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Chapter 27 - Batalla de afinidades

Rompiendo la tensión como un hueso astillado, se oyó esa voz áspera, como si el mundo se quebrara desde dentro:

—Sello del Mediodía.

La Divinidad del Cardenal descendió, acumulándose y dirigiéndose a su colgante del sol como una cascada espesa de oro líquido. Para ser amplificada y dirigida al suelo, se extendió bajo sus pies en una explosión de luz incandescente, grabando un símbolo solar perfecto que latía con calor sofocante, irradiando oleadas pulsantes que distorsionaban el aire.

El dominio nació de inmediato: un terreno donde cada segundo se convertía en tortura. Cualquier enemigo que pisara ese sello sentiría los músculos endurecerse, la piel coserse desde adentro por un calor que no venía de fuera… sino del alma.

El Cardenal reinaba sobre ese terreno con el poder de su Divinidad del Sol. Su cuerpo, aunque marchito, canalizaba el antiguo resplandor solar, mientras el terreno bajo sus pies se ajustaba gracias a su afinidad espacial, moviendo el símbolo como una serpiente radiante.

El sello no era un muro, no bloqueaba ataques. Era una sentencia de muerte lenta.

Pero Selaris no pensaba ser cocida viva.

Con un tirón, retrajo su brazo izquierdo; su Hilo Eterno se replegó desde el piso hacia su antebrazo, enrollándose en espiral con un zumbido filoso y metálico. La energía a su alrededor titiló con destellos eléctricos, como si el aire mismo ardiera al contacto.

Pequeñas motas de luz empezaron a formarse sobre su piel, palpitando con un brillo blanco azulado —el fuego estelar. Una afinidad rara, peligrosa, que no ardía como el fuego normal: su núcleo era blanco puro, mientras las orillas se desvanecían en un tono azul cielo incandescente.

—Pespunte Radiante.

Pisando fuerte, avanzó con decisión, lanzando el brazo hacia el frente. El hilo salió disparado como una lanza viva. El sonido fue como el desgarro de una garganta abierta: agudo, desesperado, hiriente. En el trayecto, se encendió con llamas estelares intermitentes —brillos cortantes de luz blanca azulada—, creando líneas de fuego puro que surcaron el aire como costuras en un velo celestial.

Un ataque tanto para empalar como para dividir el espacio. Forzaba la evasión.

El Cardenal lo hizo sin pensarlo. Ya había activado su Sello, ahora solo tenía que aguantar hasta que sus enemigos fueran calcinados vivos.

Pero esto era una cacería. Entonces, con su voz putrefacta, inició su siguiente técnica:

—Paso Imposible.

Desapareció en un parpadeo. El espacio se torció con un chasquido de aire comprimido —una distorsión palpable, producto de su afinidad espacial— y, en menos de un segundo, su figura volvió a surgir justo al lado de Selaris, como una sombra deformada que se encajaba en la realidad. Su boca se abrió en una mueca grotesca.

Le escupió en la cara.

—¡Tch!

La saliva mezclada con sangre caliente le golpeó el rostro como una blasfemia ardiente.

Un instante después, la pierna del Cardenal —envuelta en jirones de carne y tela, expuesta, con músculos tensos como cuerdas húmedas— se alzó en un arco violento, buscando incrustarse en el estómago de Selaris como un látigo brutal.

Pero ella ya se había movido.

Un desplazamiento de pies, básico pero limpio, la sacó del ángulo directo. Y usando su afinidad, evaporó la sangre que la cegaba con una chispa que ardía en ese mismo tono blanco en el centro, azul cielo en los bordes. La sangre chisporroteó al contacto, desintegrándose en motas ígneas.

Apresurando el paso, lanzó su propio golpe: un gancho directo al mentón del Cardenal. Simple. Letal.

Él intentó esquivarlo, pero su pierna derecha seguía siendo un peso muerto.

Con un crujido grotesco, el puño de Selaris conectó. El impacto hizo temblar el cuello del Cardenal como un madero quebrado.

Pero él, sabiendo que no podía esquivar, aprovechó el impulso y giró con fuerza, lanzando su brazo izquierdo —terminado en un muñón óseo— hacia el brazo extendido de Selaris. La lanza improvisada de hueso se clavó profundamente.

Selaris siseó de dolor, los dientes apretados, pero no se detuvo. Ya estaba retrayendo su Hilo Eterno, como un depredador que nunca deja de respirar. Sabía que había sido impulsiva al lanzarlo al principio, pero las cosas ya estaban hechas.

Con un rugido contenido, lanzó una patada recta que conectó directo en el abdomen del Cardenal.

Otro sonido grotesco. Como ramas secas quebrándose. Se notó que rompió varias costillas.

Pero antes de poder seguir con su siguiente movimiento, notó la mirada intensa del único ojo del Cardenal.

No pudo evitar mirarlo.

Algo de lo que se arrepintió de inmediato.

El Cardenal usó:

—Mirada del Cenit.

Su único ojo funcional ardió con luz solar pura, canalizando nuevamente su Divinidad del Sol. Al cruzar mirada con él, Selaris sintió cómo el mundo se congelaba. El calor espiritual, no físico, se filtró en su pecho como si una verdad antigua le fuera revelada.

Quedó paralizada por un instante.

Y el Cardenal, aprovechando esa apertura, lanzó su siguiente técnica.

—Fragmento Solar.

Formó una esfera del tamaño de una nuez, brillante como un núcleo solar en miniatura, rebosante de divinidad solar. No podía tocarse sin provocar quemaduras graves. La lanzó como proyectil.

El efecto de la Mirada del Cénit desapareció, pero el impacto fue inevitable.

Selaris lo recibió con el puño cerrado. Interpuso su brazo, que fue atravesado por la explosión. Un crujido seco. Los músculos vibrando por la tensión.

Y con una explosión enceguecedora, su visión fue interrumpida.

El Hilo Eterno, independiente de la situación, retrocedió como un látigo que vuelve a su amo, enrollándose otra vez. Las brasas blancas azuladas chispeaban en espiral a su alrededor.

El Cardenal retrocedió dos pasos, tambaleante. La respiración entrecortada, las sienes palpitando. Sangre brotaba de su nariz. El Paso Imposible había cobrado su precio.

Pero no se detuvo.

Alzó su brazo derecho y, con un corte cruzado en el aire, rasgó la realidad:

—Corte de Gravedad.

Un surco invisible surgió en diagonal. No hubo sonido, ni luz, solo una presencia densa, un colapso de gravedad que partía el espacio mismo. Como si una cuchilla sin forma se deslizara entre dimensiones.

Selaris, aún un poco aturdida por el ataque anterior, reaccionó… tarde.

El corte alcanzó su costado. Un chorro de sangre surgió. El dolor fue agudo, profundo, una línea que buscaba atravesarla completamente.

Pero no llegó a hacerlo.

—Círculo de Hematoma Solar.

El Hilo Eterno se desplegó como una espiral defensiva alrededor de su cuerpo, encendido ahora con fuego estelar. Cada hebra brillaba con un fulgor blanco azulado, palpitante —blanco en el núcleo, azul cielo en sus bordes, como el resplandor de una estrella moribunda.

Cuando el Corte de Gravedad lo tocó, las hebras quedaron marcadas con luz blanca.

Y un segundo después… explotaron.

Una cadena de microexplosiones estalló a lo largo del corte, distorsionando el aire, haciendo temblar el suelo. Una nube espesa de polvo y humo cubrió el campo mientras ambas figuras eran lanzadas en direcciones opuestas por la onda expansiva.

Selaris rodó contra el suelo, el Hilo Estelar aún chisporroteando a su alrededor, liberando motas ígneas que danzaban como luciérnagas de otro mundo. El Cardenal cayó de espaldas, su respiración más rota que nunca. Escupió sangre. Intentó levantarse, pero su rodilla crujió al cargarle peso.

Se quedó quieto un segundo. Jadeando. Su pecho subía y bajaba con dificultad.

<<...Con ese corte... siempre ganaba.>>

Pero no hoy.

No con ese cuerpo corroído.

No con la muerte rozándole el cuello.

Miró a Selaris. La veía firme, dolorida, pero ya poniéndose de pie, con el fuego blanco azulado iluminando su silueta como si hubiera nacido para arder sin consumirse.

Su venganza… se le escapaba entre los dedos.

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