La nieve caía por las montañas, el viento soplaba con suavidad, generando un silbido agradable y relajante para cualquiera. En una casa modesta, al costado de la montaña, se encontraba durmiendo plácidamente una joven. Inalcanzable para algunos y fuente de envidia para otros, pero todos coincidían en algo: Su belleza y su fuerza eran de otro nivel. El nombre de esta joven es Amelia Green y es una de las figuras más destacadas del lugar, a pesar de solo tener 16 años.
La joven tiene un cuerpo delgado, pero se podían notar ciertos músculos en él, producto de sus múltiples entrenamientos de combate. Sí, a pesar de su corta edad, la chica ya había pasado por un entrenamiento muy exigente. Sus manos, aunque parecían suaves y delicadas a primera vista, eran capaces de romper bambú de un golpe bien dado. Sin embargo, lo que más destacaba en ella era su belleza. Belleza que era observada por cierta persona que había entrado a su cuarto.
La persona suspiró y sonrió de forma maliciosa para después llevarse las manos a la boca, de tal forma que producía un eco potente. Tomó una bocanada de aire y se preparó.
—¡Arriba todos! ¡El día ya comenzó y es hora de levantarse! ¡Lávense la cara todos y prepárense para un nuevo día! —la joven se levantó de un salto al escuchar el grito.
Por instinto, y por rabia al darse cuenta de lo que pasaba, Amelia tomó una almohada y lo golpeó en la cara. El chico retrocedió dos pasos antes de sentarse en la silla de escritorio que había en el cuarto. La joven estaba muy enojada.
—¡Carajo, Max! —maldijo la joven mientras se rascaba los ojos —¡Casi me matas del susto!
En ese momento, la razón de la envidia de muchas jóvenes salió a relucir. El cabello de la chica era, en su mayoría, de un color blanco puro, como la nieve, con algunos pocos mechones de un gris apagado y opaco que se mezclaba perfectamente con el resto de su cabellera. Lo anterior sería suficiente para enamorar a cualquiera, pero había más. Amelia también tenía unos ojos con pupilas de un negro azabache profundo y un iris de un bello blanco, separado de su esclerótica por un borde circular de color negro.
La mayoría pensaría que la chica padecía de albinismo, pero en realidad no era así. Amelia era una joven con un tono de piel moreno claro. En otras palabras: Amelia era una verdadera belleza.
Tras recuperarse del susto, Amelia bostezó y estiró su espalda, haciéndola tronar, todo ante la sonrisa de Max, un joven tan atractivo como ella, pero cuyos rasgos eran bastante diferentes a los de Amelia. Maxwell, el muchacho, era un chico bastante robusto para su edad. Al igual que Amelia, tenía 16 años, pero su constitución física era más parecida a la de un albañil de 30 años. Su espalda era ancha y medía 175cm de alto; sus brazos eran gruesos, su abdomen estaba totalmente marcado y, a pesar de su edad, era capaz de cargar hasta 120 kilogramos sobre su cabeza, 140 kilos si se esforzaba al máximo.
Maxwell también era objeto de miradas envidiosas y de admiración. El muchacho tenía un rostro atractivo y de facciones bien definidas. Al igual que Amelia, su cabello y ojos eran peculiares. Los ojos de Max tenían pupilas negras y sus iris eran de un verde cristalino, asemejándose mucho al color de la hierba o las hojas de un árbol en primavera. Su cabeza tenía una melena marrón castaño y mechones de un tono verduzco, como el musgo de los árboles, que se extendían por toda su cabellera.
—¿Qué quieres? —le preguntó la joven, visiblemente de mal humor.
—Oh, nada, solo quería verte dormir porque estoy loco. —Amelia rodó los ojos con fastidio; sabía que era una broma de Max, lo conocía demasiado bien. —Los viejos llamaron.
Esas palabras terminaron de despertar a la chica; sabía que algo serio estaba pasando.
—Vale, espérame en la sala. Me daré una ducha y desayunaré para irnos.
Max asintió y salió del cuarto. Contrario a lo que pueda parecer, Amelia y Maxwell no eran pareja; lo que ambos sentían hacia el otro era un cariño de hermanos, aunque no lo eran. Ambos eran huérfanos y vivían en sus propias casas. Debido a que habían demostrado poder mantenerse solos, recibieron la emancipación y comenzaron a vivir por su cuenta a los 15 años; claro, su condición particular también había influido en aquel suceso. Los dos siempre estuvieron para el otro como un apoyo y como amigos. Jamás hubo otro tipo de intención de parte de ambos. La confianza que se tenían era tal, que ambos tenían copias de las llaves del otro en caso de alguna emergencia o, en este caso, despertar a Amelia.
Tras media hora, Amelia ya estaba lista para acompañar a Max. Salieron de la casa de Amelia y partieron rumbo al templo. Sí, el templo. Ambos vivían en una ciudad totalmente secreta y aislada del mundo exterior, pero no porque fueran una tribu desconocida o una secta. No, la razón era que eran parte de La Orden de la Luz. En este mundo existen personas especiales, personas que son capaces de controlar los cinco elementos de la naturaleza: Fuego, tierra, agua, aire y rayo. Sin embargo, incluso entre estas personas existen cinco individuos que destacan por sobre el resto: Los Elementales.
Cinco jóvenes que nacen el mismo año y cuyo poder y potencial es muy superior al de los demás usuarios. Amelia y Maxwell son dos elementales; Amelia es la elemental de aire y Maxwell es el elemental de tierra. Por ello, su condición dentro de Orden era tan especial y eran vigilados y cuidados por todos sus miembros: Los Iluminados.
Mientras caminaban por la ciudad, podían escuchar varios murmullos provenientes de muchos adolescentes que los veían caminar. Max no pudo evitar reírse; Amelia solo rodó los ojos.
—Vamos, amiga —le dijo Max mientras le daba un suave empujón con el hombro. —Si sigues así, morirás sola, vieja y amargada —Amelia sonrió con ironía.
—Nadie de aquí es mi tipo —Max silbó a modo de burla.
—Además de todo, eres exigente —el chico no podía evitar reír.
Amelia sonrió mientras metía las manos en los bolsillos y seguía avanzando. No tardaron mucho en divisar la imponente estructura construida en el costado de la montaña: El Monasterio del Cielo. Un imponente edificio que, si bien era grande por fuera, por dentro lo era todavía más. Contaba con instalaciones médicas altamente avanzadas, tres salas de entrenamiento, una armería totalmente equipada, una biblioteca llena de libros, entre muchas cosas más. Todo lo anterior se distribuía en túneles subterráneos que corrían por todo el interior del Everest. Todo el lugar, así como la Orden, era administrado por las Estrellas.
Las Estrellas son las personas más poderosas de la Orden. Cada uno maneja un elemento distinto y son los mejores en su control. Su experiencia en combate es admirada por todos los Iluminados. Desde luego, esas personas poderosas se aseguraban de velar por el bienestar y la seguridad de todos los habitantes de la ciudad bajo el templo y eran ellos los que habían llamado a Amelia y Maxwell.
Gracias a las montañas, la orden pudo construir toda una ciudad a los pies del Everest. Dicha ciudad estaba en medio de otras montañas, las cuales actuaban como un escudo natural ante cualquier intruso y los protegían de miradas curiosas, pero ¿qué pasaba con los cientos de alpinistas que viajaban para escalar el Everest todos los años? Simplemente, las expediciones para escalar la montaña siempre se hacían desde la cara norte, dejando el sur como una zona prohibida. Con este sistema, el templo y la ciudad permanecieron escondidos a la vista de todos durante siglos.
Regresando con los jóvenes elementales, finalmente llegaron al largo tramo de escaleras que permite acceder al templo, pero se llevaron una sorpresa al encontrar a una vieja amiga sentada en el primer escalón, esperándolos.
—¿Eve? —preguntó Max; se lo notaba sorprendido. —¿También te llamaron? —la joven alzó la cabeza, revelando sus particulares ojos.
—Sí, pero decidí esperarlos antes de subir —respondió la chica para después levantarse. —Vamos.
Los muchachos asintieron y el trío comenzó a subir el largo tramo de escaleras para llegar al templo. Evelyn Juanita Maldonado Rogers, más conocida como “Eve”, era una chica muy peculiar, aunque eso era algo que se esperaba de ella desde que sus poderes despertaron. La joven era de ascendencia latina, colombiana para ser más específicos, por parte de su madre, Estefany Maldonado. Su padre, Tobías Rogers, era el jefe de seguridad de la orden y se encargaba de organizar a los guardias y a las fuerzas de seguridad que resguardaban la ciudad, mientras que su madre era maestra de español en una de las muchas escuelas primarias de la ciudad.
Eve había nacido con una peculiaridad: ella tenía heterocromía, lo que significa que sus ojos tenían diferentes colores en sus iris. Su ojo derecho tenía un iris de un hermoso azul claro y su ojo izquierdo era de un color ámbar muy cautivador. La chica también era extremadamente atractiva y, desde joven, al ser criada por una mujer colombiana, aprendió a hablar dos idiomas de forma natural y fluida. El inglés, que era su idioma dominante, y el español.
También era toda un prodigio en lo que respecta al manejo de su elemento, el fuego.
Normalmente, la conexión con un elemento se despierta en la adolescencia; la edad máxima para despertarla son los 17 años, aunque generalmente suele darse entre los once y doce años. Bueno, Eve despertó su conexión a la tierna edad de 9 años, dos años antes que la mayoría, y a los 12 años ya estaba aprendiendo técnicas avanzadas. Su nivel de conocimiento en artes marciales, así como su fuerza e inteligencia, también eran elevados. En resumen: Evelyn Rogers era un prodigio en todos los sentidos posibles.
—¿Qué creen que quieran los viejos? —preguntó Max mientras sacaba un chocolate de su bolsillo; Amelia lo miró extrañada.
—¿Tomaste eso de mi casa? —preguntó claramente confundida y algo molesta. La única respuesta de Max fue sacar otros dos y repartirlos entre sus amigas.
—Seguramente no es nada —dijo Eve mientras abría el chocolate y rodaba los ojos.
—O podrían encomendarnos alguna misión —propuso Max. —Sería la cuarta para ti, ¿no? —Eve no respondió a esa pregunta.
Amelia sabía que Eve era sensible respecto a ese tema. Era lista, ingeniosa, fuerte y muy poderosa, sí, pero no tenía mucha experiencia de campo. Hasta ahora, el único de los tres que había hecho misiones en solitario era Maxwell. Eve y Amelia solo habían tenido misiones bajo supervisión de instructores o Iluminados con más experiencia.
No tardaron en llegar al templo y fueron recibidos por una figura particular: Una anciana con arrugas en toda la cara. La anciana mantenía sus ojos cerrados mientras sujetaba un bastón. Se trataba de Tara Suko, la Estrella de la Tierra. En ese momento, los tres jóvenes supieron que algo sucedía.