LightReader

Chapter 9 - Regresando a casa

Amelia ayudó a Amy a levantarse y, una vez de pie, la joven de flequillo teñido se presentó.

—Soy Amy Simons, tengo 17 años y soy de Kansas City —dijo Amy mientras evaluaba la expresión de Amelia, buscando algún indicio de trampa o engaño; en lugar de eso, se encontró con una mirada confusa. —¿Qué?

—¿Eso es todo? —le preguntó Amelia.

—Sí —Amy no entendía nada. —¿Acaso quieres una biografía o qué?

—¡No! Es que… bueno… ¿Cómo lo digo?

—No, no formo parte de la Orden de la Luz —aclaró Amy al notar la confusión de Amelia.

—Momento… ¿Qué? —Amelia no cabía en su asombro. —No eres parte de la orden, ¿y por qué me atacaste?

—Para que ustedes no nos ataquen a nosotros —ante esta respuesta, Amelia se frotó las sienes.

—De acuerdo, en primera: no queremos atacarte a ti, ni a nadie que tú conozcas. En segunda: Atacarme solo te pone en la mira de la Orden. Y en tercera: ¿Por qué te atacaría? ¿Qué es lo que pasa?

Fue en ese momento que Amy entendió lo que acababa de hacer: había iniciado una pelea contra una Iluminada; peor aún, había iniciado una pelea contra la elemental de aire, sin ninguna provocación. Encontrarse con Amelia la había hecho actuar de forma imprudente e impulsiva. En su defensa, el miedo por lo que pudieran hacerle a su familia fue un detonante para ella. Sus padres, desde que ella tuvo la edad suficiente para entender la situación, le habían advertido, incluso antes de manifestar sus poderes, que si llegaba a encontrarse con un Iluminado, debía mantener su distancia y, si los Iluminados decidían que ella era inferior y comenzaban a burlarse o insultarla, debía agachar la cabeza y dejarlos reírse sin oponer resistencia.

Para los padres de Amy era obvio que, incluso desde niña, había heredado el espíritu rebelde de su madre y la terquedad de su padre, por lo que solo aceptó cuando le advirtieron que podían llegar a matarlos a todos si se le ocurría protestar o defenderse. No le importaba en lo más mínimo si la mataban a ella; para Amy era mejor morir defendiendo su honor y dignidad que vivir siendo humillada constantemente, pero su familia era una historia totalmente diferente. Solo había tres personas en el mundo por las que daría la vida: sus padres y su novio, justo en ese orden. Por ellos estaba más que dispuesta a soportar humillaciones y malos tratos, pero ahora había metido la pata en grande.

Amelia notó cómo el color se desvanecía del rostro de Amy, volviéndose pálida como un fantasma. El terror en su mirada era palpable. Amy intentó correr, alejarse de Amelia tanto y tan rápido como fuera posible, pero cayó al suelo al sentir un fuerte dolor en su tobillo izquierdo; se lo torció cuando Amelia la derribó hace un momento. Estaba a merced de Amelia, no había salida. La joven peliblanca notó el miedo en Amy, se arrodilló junto a ella y la observó por unos segundos antes de hablar.

—Escucha: no voy a hacerte daño, ¿de acuerdo? —Amelia volvió a ofrecer su mano.

La mirada que la joven de cabello blanco le dedicó a Amy era sincera y, hasta cierto punto, inocente. Se notaba que aún le faltaba madurar; tal vez se debía a que era un año mayor, pero Amy pudo notarlo a primera vista. La chica de flequillo teñido suspiró y acomodó su cabello detrás de su oreja izquierda:

—Soy una Hija Pródiga —dijo finalmente—. Mis padres fueron expulsados de la orden hace 20 años, se establecieron aquí, en Missouri, y luego me tuvieron —Amelia solo dejó a Amy continuar—. Siempre me dijeron que, si le hablaba a alguien sobre mis poderes, los Iluminados vendrían a matarnos.

—Por eso me atacaste —concluyó Amelia; la joven Simons asintió.

—Mis padres no saben nada de esto —Amy miró a Amelia con miedo en sus ojos—. Si vas a matarme, solo te pido que los dejes en paz. A mis padres y a mi novio. Nunca le hablé a Jordan sobre mis poderes.

Amelia sabía muy bien cuáles eran las reglas para situaciones como estas: "Si un Iluminado es atacado por un usuario de elementos que no pertenezca a la Orden de la Luz, se deberá someter al usuario rebelde y ejecutarlo al instante si este presenta una conexión fría. En el caso de presentar una conexión cálida, se debe poner al usuario rebelde en custodia y a la espera de un juicio para determinar su sentencia". Ese era el procedimiento a seguir y, en otras circunstancias, Amelia lo hubiera ejecutado al pie de la letra, pero algo dentro de ella le decía que no. Amy había actuado por miedo; no era diferente a un perro que se lanza a morder cuando es acorralado. Sin embargo, ¿estaría bien hacer una excepción en este caso? "Te ordeno que ignores a Iván y cumplas tu misión de la forma que consideres más conveniente", eso le había dicho Tara. La joven elemental suspiró antes de levantarse y ofrecerle su mano a Amy:

—Levántate —le ordenó. Amy, resignada y sabiendo que su destino estaba sellado, aceptó la mano de Amelia y se levantó con dificultad, sintiendo un dolor agudo en su tobillo. Amelia sirvió de apoyo para Amy, para ayudarla a caminar.

—¿A dónde vamos? —se animó a preguntar la joven Simons.

—A tu casa —respondió Amelia. Amy se quedó en shock por unos segundos al escuchar aquellas palabras—. Por cierto, ¿por dónde queda tu casa? —el tono en el que Amelia hizo la pregunta fue bastante inocente.

Viéndose sin más opción, Amy aceptó la ayuda de Amelia y le dio instrucciones para llegar hasta su casa. En todo el camino, Amy pensó en varias cosas. Para empezar: Amelia era demasiado inocente, tal vez infantil. ¿De qué otra forma se podría explicar que no la hubiera matado en el acto? Sin embargo, Amy estaba agradecida por la ayuda. Luego de media hora de caminar por lugares poco concurridos, llegaron a la casa de la familia Simons. Entraron por la puerta trasera y Amelia dejó a una agotada Amy en el sofá de la sala, solo para después sentarse a su lado. Ambas estaban totalmente agotadas, sudadas y Amelia todavía tenía algo de sangre seca escurriendo de sus fosas nasales. La joven de pelo blanco se tocó la nariz, solo para notar la sangre.

—Carajo, ¿te han dicho que tienes un buen brazo? —preguntó Amelia mientras se limpiaba la sangre. Amy sonrió.

—Sí, más de una vez —dijo la joven Simons—. Gracias por traerme, ahora vete. Si mis padres te ven, se va a armar una buena.

—Claro, ya me voy, solo beberé un poco de agua antes de irme.

—Ya que vas a la cocina, tráeme un poco a mí también; los vasos están en la despensa superior.

Sin embargo, antes de que Amelia pudiera levantarse para ir a la cocina, la puerta principal se abrió y una pareja cruzó el umbral; eran Laura y Matthew Simons, los padres de Amy. Parecían estar teniendo una conversación amena sobre qué cenarían esa noche, hasta que vieron a Amelia y el color abandonó sus rostros. Matthew Simons cerró la puerta con tanta fuerza que fue un milagro que no se saliera de las bisagras. La atención del hombre se enfocó en Amelia; al concentrarse un poco más, sintió una fuerte conexión viniendo de la chica y, por su apariencia, estaba claro que se trataba de la elemental de aire. Lleno de rabia, Matthew absorbió electricidad desde el apagador de la sala y, una vez que su cuerpo quedó envuelto en rayos, saltó sobre Amelia.

La joven ni siquiera pudo reaccionar y, cuando por fin pudo seguir el ritmo de lo que pasaba, ya estaba contra la pared del otro lado de la habitación. Matthew la estaba sujetando del cuello y todo su cuerpo brillaba por los múltiples rayos y chispas que salían de él. Sus ojos reflejaban ira, pero también un miedo profundo; el hombre estaba aterrado, como si hubiera visto un fantasma. Amelia intentó sujetar el brazo del hombre para tratar de pelear, pero recibió una descarga al acercar sus manos. Luego intentó acumular suficiente aire para poder alejar al hombre, pero al observar su abdomen, notó que la mano izquierda del hombre brillaba peligrosamente y estaba apuntando directamente a su corazón. Amelia supo que no podría realizar su maniobra a tiempo.

—Lo preguntaré solo una vez: ¿Cuántos vienen a matarnos? —Amelia no entendía absolutamente nada; el hombre parecía poseído.

—¿Qué? —Matthew apretó el agarre sobre el cuello de Amelia.

—¡No juegues conmigo, niña! —Amelia recibió una descarga cuando Matthew la sacudió—. Sé que Iván te envió y no voy a dejar que mates a mi hija. No le hemos dicho nada a nadie. ¿Por qué nos persiguen? —una bola de fuego pasó frente a Matthew, obligándolo a soltar a Amelia, quien cayó de rodillas al suelo mientras sujetaba su cuello—. ¿Quién…? —Matthew dejó de hablar al ver a su hija sosteniendo un encendedor y apuntando directamente a él. El hombre estaba muy confundido.

—Papá, alto —suplicó su hija. Matthew no entendía por qué su hija defendía a la chica que venía a matarlos—. Ella no está aquí para matarnos, todo es mi culpa: yo inicié una pelea con ella.

—¡¿Qué tú qué?! —esta vez, Laura decidió intervenir.

—De acuerdo, vamos a calmarnos. Creo que las dos tienen mucho que explicar —Laura lanzó una mirada severa a su hija—. Y tú, Matthew, necesitas calmarte.

—¡¿Disculpa?! —Matthew estaba claramente ofendido—. Nuestra hija inició una pelea con una elemental y la trajo a nuestra casa. ¡¿Y me pides que me calme cuando…?! —Matthew dejó de hablar cuando vio a su esposa con el encendedor en la mano mientras lo abría y preparaba una pequeña llama. Matthew tragó saliva—. De acuerdo, ya me calmo —dijo sin más opción.

—Tú —Laura señaló a Amelia—. Ve a la sala con Amy y espera con su padre ahí —la mujer tomó rumbo a la cocina—. Intenten no matarse mientras voy por algo de beber —sentenció la mujer, causando un suspiro de parte de Amelia.

—Creo que no puedo prometerle eso —Amelia le dedicó una mirada de respeto y miedo al padre de Amy—. Mierda, ¿en dónde me metí?

More Chapters