LightReader

Chapter 36 - Capitulo 35

SELENE.

El sonido del disparo resonó a través del campo de batalla, seguido de un susurro de estática proveniente del comunicador dañado. A mi lado, Cherry no dejaba de disparar, acabando con otro miembro de I.F.L.O. que intentaba levantarse del suelo. Estaba agotada, mis manos temblaban un poco debido a la tensión, pero sabía que tenía que estar concentrada. No podía fallar ahora.

El comunicador que había estado en mi mano ya estaba prácticamente inutilizado por un disparo anterior, pero aún podía escuchar algo de lo que se decía del otro lado. La voz de Hexa, esa voz que se mantenía fría y firme incluso en medio del caos, se filtraba a través del maldito ruido del transmisor.

—En esta base de I.F.L.O. no hay registros de alguna misión o encargo relacionado con Leto, —dijo Hexa, como si no le importara que todo alrededor se estuviera desmoronando. —Parece que después del fracaso de la misión para eliminar a Leto en el hospital del Sudeste hace dos meses, I.F.L.O. suspendió cualquier intento. No hay nada más.

Mis entrañas se retorcieron al escuchar esas palabras. Leto... lo habíamos perdido. Pero, escuchar que había sobrevivido a todo eso... era un alivio, aunque a la vez una maldita tortura.

—¿Nada? —Preguntó Iván desde su propia transmisión, claramente frustrado, pero igual de decidido que siempre. —¿Ni un solo indicio de su paradero?

Hexa hizo una pausa, lo suficiente para que su respuesta calara hondo en todos nosotros. —No, no hay ninguna pista sobre su paradero. Según la información de I.F.L.O., la última ubicación conocida fue en el Sudeste, pero después de eso, se desvaneció del mapa. Puede estar en cualquier parte del mundo.

Mis ojos se estrecharon, mi respiración se aceleró, y sentí la presión en mi pecho. Leto estaba perdido de nuevo. Pero lo que Hexa dijo a continuación hizo que el dolor en mi pecho se intensificara aún más.

—Había soldados voluntarios de todo el mundo en ese hospital: rusos, austriacos, coreanos, mexicanos, italianos, franceses, estadounidenses... cualquiera de ellos que luchó junto a Leto pudo habérselo llevado. Podría estar con alguien que lo protege, o alguien que quiere sacarle información. No sabemos qué pasó exactamente. Pero V.I.D.A. no lo abandonará. Él es nuestro, nuestro Leto.

Me detuve por un segundo, mirando a Cherry, quien había dejado de disparar y ahora me observaba, como si entendiera mi angustia. Nosotros lo criamos, lo entrenamos, lo amamos. Leto era más que un miembro de V.I.D.A.; era un hermano, un hijo. Todos nos habíamos prometido protegerlo.

—Si Leto está vivo, lo encontraremos,— continuó Hexa, su tono sin cambios, inquebrantable. —Destruiremos cada maldita base de I.F.L.O. si es necesario. Buscaremos en la red, en cada rincón donde podamos encontrar algo que nos lleve a él. No importa cuántas veces fallen, no importa lo que I.F.L.O. decida. Leto es nuestro, y lo traeremos de vuelta.

Mi garganta se cerró. Sabía lo que eso significaba. Sabía que todo esto nunca acabaría hasta que lo encontráramos. Pero al mismo tiempo, algo dentro de mí no quería que él regresara a este mundo de armas y muerte, a este círculo vicioso de guerra que lo había atrapado desde que era un niño.

A pesar de todo, me sentí atrapada entre el deseo de encontrarlo, de traerlo de vuelta, y el miedo de que, al hacerlo, lo condenáramos aún más.

—Y si I.F.L.O. vuelve a intentar matarlo, lo hará de una manera mucho más silenciosa, sin hacer ruido, —dijo Hexa, casi como si ya lo esperara. —Pero si Leto está en alguna parte, lo encontraremos. Y no nos detendremos.

Me quedé en silencio. Miré a Cherry, que ahora parecía más calmado que antes, aunque los ojos de todos reflejaban la misma furia. Después de todo lo que habíamos pasado, de todo lo que habíamos perdido, de lo que habíamos hecho para protegerlo, no íbamos a dejar que I.F.L.O. se saliera con la suya.

Nos quedamos allí, en la mitad de la batalla, con el cuerpo de otro enemigo aún tibio en el suelo y la promesa de no descansar hasta que Leto estuviera de vuelta con nosotros.

Pero, por dentro, algo me decía que esa promesa nos iba a costar más de lo que estábamos dispuestos a pagar.

Tomé el comunicador de Cherry con manos firmes, sintiendo el peso de cada palabra que estaba a punto de pronunciar. La estática apenas me permitió escuchar con claridad, pero al final la voz de Hexa atravesó el zumbido del transmisor.

—Hexa,— dije con voz dura, buscando el tono que siempre manteníamos en este tipo de situaciones. —¿Dónde están Stitch, April, Jackal, Dante y Silva? Necesito saber qué están haciendo, y si han encontrado algo.

Hubo una breve pausa, como si Hexa estuviera verificando la información en su dispositivo antes de responder. Finalmente, su voz, fría y profesional, llegó clara a través del comunicador.

—Stitch está en la base de operaciones en África, rastreando la red de I.F.L.O. en busca de cualquier filtración sobre Leto. Nada concreto hasta ahora,— explicó Hexa. —April está en Europa, buscando en las conexiones de I.F.L.O. con los grupos del este. Tampoco ha encontrado nada relevante. Jackal está en Asia, trabajando con inteligencia local para interceptar comunicaciones de I.F.L.O. Ningún rastro de Leto. Dante se encuentra en Sudamérica, moviéndose en áreas cercanas a las antiguas operaciones de I.F.L.O. en la región, pero igualmente sin resultados. Silva está en el Medio Oriente, en un punto de contacto con posibles aliados que podrían tener información, pero hasta ahora no ha encontrado nada.

Mis ojos se entrecerraron mientras absorbía la información. Cada uno de nuestros soldados estaba desplegado en diferentes puntos del mundo, buscando cualquier pista, cualquier rastro que pudiera llevarnos a Leto, pero la respuesta seguía siendo la misma: nada.

—Y los otros soldados de V.I.D.A.? —Pregunté, sintiendo cómo la desesperación comenzaba a apoderarse de mi voz, aunque me esforzaba por mantener el control. —¿Están rastreando alguna otra línea de investigación ?

—Sí,— respondió Hexa, sin dudar. —Estamos cubriendo todas las bases, y se están rastreando las conexiones de I.F.L.O. globalmente, desde el sudeste asiático hasta América del Norte. Sin embargo, según los reportes más recientes, no hay indicios claros de que Leto haya sido encontrado o trasladado por alguien.

La frustración me recorrió como una ola, pero la necesidad de mantener la calma y seguir en pie por Leto, por todo lo que representaba para V.I.D.A., era más fuerte. El silencio llenó la transmisión por un momento, y me quedé allí, sintiendo el peso de las palabras que acababa de escuchar.

—Gracias, Hexa,— dije finalmente, forzando una tranquilidad que no sentía. —Manténganse alerta. No vamos a dejar que esto se convierta en una misión fallida.

La respuesta de Hexa llegó rápida, con la misma determinación que siempre mostraba. —Lo sé, Selene. Nosotros tampoco.

Dejé el comunicador de lado y miré a Cherry. Sabíamos que las horas, los días y las semanas pasarían, y Leto seguiría siendo un fantasma entre nosotros, una sombra que nunca dejamos de buscar.

—Sigamos,— dije en voz baja, sabiendo que todo lo que podíamos hacer era seguir adelante, aunque el camino no estuviera claro y el destino de Leto estuviera envuelto en sombras. —No descansaremos hasta encontrarlo.

Y aunque las probabilidades estaban en nuestra contra, sabía que nada nos detendría. Leto aún era nuestro, y no lo dejaríamos ir tan fácilmente.

**

LEOANRDO.

Mi respiración era irregular, mis músculos ardían, y la constante punzada en mi pie izquierdo me recordaba lo mucho que aún no me había recuperado del disparo, pero no me detenía. No podía hacerlo. Cada golpe que intercambiaba con Marcos me sacaba un gruñido de dolor, pero la adrenalina mantenía mi cuerpo en movimiento, aunque las cicatrices en mi torso, piernas, y espalda me recordaran lo que había pasado.

Marcos no era cualquier militar, y aunque su tamaño me jugaba en contra, sabía que podía usar mi agilidad a mi favor. No era grande como él, pero eso me permitía moverme más rápido, más impredecible. Y en el combate cuerpo a cuerpo, a veces la rapidez era más importante que la fuerza bruta.

Me esquivé por milésima vez, sintiendo la quemazón en mi pierna izquierda cuando el pie apenas tocó el suelo. Mi respiración se aceleró, pero no dejé que eso me detuviera. —Vamos, Leo— murmuró Marcos, mientras sus ojos observaban cada uno de mis movimientos. —No sé cómo lo haces. Con todo lo que has pasado, sigues siendo un maldito animal.

Me sentí extraño al escuchar sus palabras, no porque no supiera que era un buen luchador, sino porque nunca me había detenido a pensar en lo que había hecho durante estos ocho años. Ser un 'mercenario' me había obligado a mantenerme siempre en pie, a aprender a pelear hasta el último aliento, a no rendirme ni cuando el cuerpo decía que ya no podía más.

Me lancé hacia él, aprovechando un pequeño descuido en su defensa. Mi brazo derecho chocó contra su pecho, aunque el impacto no fue suficiente para desequilibrarlo. A pesar de su tamaño, Marcos sabía defenderse. No lo subestimaba, pero a veces las sorpresas jugaban a mi favor. Sin embargo, enseguida sentí una punzada aguda en mi abdomen cuando su codo me golpeó con precisión en la zona donde me habían disparado días atrás.

Solté un respiro entrecortado, pero no me caí. —Te lo dije —dijo Marcos, riendo mientras me observaba. —Eres una maldita máquina, Leo. No me sorprende que hayas sobrevivido como mercenario tanto tiempo. Sabes cómo moverte.

—No importa cuántas veces me golpees, Marcos— dije, respirando entrecortadamente. —No voy a parar. No hasta que lo logremos.

Marcos asintió, su mirada un poco más seria que antes. —Lo sé, Leo. Lo sé. Eres un hijo de puta duro. Pero eso está bien. Eso es lo que necesitamos.

Me alejé un poco para recuperar el aliento, mientras observaba la cicatriz en mi muñeca. Me recordaba a todo lo que había dejado atrás. No quería pensar demasiado en lo que significaba ser parte de V.I.D.A., en todo lo que había sufrido, en el hecho de que nunca dejaría de ser un mercenario, incluso si mi lealtad ahora estaba con ellos.

—Vamos, ¿qué dices? —dijo Marcos con una sonrisa burlona, sin dejar de estar alerta. —Aún no has terminado, ¿verdad?

Mi respuesta fue un gruñido, seguido de un movimiento rápido hacia él. No iba a darme por vencido. Nunca lo haría.

Ambos seguíamos intercambiando golpes y esquivando, el sonido de nuestros cuerpos chocando resonaba en el aire. Marcos, con su tamaño y fuerza, intentaba dominarme, pero mi rapidez me mantenía fuera de su alcance la mayor parte del tiempo. Cada movimiento estaba lleno de tensión, mis pies apenas tocando el suelo por el dolor, pero sin detenerme. Los golpes al torso, a la cabeza, a los brazos; no había tregua.

Un golpe de Marcos me alcanzó en el costado, haciendo que el aire se me escapara de los pulmones. Sin embargo, me impulsé hacia atrás, esquivando un gancho y respondiendo con un puñetazo directo a su abdomen. El intercambio fue rápido, preciso. Mis músculos ardían, pero no podía permitirme descansar. No aún.

Entonces, escuchamos la voz firme de Armando. "¡Hasta aquí!" gritó, y la orden hizo que ambos nos detuviéramos en seco.

Marcos se quedó inmóvil por un momento, mirando mi cuerpo herido, y luego se agachó para poner las manos en sus rodillas, respirando pesadamente. Yo, en cambio, caí de rodillas, completamente agotado, con el cuerpo tembloroso por el esfuerzo.

El dolor en mi pie izquierdo se disparó, y aunque mis heridas estaban cerradas, el peso de la fatiga se hacía más fuerte que cualquier otro malestar.

Armando, de pie al lado, observaba la escena con atención. —Una hora completa, chicos, —dijo, su voz llena de autoridad, pero también de cierta preocupación. —Es suficiente. Leo, tu cuerpo necesita descansar antes de seguir moviéndote de esa manera, aunque sé que eres duro. No puedes seguir así sin darle un respiro.

Marcos se acercó a mí mientras me levantaba lentamente, su expresión aún seria. —No solo eres bueno con todo tipo de armas de fuego, —dijo, mirando mi cuerpo agotado. —También eres impresionante en combate cuerpo a cuerpo. Eso es un logro excepcional, Leo. Si fueras parte del ejército, con tu habilidad y resistencia, tendrías un cargo bastante alto a tus 18 años.

Las palabras de Marcos me hicieron sonreír de manera cansada, mientras me sentaba en el suelo, intentando recuperar el aliento. No estaba acostumbrado a recibir ese tipo de halagos, pero se sentía bien.

Justo cuando mi respiración comenzaba a estabilizarse, escuché el sonido de unos pasos que se acercaban al gimnasio. Isabel, la madre de Lucía, apareció en la entrada, mirando la escena con una leve sonrisa en el rostro. Su presencia era inconfundible, y aunque la sonrisa era cálida, sus ojos denotaban una mezcla de preocupación y una ligera diversión al ver el estado en el que me encontraba.

—Vengan, entren a la casa, la cena de Navidad estará lista en un rato —dijo, con voz firme, pero suave al mismo tiempo.

Marcos se levantó, estirándose y mirando a su tía. Yo apenas podía moverme, pero me levanté lentamente, mis músculos quejándose por el esfuerzo. Isabel me miró de arriba a abajo, sus ojos recorriendo mis heridas, y se acercó a mí.

—Espero que no se haya abierto ninguna herida —dijo, con un tono que no dejaba lugar a discusión. Luego, al ver mi expresión, añadió—: Porque no voy a estar atendiendo tus heridas cada rato, ¿entendido?

Le sonreí de forma cansada, levantando una mano como señal de que estaba bien.

—No te preocupes, está todo bien, ninguna herida abierta.

Isabel asintió, satisfecha con mi respuesta, pero antes de irse, me lanzó una última mirada mientras se dirigía hacia la puerta.

—Te espero en un rato para comer, querido yerno —dijo con una sonrisa que me hizo sentir como si ya fuera parte de la familia, aunque apenas estaba comenzando a adaptarme a todo esto.

Armando y Alejandro también se fueron en dirección a la casa, dejándome un breve —descanse un poco— como último consejo antes de irse.

Me quedé allí, solo un momento más, respirando profundamente. El entrenamiento había sido intenso y, aunque me dolía cada centímetro de mi cuerpo, las palabras de Armando y de Isabel resonaron en mi cabeza. Había algo en este lugar que me hacía sentir que, tal vez, después de todo lo que había vivido, aún podía encontrar algo que valiera la pena.

Antes de levantarme, escuché unos pasos suaves acercándose. Miré hacia la entrada y vi a Lucía, quien me observaba con una expresión preocupada. Su rostro, siempre tan sereno, se vio marcado por una pequeña arruga de preocupación al verme de esa manera.

—¿Estás bien? —preguntó con suavidad, acercándose hacia mí mientras tomaba una toalla de la mesa y comenzaba a secarme el sudor del rostro.

La sensación de la toalla en mi piel me hizo relajarme un poco, el simple gesto de cuidado me hacía sentir un tanto más en casa, aunque aún no estaba acostumbrado a la cercanía.

—Sí... —respondí entre respiraciones cortas, dejando escapar un suspiro de dolor—. Solo adolorido por los golpes. Pero no te preocupes, es todo parte del entrenamiento.

Lucía sonrió suavemente, pero había una ligera preocupación en sus ojos. No podía evitar notar cómo me miraba con una mezcla de cariño y algo más, como si intentara comprender el trasfondo de cada herida, cada movimiento que hacía.

De repente, algo me hizo sonreír, aunque el dolor en mi cuerpo no lo permitía del todo.

—Tu madre no se cansa de llamarme "yerno", cuando apenas ayer oficializamos nuestra relación —le dije, bromeando, pero con un tono que no podía esconder la ligera incomodidad que sentía por cómo había tomado todo esto. Aunque el gesto de Isabel había sido amable, aún no me sentía totalmente parte de la familia.

Lucía soltó una risa suave, como si la idea también la sorprendiera un poco, pero sin dejar de mirarme con ternura. Al ver su risa, sentí una extraña calidez, algo que hacía tiempo no experimentaba. Aunque todo esto parecía un mundo nuevo para mí, no era tan malo después de todo.

—Ya te acostumbrarás —dijo, terminando de secarme el rostro y dándome una mirada que transmitía tanto amor como complicidad—. Mi madre no cambia, y sabes que te tiene cariño. Aunque lo diga de una manera tan... peculiar.

Asentí con una pequeña sonrisa, notando cómo, a pesar de lo difícil de la situación, había algo en este lugar, en estos momentos con ella, que me daba una sensación extraña de paz.

Lucía se acercó a mí con una mirada suave, y antes de que pudiera decir algo más, me sorprendió al inclinarse hacia mí y besarme con delicadeza. Fue un beso corto, pero lleno de cariño, un gesto tan sencillo y sincero que sentí que mi corazón latía más fuerte por ello.

—Te amo —murmuró contra mis labios, y aunque ya lo había escuchado tantas veces, sentí que esta vez lo decía con un amor tan real y profundo que no pude evitar sonreír.

—Yo también te amo —respondí, dejándome llevar por el momento, riendo levemente.

Lucía sonrió, y su mirada se suavizó aún más.

—Dímelo de nuevo —dijo, casi como un susurro, mientras se acomodaba cerca de mí, sin apartar sus ojos de los míos.

No pude evitar reír un poco, porque sabía que lo decía en parte para asegurarse de que no era un sueño. Así que, sin pensarlo mucho, le respondí:

—Te amo, Lucía.

Y al verla sonreír de esa forma tan radiante, sin que me pidiera más, repetí:

—Te amo.

La felicidad en su rostro fue tan evidente que me hizo sentir como si fuéramos dos adolescentes otra vez, aunque la diferencia de edad entre nosotros era considerable. Ella tenía 26, yo 18, pero en esos momentos, parecía que esa diferencia desaparecía.

—Siento que tengo 16 otra vez —dijo entre risas, tocándose el rostro como si tratara de contener una sonrisa más grande, y luego suspiró—. Aunque tengo 26, nunca me había sentido tan... feliz. Como una adolescente, pero con la seguridad de ser adulta, ¿sabes?

Me sentí afortunado de escuchar esas palabras, de saber que, aunque todo esto parecía un poco loco, para ella era algo genuino y verdadero.

—Paula nunca pierde la oportunidad de hacer comentarios sobre la noche completa que tuvimos ayer —continuó, ahora con una expresión más juguetona, aunque no tan escondida—. Y bueno, el ruido que hicimos…

Mis mejillas se sonrojaron ligeramente al recordar la noche anterior, y me eché a reír, sin poder evitarlo.

—Eso… eso sí fue algo. —Dije, sintiendo un poco de vergüenza por el recuerdo, aunque la verdad es que me sentía satisfecho de ver cómo le había afectado de una forma tan positiva.

Lucía se rió, y luego, en un tono más bajo y cómplice, añadió:

—Creo que la próxima vez tendremos que ser un poco más silenciosos. O Paula nos va a matar con sus bromas.

Al escucharla decir eso, una sonrisa se escapó de mis labios, y no pude evitar bromear:

—Próxima vez, ¿eh? Parece que lo esperas con ansias.

Lucía me miró con una sonrisa traviesa y una mirada juguetona, luego asintió con firmeza.

—Por supuesto que lo espero —dijo, su tono confiado—. Nunca me había sentido así, mucho menos tan adolorida después de tanta intensidad.

Me reí al escucharla, sin poder evitarlo. Sabía que estaba exagerando un poco, pero la forma en que lo decía, con tanto entusiasmo, me hizo sentir aún más conectado con ella, como si el mundo que estábamos construyendo fuera real y sólido.

—Vaya, parece que estás hablando como una adolescente hormonal en celo —le respondí, sonriendo ampliamente mientras la miraba.

Lucía me miró sorprendida por un momento, pero luego su rostro se tornó serio con un toque de diversión. Sin pensarlo, me dio un golpe en el hombro, tan ligero como fuerte, y me miró de reojo.

—¡Eso no se dice! —dijo, molesta pero riendo a la vez—. Es porque estoy cerca de mis 30s y mi ovulación me vuelve loca, así como lo haces tú.

Me quedé en silencio un momento, viendo cómo sus mejillas se sonrojaban, como si realmente estuviera disfrutando de la broma, pero también sintiendo la seriedad de sus palabras. La imagen de ella, a punto de llegar a los 30, me hizo pensar que, a pesar de todo lo que hemos vivido, nuestras diferencias, nuestras edades, y nuestras historias pasadas, había algo en este momento que nos unía más que cualquier otra cosa.

—¿Tu ovulación te vuelve loca, eh? —dije entre risas, mirándola con complicidad—. Bueno, si eso es lo que te pone así, creo que tendré que tener más cuidado la próxima vez.

Lucía me lanzó una mirada fulminante, pero no pude evitar sonreír ante lo que acababa de decir.

—¡No me hagas reír más! —respondió, como si se sintiera un poco avergonzada por cómo nos reíamos de la situación. Pero, al mismo tiempo, su risa era contagiante.

En ese momento, todo parecía tan perfecto, tan fuera de lugar y tan correcto a la vez.

—¡Oh por Dios! —se escuchó una voz femenina al otro lado de la puerta, seguida de una risita traviesa—. ¿Sobrinos, escuchaste eso? ¡Habló de ovulación como si fuera lo más normal del mundo!

—Lucía está ansiosa por quedar embarazada de Leo —añadió otra, entre carcajadas contenidas—. ¡Y eso que apenas llevan un día de novios oficialmente!

—¡No te creo! ¿Y si ya está embarazada? —susurró una más, con tono de exagerado pánico fingido—. ¡Mamá va a ser abuela antes del próximo Año Nuevo!

Lucía cerró los ojos con fuerza, mientras su rostro se tornaba rojo. La toalla cayó de su mano, sus labios se apretaron y en un movimiento rápido y furioso, agarró la botella de agua que tenía cerca y la lanzó directo hacia la puerta del gimnasio con toda su fuerza.

—¡¡Lárguense de ahí, par de entrometidas!! —gritó, con un tono mezcla de vergüenza y rabia.

Se escuchó un golpe seco, seguido de un pequeño chillido y las risas ahogadas de las chicas corriendo por el pasillo. El eco de sus pasos alejándose fue lo único que quedó tras el impacto.

—¡¿Qué están haciendo espiando?! ¡No tienen nada mejor que hacer o qué?! —añadió Lucía, caminando unos pasos hacia la puerta con los puños cerrados y el ceño fruncido—. ¡Y la próxima vez no será una botella, será un zapato!

Yo solo me reí, entre sorprendido y entretenido, frotándome el costado aún adolorido. Me encantaba verla así. Molesta, sí… pero tan viva, tan auténtica. Esa mujer que no se dejaba de nadie, ni siquiera de sus hermanas.

—Vaya, con que así se siente estar casado con una mujer brava —dije entre risas—. Ni en el campo de batalla he visto tanto coraje en tan poco espacio.

Lucía me miró, y aunque trataba de mantener su enojo, no pudo evitar que se le escapara una sonrisa divertida.

—Tú cállate, que esto es culpa tuya también.

—¿Por existir? —pregunté con una risa suave.

—Por ponerme así de loca. Literal. —Se acercó de nuevo a mí, negando con la cabeza pero con una mirada dulce—. Maldito seas… y también bendito. Te odio. Te amo.

—Lo sé —susurré, aún sonriendo—. También te amo, señora hormonal en celo.

—¡Leonardo! —gritó, alzando una ceja.

—¡Ya, ya! ¡Era broma!

Lucía se cruzó de brazos y alzó la barbilla con una sonrisa triunfal, mirándome como si acabara de ganar una guerra.

—Y no soy una señora, ¿eh? —dijo con tono firme, aunque divertida—. Soy Su Señoría, ¿entendiste, mocoso?

—¿Mocoso? —repetí, fingiendo estar ofendido mientras me levantaba lentamente del suelo, aún adolorido—. ¿Así me tratas después de todo lo que sufrí por ti esta mañana?

—Aquí hay jerarquía, y tú estás hasta abajo, soldado raso —replicó con una sonrisa ladina, dándome un golpecito con el dedo en la frente—. Yo soy la jefa. La reina. La autoridad suprema en este vínculo.

—¿Y si me amotino? —dije alzando una ceja, acercándome.

—Te recuerdo que tus costillas todavía están sanando. Ni se te ocurra.

—Mierda, tienes razón… —gruñí, llevando la mano al costado.

—Así que cállate, siéntate y admira el poder de tu Señoría —añadió con una risa ligera, girando sobre sus talones como si fuera la emperatriz de todo el maldito gimnasio.

La miré fijamente un segundo, con una sonrisa idiota y el corazón ardiendo. Creo que ahora puedo decir libremente que me gustaba cuando se ponía así. Mandona, directa, sin filtros. Era un jodido caos… y por alguna razón, ese caos era el único lugar donde me sentía en paz.

—Mi emperatriz —dije con tono dramático, llevándome la mano al pecho como si estuviera jurando lealtad absoluta—, ¿podría ayudarme a levantarme y salir de este humilde campo de batalla antes de que mis órganos se rindan?

Lucía soltó una carcajada, negando con la cabeza.

—Dios, estás tan dramático… —se acercó, poniéndose en cuclillas a mi lado—. No sé si ayudarte o darte otro rodillazo en las costillas.

—No lo hagas, por favor, mi señora de la guerra —gruñí mientras ella me rodeaba con un brazo para levantarme.

—Se dice Su Señoría, mocoso. Aprende el protocolo.

—Sí, Su Señoría. Lo que usted ordene.

Me ayudó a ponerme de pie, con cuidado, y aunque me dolía hasta el alma, su cercanía y la manera en que me sostenía hacía que todo valiera la pena. Tenía el rostro iluminado por una sonrisa orgullosa… o traviesa. No lo sabía con ella, siempre eran ambas.

—Vamos antes de que mi madre regrese con un bastón y nos saque a golpes por tardarnos en la cena —dijo, pasándome el brazo por encima de los hombros.

—¿Crees que aún me considere su yerno después de lo de anoche?

—Leo, mi mamá ya te ve como parte de la familia… pero si te sigues quejando como anciano de ochenta años, capaz y te cambia por uno con huesos sanos.

—Traición en mi propio imperio… —murmuré.

Lucía rió otra vez y juntos, paso a paso, salimos del gimnasio hacia la casa, como dos soldados que habían sobrevivido a una batalla… aunque en realidad, ella había ganado desde el primer golpe.

More Chapters