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Chapter 11 - Capítulo 11: Ecos en el Bosque Primordial

El amanecer del octavo día en Gaia encontró al equipo de expedición –Miguel, Daniel, Alejandro, Ana y Javier– adentrándose con cautela en el corazón del **Bosque Susurrante Primordial**. El nombre, sugerido por el Sistema basándose en fragmentos de información del Cristal de Conocimiento, parecía apropiado. Un leve murmullo constante, como millones de susurros ininteligibles, emanaba de las hojas negruzcas de los colosales Árboles Férreos, creando una atmósfera opresiva.

La tala de estos árboles demostró ser un desafío monumental. Sus troncos, con la dureza del metal, apenas se mellaban con las hachas convencionales.

—Esto no funcionará —jadeó Daniel después de media hora de esfuerzo infructuoso contra un solo árbol, su hacha mostrando nuevas muescas—. Necesitaríamos herramientas especializadas o algún tipo de ácido.

Miguel examinó la corteza. —El Sistema mencionó que la madera es densa. Quizás haya puntos más débiles o una técnica específica. Sistema, ¿alguna sugerencia basada en la estructura de los Árboles Férreos?

**[Los Árboles Férreos poseen un núcleo interno ligeramente menos denso. Un corte perimetral profundo seguido de tensión aplicada podría fracturar la estructura externa. Se recomienda el uso de sierras de dos hombres si se pueden improvisar o construir, o múltiples hachas golpeando en secuencia en el mismo punto para crear una muesca profunda.]**

—Sierras no tenemos —dijo Miguel—. Probaremos la técnica de muesca secuencial. Daniel, Javier, concéntrense en un solo punto. Alejandro, Ana, vigilen el perímetro. Este ruido atraerá cosas.

El trabajo fue agotador. Los golpes resonaban en el bosque silencioso, cada uno un esfuerzo hercúleo. Después de casi dos horas, lograron crear una muesca significativa en la base de un árbol de tamaño mediano. Usando cuerdas improvisadas y la fuerza combinada de Daniel y Javier, tiraron con todas sus fuerzas. Con un crujido atronador que pareció sacudir el suelo, el Árbol Férreo comenzó a inclinarse, y luego cayó con un impacto que levantó una nube de hojarasca y tierra.

—¡Uno! —exclamó Javier, exhausto pero triunfante.

Mientras descansaban y evaluaban la madera –efectivamente de una calidad superior a todo lo que habían visto–, Ana, que estaba apostada en una rama elevada, hizo una señal de alerta.

—Movimiento. Múltiples figuras. Humanas, creo. Se acercan desde el este.

Miguel ordenó al equipo tomar posiciones defensivas tras el árbol caído, armas en mano. La cautela era primordial. No sabían si encontrarían más supervivientes de la Tierra o nativos de Gaia, y si estos últimos serían amistosos u hostiles.

Pronto, tres figuras emergieron de la espesura. Eran humanos, sin duda, pero su apariencia era diferente a la del equipo de Carlos. Vestían pieles y cueros endurecidos, sus rostros curtidos por la intemperie y pintados con símbolos extraños. Portaban arcos largos y lanzas con puntas de obsidiana o hueso afilado. Se movían con la gracia silenciosa de depredadores.

El que parecía el líder, un hombre alto con una cicatriz que le cruzaba un ojo, levantó una mano en señal de paz, aunque sus ojos no perdieron ni un ápice de su intensidad.

—Saludos, forasteros —dijo en un idioma que, para sorpresa del equipo, el Sistema tradujo instantáneamente en sus oídos a través de un implante neural sutil que ni siquiera sabían que tenían hasta ese momento. La voz del Sistema también les susurró que podían responder en su idioma y serían traducidos de manera similar.

—Saludos —respondió Miguel, manteniéndose firme pero sin agresividad—. No buscamos problemas.

—Pocos los buscan en el Bosque Susurrante Primordial, pero muchos los encuentran —replicó el cazador, su mirada recorriendo al equipo, sus armas, el árbol caído—. Han talado un Férreo. Hacía muchas estaciones que nadie osaba hacerlo en esta parte del bosque. Son ruidosos.

—Necesitábamos la madera —explicó Daniel, interviniendo con calma—. Nos hemos perdido. Intentamos establecer un refugio.

El cazador entrecerró los ojos. —¿Perdidos? Esta es la periferia del bosque, en la frontera de las tierras del Barón Valerius. No es lugar para perderse fácilmente si se conoce el territorio. ¿De qué clan o reino provienen?

Miguel decidió ser vago pero creíble. —Venimos de muy lejos. Una tormenta terrible nos desvió de nuestro camino. No conocemos esta región. ¿Podrías decirnos dónde nos encontramos exactamente?

El cazador pareció sopesar sus palabras. —Están en el límite norte del **Reino de Aerthos**. El Bosque Susurrante Primordial es vasto, y pocos se aventuran profundamente en su corazón. Se dice que bestias místicas de poder ancestral moran allí, donde ni siquiera los Héroes se atreven a pisar.

Ana, siempre curiosa, preguntó: —¿Héroes? ¿Qué quieres decir?

Otro de los cazadores, una mujer con el cabello trenzado con cuentas de hueso, soltó una risita. —Los forasteros no conocen los Niveles, Kael.

Kael, el líder, la miró brevemente antes de volverse hacia el equipo de Miguel. —Todo ser en Gaia, ya sea guerrero, artesano o hechicero, sigue una senda de poder. Comienza como **Aprendiz**, luego **Novato** en su oficio. Con esfuerzo, se vuelve **Adepto**, y de ahí puede ascender a **Experto**. Más allá están los **Maestros**, y los pocos elegidos alcanzan el rango de **Gran Maestro**. Luego vienen los **Arcontes**, figuras de inmenso poder. Algunos incluso tocan el poder de un **Semidiós**, y las leyendas hablan de **Avatares** que caminan entre mortales. El décimo y último nivel, el pináculo, es el **Sagrado**. Cada uno de estos diez niveles tiene tres sub-niveles: Menor, Medio y Mayor. Alcanzar el nivel Sagrado es convertirse en una leyenda viviente.

La información era abrumadora. Un sistema de niveles tan detallado implicaba una sociedad estructurada en torno al poder y la habilidad.

—Entendemos —dijo Miguel, procesando rápidamente—. Agradecemos la información. ¿Este Reino de Aerthos, es pacífico?

Kael soltó una carcajada amarga. —¿Paz? La paz es un lujo escaso en el continente de **Gloria**. Aerthos está actualmente en guerra con nuestro vecino del oeste, el Reino de Cindar, por una rica veta de mitril en las Montañas Grises. Siempre hay alguna guerra, alguna disputa. Los tres grandes Imperios Humanos –Valoria, Draconia y Solgard– se observan con recelo, mientras el Imperio Demi-Humano de Sylvandell intenta mantener su neutralidad. Al este, más allá de las Estepas Rotas, se dice que el Imperio Orco de Grothnar se fortalece, y en las profundidades del sur, el Imperio Demoníaco de Umbrarum siempre conspira. No olvidemos al Imperio Élfico de Ilthinar en los bosques ancestrales del oeste, y al Imperio Enano de Khaz Modan en las montañas más profundas. Todos luchan por recursos, por poder, por viejas rencillas.

Javier no pudo evitar preguntar: —¿Solo este continente, Gloria? ¿Hay otros?

Los cazadores intercambiaron miradas tensas. —Hay otros dos continentes principales —respondió Kael con voz grave—. **Ignis**, la tierra de fuego y ceniza al oeste lejano, más allá del Mar Hirviente. Y **Zephyria**, el continente de las cumbres y los vientos eternos, al este, cruzando el Océano Nebuloso. Pero no hablamos con ellos. Hace muchas generaciones, un reino de Gloria intentó establecer contacto con gentes de Zephyria. Fueron traicionados. Una horda invasora desembarcó en nuestras costas, trayendo destrucción. Todos los reinos e imperios de Gloria tuvieron que unirse para expulsarlos. Desde entonces, la ley es clara: ningún contacto. Cualquier nave de otro continente que se acerque a nuestras costas es recibida con acero y fuego. Es mejor así. El mundo ya es lo suficientemente peligroso.

La revelación de un mundo tan vasto, complejo y conflictivo dejó al equipo de Miguel en silencio por un momento. Su pequeña base, su lucha por la supervivencia, parecía minúscula en comparación.—Una última pregunta, si me permites —dijo Alejandro, notando la dirección del sol—. ¿Hay alguna costa cerca de aquí? El aire a veces huele a sal.

Kael asintió. —Sí. A unas dos jornadas de marcha hacia el oeste, más allá de las Colinas Susurrantes, encontrarán el Mar Cerúleo. Es una costa peligrosa, llena de acantilados y criaturas marinas, pero también rica en ciertos recursos para quienes se atreven a buscar.

Miguel agradeció a los cazadores. —Su información ha sido muy valiosa. No los retendremos más.

Kael los observó por un momento más. —Tengan cuidado, forasteros. El Bosque Susurrante Primordial no perdona la ignorancia. Y en Aerthos, es mejor no llamar demasiado la atención del Barón Valerius ni de sus recaudadores. Son gente... codiciosa.Con una última inclinación de cabeza, los tres cazadores se desvanecieron en la espesura tan silenciosamente como habían llegado.

El equipo se quedó procesando la avalancha de información.

—Un mundo mucho más grande y complicado de lo que imaginábamos —dijo Daniel finalmente.

—Y mucho más peligroso —añadió Ana—. Imperios, guerras, niveles de poder... Carlos necesita saber todo esto.

Miguel asintió, su rostro serio. —Sí. Pero primero, tenemos una misión que cumplir. Necesitamos esa Madera Resistente Avanzada. Talaremos dos árboles más, lo más rápido y silencioso posible, y luego regresaremos a la base. Esta información cambia muchas cosas para nuestros planes a largo plazo.

El resto del día lo dedicaron a la ardua tarea de talar otros dos Árboles Férreos, trabajando con una nueva urgencia y una mayor conciencia de los peligros que los rodeaban, no solo de las bestias del bosque, sino también del complejo mundo humano que acababan de descubrir. La Base Umbrella, su pequeño bastión de civilización terrestre, ahora se sentía a la vez más aislada y más crucial que nunca.

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