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Chapter 2 - los nueves distritos

---Capítulo 2 — El Reino de los nueve Distritos

Una semana había pasado desde su llegada a la Academia Kōri.

Y en esos siete días, Leónidas entendió algo:

Ese lugar no era un colegio.

Era un campo de guerra disfrazado de institución académica.

El edificio principal era enorme, pero la verdadera extensión del campus no podía verse desde las aulas.

La academia estaba dividida en seis distritos, cada uno con su propio territorio, normas y jerarquías.

Al norte, los pabellones de arte y humanidades; al sur, los de deportes y combate; al este, los dormitorios internacionales; al oeste, los talleres técnicos y mecánicos; y en el centro, el Distrito Alfa, donde se encontraban los líderes.

El sexto distrito, conocido como "el Subsuelo", no aparecía en ningún mapa.

Era un conjunto de túneles y bodegas bajo el campus, controlado por los estudiantes más peligrosos.

Nadie hablaba de ellos abiertamente.

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Leónidas lo notó el primer día que caminó solo por el patio.

Grupos de estudiantes observaban desde lejos, algunos murmuraban, otros reían.

Pero no eran risas amistosas.

Era el tipo de risa que precede a una pelea.

—Oye, extranjero —le dijo uno de los chicos, alto, con uniforme desordenado y mirada desafiante—.

¿Sabes en qué distrito estás parado?

Leónidas levantó la vista.

—No tengo idea.

El chico sonrió.

—Distrito Tres. Territorio de la Serpiente Carmesí

Y si estás aquí, sin permiso, eso significa que o eres valiente… o estúpido.

Los otros se rieron.

Leónidas no dijo nada.

Sus ojos grises se clavaron en el líder.

—Solo estaba pasando.

—¿Pasando? —repitió el chico, cruzando los brazos—.

Aquí nadie "pasa". Aquí se paga tributo.

El aire se tensó.

Los estudiantes que miraban desde los balcones se acercaron, oliendo el conflicto.

Leónidas respiró hondo.

Había prometido no pelear.

Había prometido mantener el perfil bajo.

Pero cuando el chico intentó empujarlo por el hombro, su cuerpo se movió por instinto.

Un giro rápido, una llave al brazo, y el oponente terminó de rodillas, con el rostro presionado contra el suelo.

El silencio cayó sobre el patio.

Leónidas soltó el agarre lentamente y dio un paso atrás.

El chico se levantó, furioso, pero antes de hacer otro movimiento, una voz femenina sonó desde el pasillo.

—Suficiente, Takeshi

Todos se giraron.

Una chica de cabello rojo oscuro y ojos afilados caminaba hacia ellos.

El ambiente cambió de inmediato.

Los demás bajaron la mirada.

—Es un novato, déjalo —dijo ella, sin siquiera mirar a Leónidas—.

No tiene idea de las reglas.

Takeshi apretó los dientes.

—Pero, Kaoru, él—

—Dije que lo dejes.

El chico retrocedió, frustrado.

La chica lo observó unos segundos y luego dirigió su mirada a Leónidas.

Sus ojos parecían medirlo, como si intentara calcular algo.

—No eres de por aquí —dijo finalmente.

—No.

—Se nota. Tienes demasiada calma para este lugar.

Ella sonrió apenas.

—Bienvenido al Distrito Tres. La próxima vez, cuida por dónde caminas. Aquí la calma se paga con sangre.

Y se fue, con el grupo siguiéndola.

Leónidas la observó alejarse, y por primera vez sintió un leve escalofrío que no tenía que ver con el invierno.

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Esa tarde, en el comedor, escuchó los rumores.

Los distritos estaban controlados por seis líderes llamados informalmente "los Señores de Kōri".

Cada uno había ganado su territorio a través de combates clandestinos dentro de la academia.

El sistema era tan complejo que incluso los profesores evitaban interferir.

El orden se mantenía gracias a un equilibrio de poder: nadie se metía con el territorio del otro.

El ranking de los matones se dividía en cinco rangos:

Bronce, los recién iniciados, usados como mensajeros o guardaespaldas.

Plata, los luchadores de nivel medio.

Oro, los tenientes o segundos al mando.

Diamante, los líderes de distrito. Y por encima de todos, la Corona, un título simbólico que pertenecía al estudiante más fuerte de toda la Academia.

Nadie conocía su rostro.

Algunos decían que ya había egresado.

Otros, que aún seguía allí, escondido entre los estudiantes, observando.

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Pasaron los días, y Leónidas comenzó a adaptarse al ritmo del lugar.

En clase mantenía silencio, respondía cuando era necesario.

Pero cada vez que cruzaba un pasillo, sentía las miradas.

Algunos lo temían. Otros querían probarlo.

Una tarde, mientras caminaba por el gimnasio, escuchó un murmullo tras las puertas corredizas.

Se asomó.

Un grupo de estudiantes peleaba en un círculo improvisado.

No era entrenamiento.

Eran combates reales.

El sonido de los golpes resonaba contra el piso de madera.

El público gritaba, apostaba, celebraba.

En el centro, un chico de cabello oscuro y mirada fría dominaba el enfrentamiento.

Sus movimientos eran precisos, brutales.

Cuando su oponente cayó inconsciente, se giró y vio a Leónidas observando desde la puerta.

—Tú —dijo, limpiándose la sangre de los nudillos—.

No te he visto antes.

Leónidas no respondió.

El chico sonrió con un aire desafiante.

—Soy **Renji**, líder del Distrito Cuatro. Si vas a mirar, que sea porque quieres entrar.

Leónidas dio un paso dentro del gimnasio.

El ruido se apagó.

Todos lo miraban.

—No busco problemas —dijo con voz baja.

Renji ladeó la cabeza.

—Aquí nadie los busca. Solo los encuentra.

Y con eso, lanzó un golpe directo al rostro de Leónidas.

Pero el ruso ya lo había anticipado.

Bloqueó con el antebrazo, giró el cuerpo y lo empujó contra la pared.

El impacto fue seco.

Renji sonrió, incluso con el dolor.

—Tienes reflejos. Interesante.

Los demás comenzaron a murmurar.

El nombre del extranjero empezó a circular.

Alguien había desafiado, aunque fuera sin querer, a uno de los líderes.

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Esa noche, en el dormitorio, Leónidas observó desde su ventana las luces del campus.

Los seis distritos parecían pequeñas ciudades, cada una con su propio caos.

Sabía que si quería sobrevivir, tendría que elegir: mantenerse al margen… o entrar al juego.

Pero dentro de sí algo le decía que no tenía elección.

El Proyecto Surá lo había enviado allí por una razón.

Y en ese laberinto de bandas y jerarquías, tarde o temprano encontraría lo que buscaba.

El viento sopló con fuerza, y por un instante creyó ver una sombra moverse entre los edificios.

Una figura encapuchada que lo observaba desde el tejado del gimnasio.

Parpadeó, y desapareció.

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La semana terminó con una asamblea general.

Todos los distritos reunidos en el patio central.

Los líderes estaban allí, en una fila, con la autoridad de quienes habían ganado cada centímetro con golpes.

Renji del Distrito Cuatro.

Kaoru, la chica de cabello rojo, del Distrito Tres. Conocida como la "emperatriz carmesí"

Era un tipo de casi de dos metros del Distrito Dos, experto en combate cuerpo a cuerpo.

Una joven callada del Distrito Uno, conocida como "la doncella blanca".

El líder de todos.

Y de algún modo, sus destinos estaban por cruzarse.

El invierno en Yokohama aún no había terminado.

Pero en la Academia Kōri, las guerras ya habían comenzado.

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