambiará más de lo que imagino."