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Chapter 20 - Yo también lo deseo

La noche estaba rota.

Y E-34 lo sabía… porque estaba allí.

No en carne.

No en tiempo real.

Sino como un espectro encadenado a un recuerdo ajeno, al eco de una historia que no era suya… pero que lo atravesaba igual.

Todo había comenzado en la posada.

Nozomi irrumpió como una grieta en un muro ya agrietado. Su respiración era jadeante, su cuerpo estaba tenso, y el sello palpitaba bajo la nuca. La sangre ya había sido derramada cuando entró. Aun así, peleó.

Y E-34 lo vio.

Desde las sombras de la visión.

Como si observara una obra trágica, inevitable.

La energía demoníaca se derramaba por los poros de Nozomi como tinta oscura. Cada golpe, cada decisión, cada huida desesperada… lo acercaba más al borde.

<>

Había algo en sus ojos que le dolía ver.

Algo que E-34 conocía demasiado bien.

Era el reflejo de un alma que arde por dentro sin que nadie lo note.

De alguien que se acostumbró a pelear sin la esperanza de ser salvado.

Después llegó Kalen. Alto, regio, cruel.

El hermano.

El juicio.

Y entonces E-34 lo entendió:

esto no era una pelea.

Era un castigo.

Un ajuste de cuentas.

Cómo el que él mismo vivió cuando salió de la cápsula.

El obispo del destino, Dorian…

No fue diferente.

La condena no era por lo que habían hecho.

Era por existir.

Cada embate, cada crujido de huesos, cada lanza desenvainada que desgarraba carne y ruido…

lo sintió tan cerca que, por un momento, quiso gritar.

Pero no podía.

Solo veía.

Solo sentía.

Como siempre.

Cuando Nozomi usó el cadáver del viejo como escudo, cuando huyó con el sello rugiendo, cuando la muchacha gritó entre lágrimas:

—¡Para! ¡Él me rescató!

E-34 tragó en seco.

Pero no por la escena.

No por la sangre, ni el grito.

Sino por ella.

Porque E-34… no pudo verla.

No era una metáfora.

Literalmente no pudo.

Era un punto ciego. Una grieta en la visión.

Una figura difusa envuelta en neblina que ardía en los ojos cuando intentaba enfocarla.

Y cuanto más trataba de verla, más le dolía.

Una punzada en la nuca, como si algo le advirtiera: No mires más.

No era magia.

Era… algo más.

<<¿Quién eres tú...?>>

Fue la primera vez desde que despertó en este mundo que sintió miedo.

No el miedo infantil a la muerte.

No el miedo físico a un golpe.

Sino miedo real.

De no entender.

De no saber.

Y aún más, miedo de que esa chica —esa niebla viva que parecía importar tanto— fuera algo que jamás podría comprender.

La visión cambió.

La escena lo arrastró, como siempre, sin su permiso.

Ahora era una cabaña.

Paredes húmedas, podridas.

El aire olía a sangre seca y madera vieja.

Nozomi estaba ahí.

Enroscado sobre sí mismo como un animal herido.

Las venas negras marcaban su piel como hilos de veneno.

El sello pulsaba.

Y su temblor…

era el de alguien que ya no esperaba nada.

E-34 lo observó desde arriba, desde algún rincón que no tenía suelo ni peso.

Y por un momento... no lo estaba mirando a él.

Se miraba a sí mismo.

<>

Pero entonces apareció ella.

La chica.

Seguía siendo un punto ciego.

Una anomalía en el recuerdo.

Algo —alguien— que el mundo parecía empeñado en ocultarle.

Pero su aura traspasaba la barrera.

No podía ver sus gestos.

Pero sentía lo que hacía.

Ella lo curaba.

Lo tocaba con cuidado.

Con ese tipo de contacto que no busca reparar, sino acompañar.

Y eso…

eso fue demasiado.

<<¿Eso se siente… cuando alguien se queda?>>

La pregunta no le pertenecía.

Nadie lo había educado para eso.

No se suponía que pensara en eso.

Él era un error biológico.

Un desecho con forma humana.

Un cadáver pospuesto.

Y sin embargo…

…algo crujió por dentro.

No por envidia.

Ni por rabia.

Era otra cosa.

Era hambre.

Un hambre primitiva y absurda.

No de carne.

No de poder.

Sino de… eso.

Eso que estaba presenciando.

Eso que Nozomi, ese bastardo caótico, arrogante, inconsciente, había encontrado…

por error, por fortuna, por destino.

Un refugio.

E-34 se quedó quieto.

Como si moverse pudiera romper el hechizo.

Como si admitirlo lo destruyera.

<<¿Yo también…?>>

La idea se formó sola.

Y le dolió.

<<¿Yo también quise eso alguna vez…?>>

Ni siquiera sabía cómo se llamaba eso.

Cómo se pedía.

Cómo se sostenía.

Cada vez que la chica —ese borrón cálido— lo tocaba, el sello de Nozomi se aquietaba.

La energía demoníaca retrocedía.

El caos menguaba.

Y él… podía respirar.

E-34 también contuvo el aire, aun sabiendo que no lo necesitaba.

<>

Y entonces lo entendió.

No era que Nozomi tuviera ese consuelo.

Lo que le dolía… era que él ya no sabría qué hacer si alguien intentara ofrecérselo.

Porque su alma no sabría abrir la puerta.

Porque su cuerpo solo conocía el filo.

Y su historia… solo era desecho.

Hubo un momento —mínimo, patético, invisible— en que deseó ser visto.

Solo un instante.

Un gesto.

Una mirada.

Que esa chica lo notara, aunque fuera para asustarse.

Para que alguien dijera: Ahí estás.

Pero nadie lo haría.

Era solo un fantasma más.

Uno que nunca tuvo un lugar donde volver.

Ni una voz que dijera su nombre.

Ni un nombre que valiera la pena recordar.

—Te envidio, idiota —susurró desde la altura.

Y el silencio entre ellos dos fue lo más insoportable.

Porque él lo escuchaba como si fuera suyo.

Lo sentía como un eco dentro del pecho vacío.

Nozomi respiraba gracias a ella.

E-34… no sabía cómo se hacía eso.

Y entonces sintió algo más.

Un temblor.

Un deseo antiguo y pequeño, como una brasa olvidada.

No por poder.

No por libertad.

No por venganza.

Solo por una cosa:

<>

Y esa frase no era una orden.

No era un objetivo.

Era una plegaria.

Un deseo.

Uno que nadie escucharía.

Y aun así, en el rincón más quebrado de su ser…

…la dijo.

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