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Chapter 3 - Entre el deber y el cielo

—Bueno, tampoco es el fin del mundo —le dijo Maxwell, tratando de consolarla.

—Lo dice el tipo que irá a Francia. —Amelia estaba algo decepcionada; habría preferido ir a un lugar más interesante, como Nueva Orleans, pero la vida no era justa con ella.

—Recuerda que iremos a una misión, no de vacaciones —le recordó Eve mientras bebía de su malteada.

Luego de la reunión con las Estrellas, habían decidido ir a comer algo en una cafetería ubicada en la ciudad. La construcción del templo y de la ciudad albergaba varias maravillas. Para empezar, pese a estar en territorio asiático, la ciudad albergaba a personas de varias etnias y culturas, pero ¿acaso no había choques o roces entre las personas por esto? Bueno, sí, por supuesto que había choques de ideologías entre las personas, pero en general todos convivían pacíficamente con los demás. ¿Cómo? Pues con un sistema sencillo, pero eficaz: Integración y aceptación pasivas.

La construcción de la ciudad era cerrada, debido a las montañas que rodeaban todos sus extremos, lo que limitaba el espacio desde un inicio. Lejos de ser una limitación, fue una oportunidad. Se construyeron varias iglesias, pero solo una practicaba el cristianismo. Las otras practicaban religiones muy variadas, desde el islam hasta el hinduismo y el budismo; también se podían designar espacios para aquellas religiones que no necesitasen de un templo para ser practicadas. Esto garantizaba que las necesidades religiosas estuvieran cubiertas y que nadie se sintiera excluido.

Ahora, ¿cómo se evitaban las peleas entre los habitantes? Es bien sabido que muchos crímenes de odio son cometidos por temas raciales y religiosos. La orden tenía un montón de gente de etnias distintas, pero estos crímenes eran muy raros en la ciudad. ¿Cuál era la razón? Bueno, a diferencia de lo que pasaba en el resto del mundo, los habitantes de la Orden no tenían viviendas asignadas según su religión. Una vez que alguien llegaba al templo, ya sea como refugiado o Iluminado, se le asignaba una casa en un lugar aleatorio de la ciudad.

Esto aseguraba que no existieran favoritismos y que nadie se reuniera de acuerdo a su religión o raza, promoviendo de esta manera la coexistencia entre la gente y preservando la armonía durante el proceso. También contaban con un sistema de transporte público, el cual servía para moverse entre los diferentes distritos que conformaban la ciudad y, desde luego, los habitantes podían tener sus propios vehículos. Todo lo anterior convertía a la ciudad de los Iluminados en un verdadero festival cultural.

Regresando con los chicos, estos terminaron de beber sus malteadas y partieron rumbo a sus casas para prepararse para el viaje que les esperaba al día siguiente. Amelia empacó todo lo que podría llegar a necesitar, pero sabía que tendría que viajar con poco equipaje. Solo podría llevar, como máximo, una maleta de mano y una mochila, por lo que optó por llevar tres pares de zapatos, varios cambios de ropa, casi todos sus conjuntos de ropa interior y calcetines en la maleta. En la mochila empacó su cepillo de dientes, hilo dental, audífonos, su laptop y, desde luego, su perfume favorito.

—Primero muerta antes de oler como Max luego de las prácticas —dijo para sí misma en su cuarto.

El solo hecho de recordar el olor de Maxwell al terminar las prácticas de combate del día anterior era suficiente para hacerla arrugar la nariz.

—Bueno, creo que eso sería todo —dijo mientras empacaba una última cosa: Un power bank para cargar su teléfono en caso de emergencia. —Sí, eso sería todo.

La joven se recostó en la cama mientras observaba el techo. Los momentos silenciosos y tranquilos son los que más valoraba; le permitían relajarse y no pensar en nada más que en sí misma. Luego de un rato recostada, la joven se levantó y fue a la cocina. Preparó algunas palomitas caseras, abrió una botella de Coca-Cola y se sentó en la sala para ver una película. Sin darse cuenta, acabó mirando 4 películas durante la tarde y parte de la noche. Su cena fueron un montón de palomitas caseras, varios vasos de Coca-Cola y dos envases de helado:

—Diablos —dijo al ver el desorden en su sofá.

Amelia se levantó y comenzó a limpiar todo para después ir a darse una ducha e irse a dormir. Con el sonido de su alarma, daba por terminado su descanso. La joven se levantó de mala gana para ir a darse un baño para terminar de despertar. Al salir de la ducha, secó su cabello, se vistió y preparó su desayuno. Su vuelo saldría en tres horas, así que el tiempo le sobraba; no tenía que apresurarse.

Mientras terminaba su desayuno, escuchó que alguien llamaba a la puerta. Esto extrañó mucho a la joven; eran apenas las seis de la mañana y el sol ni siquiera había salido en el horizonte. ¿Quién podría estar tocando a su puerta a las seis de la mañana? Amelia suspiró; lo primero que pensó es que probablemente se trataba de Maxwell. Se levantó de la mesa de mala gana; detestaba cuando alguien la molestaba mientras estaba comiendo. Caminó hasta la puerta y se llevó una sorpresa al ver al hombre parado fuera de su casa:

—¿Iván? —preguntó la joven sin poder entender nada.

—Buenos días, Amelia —dijo el hombre con un tono frío, casi tan frío como el viento gélido que soplaba en la ciudad.

Sin esperar la invitación de Amelia, el hombre entró a la casa y la observó detenidamente. Cuando Amelia comenzó a vivir sola, le regalaron una casa totalmente equipada y amueblada. La orden utilizaba energía eólica y solar, aprovechando los vientos de las montañas para alimentar a toda la ciudad. Esto significaba que todos los habitantes de la ciudad tenían acceso a energía limpia, ilimitada y gratuita durante todo el año. Sin embargo, aún debían pagar por el servicio del agua y la comida que consumían, así como cualquier lujo que pudieran llegar a tener, por ejemplo, una cuenta de Netflix. Cosa que lograban gracias a completar misiones y trabajos encomendados por la orden o con algún emprendimiento modesto en la ciudad.

La disposición de los muebles mostraba un ambiente sereno; sin embargo, había algo más: aunque Amelia podía costear una vivienda mejor con más comodidades, ella prefería optar por la modestia: un sofá modesto, una cocina modesta y, en general, un modo de vida modesto. Sin embargo, había algo que Iván observó desde la cocina. Era un oso de peluche que había sido parcialmente quemado y cubierto de hollín, representado por el Señor Esponjoso.

Amelia notó la mirada de Iván y cerró la puerta de su cuarto, tratando de esconderlo, pero ya era tarde. Iván ya había notado, con solo observar la casa, que Amelia anhelaba una familia. La joven era huérfana, sí, pero conservaba su apellido: "Green" . ¿Por qué? Simple, porque sus padres, miembros de la orden que vivían en el pueblo Bái lǎohǔ, habían muerto en un ataque de los Oscuros 16 años atrás. Solo hubo dos sobrevivientes a ese ataque y Amelia era uno de ellos. Gracias al sacrificio de su madre, quien cruzó todo el Himalaya hasta llegar a la seguridad de la ciudad antes de morir a las puertas de esta, no sin antes poner a salvo a su hija. Lo único que se rescató de su antigua casa fue al Señor Esponjoso.

De repente, la forma de decorar la casa tenía un nuevo significado. Todo estaba tal y como lo encontrarías en una casa donde vivía una familia de cuatro integrantes. Iván, luego de dos minutos tensos en silencio, finalmente habló:

—La esposa de Gregor está esperando a su tercer hijo. —Amelia, quien había vuelto para terminar su desayuno, dejó de comer por un momento al escuchar aquellas palabras.

—Me alegro por ellos —dijo finalmente. Iván tomó asiento junto a ella. —¿Qué puedo hacer por usted, señor? —Amelia sabía que debía tratar la visita de Iván con cautela.

Iván no sólo era la Estrella del Aire, también era el encargado del sistema de inteligencia de la orden. La Orden de la Luz tenía espías por todo el mundo, infiltrados en las partes más altas de los gobiernos, claro, con algo de ayuda de algunos líderes. La existencia de la orden no era desconocida para los gobiernos y las agencias de inteligencia globales. Al principio, les temían, probablemente les seguían temiendo, pero les temían más a los Oscuros quienes, a diferencia de los Iluminados, mataban a cualquiera que se les pusiera en frente sin importarles si era blanco, latino, asiático, negro, hombre, mujer; ni siquiera se limitaban con niños. Así que los gobiernos aceptaron colaborar con los Iluminados para frenar a los Oscuros, proporcionando apoyo financiero, táctico y logístico. Claro, países como Corea del Norte se negaron a ayudar, pero eso ya no era importante. Con el poder actual de la orden, pasar las fronteras del hermético país era un juego de niños.

Todo lo mencionado anteriormente es asombroso, pero también hacía a Iván un hombre muy aterrador, pues él era el líder de la unidad de inteligencia de la Orden. Su trabajo consistía en gestionar, evaluar, filtrar y analizar toda la información que llegaba. De hecho, si las otras estrellas no estuvieran, Iván tendría el poder de invadir países, derrocar gobiernos y asesinar a quien sea que él quisiera. Lo anterior, sumado a su actitud fría, metódica y, por momentos, cruel, convertía a Iván en una figura aterradora para cualquiera que estuviera cerca de él.

—Tengo información respecto al elemental de fuego —respondió Iván mientras Amelia seguía comiendo. —Al parecer, los Oscuros entraron en contacto con el elemental. —Amelia entornó los ojos.

Aquellas palabras podían significar mucho y nada al mismo tiempo. Los Oscuros podrían haber matado al elemental de fuego o podrían haberlo secuestrado, pero también podía significar que el elemental de fuego solo se cruzó por casualidad con un Oscuro en la calle o conversó con uno en el autobús camino a casa. Cualquier cosa era posible:

—Hasta ahora, parece no haber peligro, pero es difícil asegurarlo —continuó Iván. Amelia terminó de comer y se volvió a mirarlo con seriedad.

—¿A dónde quiere llegar con todo esto? —preguntó la chica; la mirada de Iván le demostraba que fue una mala idea preguntarle.

—Quiero que mates al elemental de fuego. —Amelia sintió que su sangre se congelaba—. No me arriesgaré a traer a un posible espía a la orden y…

—Me niego —la voz de Amelia, pese a mostrar nervios, reflejaba firmeza, interrumpiendo a Iván en mitad de la oración. —No mataré a una persona que podría no haber hecho nada. Por lo que me está diciendo, el "contacto" no ha demostrado ser peligroso. —Iván estudió a la chica un momento antes de suspirar.

El hombre se levantó sin decir nada, pero algo en él había cambiado; de pronto, su presencia se sentía fría. Su mirada también se volvió demasiado seria y Amelia sintió un escalofrío momentáneo recorrer toda su columna antes de desaparecer para ser reemplazado por una calidez tenue. Iván caminó hasta la puerta y se fue sin decir una palabra más; tan abruptamente como había llegado, se marchó.

—¿Qué diablos fue todo eso? —preguntó la chica en voz alta.

—Buena pregunta.

Amelia dio un salto hacia atrás cuando se percató de la presencia de Tara al lado de su puerta. El corazón golpeaba contra su pecho con fuerza:

—Lamento mucho haberte asustado, Amelia —se disculpó la mujer. —Venía a darte información respecto al Elemental que tienes que buscar, pero tal parece que Iván se me adelantó. —Amelia consiguió, después de un buen rato, tranquilizar su ritmo cardíaco.

—Sí —respondió la joven, aún alterada. —¿Escuchaste lo que me dijo? —Iván había hablado en un tono normal, pero Amelia dudaba que Tara lo hubiera escuchado.

—¿Escuchar qué? —preguntó la mujer. —¿Cómo te ordenó matar a un Elemental? —Amelia guardó silencio; Tara decidió preguntar algo más. —¿Seguirás sus órdenes? —preguntó la mujer.

—¿Qué opciones tengo? Es una orden directa de una de las Estrellas. —Tara suspiró antes de tomar su bastón y comenzar a alejarse de la casa de Amelia.

—Te ordeno que ignores a Iván y cumplas tu misión de la forma que consideres más conveniente. —Las palabras de Tara hicieron que en Amelia se dibujase una sonrisa.

Regresó adentro para lavar los trastes del desayuno, cepillarse los dientes, ponerse algo de perfume y salir de la casa con su equipaje. Pidió un transporte y llegó a la pista de aterrizaje donde Eve y Maxwell la esperaban fuera de las enormes cuevas que servían como hangares para los aviones. Sí, la orden tenía su propia pista de aterrizaje y hangares. Cuando tienes como trabajadores a personas capaces de controlar el elemento tierra, las cosas son mucho más sencillas. La pista no era pavimentada y no contaba con torre de control, pero eso no era un problema, ya que, debido a las corrientes de viento de la cordillera del Himalaya, era muy raro que un avión volara por encima de las montañas. Una vez en el aire, los pilotos de la Orden solo debían ascender por encima del Everest y estarían fuera de peligro. Ahora, la construcción de la pista fue muy sencilla; solo tuvieron que abrir un camino de cinco kilómetros en línea recta y después aplanarlo para permitir que los aviones aterrizaran. Para los hangares se necesitó más tiempo, pues tuvieron que abrir enormes agujeros en la montaña para poder meter los aviones; en total, contaban con cinco hangares.

Amelia llegó junto a Eve y Maxwell; este último fue el primero en saludarla:

—Buenos días, Amelia —le dijo Maxwell nada más verla llegar.

—Buenos días —le respondió la chica mientras le entregaba su equipaje a un hombre para que lo subiera al avión. Amelia decidió quedarse con su mochila y llevarla con ella durante el vuelo.

—¿Tienes algún consejo para nuestra primera misión en solitario? —le preguntó Eve a Maxwell. El joven lo pensó por un momento antes de responder.

—Asegúrate de tener refuerzos cerca —les dijo con algo de seriedad. —Nunca se sabe cuándo se pondrán feas las cosas. —Sus amigas asintieron.

—Amelia Green —llamó un hombre con traje de piloto; parecía ser el capitán. —Señorita Green, soy el capitán de su vuelo a Missouri. Estamos listos para iniciar el viaje. Por favor, acompáñeme a bordo. —El hombre fue muy educado con Amelia, todo un caballero.

—Claro, deme un segundo. —Antes de irse, abrazó con fuerza a sus amigos, quienes le regresaron el gesto con mucho gusto. —Nos vemos pronto, chicos —les dijo mientras los apretaba.

—Nos vemos pronto, Amelia —le dijo Maxwell.

—Llama si destruyes algo —le pidió Eve.

Amelia rompió el abrazo, de mala gana, y acompañó al capitán al interior del avión. Un imponente Airbus A350-900, el cual estaba totalmente vacío a excepción de ella y los pilotos. Amelia escogió unos asientos en el centro del avión y se abrochó el cinturón. No tardó mucho en escuchar el rugir de los motores y, en poco tiempo, ya estaba en el aire camino a los Estados Unidos.

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