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Chapter 21 - Capítulo – Silencios compartidos

La tarde avanzaba lentamente. Laura se movía con cuidado por la casa, recorriendo los espacios que alguna vez compartió con Julián. Tocaba con la punta de los dedos los marcos de fotos antiguas, observaba los libros en la estantería, y a veces se detenía frente a las ventanas abiertas para mirar el mar. Cada rincón parecía cargar un recuerdo, y cada recuerdo un dolor silencioso.

Julián permanecía en su silla de ruedas, cerca de la ventana que daba al océano. No hablaba demasiado, pero su presencia era constante, un recordatorio de lo que habían sido y de lo que ahora no podía ser. Elena se movía en silencio, preparando algo de cena en la cocina y dejando que Laura y Julián compartieran el mismo espacio sin invadirlo. Su rol era discreto, pero necesario; sabía que su presencia ofrecía seguridad, tanto para él como para ella, aunque a veces incomodara.

Laura se acercó al sillón donde Julián reposaba y se sentó en el borde de la mesa, sin decir palabra. No necesitaban hablar; había algo en el simple hecho de estar juntos bajo el mismo techo que llenaba los silencios con significado. Por un momento, los ruidos de la casa y del mar se entrelazaron, creando un ambiente que parecía detenido en el tiempo.

—El mar sigue igual —dijo Laura en voz baja, más para sí misma que para los demás—. Siempre rompiendo, siempre constante… aunque todo cambie.

Julián levantó lentamente la cabeza y la miró, sin responder. Su gesto contenía reconocimiento, sin necesidad de palabras. Elena, desde la cocina, los observaba de reojo, asegurándose de que todo estuviera bien, mientras se mantenía lo más discreta posible.

El sol comenzó a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rojizos y dorados. Laura caminó hacia la terraza y se sentó en la baranda, dejando que la brisa marina le revolviera el cabello. Julián maniobró su silla de ruedas para acercarse, y se detuvo a unos pasos de ella. Ninguno habló, pero la tensión entre ellos era tangible: el peso de lo que había sido y de lo que no podía ser colmaba el aire.

—Es extraño —dijo Laura finalmente—. Estar aquí, contigo… y que todo sea tan diferente.

Julián solo asintió. No había necesidad de palabras; su mirada, aunque cansada y distante, transmitía lo mismo que Laura sentía: nostalgia, aceptación y un toque de dolor que ninguno de los dos podía expresar.

Elena apareció con la cena en bandejas pequeñas, y ambos la miraron con un gesto de agradecimiento silencioso. Se sentaron a comer en la mesa, sin mucho diálogo, dejando que la rutina simple llenara el espacio. La presencia de Elena era discreta, pero constante, y Laura ahora la aceptaba en silencio, comprendiendo que ahora Julián dependía de ella, y que esa realidad no podía cambiarse.

Tras la cena, Elena volvió a la sala y se acomodó en un sillón, mientras Julián se quedó junto a la ventana. No hablaron por un tiempo; los ruidos de la casa y del mar llenaban los silencios, y Elena permitió que sus pensamientos vagaran. Pensó en la carta que le había dejado, en lo que había escrito y en lo que ahora sentía. Sentía que talvez había cometido un error.

La noche cayó lentamente, y la luna comenzó a reflejarse en el agua. Elena se levantó y caminó hacia la terraza nuevamente. Julián maniobró la silla para acercarse, y Elena los dejó a solas un momento, sabiendo que había algo que debía permanecer entre ellos, aunque silencioso.

—Nunca imaginé que volvería a ver esta casa así —susurró Laura—. Tan tranquila, tan llena de recuerdos… y de silencios.

Él asintió lentamente, y por primera vez Laura vio en su expresión un destello de gratitud, mezclado con tristeza. Elena se acercó y posó suavemente su mano sobre el hombro de Julián, recordándole que no estaba solo, que alguien más lo cuidaba y estaba ahí para él.

—Supongo que ahora todo ha cambiado —dijo Laura finalmente, con un suspiro que parecía liberar años de tensión acumulada—. Ya no somos lo que fuimos.

Julián no respondió, pero su mirada sobre ella hablaba más que cualquier palabra. Los recuerdos de lo que habían sido, de las risas, los abrazos, los planes y los sueños compartidos, estaban allí, flotando en el aire, entre la brisa y el sonido del mar.

—Lo entiendo —dijo con voz baja—. Solo… no sé qué decir.

Laura apoyó la cabeza ligeramente hacia atrás, contemplando la luna reflejada en el agua. —Gracias por permitirme quedarme —dijo suavemente—. Por dejarme estar aquí, aunque todo sea diferente.

Julián levantó apenas la cabeza y le ofreció un gesto de aceptación. No necesitaban palabras. La noche los envolvía, y en la penumbra, compartían un espacio cargado de emociones, de nostalgia y de silencios llenos de significado.

Elena volvió discretamente, asegurándose de que todo estuviera bien para la noche. Se acomodó en un sillón cercano, leyendo un poco, pero dejando que Julia y Julián tuvieran su tiempo, su momento de coexistir sin confrontaciones ni explicaciones. Era un equilibrio frágil, pero suficiente para aquella noche.

Laura cerró los ojos un momento, respirando profundo, y dejó que el sonido del mar y la presencia de Julián la calmaran. Sabía que su amor había cambiado, comprendía que a veces basta con estar, con mirar, con aceptar que algunas cosas terminan y que otras, aunque diferentes, continúan.

La noche avanzó lentamente, y la luna se alzó más alto, iluminando la casa de la playa. Laura permaneció allí, compartiendo el mismo techo, respirando el mismo aire que Julián, aceptando la distancia y la cercanía al mismo tiempo. Era un día extraño, cargado de emociones contenidas, de recuerdos y de silencios compartidos.

Al final, no hubo palabras grandes ni confesiones dramáticas. Solo la presencia mutua, la aceptación silenciosa y el mar, testigo constante de lo que fue, y no es, y de lo que sigue adelante, pero no es así verlo de nuevo removió algo dentro de mi ser no se si es culpa , tristeza, o aún lo amo pensó Laura.

Continuará…

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