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“Donde el alma aún camina”

Mari_Paredes_3164
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Synopsis
Título: “Donde el alma aún camina” El olor a desinfectante se mezclaba con el leve aroma de jazmines que venía de la ventana. Julián observaba el techo blanco del hospital, el mismo que veía desde hacía seis meses, desde el accidente. Antes era un hombre fuerte, dueño de su propio taller, siempre con las manos manchadas de grasa y la sonrisa lista para su esposa, Clara. Pero desde que perdió la movilidad de las piernas, también empezó a perderla a ella. Clara ya no lo miraba igual. Al principio, lo visitaba todos los días, le traía flores y hablaba de esperanza. Pero con el tiempo, las flores se marchitaron y las visitas se hicieron breves. A veces solo dejaba un “cómo estás” y una mirada de pena antes de marcharse, siempre con prisa. La que sí se quedaba era Elena, la enfermera de turno nocturno. Tenía una voz serena, como quien sabe curar con palabras. No solo cambiaba sus vendajes, también escuchaba sus silencios. Le hablaba del mar, de las luces de la ciudad, de libros que nunca había leído. Y sin darse cuenta, Julián empezó a esperarla más que a su propia esposa. Una noche de lluvia, mientras todos dormían, Elena entró con una manta extra y lo cubrió. —No debería encariñarme —susurró ella. —Ya lo hicimos los dos —respondió él, mirándola a los ojos por primera vez sin miedo. Desde entonces, cada noche se volvió un refugio. Ella le devolvía las ganas de luchar, y él, sin moverse, empezó a caminar de nuevo… pero por dentro.
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Chapter 1 - Yo, la enfermera

Nunca imaginé que cuidaría a un hombre que me cambiaría la vida.

Me llamo Elena Vargas, tengo treinta y dos años, y soy enfermera en el ala de rehabilitación del hospital San Gabriel. He visto cuerpos rotos, almas rendidas… pero ninguno me dolió tanto como el de Julián.

Llegó después de un accidente que lo dejó sin poder caminar. Tenía la mirada de alguien que lo había perdido todo: su trabajo, su independencia, y poco a poco, también a su esposa.

Clara —así se llamaba ella— venía cada vez menos. Siempre bien vestida, con perfume caro y el teléfono en la mano. Decía amarlo, pero su voz sonaba vacía. Y él lo sabía.

Yo solo debía cuidar su cuerpo, pero terminé cuidando también su corazón.

Cada noche le leía en voz baja para que pudiera dormir. A veces hablábamos hasta el amanecer: de su taller, de los atardeceres que ya no podía ver desde la ventana de su casa, de lo que significa sentirse vivo aunque el cuerpo no responda.

Una madrugada, mientras la lluvia golpeaba los cristales, me tomó la mano.

—Elena… si tú supieras lo que siento cuando estás aquí… —susurró.

No respondí. No debía hacerlo. Pero tampoco solté su mano.

Desde entonces, su recuperación se volvió más rápida, más decidida. No sé si fue la fisioterapia o el amor que callábamos, pero Julián volvió a tener esperanza.

Y yo… yo me descubrí amando a un hombre que aún tenía esposa, pero ya no tenía quien lo esperara.