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Chapter 22 - La promesa de la tormenta

El aire seguía cargado de muerte, pero también de una electricidad estática, sofocante. Kenta, Haru y Daichi apenas podían moverse bajo la presencia aplastante de Ryuusei Kisaragi. Su mera existencia era un peso físico. No era solo el terror de ser superados. Era un instinto primitivo, un pavor grabado a fuego en lo más profundo de su ser, un recuerdo evolutivo del miedo que la presa siente ante el depredador alfa. Cada fibra de sus cuerpos les gritaba que permanecieran inmóviles, que no respiraran demasiado fuerte, que no lo hicieran enojar.

Aiko, inerte en sus brazos, parecía más frágil que nunca. Los vendajes improvisados en su costado se habían empapado de un rojo oscuro, pero Ryuusei no mostraba prisa. Su expresión era de cálculo frío. Él ya había decidido el destino de los tres guerreros.

Kenta tragó saliva con dificultad. El sonido seco en el silencio era una afrenta. Sus manos temblaban alrededor del mango de sus guadañas, pero su cuerpo se negaba a obedecer. Intentó dar un paso adelante, sintiendo cómo cada músculo protestaba con un dolor insoportable, pero era inútil.

—No... no te la llevarás —consiguió graznar Kenta, la voz apenas un susurro que desafiaba la propia lógica de su supervivencia.

Ryuusei inclinó la cabeza, su mirada afilada como la hoja de una guillotina. Era una expresión de burla helada. Dio un solo paso. El sonido de su bota contra la tierra resonó en el silencio como un disparo, un trueno premonitorio. El suelo bajo los pies de los tres guerreros pareció estremecerse.

—Basta —Su voz no fue un grito. Fue una sentencia. Una orden inquebrantable que resonó en el alma de los tres— Si das un paso más, Kenta, tu cuerpo se desintegrará antes de que puedas tocar el mango de esa arma.

El terror paralizó a Kenta por completo. Sus ojos se abrieron, fijos en Ryuusei.

—No queremos problemas. Solo devuélvenosla —intentó negociar Daichi, su voz temblando a pesar de sus esfuerzos por sonar firme. El mango roto de la lanza era un triste recordatorio de su derrota.

Ryuusei se limitó a observarlos con un desdén tan vasto que casi se sentía físico.

—Problemas —repitió, el sonido de la palabra era hueco y vacío— Ustedes han presenciado algo que no debían. La anomalía de Aiko no debe ser conocida por simples Rudimentarios Físicos.

Haru, con los labios entreabiertos, logró forzar una pregunta: —¿Qué le hiciste?

—Nada que ella no se hiciera a sí misma —respondió Ryuusei, girándose con calma y llevándose a Aiko. La facilidad con la que cargaba su cuerpo era una demostración de poder— Ella ha despertado un poder que la consume. Un poder que ustedes nunca entenderán. Y por esa ignorancia, deben ser eliminados.

Antes de desaparecer en la penumbra, Ryuusei dejó caer su advertencia, una promesa que se sintió tan real como la sangre en sus manos:

—Disfruten esta noche.

El viento comenzó a ulular en el horizonte, trayendo consigo el olor a humedad. Ryuusei continuó, su voz ahora un susurro aterrador que parecía venir del aire mismo:

—Cuando la tormenta ruja, escucharán mis pasos. Cuando la lluvia caiga, sentirán mi filo en sus gargantas. Y cuando el trueno golpee… ya estarán muertos.

Luego, se fue. El silencio que dejó atrás fue peor que cualquier grito. Kenta se desplomó de rodillas, el sudor frío pegado a su piel.

Aiko despertó con un jadeo ahogado. El dolor la golpeó con la fuerza de un puñetazo: ardiente, punzante. Sus extremidades se sentían pesadas, y su pecho subía y bajaba con jadeos irregulares.

Lentamente, se orientó. Estaba en un refugio de piedra, sobre una cama improvisada de paja seca, con una antorcha proyectando sombras danzantes. Intentó moverse. No pudo. Una restricción invisible la mantenía inmovilizada, pero no era dolorosa, solo firme.

—No te esfuerces.

La voz profunda la hizo estremecer. Ryuusei estaba sentado sobre un bloque de piedra frente a ella, observándola. Sus ojos, aunque serios, ya no eran vacíos. Había una mezcla de concentración y una inesperada calidez.

—Me trajiste aquí... —susurró Aiko, sintiendo su garganta reseca.

Ryuusei asintió. Se puso de pie y se acercó a ella, trayendo una cantimplora de agua.

—Peleaste con una voluntad admirable, Aiko. Pero tu cuerpo es el de una principiante, y el poder que has desatado es el de una fuerza antigua.

Le sostuvo la cantimplora para que bebiera. El agua fresca fue un bálsamo para su garganta.

—Ese poder... —dijo Aiko, recordando el frenesí, el placer de la masacre. No era normal.

—Lo llamamos la Singularidad Anacrónica —explicó Ryuusei, sentándose de nuevo— Es la razón por la que tu cuerpo se consume, por la que sentiste que te desgarrabas. Es una fuerza tan vasta que tu forma actual de Rudimentaria Física no puede contenerla. Tuviste suerte de que yo estuviera cerca.

Aiko apretó los dientes. Le dolía el orgullo, pero sabía que era cierto. Sin él, el monstruo interior la habría destruido.

—Entonces enséñame. Enséñame a controlarlo —demandó Aiko, la debilidad se transformaba en determinación.

Ryuusei sonrió. Esta vez, fue una sonrisa genuina, aunque contenida. La sonrisa de un mentor que ve potencial.

—Lo haré, Aiko. Ese es mi propósito. Ser tu maestro y guiarte hasta que puedas dominar esta fuerza. Pero el entrenamiento será cruel. Mucho más que cualquier batalla que hayas conocido.

La seriedad en sus ojos era total. Aiko sintió que su corazón latía con una mezcla de miedo y expectación.

—Estoy lista.

Ryuusei se levantó de nuevo, su sombra la cubrió.

—Bien. Porque en este momento, no tienes el control. Y hasta que lo tengas, necesito proteger nuestro secreto.

Ryuusei la miró por un instante que pareció eterno. Una leve curvatura se dibujó en sus labios. No era una sonrisa de alegría o humor. Era una mueca despiadada, casi predatoria.

—Lo haré. Pero antes... tengo un asunto que atender. Asuntos que tú creaste.

Aiko sintió un nudo helado en el estómago.

—¿Qué asunto? —apenas pudo preguntar.

Ryuusei se levantó. Su sombra la cubrió por completo.

—Voy a matarlos.

El silencio pesó sobre ella como una losa. No había negociación, no había margen para la piedad en su voz.

—Haru, Kenta, Daichi… no vivirán para ver otra luna llena.

El corazón de Aiko latió con fuerza, su respiración se aceleró. Eran sus amigos. Habían luchado a su lado.

—¡No! ¡No tienes por qué hacerlo! —intentó gritar, pero su voz era débil.

Ryuusei se acercó a la entrada de la cueva. La oscuridad lo recibió como a un viejo amigo.

—Tú eres mi prioridad ahora, Aiko. Ellos son solo cabos sueltos que deben ser cortados.

Y con esas palabras, desapareció en la noche.

En algún lugar lejano, el viento ululó con un sonido espectral, y una primera gota de lluvia golpeó la entrada de la cueva. Aiko sintió el frío terror en su pecho. El sonido de la tormenta que se acercaba no era solo meteorológico. Era el sonido de la cacería. Ryuusei iba por ellos, y ella estaba atrapada, inútil.

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