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Chapter 13 - Capítulo 12

[Eiren]

El camino hacia la casa rodante de Garren me resultaba extraño. No era como las casas normales del pueblo, con sus paredes firmes y sus techos inclinados; aquello era una mole de madera reforzada con hierro, con ruedas tan grandes como yo, y adornada con runas medio borradas en las esquinas. Mientras la miraba de frente pensé: ¿cómo demonios mueve este monstruo de madera?

La respuesta me llegó en forma de un resoplido grave. Al rodearla escuché el ruido de correas y el crujido de cuero tensándose, y allí estaban: unas bestias de carga enormes, con el lomo cubierto de un pelaje grueso y cuernos retorcidos como ramas. Estaban tumbadas, rumiando tranquilas como si arrastrar una casa entera fuera lo más normal del mundo.

Negué con la cabeza, incrédulo.

—Claro… ¿qué otra cosa podía ser? —murmuré antes de volver al frente y armarme de valor para tocar la puerta.

Golpeé un par de veces con los nudillos.

El chirrido de bisagras me respondió casi de inmediato, y ahí estaba Garren, con su barba revuelta y un chaleco de cuero que parecía haber visto demasiadas batallas.

—¡Mira nada más! —exclamó con una sonrisa ancha—. El hijo adoptivo más famoso del pueblo ya anda caminando. Es bueno verte fuera de esa cama.

Antes de que pudiera contestar, me agarró por el hombro y me acercó, dándome un golpecito en la frente con la palma áspera de su mano.

—Mhm… ya no estás frío. —Me apretó después el brazo y el costado como si me estuviera inspeccionando—. Sí, definitivamente mejor que toda esa asquerosa semana que pasaste hecho un cadáver dormido.

Tragué saliva, incómodo.

—Bueno, sí… me siento mejor. Todavía un poco adolorido, pero nada grave.

Él se cruzó de brazos, arqueando una ceja.

—Muy bien, muy bien. Entonces dime, ¿qué ocupa de mí el nuevo mago de hielo? ¿Qué necesita del gran Garren?

Me rasqué la nuca, algo nervioso.

—Un libro. O… cualquier cosa que tengas que me ayude a entender qué hacer con mi magia. No importa qué tipo sea, quiero aprender a controlarla. La última vez… salió sola, y por desesperación.

—Ajá… —dijo él, rascándose la barba con un aire pensativo.

—Keny ya me dio un cuaderno con apuntes de su propia magia —agregué—. Aunque la suya es de fuego, no de hielo.

Garren soltó una carcajada ronca.

—¡Claro que sí! Keny siempre tan metida en todo. No me sorprende que ya intentara darte deberes.

Retrocedió un paso y abrió más la puerta, apartándose con un gesto exagerado.

—Pues pasa, pasa. En esta mansión ambulante hay de todo un poco. Quizá encuentre algo que te sirva… o quizá no, pero te aseguro que al menos te divertirás revisando el caos.

Entré con cautela, cruzando el umbral. Dentro, la casa rodante parecía mucho más grande de lo que uno esperaría desde afuera. Había estanterías torcidas llenas de libros, cofres apilados, mapas clavados en las paredes con cuchillos, y frascos con líquidos de colores que burbujeaban por sí solos.

—¿Cómo… cómo puedes vivir en este desastre? —pregunté sin poder evitarlo.

—¡Con estilo, muchacho! —contestó, dejando escapar otra carcajada mientras se internaba entre montones de objetos—. Ahora dime, ¿quieres que empiece a buscar algo que hable de hielo, o prefieres un libro más general de magia elemental para no ahogarte en tecnicismos desde el inicio?

—Cualquiera me sirve, siempre que me dé alguna idea de cómo empezar.

—Perfecto. —Me señaló con un dedo, como si acabara de descubrir algo importante—. Entonces estás en el lugar correcto. Prepárate, Eiren, porque si alguien en este maldito pueblo tiene algo raro escondido… ese soy yo.

Me crucé de brazos, respirando hondo.

—Solo espero que no intentes cobrarme por cada página.

—¡Cobrarte! —exclamó fingiendo indignación, llevándose una mano al pecho—. ¿Cómo crees? Tú salvaste el pellejo de muchos en este pueblo. Para ti, los libros son gratis. Ahora… si quieres una espada encantada o una piedra de teleportación, eso ya es otra historia.

Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír.

Garren comenzó a moverse entre sus estantes y montones como un loco en su propio reino de caos. Sus botas hacían crujir tablones, levantaba cofres, abría cajones, sacaba libros llenos de polvo, los hojeaba un par de segundos y luego los lanzaba sobre la mesa sin cuidado alguno.

—Veamos, veamos… —murmuraba mientras tarareaba una melodía desafinada—. "Tratados de bestias del sur"… no, eso no. "Romances de una dama y un dragón"… eh, ese lo guardo. "Guía práctica de alquimia explosiva"… demasiado para ti.

—¿Alquimia explosiva? —pregunté con desconfianza.

—Sí, un libro excelente. —Me miró de reojo con una sonrisa—. Lo leí una vez y terminé sin cejas una semana. Muy educativo.

Negué con la cabeza.

—Definitivamente no quiero eso.

Garren siguió escarbando hasta que se perdió detrás de una torre de cajas. Lo escuché maldecir, toser por el polvo y soltar un par de golpes contra algo que se había atascado. Finalmente, emergió triunfante, con un libro entre sus manos. Era grueso, con tapas de cuero endurecido y un broche de metal que apenas sostenía las páginas en su sitio.

—¡Aquí está! —anunció como si acabara de sacar un tesoro—. "Fundamentos de la Manipulación Elemental".

Me lo extendió, y lo tomé con cuidado. Las páginas estaban amarillentas, y al abrirlo noté símbolos grabados, esquemas de círculos mágicos y párrafos que parecían más notas personales que un manual.

—¿Esto… de dónde lo sacaste? —pregunté.

—De un viaje al Este. Lo encontré en un monasterio abandonado. Estaba bajo una piedra, casi devorado por la humedad. Pero aún sirve. —Se encogió de hombros—. No es un libro exclusivo de hielo, pero sí habla de los principios comunes: canalizar mana, estabilizar, proyectar. Todo eso que ahora mismo no tienes ni idea de cómo se hace.

Pasé mis dedos por los símbolos en tinta desvaída.

—Esto… esto es justo lo que necesito.

Garren me palmeó la espalda con fuerza, casi tirándome hacia adelante.

—¡Eso pensé! Aunque te advierto: los libros son buenos, pero nada reemplaza la práctica. Te congelarás los dedos más de una vez antes de aprender a usarlos sin matarte de frío.

—Muy alentador… —murmuré.

—Oh, y otra cosa. —Se inclinó hacia mí, bajando la voz—. No creas que porque no hay magos en este pueblo, no hay quien sepa de magia. A veces los viajeros dejan más que historias y monedas. Busca. Pregunta. Y no descartes que yo mismo te pueda dar algún consejo práctico cuando regrese, ¿eh?

—¿Consejo práctico? ¿Como no leer alquimia explosiva? —repliqué con ironía.

Se echó a reír, dándome otro manotazo en el hombro.

—Exacto. Y como no enfriar la comida de todos solo porque estornudaste. Créeme, conozco a uno que hacía eso.

Cerré el libro con cuidado, sujetándolo contra mi pecho.

—Gracias, Garren. De verdad. No sé cómo voy a devolverte esto.

—Devuélvemelo aprendiendo. —Me miró con seriedad por primera vez, sin la sonrisa habitual—. Si vas a cargar con ese poder, no lo hagas a medias.

Sus palabras me dejaron un peso en el pecho, pero asentí con firmeza.

—Lo intentaré.

Él volvió a sonreír, aunque con un aire más tranquilo.

—Eso quería oír. Ahora anda, antes de que tu madre venga a reclamarme por tenerte aquí respirando polvo.

Salí de la casa rodante con el libro en brazos, y el aire fresco me golpeó el rostro como un recordatorio de que aún me quedaba mucho por aprender.

El peso de la mochila de cuero sobre mi hombro se sentía extraño, no incómodo, sino… significativo. Dentro llevaba los apuntes personales de Keny, los frascos estabilizadores, las hierbas con sus recetas y ahora el libro que Garren me había confiado. A mi espalda, colgaba la espada que ella también me había entregado, envainada en una funda sencilla. No podía evitar pensar que en cuestión de un par de días había pasado de no tener nada a cargar con objetos que parecían marcar un destino que aún no entendía.

El aire olía a tierra húmeda. Aún había charcos por las calles de piedra, recuerdo de la lluvia de anteayer. Tuve que saltar uno para no empapar mis botas.

Un grupo de niños corría persiguiéndose, lanzando piedritas que fingían ser flechas. Al verme, se detuvieron de golpe y me saludaron con manos llenas de barro.

—¡Eiren! —gritó uno de ellos, sonriendo de oreja a oreja—. ¡Ya caminas como antes!

—Eso parece —respondí con una media sonrisa, levantando la mano en un saludo breve.

—¡Cuando crezca yo también quiero magia de hielo! —gritó otro, antes de volver a correr.

No supe si reír o sentir el peso de sus palabras. Sus risas se alejaron mientras seguía mi camino.

Finalmente llegué a casa. La puerta estaba entreabierta y adentro todo estaba en silencio. El calor familiar no estaba allí; solo quedaba el eco de la rutina interrumpida. Dejé la mochila en la mesa y me quité la espada con cuidado, apoyándola contra la pared.

Suspiré, mirando alrededor.

Claro, todos están en el almacén. Tendrán trabajo para rato.

El silencio se volvió cómodo por un instante. Caminé hasta la ventana y vi a lo lejos el humo de las reparaciones y el movimiento de la gente del pueblo. Luego regresé a la mesa, abrí la mochila y saqué el libro de Garren. Lo puse frente a mí, junto a la carta de Keny y sus apuntes.

Me quedé observando todo. Era como si de repente el destino se hubiera puesto sobre la mesa de mi casa: una carta que podía abrirme la puerta a un futuro incierto, los apuntes de alguien que creía en mí más de lo que yo mismo lo hacía, y un libro olvidado en un monasterio que quizás guardaba las respuestas que necesitaba.

Apreté los puños y respiré hondo.

—Bueno… supongo que ya no hay marcha atrás.

Me acomodé en la silla y abrí el libro con cuidado. El cuero crujió, como si no hubiera sido tocado en años. Las primeras páginas eran notas desordenadas de un escriba obsesivo: diagramas de círculos mágicos, flechas indicando el flujo del mana, advertencias escritas en tinta roja.

Leí en voz baja:

—"Todo poder elemental proviene de la respiración del alma. Controla tu aliento, controla tu mana."

Pasé la página. Había ejercicios básicos: sentir el flujo interior, proyectarlo hacia las palmas, mantenerlo estable sin dejar que se disperse. Algo tan simple en teoría, pero que en mi caso sonaba como intentar atrapar el viento con las manos.

Apoyé los codos sobre la mesa, respiré hondo y cerré los ojos. Seguí las instrucciones: inhalar lento, imaginar el manantial dentro de mí, exhalar dejando que ese flujo se extendiera hasta mis dedos.

Al principio, nada. Solo el latido en mis sienes.

Insistí. Una, dos, tres veces. Y entonces lo sentí: un cosquilleo helado subiendo desde el pecho hasta mis brazos. Abrí los ojos justo cuando un vapor blanco escapó de mis labios, como si la habitación se hubiera vuelto invierno en un suspiro.

Miré mis manos: pequeñas hebras de escarcha se formaban entre mis dedos, tan frágiles que se deshicieron al instante.

Me incliné hacia atrás, sorprendido.

—Funcionó… aunque sea un poco.

La emoción me recorrió como fuego, irónico, tratándose de hielo. Intenté otra vez, con más concentración. Esta vez, la escarcha fue más clara, un cristalino pequeño que creció en mi palma antes de resquebrajarse y caer en trozos diminutos sobre la mesa.

El corazón me golpeaba fuerte en el pecho.

—Si sigo practicando… quizás pueda controlar esto de verdad.

Miré los trozos de hielo sobre la mesa y luego al libro abierto, como si fueran evidencia de un crimen. Sacudí la cabeza, recogí las páginas con cuidado y cerré el volumen.

—No, no… si voy a seguir probando mejor afuera. Si llego a congelar la mesa, mamá me mata.

Me levanté y caminé hacia la parte trasera de la casa. El patio estaba tranquilo, apenas con unas tablas apoyadas en una esquina y el viejo pozo cubierto por una tapa de piedra. El aire fresco me recibió con un soplo ligero, y por un instante sentí que la brisa me hablaba en el mismo idioma que el hielo dentro de mí.

Me senté en uno de los bancos de madera, cruzando las piernas para meter los pies bajo mí. Apoyé los codos sobre las rodillas, abrí otra vez el libro y lo dejé descansar sobre mi regazo.

Pasé la mano por la primera sección con cuidado, como si las páginas fueran más frágiles que el cristal que había creado hacía un momento.

—No te apures… —me repetí a mí mismo en voz baja—. Si esto tiene que entrar en mi cabeza, será poco a poco.

El libro no era corto. Tenía muchas hojas llenas de símbolos, diagramas de posturas, descripciones de cómo el mana circula por los "caminos internos" del cuerpo, advertencias sobre los riesgos de forzarlo demasiado.

Leí con calma, línea por línea, asegurándome de no saltarme nada. Había notas que hablaban del "punto de equilibrio", del lugar donde el mana se concentra naturalmente antes de proyectarse. Había ejemplos con fuego, viento y agua, pero cada explicación tenía un trasfondo común: disciplina y paciencia.

Respiré hondo. Cerré los ojos un momento y volví a intentarlo, siguiendo las instrucciones tal como las describía el texto, sin apurarme. El cosquilleo regresó a mis manos, más estable esta vez. Cuando abrí los ojos, una fina capa de escarcha cubría la superficie del banco bajo mí, extendiéndose lentamente como un dibujo delicado.

—Mejor… mucho mejor —susurré, sonriendo sin querer.

El sol de la mañana se reflejaba en el hielo, y por un instante tuve la sensación de que no todo en mi pasado era oscuridad.

Pasé varias páginas más, hasta que un título torcido llamó mi atención:

"Hechizo de Prueba de Bajo Nivel"

Fruncí el ceño. Por fin algo más concreto. Me incliné hacia adelante y comencé a leer.

—"Localiza el centro de tu flujo vital y… condénsalo en la periferia del segundo canal"… ¿eh? —murmuré en voz baja.

Pasé la línea con el dedo, volví atrás, y releí.

—Segundo canal… ¿cuál demonios es el primero, entonces?

Moví la pierna, incómodo. El texto seguía con frases aún más enredadas:

—"Siente la expansión de tu mana como agua que se convierte en viento, pero no lo confundas con viento que se convierte en agua…" —me detuve, parpadeando incrédulo—. ¿Qué se supone que significa eso?

Me rasqué la cabeza, tratando de no perder la paciencia.

—¿Cómo puede ser agua que se convierte en viento, pero no viento en agua? ¡Eso es lo mismo, pero al revés!

Apreté el libro entre mis manos y seguí leyendo:

—"Mantén el flujo estable en los tres nodos secundarios mientras interrumpes el nodo principal, evitando la dispersión en el cuarto nodo"…

—¡Ya basta! —exclamé, dejándome caer de espaldas en el banco. Miré al cielo despejado, respirando hondo—. ¿Tres nodos? ¿Cuatro? ¿Dónde está el mapa de esos nodos? ¿Por qué no hay dibujos?

Volví a incorporarme, murmurando para mí:

—Tranquilo, Eiren, cálmate… es un hechizo de prueba, un ejercicio para principiantes… debe ser sencillo, ¿no?

Cerré los ojos, intentando seguir lo que había entendido. Inhalé, exhalé, busqué el cosquilleo helado en mi interior. Imaginé que se movía como agua, luego como viento, como decía el texto.

La sensación comenzó a crecer, pero apenas traté de "interrumpir el nodo principal" como decía la página, todo se dispersó de golpe. Un escalofrío me recorrió el cuerpo y la escarcha bajo mis pies se partió como vidrio quebrado.

—¡Ugh! —solté con frustración, sacudiendo las manos.

Abrí los ojos y miré alrededor: no había nada, ni rastro de hechizo. Solo mi respiración agitada y la madera húmeda del banco.

—Genial. Ni siquiera logré hacer… lo que fuera que esto debía ser.

Volví al libro, señalando las líneas con rabia contenida.

—"Siente el flujo como viento"… "no como viento"… ¡Decídanse! ¡Esto es imposible!

Me dejé caer hacia adelante, sosteniendo la cabeza entre mis manos.

—¿Así es como se siente ser un idiota total? Porque creo que lo estoy logrando.

Volteé a mirar el libro otra vez, como si esperara que las letras se reacomodaran solas. Pero seguían allí, burlándose de mí con su jerga incomprensible.

—Está bien, está bien —dije, suspirando—. Quizás el error no es mío… tal vez el idiota fue el que escribió esto.

Aun así, pasé la página, esperando que hubiera alguna nota más clara, algún ejemplo sencillo, un dibujo… algo.

Lo único que encontré fue otra frase enredada:

—"Recuerda siempre que el flujo no es flujo, sino quietud en movimiento".

Solté una carcajada amarga.

—Quietud en movimiento… claro, muy lógico. Perfecto.

Cerré el libro con un golpe y lo dejé en la banca a mi lado.

—Definitivamente no voy a lograr este "hechizo de prueba". Ni en mil intentos.

El viento sopló, y las páginas se agitaron solas, como si el libro se riera de mí.

Eché el cuerpo hacia atrás en la banca y miré al cielo, el libro todavía abierto a mi lado.

—Bah… esto es pura charlatanería —bufé, dando un golpecito con el dedo en la página—. "Nodos", "segundo canal", "quietud en movimiento"… ¡ja!

Me pasé una mano por la cara, medio riéndome, medio molesto.

—Ni siquiera sé si algo de esto existe. Nunca lo escuché de nadie… y claro, tampoco hay un solo mago en este pueblo para preguntarle si es verdad o solo un montón de palabras bonitas para sonar sabio.

Cogí el libro de nuevo, hojeando al azar. Más de lo mismo: frases enredadas, metáforas extrañas, instrucciones imposibles de seguir.

—Seguro el que escribió esto se estaba riendo de quien lo leyera. "Veamos cuántos ilusos intentan mover el mana como agua que no es agua".

Sacudí la cabeza, soltando una risa incrédula.

—Si le digo esto a alguien del pueblo, seguro me dicen que es sabiduría ancestral… pero como no hay magos aquí, nadie puede refutarlo ni confirmarlo. ¡Ni siquiera Keny explicó algo así!

Golpeé el borde del banco con la palma de la mano.

—Maldita sea, ¿y si todo esto es basura inútil? ¿Y si estoy perdiendo el tiempo?

Me quedé un rato en silencio, observando cómo un par de hojas secas se mecían por el suelo del patio. El aire olía a madera húmeda.

—Aunque… —murmuré, cruzando los brazos— si Garren me lo dio, tiene que tener algo de valor. No parece el tipo que guarde porquerías sin sentido… ¿o sí?

Pasé otra página, solo para encontrarme con una advertencia en letras más grandes:

"Si el aprendiz no logra comprender estas bases, jamás controlará la verdadera magia."

Me quedé mirándolo un buen rato, con una mezcla de rabia y desafío en el pecho.

—Perfecto. Según esto, ya estoy condenado… porque no entendí nada.

Me llevé las manos al cabello, apretando los puños.

—¡Argh! ¡Qué estupidez!

Me levanté de golpe, cerrando el libro con fuerza.

—Si alguien viniera y me dijera que esto es verdad, todavía podría discutirle… pero como aquí no hay nadie que sepa, ¡no hay forma de saber si es conocimiento real o pura invención!

Suspiré y me volví a sentar pesadamente en el banco, dejando el libro a un lado.

—Estoy solo contra un montón de letras que podrían significar todo… o absolutamente nada.

Me incliné sobre el libro otra vez, apretando la mandíbula.

—Bien, pedazo de papel, veamos si logras humillarme de nuevo.

Leí en voz baja, casi murmurando:

—"Respira como si el aire recorriera venas ocultas"… sí, claro, venas invisibles… "guía el flujo a la palma de tu mano como agua en un cuenco". Bah.

Puse la palma hacia arriba, cerrando los ojos.

—"Agua en un cuenco", ¿eh? Bueno, si me mojo la mano con mi propio sudor ya cuenta.

Traté de imaginar esa corriente que el texto describía, pero solo sentí el aire frío del patio en mi piel. Nada más.

—Esto es ridículo —gruñí, volviendo a leer el párrafo—. "La quietud se vuelve movimiento y el movimiento se vuelve quietud." ¿Qué demonios significa eso?

Apreté los dientes, frustrado, y volví a cerrar los ojos.

—Está bien. Quietud. Movimiento. Quietud… ¡lo que sea!

De pronto, una sensación familiar —incómoda, como un tirón interno en el pecho— recorrió mis brazos. Me heló los huesos y erizó mi piel.

—¿Eh? ¿Qué… qué demonios?

Antes de darme cuenta, un chasquido seco resonó frente a mí. Un bloque de escarcha, irregular y puntiagudo, se formó sobre la palma extendida. El frío me mordió la piel con tanta fuerza que solté un grito.

—¡Ahhh! ¡Maldición!

La masa de hielo cayó al suelo y se quebró en pedazos contra las piedras del patio. El aire alrededor se volvió brumoso, con un vapor blanco que me rodeó.

Me quedé respirando agitado, mirando mis manos.

—No… no puede ser.

Las froté con fuerza, sintiendo todavía esa punzada gélida en las venas.

—¡No lo hice como decía el libro! ¡Ni siquiera entendí las instrucciones!

Me levanté de golpe, casi tambaleando.

—¿Entonces cómo…?

Pasé una mano por mi cara, temblando.

—Fue la misma sensación que en el almacén… esa desesperación… ese vacío en el estómago. Pero esta vez no había bestia, no había nada.

Pateé los restos de hielo, enojado.

—¡Esto no tiene sentido! ¡No sé cómo lo hice! ¡Maldita sea!

Golpeé el banco con el puño cerrado, apretando los dientes.

—Mi cuerpo se mueve solo, mi magia sale como un desastre… ¿y mi cabeza? Mi cabeza no entiende nada. ¡Nada!

Me miré otra vez las manos, con el aliento saliendo como humo en el aire frío.

—Conozco esta sensación… sé que la conozco. Pero… ¿de dónde? ¿Por qué?

Me dejé caer sentado otra vez, con el libro en las rodillas, mirándolo con rabia.

—No lo entiendo. No lo entiendo y me está volviendo loco.

El silencio del patio me envolvió. Solo el viento, el crujir de la madera y mi respiración agitada.

—Si sigo así… terminaré congelando todo este lugar. Y ni siquiera sabré cómo lo hice.

Cerré el libro con un golpe seco y lo dejé a un lado en el banco.

—Si leer no me sirve, entonces tendré que recordar… —murmuré para mí mismo, hundiendo el rostro entre mis manos.

Me acomodé, respirando hondo, cerrando los ojos. Dejé que el silencio del patio se metiera bajo mi piel.

—Fue en el almacén… Joren estaba acorralado, la bestia me miraba como si ya me hubiera ganado. No pensé en nada, solo en salvarlo.

Apreté los dientes, bajando la voz a un susurro.

—Lo sentí como aire alrededor de mí… invisible, pero real. Empujando, presionando contra mi piel.

Mis manos se cerraron en puños sobre las rodillas, temblando un poco.

—El mana estaba en todas partes… en el suelo, en el aire, hasta en el maldito monstruo que quería matarme. Pero dentro de mí… dentro de mí era un río que se salía de su cauce.

Tragué saliva, abriendo lentamente mi mano derecha, extendiendo la palma.

—Mi pecho… mi brazo… fue como si algo helado me atravesara entero. Una corriente que erizaba cada vello de mi piel.

El recuerdo me hizo estremecer. Sin darme cuenta, mis dedos se tensaron, como garras.

—El aire… cambió de temperatura. Lo sentí entonces, y lo estoy sintiendo ahora.

Respiré hondo, y solté el aire con un vapor blanco que se escapó de mis labios.

—Primero fresco… luego gélido.

La piel de mi brazo comenzó a entumecerse, una delgada capa de escarcha recorriendo desde el hombro hasta la mano.

—Así era. Exactamente así.

Mi voz salió quebrada, más para convencerme que para afirmarlo.

—No es imaginación… no lo estoy inventando. Esto… esto siempre estuvo aquí.

Abrí el brazo al frente, con la palma hacia afuera. Luego extendí también la izquierda, ambas juntas, como si quisiera apartar algo invisible que me bloqueaba el paso.

—Cuando estuve frente a la bestia, sentí que no podía perder. Que si perdía, Joren… —mi voz se cortó, y tragué saliva otra vez—. No había opción. Y esa desesperación me hizo mover.

El aire en torno a mis brazos vibraba, o al menos yo lo sentía así. Una densidad rara, incómoda, cargada de electricidad.

—Ahora… ahora no hay monstruo. Pero… ¿y si…?

Cerré con fuerza los ojos, apretando los dientes.

—Vamos… ¡haz lo mismo! ¡Muévete como entonces!

Un estremecimiento me atravesó el pecho, helado y punzante. Las manos me ardían de frío, aunque sabía que ardor y hielo no deberían mezclarse.

—¡Sí! ¡Es eso! —jadeé, el aliento cada vez más blanco.

—Se está acumulando… se está acumulando aquí…

Sentí la energía en las palmas, una presión que casi dolía, como si el aire mismo se volviera sólido entre mis dedos.

—¡Lo tengo! —grité, aunque aún no sabía qué "tenía" exactamente.

La corriente helada me envolvía, y mi piel, cubierta por finas grietas de escarcha, parecía ajena, como si no fuera mía.

—Un poco más… —susurré, extendiendo ambos brazos al frente, las palmas abiertas y enfrentadas—. Solo un poco más…

El silencio se rompió por el crujido del hielo formándose. No abrí los ojos. Tenía miedo de lo que vería.

—Lo mismo… que aquella vez. Pero ahora… yo lo estoy llamando.

Me quedé ahí, temblando, con las manos tensas, mientras sentía esa energía crecer y crecer, como una represa a punto de romperse.

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