El equipo completo llegó al hotel, pero todos estaban sin palabras. Elizabeth, quien se encontraba afuera hablando con Malcolm, notó esto. Era totalmente extraño, parecía como si los muchachos hubieran presenciado un milagro divino y no pudieran creerlo.
—¿Ahora qué hicieron? —preguntó Elizabeth con un toque de sarcasmo.
—Pregúntale a ella —dijo uno de los Iluminados señalando a Amelia.
Sin embargo, Amelia parecía no estar disponible. Su mente parecía estar en un plano totalmente diferente al de los demás. No, la chica no había sido llamada por el Grifo al Todo, simplemente estaba en shock por lo que acababa de suceder. Jessica, una chica que no tenía ningún tipo de entrenamiento y que ni siquiera sabía que tenía poderes, había visto bajo su máscara y la había rechazado por completo. Aquello tiraba a la basura todo su plan; ahora, ¿cómo se suponía que iba a convencerla de que era su amiga y no su enemiga? Amelia estaba tan impactada que no escuchó cómo Elizabeth la llamaba.
—¡Amelia! —Elizabeth tuvo que levantar la voz para llamar la atención de Amelia.
—¡Ah! ¿Sí? —preguntó totalmente confundida, no había escuchado nada.
—¿Estás bien? ¿Qué pasó allá? —Amelia se obligó a sí misma a recuperar la compostura.
—Ella… sospechó de mí —sus palabras sorprendieron a Malcolm y Elizabeth por igual—. No sé cómo, pero sospechaba de mis intenciones y pidió que me alejara.
—¿Tendrá algo que ver con su entorno de crianza? —la pregunta de Malcolm llamó la atención de todos—. Quiero decir, esa niña no ha tenido una vida fácil. Es más, decir que tuvo infancia sería un eufemismo. Esa niña tuvo que sacar las garras muy temprano en la vida.
—Podría contribuir, pero no creo que sea la verdadera razón —argumentó Amelia—. Creo que tiene algo que ver con el Fénix y su despertar —todos voltearon a ver a la chica.
Desde luego, Amelia les había contado que el Fénix estaba despertando y que tarde o temprano Jessica tendría sus poderes. De ahí que fuera tan importante para ella poner a Jessica del lado de la orden. No obstante, ahora que Jessica había dejado clara su postura de alejarse de Amelia, las cosas se habían complicado mucho más.
—Es posible que nuestras almas estén resonando y chocando al mismo tiempo —continuó—. En otras palabras: su sentido común y sus recuerdos actuales están en conflicto con su alma y sus vidas pasadas. Es lo único que se me ocurre para explicar cómo supo que no estaba siendo sincera con ella y por qué decidió alejarse —Malcolm suspiró pesadamente.
—Nunca entenderé a los Elementales —dijo.
—Pregunta: ¿No podemos simplemente dejarla y ya? No soy un experto, pero, si recuerdo bien las historias, hubo muchos Elementales que prefirieron mantenerse al margen de la orden y los Oscuros.
—En otras circunstancias, tal vez esa hubiera sido una opción viable, pero con un Oscuro tan poderoso en la ciudad y el Fénix a punto de despertar, me temo que no podemos correr el riesgo de dejarla a su suerte —explicó Elizabeth.
—Elizabeth tiene razón —Amelia suspiró mientras se rascaba los ojos—. Dejarla sola es un riesgo que no podemos tomar.
—¿Y cómo vas a cuidarla si ella ya dejó claro que no quiere verte ni en sueños? —preguntó otra Iluminada. Amelia soltó una risa sarcástica.
—Tendré que convertirme en una acosadora —anunció—. Tuve la oportunidad de ver su casa; al lado tiene un viejo árbol sin podar. Un poco de ropa negra y seré invisible por la noche.
—Bueno, no irás sola —dijo Elizabeth—. Haré que algunos chicos te acompañen esta noche a su casa.
—Gracias —Amelia bostezó—. Iré a dormir un rato; nos iremos a las ocho.
La joven dio por terminada la reunión y regresó a su cuarto para dormir una siesta corta de una hora. Cuando su cabeza tocó la almohada, Amelia se quedó profundamente dormida. Hubiera permanecido así un rato más, pero su alarma sonó, despertándola a las siete y media de la tarde. El sol ya se había ocultado y era hora de irse. Rápidamente, se duchó y se vistió con ropa oscura para después salir de su habitación.
Su equipo la esperaba en la entrada, listos para ir con ella. Debido a que necesitaban descanso, los miembros del equipo nocturno eran diferentes a los de la tarde. Amelia no dijo nada más allá de «Estoy lista, vámonos» cuando los vio. Los miembros de su equipo no le dieron mucha importancia a su actitud, pues se notaba que la joven estaba falta de sueño y estaba poniendo todo su esfuerzo en no dormirse. Tanto es así que, antes de irse, compró varias latas de Red Bull para aguantar la vigilancia nocturna, algo impresionante para una chica de su edad, porque no todas están dispuestas a desvelarse por una misión y normalmente lo dejan en manos de otros Iluminados mientras se van a descansar para recuperar fuerzas, pero Amelia no. Desde que llegó a Kansas City, se aseguró de hacer todo lo que estuviera en sus manos para completar la misión, mostrando un nivel de iniciativa y madurez muy superior al de algunos adultos. De hecho, la única vez que se la vio realmente relajada y feliz fue en el salón de juegos cuando le ganó a Jessica. Amelia sin duda era especial.
De camino a la casa de Jessica, la joven sacó un mapa y expresó su opinión de cuáles serían los lugares más adecuados para esconderse y vigilar, así como los lugares desde donde podría llegar un Oscuro, suponiendo que decidiera esconderse y aparecer desde algún lugar fuera de la calle principal, la cual no podían cubrir por completo. Miembros más experimentados que ella, básicamente todos en el auto, le dieron sugerencias de otros lugares mejor posicionados y que no estaban en el mapa. Al final, llegaron a la conclusión de que lo mejor era delimitar ciertas áreas y, una vez llegaran a su destino, explorarlas para encontrar los mejores lugares. Amelia estuvo de acuerdo y delimitó un total de cuatro zonas alrededor del vecindario: norte, sur, este y oeste. Decisión que fue aprobada por el resto del equipo.
Una vez llegaron al vecindario, Amelia se bajó en la esquina más alejada de la residencia Anderson, acompañada de otros dos Iluminados. El plan era simple: los tres tomarían posiciones cerca de la casa, buscando con especial cuidado la habitación de Jessica, mientras el resto del equipo tomaba posiciones en los puntos marcados por Amelia; se mantendrían comunicados mediante comunicadores con forma de auricular, prácticos, cómodos y, sobre todo, silenciosos.
Con todo lo anterior listo y preparado, Amelia y su equipo se dirigieron a la residencia Anderson. El sol ya se había ocultado y la luna salió, iluminando de forma tenue la calle. Las lámparas a los lados de las aceras también brindaban una buena iluminación, dándole un aspecto pintoresco al vecindario. Aspecto que tenía un fallo bastante grande: la residencia Anderson.
La casa no era diferente al resto, con una fachada minimalista, pero estéticamente atractiva, de dos pisos, un patio trasero y un porche frontal con un pequeño techo unido a una cerca al frente de la casa por medio de varios postes de madera. Sin embargo, aquella vivienda tenía un aspecto exterior tan descuidado que parecía la típica casa embrujada que encontrarías en una mala película de terror. La pintura estaba opaca, la madera parecía estar medio podrida y sus ventanas estaban sucias y con telarañas en los marcos. Al frente de la casa había una placa que decía: «Bienvenidos a nuestro hogar. Vivimos llenos con el amor de Dios, nuestro salvador». Cualquiera que leyera aquella placa de mármol pensaría que el dueño de la propiedad era un fanático religioso, pero aquel que la leyera conociendo el contexto y cómo vivía Jessica sentiría escalofríos.
Amelia apartó ese pensamiento de su cabeza y fue al árbol que estaba junto a la casa. Acumuló aire en sus pies y saltó directamente hacia sus ramas, aterrizando en la rama más gruesa del árbol, la cual apuntaba directamente a la habitación de Jessica, dándole una vista perfecta del cuarto, el cual no distaba de lo que se había imaginado. Una habitación estaba totalmente desordenada. Había dos pares de zapatos desparramados por la habitación; su ropa sucia estaba en una cesta a un lado de la vieja televisión que tenía frente a la cama. La cesta de ropa apenas estaba siendo ocupada, por lo que Amelia asumió que la había lavado recientemente. Junto a la ventana había un escritorio con papeles arrugados y lápices esparcidos sobre un cuaderno abierto. También había un par de pósters en las paredes; uno era un cartel de «Se busca», del personaje de Luffy de One Piece, otro contenía al personaje de Naruto perdiendo el control y dejándose absorber por su bestia interna y el último era simplemente un póster de la banda Linkin Park y, por lo que Amelia pudo observar, la cama de Jessica tenía el tamaño justo para dos personas, pero dos personas delgadas o pequeñas.
—No te vendría mal organizar un poco, Roja —murmuró Amelia para sí misma mientras soltaba un par de risas, pero se detuvieron cuando escuchó la voz de una mujer; parecía estar llorando y sollozando.
—¡Te he dicho que no uses mi lavadora! ¡Fue un regalo de Dios! —decía la mujer; por su voz parecía ser alguien mayor que acababa de perder a un familiar, porque lloraba con un tono desgarrador—. ¡¿Por qué sigues atormentando a nuestra familia?! ¡Regresa al infierno de una vez! —chilló la mujer.
—¡Vuelve aquí, engendro de Satán! —gritó una voz masculina.
A los pocos segundos, Jessica entró a su cuarto con una bolsa negra cuyo contenido parecía ser suave, probablemente su ropa. La joven pelirroja cerró la puerta con llave mientras colocaba su espalda contra la misma. Al poco tiempo se escuchó un golpe en la puerta que la hizo temblar.
—¡Abre ya! —gritó la voz masculina.
—¡Mamá, John, basta! —Otra voz apareció; parecía ser la de un chico joven, probablemente un adolescente—. Despertarán a los vecinos —dijo el chico, tratando de calmar la situación—. Ven, mamá. Te preparé un té —Amelia escuchó cómo los pasos se alejaban, al igual que Jessica. La pelirroja soltó un suspiro de alivio antes de tirar la bolsa a la cama.
—Pensé que tirarían la puerta —dijo la chica, pensando en voz alta—. Esos dos están cada día peor —continuó mientras vaciaba el contenido de la bolsa en su cama; efectivamente, era su ropa.
Había aprendido a lidiar con los arranques de su madre. Algunas veces estaba bien, lo suficiente como para permitirle usar la lavadora y secadora, pero otras veces, como hoy, entraba en un estado de locura psicótico-religiosa y comenzaba a perseguirla, gritándole insultos y llamándola de muchas formas. Obviamente, John no se perdía la oportunidad de "ayudar" a su querida madre. Por suerte, Jordan estuvo ahí y pudo calmarlos. Jessica no pudo evitar sonreír. Al final, Jordan estaba haciendo un buen trabajo como hermano mayor. Sin embargo, la visión de aquel episodio maniático perturbó a Amelia y marcó el inicio de su noche de vigilancia.