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Chapter 3 - el reino de kori

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Capítulo 3 — Los Nueve que Reinaban sobre Kōri

El amanecer caía lento sobre el techo nevado de la academia.

El viento arrastraba fragmentos de hielo, y el sonido del tren lejano se perdía entre los edificios blancos del campus.

Una semana había pasado desde que "Leónidas Volkhov" el ruso transferido, había puesto un pie en la Academia Kōri.

Y ya había entendido una cosa:

aquí, la fuerza no era una opción. Era una ley.

Los profesores fingían no ver, los pasillos eran territorio marcado, y cada zona del colegio pertenecía a un distrito con su propio rey, su ejército, su manera de mantener el orden.

No había autoridades… solo poder.

Eran nueve distritos, y cada uno tenía un nombre y una reputación que se murmuraba con respeto o miedo.

Los apodos eran más que títulos; eran advertencias.

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Distrito Uno — La Doncella Blanca

Gobernado por "Sakura no Shiro", una chica de cabello plateado y ojos grises como acero.

Su presencia imponía silencio.

Nunca gritaba, nunca golpeaba. Bastaba con una mirada suya para que un pasillo entero se quedara inmóvil.

Decían que poseía una calma inquebrantable, el tipo de paz que precede a una tormenta.

Distrito Dos — El Titán del Norte

Su líder era "Ryo Tanaka", un gigante de casi dos metros, tatuado hasta el cuello.

Usaba un abrigo negro en pleno verano y sus puños eran leyenda.

Su lema: "Si no puedo convencerte, te rompo."

Distrito Tres — La Emperatriz Carmesí

Kaoru, la misma que Leónidas había conocido en su primer día.

Cabello rojo fuego, mirada afilada y temperamento sereno.

Mandaba con elegancia, y cada uno de sus movimientos parecía calculado.

Sus seguidores la veían como una diosa, sus enemigos como una amenaza.

Distrito Cuatro — El Soberano Dorado

Renji Kisaragi el rey de las apuestas y los golpes limpios.

Su distrito controlaba el gimnasio, el ring subterráneo y las zonas comerciales.

Era arrogante, impulsivo y brillante en combate.

Donde Renji estaba, la multitud lo seguía.

Distrito Cinco — El Juglar de Hierro

Un genio extraño conocido como "Tsubasa"

No peleaba. Observaba.

Su arma era la información.

Decían que sabía el nombre, horario y debilidad de cada líder.

Quien se metía con él, desaparecía en silencio.

Distrito Seis — La Reina del Alba

Una joven de sonrisa melancólica y uniforme siempre impecable.

Decían que era la mejor estratega de toda Kōri, capaz de ganar guerras sin mancharse las manos.

Su territorio era el de las residencias femeninas, y su palabra era inquebrantable.

Distrito Siete — El Espectro Azul

Nadie sabía su rostro.

Aparecía cuando la oscuridad caía sobre los pasillos, dejando un rastro de paredes rotas y estudiantes inconscientes.

Algunos decían que era un mito; otros juraban haberlo visto.

Distrito Ocho — El Dragón Púrpura

"Akihiro", un ex boxeador expulsado de otra academia.

Se decía que había roto la mandíbula del anterior líder con una sola mano.

Su grupo controlaba el acceso a los patios traseros y los almacenes.

Eran los guardianes del contrabando escolar.

Distrito Nueve — El Rey del Subsuelo

El más temido.

Su territorio estaba bajo tierra, en los túneles que conectaban las viejas secciones del instituto.

Nadie sabía su nombre, solo su voz.

Era quien mantenía el equilibrio invisible entre los otros ocho.

Se decía que era el único que conocía a la Corona el título legendario que simbolizaba la supremacía absoluta.

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Leónidas escuchaba los nombres uno por uno en la cafetería, mientras su compañero Ren le explicaba el sistema con una servilleta dibujada a mano.

—Este colegio no tiene rector ni policía —dijo Ren, con una sonrisa cansada—. Solo nueve distritos y una ley: sobrevive.

—¿Y si no perteneces a ninguno? —preguntó Leónidas.

Ren soltó una risa corta.

—Entonces eres un blanco en movimiento.

Leónidas se quedó mirando la servilleta.

Nueve nombres, nueve dominios, nueve guerras silenciosas.

Era como un tablero de ajedrez sangriento… y él acababa de entrar sin fichas.

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Esa tarde, en el salón principal, el director —una sombra decorativa del sistema— anunció algo inesperado:

> "Por orden de la administración, todos los estudiantes deberán integrarse a un club o grupo académico reconocido. Los clubes sin registro serán disueltos."

El murmullo se expandió como una onda sísmica.

Los clubes eran el campo político de los distritos:

métodos para expandir territorio, espiar rivales o controlar recursos.

Cada club importante tenía detrás un líder.

Leónidas revisó la lista.

Club de Kendo: Distrito Cuatro.

Club de Música: Distrito Cinco.

Club de Dibujo: Distrito Uno.

Club de Estrategia: Distrito Seis.

Todos los espacios estaban tomados.

Se apoyó contra la pared, mirando el cartel lleno.

—"Nada libre, nada neutral." —susurró.

Kaoru pasó a su lado con una sonrisa leve.

—¿Aún sin distrito, extranjero?

—No planeo tener uno.

—Entonces te aplastarán —respondió sin dudar—. Aquí los solitarios no duran mucho.

Él la observó.

—Entonces tendré que hacer algo diferente.

Ella arqueó una ceja.

—¿Y qué vas a hacer?

Leónidas bajó la mirada al formulario en blanco.

Y con un trazo firme escribió:

> "Club de Observación y Tácticas Urbanas"

> Propósito: analizar los patrones de conflicto dentro de la Academia Kōri y desarrollar estrategias de defensa estudiantil.

Kaoru soltó una risa apenas audible.

—¿Defensa estudiantil? Aquí eso se llama suicidio.

—O evolución —contestó Leónidas.

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Esa noche, la nieve caía con más fuerza.

El reloj marcaba las 11:47 p.m.

En la azotea, Leónidas observaba el campus, iluminado por faroles y sombras.

Sabía que lo estaban observando.

Desde la torre del Distrito Tres, desde el patio del Cuatro, y desde los túneles del Nueve.

"Ellos me miran como un experimento", pensó. "Pero no saben que yo también los estoy mirando a ellos."

El viento golpeó su rostro.

Abajo, un grupo de estudiantes lo señalaba, murmurando:

"El ruso está formando un club."

"Dice que no pertenece a ningún distrito."

"Entonces, ¿de quién será enemigo?"

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Mientras tanto, en el subsuelo, una voz profunda habló entre el humo:

—Así comienzan las revoluciones. Con una idea estúpida, y un loco dispuesto a llevarla hasta el final.

El hombre que habló levantó la vista, y en su máscara negra se reflejó el nombre "Volkhov".

—Ruso, ¿eh? —murmuró con interés—. Veremos si sobrevives, extranjero.

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A la mañana siguiente, Leónidas entregó el documento oficial.

La secretaria lo observó con cansancio.

—¿Club de qué?

—Observación y Tácticas Urbanas.

—¿Y qué hacen?

—Aún no lo sé. Pero lo haré funcionar.

Ella rodó los ojos, selló el papel y dijo:

—Necesitas dos miembros más y la aprobación de un líder de distrito. Si nadie te respalda, el club muere antes de nacer.

Leónidas tomó el formulario y sonrió.

—Entonces supongo que ya tengo un objetivo.

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Esa noche, el rumor ya ardía por toda la academia:

"El extranjero está creando su propio club."

"Dicen que quiere desafiar el sistema."

"Que no se ha aliado con nadie."

Y en la torre más alta, bajo la luna, Kaoru, la Emperatriz Carmesí, observó el campus con los brazos cruzados.

—Déjalo crecer —dijo.

A su lado, uno de sus vasallos arqueó una ceja.

—¿Por qué?

—Porque los que no temen a los nueve… suelen ser los que los destruyen.

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