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Chapter 6 - el puesto vacío del noveno

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CAPÍTULO 6 — LA SALA DE LOS OCHO Y LA PRINCESA DEL DRAGÓN

La noche en Kōri era densa, y la nieve barría las avenidas con un silencio cortante.

En el ala alta del Consejo, la sala circular estaba encendida por lámparas bajas; sobre la mesa, tazas de té humeaban y sombras jugaban en los rostros de los reunidos.

Ocho líderes ocupaban los asientos. El noveno lugar, el que correspondía al antiguo Rey del Subsuelo, permanecía vacío… desde hacía meses.

Kaoru no habló al entrar. Caminó con la calma de quien conoce cada esquina del tablero. Su pelo rojo brillaba como una llamarada contenida; su expresión, vigilante.

Los demás la saludaron con miradas que mezclaban respeto, sospecha y cansancio.

—Gracias por venir —dijo Kaoru, sin formalidades—. Pensé que esto lo convocaba el Consejo. Pero veo que prefirieron que fuese una reunión privada.

Ryo, el de puño de oro, gruñó.

—No me importa quién llamó. El problema es claro: hay un club nuevo en el ala norte que mira demasiado hacia adentro.

—Y no es un club cualquiera —añadió Reina, la Doncella Blanca, con su abanico cerrado—. La chica que lo acompaña no tiene emblema, pero sí acceso a información restringida.

Takeru, desde su esquina, dejó sobre la mesa una fotocopia: recortes, horarios, diagramas que había conseguido por sus espías.

—Souma Aki. Apuntes, horarios, rutas de patrulla. Hasta la disposición de las cámaras en talleres y pasillos. Alguien con acceso a esos datos no es un simple estudiante.

Kaoru inclinó la cabeza. Un gesto casi imperceptible; una memoria la atravesó y ella la desvió con cuidado. No era momento de indulgencias.

—Antes de avanzar— dijo—, quiero ser clara: yo ayudé a Leónidas a que su club fuese aprobado. Lo hice por curiosidad y… porque necesitaba ver si ese extranjero tenía algo dentro aparte de músculos y orgullo.

Un murmullo contenía sorpresa. Algunos la miraron con desconfianza; otros con interés. Kaoru no se excusó.

—No fue un acto de debilidad. Fue un experimento. Y ahora ese experimento podría quemarnos a todos.

Hubo un golpe en la puerta. Un vasallo del Distrito Cuatro irrumpió, la nieve pegada a su ropa, la respiración entrecortada. Tenía los ojos desorbitados, las manos temblorosas.

—¡Señores! —jadeó—. Llegan noticias… y no son buenas.

Ryo lo fulminó con la mirada.

—Habla, rápido.

El vasallo dejó caer un sobre de papel plastificado en la mesa y no pudo emitir más que un hilo de voz.

—Hemos seguido a la estudiante… a la chica del club. Revisamos su mochila por la noche, pensando que encontraríamos apuntes inofensivos. Encontramos… mapas. Planos del subsuelo. Registros de rutas que ni el Consejo mantiene públicamente. Y menciona el *Distrito Diez*.

La sala quedó helada. La mención del Distrito Diez era una palabra prohibida: aquel nombre llevaba décadas sepultado por acuerdos y sangre.

—¿Distrito Diez? —musitó Reina—. Eso fue borrado del registro tras la guerra interna. Nadie fuera del círculo lo pronuncia.

El vasallo se estremeció.

—Ella lo escribe. Tiene qué parece la lista de puntos débiles de la Academia. Dice exactamente dónde caen las defensas si se desactivan estas cámaras. Y no es todo: menciona nombres. Nombres que corresponden a puestos de los líderes… y trazos que señalan entradas que solo conocían los del Subsuelo.

Kaoru apretó la taza entre las manos, sin dejar que la voz se quebrara.

—¿Estás seguro de esto? ¿No es un montaje?

—Verifiqué yo mismo —respondió el vasallo—. Hay marcas en su libreta en tinta que solo alguien con acceso a los registros del consejo podría saber. Es imposible finjirlo desde fuera.

Ryo se frotó la frente.

—Si es real, la chica no es la amenaza; la filtración es la alarma. Alguien la entrenó o la utilizó para mapearnos.

Takeru, siempre pragmático, cogió el sobre y examinó los papeles.

—Hay una posibilidad —dijo—. Tal vez alguien quiere revivir algo que se selló: rutas, refugios, un dominio oculto. ¿Desean realmente que ese secreto resurja?

Reina cerró el abanico con un golpe seco.

—No sin motivo. No mientras yo respire.

—Entonces la respuesta no es la muerte —replicó Ryo—. La respuesta es la información. Averiguar *cómo* lo sabe. Antes de que lo sepa otro.

Kaoru se inclinó hacia delante, sus ojos fijos en el vasallo.

—¿Dónde estuvo esta chica hoy? ¿Con quién habló?

El vasallo tragó saliva con dificultad.

—Casi todo el tiempo con el extranjero— Leónidas. Pero hay anotaciones que indican contactos nocturnos con alguien del ala vieja, con una señal de dragón, vieja como el campus.

Un silencio cortante. Kaoru recordó, entonces, algo que no había querido admitir: la noche en la terraza, cuando ella había ofrecido la prueba a Leónidas. Lo había hecho por aburrimiento y por interés, sí, pero también porque algo en ese chico le había parecido… atípico. Había querido medirlo; sin embargo, jamás se le cruzó que algo así surgiría tan pronto.

—No olviden —dijo Kaoru en voz baja—: yo le di la llave para entrar. Si estamos en peligro, parte de la responsabilidad es mía. Pero también, si alguien juega con lo enterrado… debe saber que no será él quien lo controle.

Takeru miró a los presentes con frialdad.

—Propongo vigilancia estrecha. Encontrar la fuente de esos datos y a quién sirven.

—Y proteger los puntos que nombre la libreta —añadió Reina—. Si hay debilidades, ciérrenlas ya.

Ryo dio un pisotón.

—Enviaré patrullas. Que nadie se acerque al ala norte sin permiso. Y que revisen las cámaras que quedaron fuera de línea la semana pasada.

Mientras hablaban, la puerta lateral se abrió y una figura entró sin ceremonia: una joven que llevaba un kimono negro ajustado por debajo de una capa. Su porte era regio, y aunque todos la conocían por la leyenda, verla en carne y hueso heló la sala por un instante.

—Princesa Miyu —susurró alguien—. La hermana del antiguo líder del Noveno.

La llamaban la **Princesa Dragón** por el emblema que lucía siempre: un dragón enroscado en la tela de su capa. No gobernaba con título formal; no lo necesitaba. La antigua casa del Noveno había quedado vacía, pero la princesa mantenía la memoria, la sangre y la amenaza.

Miyu se acercó sin prisa y, con voz baja y controlada, habló.

—He oído su debate. El décimo no fue borrado por accidente. Fue cerrado con juramentos y muerte. Si alguien intenta reabrirlo, el dragón responderá.

Kaoru se mantuvo erguida.

—¿Estás aquí para recordarnos que la venganza duerme, Princesa?

Miyu alzó una mano, y por un instante su mirada recorrió a cada líder.

—No vine por castigar ni a controlar. Vine a ofrecer mi escucha. El Noveno no se sienta en un trono vacío. Hay cosas que se ven mejor desde abajo, y yo veo lo que otros no.

Ryo frunció el ceño.

—¿Y por qué ahora?

Miyu sonrió sin dientes.

—Porque el dragón siempre despierta por una sola razón: cuando alguien intenta usar sus huesos como escalera.

La sala se llenó de miradas encontradas. La Princesa Dragón ocupó el noveno asiento con la elegancia de quien sabe no necesitar corona. No emitió sentencia, pero su presencia fue mensaje suficiente.

Kaoru, por primera vez en la noche, permitió que una sombra de arrepentimiento cruzara su rostro. Ayudó a Leónidas. Abrió una puerta. Ahora la sala debía superponerse y decidir si cerrarla, vigilarla, o prender fuego a los mapas que la mostraban.

La reunión se disolvió con órdenes claras: vigilancia, protección de puntos vulnerables, rastreo de contactos nocturnos. Pero la unanimidad era frágil. Cuando los líderes se dispersaron hacia sus distritos, la nieve cubría las calles como si nada hubiera ocurrido.

En la cornisa baja, lejos de las lámparas y del calor, Souma Aki observaba desde la distancia, sus lentes empañados por la respiración. Sabía que los ojos ya estaban puestos en ella, y aun así anotó en su libreta una última línea: *"Si despiertan al dragón, todos arderán."*

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