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un ruso a cargo de kõri

Yujichi_yamazuki
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Chapter 1 - ecos de un tren

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Capítulo 1 — Sombras bajo la nieve

El tren se deslizaba entre montañas cubiertas de blanco.

La nieve caía como si quisiera borrar el mundo.

Solo el sonido de las ruedas sobre los rieles rompía el silencio, constante y monótono, como un corazón que late sin emoción.

**Leónidas** apoyó la cabeza en el cristal frío y exhaló. El vaho cubrió la ventana, difuminando la silueta de los árboles y los postes que pasaban fugaces.

Era un paisaje extraño. Todo parecía quieto, detenido en una calma que no le pertenecía.

—Yokohama... —murmuró.

Esa palabra le sonaba a promesa y castigo.

El tren seguía su ruta hacia la ciudad, cruzando aldeas pequeñas donde los techos estaban cubiertos de nieve y los caminos parecían dormidos.

Leónidas tenía diecinueve años. Era alto, de complexión fuerte, piel clara casi traslúcida, y ojos de un gris metálico que, en ciertos momentos, parecían de acero.

Su cabello, rubio ceniza y desordenado, caía sobre su frente, siempre rebelde.

Aquel invierno japonés le recordaba los inviernos en Moscú, pero había algo distinto.

Allá, el frío era brutal, familiar.

Aquí, el frío era silencioso, casi educado, como si hasta la nieve pidiera permiso para caer.

Leónidas era un **estudiante de intercambio**, enviado por una fundación académica con el pretexto de fortalecer la cooperación cultural. Pero esa no era la verdad completa.

Él no era un estudiante común.

En su país había sido parte de un programa de formación especializado, uno que mezclaba artes marciales antiguas y ciencia experimental.

No hablaba de eso. Ni siquiera con su madre antes de irse.

La puerta del vagón se abrió con un silbido. Una ráfaga de aire helado entró.

Una chica subió corriendo, envuelta en un abrigo blanco. El cabello largo y rubio le caía sobre los hombros, y sus ojos claros buscaban un asiento.

Por un instante, Leónidas pensó que la conocía.

El corazón le dio un vuelco.

No podía ser.

El parecido era inquietante.

La forma en que se movía, la manera en que miraba por la ventana... le recordaban a alguien de su pasado.

A **Katia**.

Su respiración se detuvo.

Katia, la única persona que lo había acompañado en los entrenamientos, la única que lo había entendido.

Pero Katia había muerto hace un año, en un accidente durante una misión.

O al menos, eso le habían dicho.

El tren avanzó. La chica se sentó frente a él.

Leónidas la miró sin darse cuenta, intentando reconocer en su rostro los rastros de aquella otra.

Pero no... había algo distinto.

Su expresión era más suave, su mirada menos triste.

El altavoz anunció la próxima parada.

Leónidas parpadeó, apartando la mirada.

"Ridículo", pensó. "No puede ser ella. No puede."

La chica notó su inquietud. Lo observó con curiosidad, sin decir nada.

Sus ojos se encontraron, y por un momento el tiempo pareció detenerse.

—¿Eres extranjero? —preguntó ella, con un acento ligero, pero un japonés fluido.

Leónidas asintió.

—Ruso.

Ella sonrió apenas.

—Se nota. —Luego volvió a mirar por la ventana—. Tienes la mirada de alguien que no se acostumbra al invierno.

Él no respondió. No sabía si eso era un insulto o una observación.

Ella parecía disfrutar del silencio.

Sacó un cuaderno y comenzó a dibujar, igual que la chica en el tren que había visto Isaac en otra historia.

Solo el roce del lápiz se escuchaba.

El tren siguió avanzando.

Leónidas bajó la mirada, intentando ignorar el leve temblor en sus manos.

Llevaba días sin dormir bien.

Desde que había llegado a Japón, no podía sacudirse una sensación de ser observado.

Cada sombra en los andenes, cada reflejo en los cristales le hacía pensar que alguien lo seguía.

Cuando el tren se detuvo en la estación de Yokohama, la chica se levantó y bajó sin mirar atrás.

Leónidas la siguió con la mirada hasta que desapareció entre la multitud.

Solo entonces se dio cuenta de algo:

En el asiento que ella había ocupado, había quedado una flor blanca. Una camelia.

No había forma de que eso fuera coincidencia.

---

La ciudad lo recibió con una mezcla de neón y nieve.

Yokohama era bulliciosa, pero esa noche el viento barría las calles con una calma casi sobrenatural.

Leónidas caminó por las avenidas, siguiendo las indicaciones en su teléfono.

Su nuevo hogar era una residencia estudiantil, cerca de la Academia Kōri, una escuela privada con reputación internacional.

El encargado de la residencia era un hombre mayor de rostro amable y manos curtidas.

—Ah, tú eres el nuevo estudiante ruso —dijo en un inglés entrecortado—. Te estábamos esperando.

Leónidas se inclinó levemente.

—Gracias por recibirme.

El hombre lo condujo a su habitación.

Pequeña, limpia, con tatami en el piso y una ventana que daba al puerto.

Desde ahí se veía el mar, oscuro y mudo.

El sonido de las olas se mezclaba con el viento.

Esa noche, Leónidas no durmió.

Soñó con nieve.

Y con una sombra que lo observaba desde un campo blanco, mientras una voz femenina susurraba algo en ruso:

*"Ты должен recordar".*

(*Debes recordar.*)

---

El primer día en la Academia Kōri fue un desfile de saludos y miradas curiosas.

Leónidas, con su cabello rubio y su porte extranjero, llamaba la atención.

Los estudiantes murmuraban, algunos lo observaban con admiración, otros con desconfianza.

La directora, una mujer elegante de cabello negro recogido, lo presentó ante el curso:

—Este es Leónidas Petrov. Viene de Rusia. Habla japonés, pero si tienen dificultades para comunicarse, usen inglés.

Las miradas se clavaron en él.

Leónidas inclinó la cabeza y dijo, con voz grave pero serena:

—Espero aprender mucho aquí. Gracias por aceptarme.

Durante el receso, algunos compañeros se acercaron con curiosidad.

—¿De verdad eres de Rusia? —preguntó un chico bajito con gafas—. ¿Allá entrenan para pelear con osos?

Leónidas sonrió apenas.

—Solo los domingos.

Toca el timbre para volver a las clases por lo que todos se dirigen hacia la siguiente clase, y Leónidas le toca clase de informática por lo que este se dirige a la clase, y mirando a la ventana se preguntaba que parasara después, sin saber que esa escuela estaba liderada por una sociedad de matones que manejaban los 9 distritos de la escuela

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Capítulo 1 — Sombras bajo la nieve

El tren se deslizaba entre montañas cubiertas de blanco.

La nieve caía como si quisiera borrar el mundo.

Solo el sonido de las ruedas sobre los rieles rompía el silencio, constante y monótono, como un corazón que late sin emoción.

**Leónidas** apoyó la cabeza en el cristal frío y exhaló. El vaho cubrió la ventana, difuminando la silueta de los árboles y los postes que pasaban fugaces.

Era un paisaje extraño. Todo parecía quieto, detenido en una calma que no le pertenecía.

—Yokohama... —murmuró.

Esa palabra le sonaba a promesa y castigo.

El tren seguía su ruta hacia la ciudad, cruzando aldeas pequeñas donde los techos estaban cubiertos de nieve y los caminos parecían dormidos.

Leónidas tenía diecinueve años. Era alto, de complexión fuerte, piel clara casi traslúcida, y ojos de un gris metálico que, en ciertos momentos, parecían de acero.

Su cabello, rubio ceniza y desordenado, caía sobre su frente, siempre rebelde.

Aquel invierno japonés le recordaba los inviernos en Moscú, pero había algo distinto.

Allá, el frío era brutal, familiar.

Aquí, el frío era silencioso, casi educado, como si hasta la nieve pidiera permiso para caer.

Leónidas era un **estudiante de intercambio**, enviado por una fundación académica con el pretexto de fortalecer la cooperación cultural. Pero esa no era la verdad completa.

Él no era un estudiante común.

En su país había sido parte de un programa de formación especializado, uno que mezclaba artes marciales antiguas y ciencia experimental.

No hablaba de eso. Ni siquiera con su madre antes de irse.

La puerta del vagón se abrió con un silbido. Una ráfaga de aire helado entró.

Una chica subió corriendo, envuelta en un abrigo blanco. El cabello largo y rubio le caía sobre los hombros, y sus ojos claros buscaban un asiento.

Por un instante, Leónidas pensó que la conocía.

El corazón le dio un vuelco.

No podía ser.

El parecido era inquietante.

La forma en que se movía, la manera en que miraba por la ventana... le recordaban a alguien de su pasado.

A **Katia**.

Su respiración se detuvo.

Katia, la única persona que lo había acompañado en los entrenamientos, la única que lo había entendido.

Pero Katia había muerto hace un año, en un accidente durante una misión.

O al menos, eso le habían dicho.

El tren avanzó. La chica se sentó frente a él.

Leónidas la miró sin darse cuenta, intentando reconocer en su rostro los rastros de aquella otra.

Pero no... había algo distinto.

Su expresión era más suave, su mirada menos triste.

El altavoz anunció la próxima parada.

Leónidas parpadeó, apartando la mirada.

"Ridículo", pensó. "No puede ser ella. No puede."

La chica notó su inquietud. Lo observó con curiosidad, sin decir nada.

Sus ojos se encontraron, y por un momento el tiempo pareció detenerse.

—¿Eres extranjero? —preguntó ella, con un acento ligero, pero un japonés fluido.

Leónidas asintió.

—Ruso.

Ella sonrió apenas.

—Se nota. —Luego volvió a mirar por la ventana—. Tienes la mirada de alguien que no se acostumbra al invierno.

Él no respondió. No sabía si eso era un insulto o una observación.

Ella parecía disfrutar del silencio.

Sacó un cuaderno y comenzó a dibujar, igual que la chica en el tren que había visto Isaac en otra historia.

Solo el roce del lápiz se escuchaba.

El tren siguió avanzando.

Leónidas bajó la mirada, intentando ignorar el leve temblor en sus manos.

Llevaba días sin dormir bien.

Desde que había llegado a Japón, no podía sacudirse una sensación de ser observado.

Cada sombra en los andenes, cada reflejo en los cristales le hacía pensar que alguien lo seguía.

Cuando el tren se detuvo en la estación de Yokohama, la chica se levantó y bajó sin mirar atrás.

Leónidas la siguió con la mirada hasta que desapareció entre la multitud.

Solo entonces se dio cuenta de algo:

En el asiento que ella había ocupado, había quedado una flor blanca. Una camelia.

No había forma de que eso fuera coincidencia.

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La ciudad lo recibió con una mezcla de neón y nieve.

Yokohama era bulliciosa, pero esa noche el viento barría las calles con una calma casi sobrenatural.

Leónidas caminó por las avenidas, siguiendo las indicaciones en su teléfono.

Su nuevo hogar era una residencia estudiantil, cerca de la Academia Kōri, una escuela privada con reputación internacional.

El encargado de la residencia era un hombre mayor de rostro amable y manos curtidas.

—Ah, tú eres el nuevo estudiante ruso —dijo en un inglés entrecortado—. Te estábamos esperando.

Leónidas se inclinó levemente.

—Gracias por recibirme.

El hombre lo condujo a su habitación.

Pequeña, limpia, con tatami en el piso y una ventana que daba al puerto.

Desde ahí se veía el mar, oscuro y mudo.

El sonido de las olas se mezclaba con el viento.

Esa noche, Leónidas no durmió.

Soñó con nieve.

Y con una sombra que lo observaba desde un campo blanco, mientras una voz femenina susurraba algo en ruso:

*"Ты должен recordar".*

(*Debes recordar.*)

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El primer día en la Academia Kōri fue un desfile de saludos y miradas curiosas.

Leónidas, con su cabello rubio y su porte extranjero, llamaba la atención.

Los estudiantes murmuraban, algunos lo observaban con admiración, otros con desconfianza.

La directora, una mujer elegante de cabello negro recogido, lo presentó ante el curso:

—Este es Leónidas Petrov. Viene de Rusia. Habla japonés, pero si tienen dificultades para comunicarse, usen inglés.

Las miradas se clavaron en él.

Leónidas inclinó la cabeza y dijo, con voz grave pero serena:

—Espero aprender mucho aquí. Gracias por aceptarme.

Durante el receso, algunos compañeros se acercaron con curiosidad.

—¿De verdad eres de Rusia? —preguntó un chico bajito con gafas—. ¿Allá entrenan para pelear con osos?

Leónidas sonrió apenas.

—Solo los domingos.

Toca el timbre para volver a las clases por lo que todos se dirigen hacia la siguiente clase, y Leónidas le toca clase de informática por lo que este se dirige a la clase, y mirando a la ventana se preguntaba que parasara después, sin saber que esa escuela estaba liderada por una sociedad de matones que manejaban los 9 distritos de la escuela

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Capítulo 1 — Sombras bajo la nieve

El tren se deslizaba entre montañas cubiertas de blanco.

La nieve caía como si quisiera borrar el mundo.

Solo el sonido de las ruedas sobre los rieles rompía el silencio, constante y monótono, como un corazón que late sin emoción.

**Leónidas** apoyó la cabeza en el cristal frío y exhaló. El vaho cubrió la ventana, difuminando la silueta de los árboles y los postes que pasaban fugaces.

Era un paisaje extraño. Todo parecía quieto, detenido en una calma que no le pertenecía.

—Yokohama... —murmuró.

Esa palabra le sonaba a promesa y castigo.

El tren seguía su ruta hacia la ciudad, cruzando aldeas pequeñas donde los techos estaban cubiertos de nieve y los caminos parecían dormidos.

Leónidas tenía diecinueve años. Era alto, de complexión fuerte, piel clara casi traslúcida, y ojos de un gris metálico que, en ciertos momentos, parecían de acero.

Su cabello, rubio ceniza y desordenado, caía sobre su frente, siempre rebelde.

Aquel invierno japonés le recordaba los inviernos en Moscú, pero había algo distinto.

Allá, el frío era brutal, familiar.

Aquí, el frío era silencioso, casi educado, como si hasta la nieve pidiera permiso para caer.

Leónidas era un **estudiante de intercambio**, enviado por una fundación académica con el pretexto de fortalecer la cooperación cultural. Pero esa no era la verdad completa.

Él no era un estudiante común.

En su país había sido parte de un programa de formación especializado, uno que mezclaba artes marciales antiguas y ciencia experimental.

No hablaba de eso. Ni siquiera con su madre antes de irse.

La puerta del vagón se abrió con un silbido. Una ráfaga de aire helado entró.

Una chica subió corriendo, envuelta en un abrigo blanco. El cabello largo y rubio le caía sobre los hombros, y sus ojos claros buscaban un asiento.

Por un instante, Leónidas pensó que la conocía.

El corazón le dio un vuelco.

No podía ser.

El parecido era inquietante.

La forma en que se movía, la manera en que miraba por la ventana... le recordaban a alguien de su pasado.

A **Katia**.

Su respiración se detuvo.

Katia, la única persona que lo había acompañado en los entrenamientos, la única que lo había entendido.

Pero Katia había muerto hace un año, en un accidente durante una misión.

O al menos, eso le habían dicho.

El tren avanzó. La chica se sentó frente a él.

Leónidas la miró sin darse cuenta, intentando reconocer en su rostro los rastros de aquella otra.

Pero no... había algo distinto.

Su expresión era más suave, su mirada menos triste.

El altavoz anunció la próxima parada.

Leónidas parpadeó, apartando la mirada.

"Ridículo", pensó. "No puede ser ella. No puede."

La chica notó su inquietud. Lo observó con curiosidad, sin decir nada.

Sus ojos se encontraron, y por un momento el tiempo pareció detenerse.

—¿Eres extranjero? —preguntó ella, con un acento ligero, pero un japonés fluido.

Leónidas asintió.

—Ruso.

Ella sonrió apenas.

—Se nota. —Luego volvió a mirar por la ventana—. Tienes la mirada de alguien que no se acostumbra al invierno.

Él no respondió. No sabía si eso era un insulto o una observación.

Ella parecía disfrutar del silencio.

Sacó un cuaderno y comenzó a dibujar, igual que la chica en el tren que había visto Isaac en otra historia.

Solo el roce del lápiz se escuchaba.

El tren siguió avanzando.

Leónidas bajó la mirada, intentando ignorar el leve temblor en sus manos.

Llevaba días sin dormir bien.

Desde que había llegado a Japón, no podía sacudirse una sensación de ser observado.

Cada sombra en los andenes, cada reflejo en los cristales le hacía pensar que alguien lo seguía.

Cuando el tren se detuvo en la estación de Yokohama, la chica se levantó y bajó sin mirar atrás.

Leónidas la siguió con la mirada hasta que desapareció entre la multitud.

Solo entonces se dio cuenta de algo:

En el asiento que ella había ocupado, había quedado una flor blanca. Una camelia.

No había forma de que eso fuera coincidencia.

---

La ciudad lo recibió con una mezcla de neón y nieve.

Yokohama era bulliciosa, pero esa noche el viento barría las calles con una calma casi sobrenatural.

Leónidas caminó por las avenidas, siguiendo las indicaciones en su teléfono.

Su nuevo hogar era una residencia estudiantil, cerca de la Academia Kōri, una escuela privada con reputación internacional.

El encargado de la residencia era un hombre mayor de rostro amable y manos curtidas.

—Ah, tú eres el nuevo estudiante ruso —dijo en un inglés entrecortado—. Te estábamos esperando.

Leónidas se inclinó levemente.

—Gracias por recibirme.

El hombre lo condujo a su habitación.

Pequeña, limpia, con tatami en el piso y una ventana que daba al puerto.

Desde ahí se veía el mar, oscuro y mudo.

El sonido de las olas se mezclaba con el viento.

Esa noche, Leónidas no durmió.

Soñó con nieve.

Y con una sombra que lo observaba desde un campo blanco, mientras una voz femenina susurraba algo en ruso:

*"Ты должен recordar".*

(*Debes recordar.*)

---

El primer día en la Academia Kōri fue un desfile de saludos y miradas curiosas.

Leónidas, con su cabello rubio y su porte extranjero, llamaba la atención.

Los estudiantes murmuraban, algunos lo observaban con admiración, otros con desconfianza.

La directora, una mujer elegante de cabello negro recogido, lo presentó ante el curso:

—Este es Leónidas Petrov. Viene de Rusia. Habla japonés, pero si tienen dificultades para comunicarse, usen inglés.

Las miradas se clavaron en él.

Leónidas inclinó la cabeza y dijo, con voz grave pero serena:

—Espero aprender mucho aquí. Gracias por aceptarme.

Durante el receso, algunos compañeros se acercaron con curiosidad.

—¿De verdad eres de Rusia? —preguntó un chico bajito con gafas—. ¿Allá entrenan para pelear con osos?

Leónidas sonrió apenas.

—Solo los domingos.

Toca el timbre para volver a las clases por lo que todos se dirigen hacia la siguiente clase, y Leónidas le toca clase de informática por lo que este se dirige a la clase, y mirando a la ventana se preguntaba que parasara después, sin saber que esa escuela estaba liderada por una sociedad de matones que manejaban los 9 distritos de la escuela