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Chapter 4 - Entre puños y secretos

Kansas City, preparatoria Maple Grove High. Hora: 12:37 de la tarde. En el patio de la escuela, durante el descanso de los estudiantes, se estaba llevando a cabo una pelea. Cuatro estudiantes contra uno solo. ¿La razón? La víctima de estos cuatro estudiantes los había desafiado. Había ignorado por completo a sus atacantes cuando estos montaron su acto de intimidación en su contra. ¿El resultado? Una pelea totalmente injusta.

Había una multitud de estudiantes reunidos alrededor. Algunos alentando a los matones a golpear con más fuerza, otros apoyando a la víctima, pero la mayoría gritaba una sola palabra en bucle:

—¡Pelea, pelea, pelea! —coreaban todos.

La víctima recibió un derechazo directo en la quijada y cayó al suelo. Los miembros del público se encogieron, como si pudieran sentir el dolor de la pobre alma que se hallaba en el suelo. No obstante, la víctima volvió a levantarse, se pasó la mano por el mentón y escupió en el suelo. La sangre impregnó el suelo y la mirada que la víctima le dirigió a sus agresores evidenciaba que ahora enfrentaban un problema grave: habían hecho enojar a una criatura y deberían enfrentar las consecuencias.

Cargando contra uno de sus agresores y, sin darle tiempo a reaccionar, la víctima conectó una patada a la entrepierna con toda su fuerza. De nuevo, la multitud se encogió al ver aquel golpe. Mientras tanto, el agresor sintió como el aire y sus fuerzas abandonaban su cuerpo. Antes de que pudiera recuperarse, la víctima tomó su cabeza y le conectó un rodillazo directamente a la cara. El agresor cayó al piso, gimiendo de dolor y sangrando por la nariz.

La víctima alzó la mirada a los compañeros del agresor. Quedaban tres. Avanzó al siguiente. Esta vez vinieron dos al mismo tiempo, pero la víctima esquivó a uno y conectó una patada en las canillas al otro. El chico que recibió la patada cayó al suelo mientras el primero se volteó con intención de golpear a su víctima, solo para recibir un potente rodillazo en el estómago y caer al piso junto a su amigo. Una vez los dos estuvieron a sus pies, la víctima los tomó a ambos de la cabeza y los hizo chocar frentes con fuerza. Solo quedaba uno.

El último agresor se encogió en su sitio; sabía que había hecho enojar a la persona equivocada, cometió un error al subestimar a su víctima.

—¡Oye! Me rindo —dijo levantando las manos.

Sin embargo, a la víctima no podía importarle menos. Golpeó a su agresor en la cara, haciéndolo hincarse; luego lo tomó de la camisa y comenzó a golpear su rostro una y otra vez hasta que sintió que alguien tomaba su brazo desde atrás. Volteó a encarar a la persona, pero, al ver de quién se trataba, la ira en su pecho comenzó a apaciguarse.

—Ya fue suficiente, Jessica —le dijo la mujer que sujetaba su brazo.

Así es, la persona que había sometido a cuatro matones por su cuenta, y de forma brutal, fue una chica. Jessica Anderson, ese era el nombre de la joven que, en cuestión de segundos, pasó de víctima a victimaria. La mujer que detuvo la pelea era Lucía Johnson, maestra de matemáticas de la joven Anderson y cuya relación con la chica era muy estrecha.

Jessica suspiró y dejó a su atacante, ahora víctima, en paz. Los cuatro jóvenes que iniciaron la pelea se hallaban en el suelo, gimiendo de dolor y sujetándose las partes del cuerpo que habían recibido daño. Lucía endureció la mirada:

—¡Se acabó el espectáculo! —gritó a la multitud—. ¡Vuelvan a clase!

Los estudiantes se dispersaron emitiendo sonidos de decepción. Jessica se quedó junto a Lucía, quien la miraba con cansancio. No era la primera vez que sucedía algo así. Jessica era una joven… particular. Podría ser una chica, pero cualquiera que la viera desde lejos pensaría que era un muchacho. La joven no tenía un busto visible; sus senos eran demasiado pequeños y, como dirían muchas chicas de su clase, "era plana como una tabla", pero, si la molestabas, tendrías que estar preparado para afrontar las consecuencias.

La joven era fuego; cualquiera podría estar de acuerdo con eso. Tanto en actitud como en apariencia. La joven Anderson tenía un cabello pelirrojo intenso; casi parecía ser teñido, pero en realidad ese era su color natural. Contaba, también, con unos mechones amarillos a lo largo de toda su cabellera. Sus ojos también recordaban a un incendio, con un iris rojo intenso como la sangre. En resumen: La joven era un verdadero volcán con piernas, y Lucía estaba al tanto de ello.

La maestra de la joven era una mujer de 35 años, con cabellera rubia y ojos marrones, bastante atractiva y su relación con Jessica era bastante cercana, como la de una madre y su hija.

—No voy a disculparme con ellos —dijo la joven sin una pizca de remordimiento.

—Sé que no lo harás —le respondió Lucía.

La mujer notó que Jessica tenía marcas en sus manos; parecía haberse lastimado los nudillos durante la pelea. Lucía suspiró para sí misma. Terminó el día y, para desgracia de Jessica, su maestra estaría en la escuela toda la tarde, lo que significaba que la joven debía regresar a su hogar. ¿Cuál era el problema? Bueno, tenía que ver con la bienvenida usual que le daba su madre y su hermano mayor. Ana y John Anderson siempre la recibían de forma despectiva, en el mejor de los casos; en el peor, solían golpearla con tablas de madera en los brazos y las piernas.

Su madre, Ana, era una fanática religiosa, pero no era el tipo de mujer que iba a la iglesia todos los días a rezar, cosa que hacía. Ana Anderson era de esas fanáticas radicales que apoyaban los crímenes de odio, sobre todo los que involucraban asesinatos a personas de color, latinos, musulmanes, practicantes del Islam y homosexuales. Siempre poniendo de ejemplo a Sodoma y Gomorra, pero ¿por qué era tan hostil con su propia hija? Era debido a su cabello y sus ojos. Sí, tal y como se escucha, Ana odiaba a su hija debido a su cabello y ojos rojizos. En su mente, estos estaban asociados al "Infierno" y "Los Demonios"; por lo tanto, Jessica era un demonio maligno que traería el apocalipsis a la Tierra.

Por su parte, John no era tan fanático como su madre, pero sí tenía una mente débil y era fácilmente manipulado por Ana, quien, con cada día que pasaba, se hacía más y más inestable. Ana llegó al punto de ir todos los días a la iglesia para rezar durante horas mientras se preguntaba por qué Dios había permitido que Satanás engendrase un demonio en su vientre. Desde su perspectiva, todo lo malo en su vida era culpa de Jessica.

Había otro hermano en la familia, Jordan, el hermano del medio, solo un año mayor que Jessica, pero él era alguien totalmente distante a la situación. Portándose indiferente con ella y evitando los problemas siempre que podía. Era el hijo favorito de Ana y se notaba demasiado. La mujer no dejaba de presumir lo buenas que eran las notas de su hijo, que este siempre era el mejor de su clase y que era todo un caballero. Jessica simplemente ignoraba esto; siempre supo que no era bien recibida en su propia casa. Ahora, ¿qué hay del padre? Bueno, la familia Anderson también tenía sus tragedias.

Jason Anderson, el padre de Jessica, murió cuando la chica apenas tenía 5 años. El cáncer pulmonar había acabado con él luego de dos años de lucha. La joven tenía edad suficiente para recordarlo y lo extrañaba, pues el hombre, si bien era religioso, no llegaba al fanatismo obsesivo de su madre y siempre protegió a su hija. Cuando Jason murió Jessica se quedó totalmente sola.

Luego estaba la tragedia del hijo mayor, James Anderson. El chico, con tan solo 17 años, había logrado embarazar a su novia del momento. Claro, esta situación era complicada para todos los involucrados, pero se puso peor. Resulta que Ana siempre había inculcado una costumbre de castidad en sus hijos, diciéndoles que solo podían tener relaciones sexuales cuando contrajeran matrimonio. Algo que, si bien era posible, en la época actual era demasiado difícil de llevar a cabo. El caso es que James perdió la cabeza y, en medio de un arranque de locura, apuñaló a su novia embarazada hasta la muerte y, acto seguido, saltó desde un edificio de 5 pisos. No hace falta decir que Ana estaba devastada. Culpó a su hija "el demonio" y, si no fuera porque Jessica contaba con el apoyo de Lucía, probablemente Ana hubiese cometido una locura en ese momento.

Al volver de la escuela, por suerte para Jessica, Ana no le estaba prestando atención y pudo llegar a su cuarto sin que su madre notara su presencia. Cerró la puerta con llave y se recostó en la cama, tratando de relajarse, pero era imposible. Su estómago rugía de hambre y no podía hablar con su madre para obtener alimento. La última vez, Ana le tiró un plato lleno de tierra que por poco no logra esquivar, así que la opción de pedir alimentos quedaba totalmente descartada. La cabeza le dolía y tenía mucha hambre, pero sabía que Ana no le daría absolutamente nada. Mientras pensaba en cualquier cosa que distrajera su mente, escuchó como alguien tocaba la puerta de su cuarto. Tocaron tres veces. Jessica miró la puerta, extrañada. No solía recibir visitas de parte de sus hermanos, mucho menos de su madre. Se escucharon otros tres golpes luego de unos segundos de silencio. Jessica, curiosa, se levantó y, al abrir la puerta, no encontró a nadie, pero un olor delicioso llegó a su nariz. Al bajar la mirada, se encontró con un plato de comida, un vaso de limonada y un par de cubiertos perfectamente acomodados en el suelo. La comida era un plato de pasta con albóndigas y dos rebanadas de pan.

—¿Y esto? —se preguntó la joven, extrañada.

Al principio, dudó en si debía tomar el plato, pero finalmente se decidió. Agarró la comida y volvió a entrar a su habitación. Cerró la puerta con llave y, justo antes de comenzar a degustar la comida, notó que había un papel pegado debajo del plato. Al quitar el papel, se encontró con una nota escrita a mano con un mensaje para ella: "Querida Jessica, lamento mucho no tener el valor de verte a la cara. No me siento capaz de hacerlo, pero espero que pronto pueda verte de frente para disculparme por ser tan cobarde, por no estar junto a ti para apoyarte. Probablemente te sientas bastante confundida y creas que esto es una trampa; no te culpo por ello, pero te prometo que mis intenciones son sinceras. Espero disfrutes de tu almuerzo. Te quiere, J".

Jessica leyó la nota mientras almorzaba, se preguntaba quién podría ser el tal J. Lamentablemente para ella, su padre parecía tener una obsesión con esa letra, pues nombró a todos sus hijos con esa inicial. Tampoco reconocía la letra en la carta. Naturalmente, no era lo bastante cercana a sus hermanos como para conocer sus caligrafías, pero sabía que debía ser alguno de sus hermanos. La pregunta ahora es: ¿Quién?

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