CAPÍTULO 4 — LA EMPERATRIZ ACEPTA EL CLUB
Era una mañana como todas.
El cielo estaba cubierto por una neblina pálida que no terminaba de irse, y el aire helado parecía cortarle los pensamientos a la mitad. "Leónidas" caminaba en silencio hacia su siguiente clase, con la chaqueta medio abierta y los auriculares colgando del cuello.
No había dormido mucho.
Pasó toda la noche pensando en cómo conseguir la aprobación de uno de los líderes de los "Nueve Distritos" para validar su club… y también de dónde sacaría a los "cuatro miembros" que exigía el reglamento.
Cada vez que creía tener una idea, recordaba la lista de líderes y se le revolvía el estómago.
Sakura, la Doncella Blanca, jamás se mezclaría con alguien fuera de su círculo.
Renji, el Soberano Dorado, sólo ayudaba a quien podía pagarle.
Y Kaoru… bueno, ella no ayudaba a nadie sin un motivo oculto.
Leónidas suspiró.
—Esto apesta… —murmuró, pateando un poco de nieve que quedaba sobre el camino.
—¿Qué pasa, pequeño ruso? —una voz femenina, suave y cargada de ironía, sonó detrás de él—. Te veo algo frustrado.
Leónidas se giró, un poco sorprendido.
No esperaba que nadie le hablara a esa hora, menos aún alguien como ella.
"Kaoru", la "Emperatriz Carmesí" lo observaba con los brazos cruzados.
Su uniforme impecable, la falda apenas rozando las rodillas, el cabello rojizo cayendo en ondas que parecían reflejar la luz del pasillo.
Sus labios tenían una ligera curva, una sonrisa que no se sabía si era amable o peligrosa.
—Tú eres… Kaoru, ¿verdad? —dijo él, intentando recordar la forma exacta en que la habían descrito los demás.
Ella ladeó la cabeza, divertida.
—Así que el extranjero sí sabe los nombres. Estoy impresionada.
—Difícil no saberlo cuando todo el mundo te teme.
Kaoru soltó una risita apenas audible.
—Temen lo que no comprenden. Y tú, Leónidas Volkhov… ¿eres de los que temen, o de los que no comprenden?
Leónidas la miró con cautela.
—Depende. ¿Qué clase de persona eres tú?
El aire pareció tensarse entre ambos.
La gente en el pasillo empezó a notar la escena. Nadie se atrevía a interrumpir.
Kaoru dio un paso hacia él, y el sonido de sus tacones resonó como un eco medido.
—Soy alguien que no hace nada gratis. Pero que, a veces, se aburre.
Leónidas arqueó una ceja.
—¿Y eso qué significa?
—Significa que escuché que estás intentando fundar un club —respondió ella, acomodándose un mechón de cabello tras la oreja—.
Y que necesitas la aprobación de un líder de distrito.
—Eso es información que solo debería saber el consejo estudiantil.
—Ah, querido ruso —sonrió con ironía—, en Kōri no hay secretos.
Leónidas cruzó los brazos.
—Y supongo que viniste a burlarte.
Kaoru negó suavemente.
—No. Vine a ofrecerte un trato.
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El ruido del pasillo se desvaneció.
Él la siguió hasta la terraza del edificio principal, donde el viento soplaba fuerte y el cielo se abría entre nubes grises.
Desde allí, podía ver gran parte del campus, los techos con nieve y los estudiantes moviéndose como enjambres disciplinados… o prisioneros.
Kaoru se apoyó en la barandilla, mirando el horizonte.
—¿Sabes por qué existen los Nueve Distritos?
Leónidas guardó silencio.
Ella continuó:
—Hace años, este lugar estaba lleno de caos. Peleas diarias, profesores renunciando, heridos, expulsiones. Entonces alguien decidió dividirlo en zonas de poder. Cada distrito tiene un líder. Cada líder mantiene el orden en su territorio.
Sin nosotros, Kōri se desmoronaría.
—Eso suena más a dictadura que a orden —respondió él.
—Exacto —dijo ella con una media sonrisa—. Pero una dictadura funcional.
Hubo un momento de silencio.
El viento movió su cabello, y él notó que tenía una cicatriz pequeña en la base del cuello, casi invisible.
No la ocultaba. Simplemente la llevaba con naturalidad.
—Entonces… —dijo Leónidas—. ¿Por qué ayudarías a alguien que podría desestabilizar tu sistema?
Kaoru lo miró directamente a los ojos.
Su tono cambió.
—Porque quiero ver si eres capaz de hacerlo.
Leónidas frunció el ceño.
—¿Una prueba?
—Una apuesta —corrigió ella.
Sacó un papel doblado de su chaqueta: su "formulario de club"
—Voy a aprobar tu club ante el consejo de líderes. Pero con una condición.
—¿Cuál?
—Tendrás que enfrentarte al representante de mi distrito en un combate de prueba. Si logras mantenerte en pie más de tres minutos… tu club será oficial.
Él soltó una breve risa.
—Suena fácil.
Kaoru sonrió con diversión.
—Lo dudo. Mi representante se llama "Reiji" Le dicen "el Martillo Carmesí"
El viento sopló fuerte.
Leónidas sintió cómo la adrenalina le subía al pecho.
Era una locura, pero una parte de él sonrió.
Por fin algo real.
—Trato hecho —dijo, extendiendo la mano.
Kaoru la tomó. Su piel estaba fría, pero su mirada ardía como fuego.
—Entonces será interesante, pequeño ruso.
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Al día siguiente, los rumores ya habían corrido por todo el colegio.
"¡El extranjero va a pelear con el Martillo Carmesí!"
"Dicen que Kaoru lo va a patrocinar."
"Si sobrevive, será el primer club independiente de la historia de Kōri."
El gimnasio del Distrito Tres estaba lleno.
Las luces se centraban en el círculo central, marcado con pintura roja.
Leónidas entró sin chaqueta, con el uniforme arremangado y los nudillos vendados.
En el otro extremo, Reiji lo esperaba: alto, musculoso, con un golpe en cada mirada.
Kaoru observaba desde las gradas, con las piernas cruzadas y una expresión neutra.
Su voz sonó firme:
—Comiencen.
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El primer golpe llegó sin aviso.
Reiji cargó con fuerza, un directo que habría roto una costilla si Leónidas no lo esquivaba en el último segundo.
El aire vibró.
El ruso retrocedió, analizando.
El rival era rápido, más de lo que esperaba.
Segundo golpe.
Un rodillazo.
Leónidas lo bloqueó con el antebrazo, sintiendo el impacto hasta el hombro.
Tercer golpe.
Un barrido bajo.
Leónidas cayó, rodó y se levantó, jadeando.
El público rugía.
Pero Kaoru seguía inmóvil, observando cada detalle.
A los dos minutos, Leónidas sangraba del labio.
A los dos minutos y medio, apenas podía mantener el equilibrio.
—Ríndete —le susurró Reiji, sonriendo.
—¿Y dejar que me llames cobarde? —gruñó Leónidas.
Cuando el cronómetro marcó los tres minutos, el ruso aún estaba en pie.
No había ganado… pero tampoco había caído.
El gimnasio se llenó de murmullos.
Kaoru se levantó, bajó las gradas y se acercó lentamente.
Tomó el formulario y lo selló con su firma.
—Club aprobado —dijo en voz alta.
—¿Por qué? —preguntó Leónidas, aún jadeando.
—Porque no ganaste —respondió ella—. Pero demostraste que sabes perder sin rendirte.
Sonrió apenas, antes de alejarse.
—Nos vemos pronto, líder del Club de Observación.
Y mientras salía del gimnasio, el eco de sus pasos se mezclaba con el rumor creciente de los estudiantes.
Había nacido algo nuevo en Kōri.
No un distrito.
No una rebelión.
Sino una llama que pronto quemaría el equilibrio entero.
