El aula olía a papel nuevo, tinta fresca y madera. El sol entraba a ráfagas entre las persianas de bambú, proyectando líneas doradas sobre los pupitres. Kaoru, sentado en su lugar habitual, hojeaba uno de los libros que Sayuri le había prestado el día anterior. Anatomía básica. Algunos diagramas le parecían claros. Otros, innecesariamente complicados.
La puerta se abrió con fuerza.
—¡De pie! —ordenó Tadaka Sarutobi, sin perder tiempo.
Los alumnos se incorporaron de inmediato. El profesor entró cargando un rollo enorme de pergamino, que dejó con un golpe seco sobre el escritorio.
—Hoy aprenderán algo que no se encuentra en ningún jutsu: responsabilidad.
Desenrolló el pergamino. Una lista interminable de tareas apareció frente a todos.
—Tienen una semana para completar esto —anunció con total seriedad—. Ejercicios de escritura, historia, redacción de estrategias, prácticas físicas y simulación táctica básica.
El murmullo de quejas no tardó en llenar el aula.
—¡¿Todo eso en una semana?! —protestó uno.
Tadaka lo miró como si acabara de declararse desertor de guerra.
—Además —continuó—, trabajarán en equipos de cinco. No se aceptarán trabajos individuales. Si uno falla, todos fallan.
Varios estudiantes comenzaron a moverse de inmediato, llamando a amigos, formando grupos apresurados con entusiasmo o por pura conveniencia.
Kaoru no se movió.
Como era de esperarse, varios se agruparon alrededor de Minato. Era rápido, inteligente y carismático. Todos querían estar con él.
Pero él se mantenía en su asiento, pensativo. Observaba el aula, como si buscara algo más allá del ruido.
Sus ojos se detuvieron brevemente en Kaoru. Luego en la chica Aburame. Luego en el niño extraño, ese que siempre parecía estar en otro mundo. Finalmente, en Mikoto.
Minato se levantó y caminó con calma hacia Kaoru.
—¿Tienes equipo?
—No —respondió Kaoru, seco.
—¿Quieres uno?
Kaoru lo miró unos segundos. No respondió, pero tampoco lo rechazó.
Minato sonrió.
—Perfecto.
Se giró, caminó hacia Mikoto.
—¿Te importa unirte?
—No me molesta —dijo ella, sin emoción, aunque su mirada fue rápida e inquisitiva.
Luego se dirigió a la chica Aburame. Esta solo asintió en silencio, sin dejar de leer un pequeño cuaderno de campo.
Finalmente, fue hasta el chico encorvado, que jugueteaba con una cuerda entre los dedos.
—¿Vienes?
El niño lo miró con una expresión ausente.
—Sí, supongo que sí —respondió, arrastrando las palabras.
Con el equipo formado, Tadaka anotó sus nombres con expresión neutral. No dijo nada, pero Kaoru creyó notar una ligera elevación en una de sus cejas.
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Ya sentados juntos en un rincón del aula, Tadaka les ordenó:
—Preséntense. Nombre, edad, gustos, disgustos y objetivos. No me importa si mienten, pero háganlo bien.
El primero en hablar fue Minato, con la misma naturalidad de siempre.
—Soy Minato Namikaze, tengo ocho años. Me gusta aprender cosas nuevas y comer ramen. Odio perder el tiempo. Mi sueño es… no lo sé. Aún lo estoy pensando —sonrió.
Kaoru lo miró de reojo. Esa última frase no sonó vacía. Solo honesta.
La chica Aburame habló sin levantar mucho la voz.
—Mi nombre es Shizune Aburame. Tengo nueve años. Me gusta estudiar patrones de comportamiento y el silencio. Me desagrada el calor. Mi objetivo… no estoy autorizada a divulgarlo.
Nadie dijo nada.
Luego fue el turno de Mikoto. Se sentó con la espalda recta.
—Mikoto. Diez años. Me gusta la tranquilidad. No me gusta la presión innecesaria. Mi objetivo es ser una kunoichi competente.
Fue directo y correcto. Como ella.
El chico extraño habló por fin, mientras seguía enrollando su cuerda.
—Me llamo Ren. Tengo diez… creo. Me gustan los insectos que caminan en línea recta. Me molesta que me llamen raro. No tengo objetivos. Solo estoy aquí porque mi madre me trajo.
Una pausa incómoda.
Kaoru cerró su libro lentamente y lo dejó a un lado.
—Kaoru Uchiha. Diez años. Me gusta entrenar solo. No me gusta hablar de más. No tengo un objetivo definido… todavía.
Sus palabras cayeron con el mismo peso que su voz: firme, sin adornos.
Por un momento, el grupo quedó en silencio.
Minato fue el único que rompió la pausa, cruzando los brazos con una sonrisa tranquila.
—Bueno… al menos no seremos aburridos.