LUCÍA.
La cena terminó, y aunque todos parecían estar más tranquilos, aún se sentía una cierta tensión en el aire. Leonardo había regresado a su habitación, posiblemente para descansar después de todo lo que había pasado hoy. Yo me quedé un momento observando la puerta de su habitación, preguntándome si estaba realmente bien o si, en su silencio, estaba sumido en pensamientos oscuros, recuerdos que no podía sacar de su mente. No había manera de saberlo.
Mi madre, y mi padre, se habían quedado en el comedor conmigo y mis hermanas, en un intento de procesar toda la información que habíamos aprendido en las últimas horas. Fue Paula quien rompió el silencio, y, como siempre, fue directa y curiosa.
—¿A eso se referían con que le debían un favor a Leonardo? —preguntó, mientras miraba a mi madre y a mí con una expresión de incertidumbre. —¿Porque te salvo en el hospital?
Tomé una respiración profunda antes de hablar. Aunque mis padres ya lo sabían todo, sentí que debía explicarles a mis hermanas lo que había sucedido de la manera más clara posible. No iba a ser fácil para ellas entenderlo, pero lo que estaba en juego era más grande que nuestras diferencias.
—Sí —dije, mirando a Paula primero, luego a las otras chicas. —A eso me refiero. Fue gracias a que Leonardo salvó mi vida, y la de muchos más, que decidí traerlo aquí.
Hice una pausa, buscando las palabras adecuadas para continuar.
—Cuando el hospital fue atacado, él estaba allí, y aunque todos los demás trataban de protegernos, fue él quien hizo lo que nadie más se atrevió a hacer. Estuvo en la línea del frente, luchando, mientras yo... estaba atrapada. No sé cómo habría terminado todo sin él.
Mi voz se quebró un poco, y aunque traté de no mostrarlo, mi mente volvía a esa noche caótica, a ese hospital destruido. Leonardo había sido el que me había arrastrado fuera del fuego, el que me había puesto a salvo.
—Y fue entonces cuando decidí traerlo aquí, con nosotros —continué, mirando a mis padres. —Sabía que iba a ser complicado, pero en ese momento no tenía otra opción.
Paula me observaba en silencio, procesando todo lo que le estaba diciendo. Mi madre, estaba callada, pero sus ojos mostraban una mezcla de comprensión y preocupación. Papá, por su parte, parecía reflexionar sobre todo lo que había escuchado.
—Además —agregué—, el hecho de que el primo Marcus sea un Mayor y papá sea médico militar nos dio una ventaja. Podíamos hacer que Leonardo fuera considerado un civil herido, no un soldado o un mercenario, como en realidad es. De esa forma, podríamos asegurar su seguridad sin que tuviera que ser tratado como un prisionero o estar bajo custodia del gobierno.
El silencio se apoderó de la mesa por un momento. Mis hermanas parecían digerir las palabras lentamente, y por un segundo sentí que el peso de la decisión de traerlo aquí caía sobre mí. Si bien sabía que había hecho lo correcto, la incertidumbre seguía rondando, especialmente porque, a pesar de todo lo que había hecho, Leonardo seguía siendo un enigma para todos nosotros.
Papá, como siempre, fue el primero en hablar, su tono tranquilo y firme.
—No fue una decisión fácil, lo sé. Pero ahora está aquí, bajo nuestra protección, y lo importante es que esté a salvo y recibiendo los cuidados que necesita.
Mi madre asintió, pero antes de que pudiera decir algo, Paula rompió el silencio de nuevo.
—¿Y qué pasa con él después? ¿Qué hará una vez que se recupere completamente?
Miré hacia la puerta de la habitación de Leonardo, pensando en la respuesta que no sabía si estaba lista para dar. Sabía que su futuro no sería fácil, pero también entendía que este no era su hogar para siempre.
—Él ya les dijo que después de que se recupere, planea ir a California —respondí, manteniendo la voz baja. —Y allí, entregará lo que tiene que entregar. Después... desaparecerá de nuevo. Así es su vida, siempre lo ha sido.
La conversación había vuelto a tomar un tono serio cuando Ana, siempre tan directa, comentó con incredulidad:
—Ocho años siendo mercenario... desde los diez años. Maldición. Esas son vidas de terapia psiquiátrica. —Hizo una pausa, su rostro reflejando la gravedad de lo que acababa de decir. —Espera... ¿Fue buena idea llevar a Leonardo al centro comercial?
Mi mente automáticamente saltó hacia hace unas horas. El centro comercial había sido nuestra primera salida fuera de la casa, y aunque al principio había estado preocupado, Leonardo no mostró demasiada resistencia. Estaba claro que había sido una situación difícil para él, pero también lo había manejado mejor de lo que imaginé.
—Sí, lo tomó bien —respondí después de un rato, buscando mis palabras. —Dijo que fue difícil, pero también dijo que estuvo bien.
Las chicas me miraban, algunas con inquietud, otras con comprensión. Sofía, siempre tan analítica, no tardó en hacer su propia pregunta.
—¿De verdad crees que él podrá irse así, nada más? Ya sea que encuentre a su familia o no... ¿tú crees que se irá sin más?
Me quedé en silencio un momento, observando la mesa. No sabía la respuesta, pero lo que sí sabía era que la vida de Leonardo era algo que nadie podía entender completamente. Un chico que había crecido en un mundo de guerra, que había sido arrancado de su niñez y obligado a sobrevivir en un entorno cruel. No podía esperar que simplemente dejara todo atrás y se adaptara a una vida normal, no después de todo lo que había vivido.
—No lo sé —respondí, mi voz suave. —Solo sé que no quiere crear lazos con nadie. Ni siquiera conmigo cuando recién nos conocimos hace dos meses. Es mucho que asimilar para él, y si hay algo que lo haga dejar esa vida, espero que lo encuentre.
Mi mente vagó hacia esas noches de conversaciones breves con Leonardo, donde parecía estar constantemente luchando contra sus propios demonios. Sabía que, de alguna forma, el haber crecido en medio de tanta violencia lo había marcado de manera irreparable.
—Su infancia fue, literalmente, vivir entre guerras y muertes. Eso no es vida.
Las palabras se me escaparon sin pensar, pero en cuanto las dije, supe que eran ciertas. Ninguna persona debería haber tenido que pasar por lo que él había vivido. Y al mismo tiempo, sentí una punzada en el pecho, porque sabía que, aunque tratara de ayudarlo, no podía cambiar lo que había experimentado.
Mi padre, no tardó en intervenir. Siempre había sido más pragmático y directo, y en este momento no iba a ser la excepción.
—Eso es vida para Leonardo —dijo en voz baja, su tono reflexivo. —Y si él decide irse, no puedes hacer nada, Lucía. Lo que estás viendo es que, en lugar de él depender de ti, lo que estás creando es dependencia hacia él. Y eso no es sano para ninguno de los dos.
Sus palabras fueron como un jarro de agua fría. No había considerado eso de manera tan directa antes, y aunque lo entendía, no quería aceptarlo. Estaba claro que mi necesidad de ayudarlo, de cuidar de él, estaba creciendo. Tal vez demasiado rápido.
—Tal vez hay algo más... algo más que el chico siente, algo más allá de la ayuda. Quizás no se trata solo de querer salvarlo, sino de que, de alguna forma, hay sentimientos involucrados. Y con esa diferencia de edad, ya sabes... —mi padre dejó la frase incompleta, pero el significado estaba claro. —Tú, con 26, y él con 18. Eso podría ser destructivo para ti, Lucía.
Mis ojos se fijaron en él, mientras esas palabras se repetían en mi mente. Sentía que todo lo que había hecho hasta ahora, todas las decisiones que había tomado, se desmoronaban ante una verdad que no quería enfrentar. ¿Y si mi propia dependencia hacia él era la que me estaba cegando?
Mi padre continuó.
—Tu vida como médico, la de Leonardo como mercenario... son mundos totalmente diferentes. Tú has vivido aquí, en una vida protegida, dentro de un entorno que, aunque complicado, es estructurado. Él... su vida ha sido un caos constante. ¿De verdad puedes esperar que él se ajuste a algo que nunca ha conocido?
Un silencio pesado se apoderó de la mesa. Mi mente estaba llena de preguntas, de incertidumbres. Quizás mi padre tenía razón. Quizás todo lo que estaba haciendo no era ayudar a Leonardo, sino más bien, aferrarme a una idea de lo que podía ser. Un futuro que tal vez nunca podría existir.
No sabía cómo responder a eso, cómo seguir adelante sin poner en peligro lo que había comenzado entre nosotros. Lo único que sabía con certeza era que no podía dejarlo ir. No aún. No cuando aún había una posibilidad de que, de alguna manera, encontrara algo más allá de su vida de guerra y muerte.
Pero también entendía que, si él decidía irse, no podría hacer nada para detenerlo.
La pregunta de Ana me sorprendió un poco, pero también me hizo pensar. Su tono era genuino, pero la preocupación en su voz era evidente.
—¿De verdad te gusta? —preguntó con una leve sonrisa, pero también con la mirada fija en mí, como si estuviera buscando respuestas más allá de lo que estaba diciendo. —Porque esto está muy torcido, no de la mala manera, sino que... es confuso todo esto.
Mis palabras salieron casi instintivamente.
—No, no es lo que crees. No es una atracción ni un amor, si eso es lo que estás preguntando.
Pero, como siempre, mi madre interrumpió antes de que pudiera terminar mi pensamiento. Isabel, tan perceptiva y sabia, siempre sabía cómo ver a través de las capas superficiales que a veces nos ponemos sin querer. Su mirada se suavizó mientras hablaba.
—Eso puede que tú lo creas, Lucía —dijo, mientras me miraba con una mezcla de comprensión y una pizca de preocupación.
—Pero tú y yo sabemos que, aunque digas que no hay sentimientos románticos de por medio, hay algo más. Leonardo y tú interactuaron antes del ataque, y también te salvó durante el asalto al hospital. Usó su cuerpo para protegerte, recibió un disparo por ti, y esas cosas despiertan algo en el interior de una persona.
Hizo una pausa, asegurándose de que todas escucháramos.
—Esas experiencias, esas vivencias, crean un vínculo. Añádele las semanas en las que él estuvo en coma y tú lo cuidaste. Para ti, todo eso tiene que haber sido una forma de ayuda, ¿verdad? Pero puede que, en realidad, sea algo más. Esos momentos generan sentimientos que la mente trata de cubrir con otras cosas. Lo sabes, Lucía.
Una parte de mí sabía que lo que decía era cierto. No solo por lo que había sucedido, sino también por lo que sentía al estar cerca de él. Pero no quería aceptarlo, no quería admitir que todo lo que había vivido con Leonardo no solo había sido por pura compasión. Hubo algo más. Algo sutil, que tal vez solo yo podía entender.
Mi madre continuó, su tono grave, pero lleno de sabiduría.
—Y él sabe bien lo que puede pasar si se crea dependencia, por eso estuvo recluido durante años, haciendo trabajos solo como mercenario. Él ha estado solo, cuidándose a sí mismo, porque sabe que cualquier relación o vínculo puede convertirse en una cadena.
Respiré hondo, mirando a mis hermanas y luego a mi madre. No era fácil aceptar todo lo que ella decía, pero me era imposible ignorarlo.
—El chico sabe perfectamente lo que puede suceder. Es por eso que ha estado tan reacio a formar lazos con cualquier persona. No quería saber nada de su familia, porque tal vez no tenga una, o tal vez no los recuerda. Cuando dice que no recuerda nada de su familia, ni si tuvo padres o hermanos, ni siquiera si alguien lo reportó como desaparecido... es porque su mente ha bloqueado todo eso, porque no puede cargar con todo lo que conlleva.
Cada palabra que decía mi madre resonaba en mi interior. Sentía un nudo en la garganta, porque, aunque intentaba mantenerme fuerte, sabía que estaba creando algo que tal vez no debía. Pero también entendía el dolor detrás de sus palabras.
Todo lo que había hecho por Leonardo, no solo por su vida, sino por lo que representaba para mí, se veía completamente distinto desde su perspectiva.
—Tal vez... —dijo mi madre, su voz más suave, como si meditara sobre sus propias palabras. —Tal vez, llevar ese collar a la familia de Luis sea lo que realmente le dé un cierre, y al mismo tiempo, un inicio para su propia vida. Quizás lo ayude a cerrar ese ciclo de dolor y vacío, y a dejar atrás esos ocho años. Quizás, al hacerlo, pueda dejar esa vida de guerra y muerte que lo ha perseguido todo este tiempo.
Una sensación extraña se apoderó de mí. Sabía que mi madre tenía razón, pero no podía evitar sentir que ese vínculo, esa cercanía con Leonardo, se estaba volviendo cada vez más profunda. ¿Sería eso lo que él necesitaba? ¿Un cierre, una oportunidad para empezar de nuevo?
Me quedé en silencio, mirando el espacio vacío frente a mí, sin saber qué pensar. Pero sentí algo dentro de mí, una pequeña chispa de esperanza. Quizás, al final, la vida de Leonardo no tenía por qué seguir siendo un ciclo interminable de dolor y sufrimiento.
Tal vez, solo tal vez, lo que él necesitaba no era una forma de amor tradicional, sino un cierre de su propio pasado. Y quizás, yo estaba aquí para ayudarlo a encontrarlo.
La risa de Paula rompió la tensión del momento, y por un instante me sentí aliviada. Paula, con su sentido del humor, siempre sabía cómo aliviar el ambiente, aunque su comentario me hizo pensar un poco.
—Ocho años, el 18 y tú 26... Ocho años como mercenario. A 18 súmale 8 y da 26, esto es una señal del universo —dijo, riendo mientras nos miraba a todas, como si estuviera intentando hacer más ligera la situación.
No pude evitar soltar una pequeña risa, aunque sabía que la situación no era tan simple. Pero, al menos, el humor de Paula me había hecho ver la coincidencia. O tal vez, solo tal vez, todo esto tenía un propósito, aunque no pudiera entenderlo del todo.
Sofía, que siempre se había mostrado más seria en momentos como estos, miró a mamá y papá antes de hablar. El tono de su voz era firme, pero también reconociendo la situación.
—Mucha gente dice que la edad es una barrera imaginaria —dijo, mirando a mamá y papá. —Mira a mamá y a papá, se llevan nueve años y están juntos. Papá siendo el más viejo, y mamá la joven y bonita. Quizá haya un futuro o una desgracia para ustedes dos —añadió, lanzando una mirada cómplice a mi madre.
El comentario de Sofía dejó un aire de incertidumbre en la sala, pero también una especie de reflexión silenciosa. Miré a mis padres, quienes sonrieron, sabiendo que el comentario de Sofía estaba cargado de más verdad de la que aparentaba. Ellos, con su relación, eran prueba viviente de que el amor no entiende de edades.
Aun así, lo que Sofía había dicho me hizo pensar. ¿Era esa la verdadera pregunta? ¿Un futuro, o una desgracia? Leonardo y yo, con nuestras vidas tan diferentes, tan marcadas por las cicatrices de lo que habíamos vivido, ¿podríamos encontrar algo que valiera la pena en medio de tanto caos? Mi vida no había sido fácil, pero la suya había sido aún más dura. Tal vez nuestra conexión no fuera tan ilógica, no tan fuera de lugar, como algunas personas podrían pensar.
Aunque, no me engañaba, sabía que las cosas entre nosotros no serían simples. No solo por las diferencias de edad, sino por todo lo que él había vivido, por todo lo que aún le quedaba por sanar. Quizá, incluso, ya no pensara en tener algo "normal" en su vida. ¿Y yo? ¿Sería capaz de dejar que ese lazo que lentamente estaba formándose entre nosotros creciera, o me alejaría para protegerme?
Paula, viendo que el tono había quedado más serio nuevamente, trató de aligerar el ambiente con una sonrisa.
—Bueno, lo único que sé es que el universo tiene una forma muy extraña de decirnos las cosas. —dijo, guiñando un ojo.
El comentario provocó una pequeña risa de todas, y por un momento, la tensión se desvaneció. Pero en mi mente seguía la misma pregunta, aquella que no me dejaba en paz: ¿cómo manejaría mi corazón lo que estaba empezando a sentir por Leonardo? ¿Sería capaz de aceptarlo a él, a su vida, o lo vería como una tragedia que no valía la pena?