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Chapter 20 - Capítulo – La visita inesperada

Laura caminó por la arena húmeda hasta la casa de la playa, sintiendo cómo el viento salado le despeinaba el cabello. No había llamado ni avisado de su llegada; necesitaba ver a Julián con sus propios ojos de nuevo. Su bolso colgaba de su hombro, y la carta que le había dejado días atrás descansaba arrugada en su mano, como un recuerdo de lo que alguna vez fue.

Cuando abrió la puerta, el sonido de la madera al ceder la hizo vacilar un instante. Allí estaba Julián, en su silla de ruedas, con la mirada fija hacia el mar, y a su lado estaba Elena, la enfermera que había estado cuidándolo desde entonces. Ninguno de los dos esperaba su llegada.

Laura nunca esperó ser recibida con calidez ni con alegría. Al contrario, sabía que encontraría un Julián cambiado, quizás herido, y que la realidad que enfrentaría sería más dolorosa de lo que había imaginado. Y no se equivocaba.

Elena dio un paso atrás, confundida y cautelosa, sin saber si debía interrumpir la escena o quedarse a observar. Julia simplemente respiró hondo, intentando controlar el temblor en su voz, y dio un paso hacia el interior de la casa.

—Elena… —Julián murmuró su nombre sin levantar los ojos—. No… no sabíamos que vendrías.

Elena se quedó detrás de él, sorprendiéndose por la aparición repentina de la mujer que una vez había significado tanto para Julián. No dijo nada, solo lo observó, consciente de que Elena estaba allí por sus propios motivos, y no necesariamente para hablar.

Julia respiró hondo, intentando contener el temblor de sus manos. —No esperaba… —comenzó, pero se detuvo, buscando las palabras correctas—. Solo quería estar un rato aquí, ver cómo estabas… ver la casa, el mar.

Julián giró lentamente la cabeza y la miró, sin saber exactamente qué decir. No había enojo, ni reproche; solo una mezcla de sorpresa y cierta incomodidad. Su accidente lo había cambiado, y ahora, la presencia de Julia parecía un recordatorio de un pasado al que ya no podía volver.

—Está bien —dijo finalmente—. Puedes quedarte.

Laura asintió, y con un gesto silencioso se acomodó en la sala, cerca de la ventana, dejando que la brisa marina jugara con su cabello. Observó cómo Julián maniobraba su silla hacia la cocina, con Elena siguiéndolo de cerca para asegurarse de que no tuviera problemas. Por un momento, todo pareció normal, cotidiano, aunque ella sentía cada segundo con intensidad.

Se sentó en el sillón frente a la ventana, dejando que sus ojos recorrieran el paisaje que tantas veces había amado junto a él: el mar, las olas rompiendo en la orilla, los reflejos dorados del sol que comenzaba a caer. El sonido de las olas parecía hablarle, recordándole que todo cambia, que nada permanece igual, aunque duela.

Julián regresó con una taza de café en la mano y se detuvo cerca de ella. No dijo nada; solo le ofreció la taza. Laura aceptó con un leve gesto de agradecimiento, y por un momento, compartieron un silencio que no necesitaba palabras. La tensión estaba allí, palpable, pero también lo estaba la familiaridad de años compartidos.

Elena, que se mantenía a cierta distancia, se acomodó en una silla cercana, leyendo un cuaderno mientras vigilaba discretamente la interacción entre Elena y Julián. Sabía que su presencia era necesaria, aunque invisible, como un sostén silencioso para él.

—Es… diferente —murmuró Elena, rompiendo el silencio—. Ver la casa así, tranquila, y tú aquí… —hizo una pausa, dejando que la frase quedara incompleta—. Pensé que no volvería.

Julián bajó la mirada, concentrado en su taza de café. No respondió de inmediato, pero el leve movimiento de su cabeza indicó que escuchaba cada palabra. Elena, por su parte, no buscaba conversación; solo quería estar allí, absorber el momento, comprender lo que quedaba del vínculo que una vez compartieron.

El sol comenzaba a descender más rápido, tiñendo el cielo de tonos intensos de naranja y violeta. Elena se levantó y se acercó a la ventana, apoyando las manos en el marco y mirando el mar. Sintió que su pecho se apretaba, que cada ola que rompía en la orilla le recordaba todo lo que había cambiado, todo lo que se había perdido, y todo lo que aún no podía dejar ir.

—Siempre me ha gustado esta vista —dijo en voz baja, más para sí misma que para ellos—. Siempre me ha hecho sentir que todo es posible, aunque a veces no lo sea.

Julián se acercó lentamente, maniobrando la silla con cuidado, y se detuvo detrás de ella. No dijo nada, solo permitió que su presencia fuera suficiente. Laura sintió un calor extraño al notar su proximidad, un recordatorio de lo familiar que era incluso después de todo.

Pasaron la tarde en silencio. Laura caminaba por la casa, observando los muebles, los recuerdos, mientras Julián permanecía en su silla, a veces mirándola, a veces perdido en sus propios pensamientos. Elena se movía discretamente, atendiendo pequeñas necesidades, pero siempre con respeto, sin intervenir, dejando que el pasado y la nostalgia llenaran la sala.

Cuando la luz comenzó a disminuir y la brisa marina refrescó la habitación, Elena se sentó nuevamente frente a la ventana. Observó cómo el reflejo del sol desaparecía lentamente del agua y sintió un extraño alivio y tristeza a la vez. No había reproches, ni palabras hirientes, ni confesiones dramáticas; solo la sensación de haber vuelto, de haber visto con sus propios ojos, y de aceptar que algunas cosas ya no podían ser como antes.

—Gracias por dejarme quedarme —dijo finalmente, con suavidad—. No necesitaba más que esto, este tiempo contigo, aunque sea en silencio.

Julián levantó la vista y asintió apenas, con un gesto que contenía años de complicidad y recuerdos compartidos. Laura sonrió ligeramente, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que podía respirar un poco más tranquila.

Esa noche, Laura se quedó en la casa. Compartieron el espacio sin necesidad de palabras, aceptando la presencia del otro, cada uno en su mundo, pero cerca. El mar siguió rompiendo en la orilla, testigo silencioso de una visita

Continuará…

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