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Chapter 28 - El Temor de la Muerte

El silencio se asentó entre ellos como un velo de incertidumbre. Ryuusei aún procesaba las palabras del anciano sobre el propósito y el legado, cuando este, con su habitual sonrisa enigmática, dejó escapar un susurro que pareció sacudir el aire mismo.

—Ryuusei, hay algo más que debes saber. Algo que trasciende la guerra, la gloria y el destino impuesto que te han forjado. Es la pieza final del rompecabezas de tu existencia.

El joven frunció el ceño. Había esperado muchas cosas de esta conversación, pero no la intensidad con la que el anciano hablaba ahora, ni el repentino cambio en la atmósfera, que se había vuelto pesada, casi eléctrica.

—Dime —respondió Ryuusei, con un tono que oscilaba entre la duda y una profunda, incontrolable curiosidad. La voz del anciano portaba una verdad que su razón, entrenada en el caos, se negaba a aceptar.

El Heraldo apoyó ambas manos sobre su bastón, inclinándose ligeramente hacia él. Sus ojos, de un gris tormentoso, brillaban ahora con una intensidad que parecía perforar los planos de la realidad.

—La Muerte… —hizo una pausa dramática, como si sopesara el peso de su propia audacia—. La Muerte no es la fuerza más poderosa en este universo. Ni siquiera es la más antigua.

Ryuusei sintió un escalofrío recorrer su espalda. La Muerte era el motor de su existencia, la fuerza que había dictado cada latido de su entrenamiento.

—¿De qué hablas? La Muerte es inevitable. El ciclo es irrompible. Nadie, ni siquiera los Heraldo más fuertes, escapan de ella.

El anciano dejó escapar una carcajada seca, despojada de alegría, sino de la amargura de quien ha visto la ilusión de la Muerte desvanecerse.

—Oh, muchacho… la Muerte es antigua, sí, y gobierna el final de toda carne y toda sombra. Es el Caos que te ha dado tu poder. Pero hay algo que la aterra, algo tan fundamentalmente opuesto a su esencia que la obliga a retroceder y a respetar las fronteras.

Ryuusei inclinó la cabeza, su mente analizando la lógica detrás de la afirmación. Si existe el Yin, lógicamente debe existir el Yang absoluto.

—¿Qué cosa puede hacer temblar a la misma Muerte? ¿Un poder que borra el olvido?

El anciano entrecerró los ojos y pronunció con una solemnidad que detuvo el viento:

—Dios.

La simple mención de aquel nombre pareció alterar la misma atmósfera. El viento sopló con más fuerza, las nubes cubrieron por un instante el resplandor de la luna, y la tierra bajo sus pies vibró con un eco silencioso.

—¿Dios? —Ryuusei repitió el nombre con escepticismo, su tono frío y científico—. ¿Te refieres al Principio Creador? ¿A la fuente de toda vida de la que hablan las viejas leyendas? ¿Quieres decir que ese concepto… realmente existe como una realidad operacional?

El Heraldo asintió lentamente. —Sí. Y su existencia no es una cuestión de fe ciega, sino de realidad fundamental. Él es la Fuente de toda vida, el Arquitecto del Ser, y la Muerte le teme más que a cualquier otra cosa, porque es la única fuerza capaz de revertir la aniquilación total. La Muerte puede consumir la carne, pero no puede borrar la esencia que Él infunde.

El joven cruzó los brazos, tratando de encajar la teología cósmica con el brutal pragmatismo del Inframundo.

—Si eso es cierto, entonces ¿por qué hay tanto sufrimiento en el mundo? Si Dios es tan poderoso, si es el Yang de la creación, ¿por qué permite que la Muerte siga llevándose a la gente, por qué permite el hambre, la guerra y el horror que yo mismo he perpetrado?

El anciano lo miró con una mezcla de compasión y desafío, sabiendo que esa era la pregunta que había atormentado a la humanidad desde el primer aliento.

—Porque Dios le dio a la humanidad un regalo más grande, más terrible y más precioso que la inmortalidad: el libre albedrío.

—¿Libre albedrío? —Ryuusei frunció el ceño con rabia contenida—. ¿Quieres decir que todo el dolor, toda la guerra y la sangre que he derramado en mi entrenamiento… es culpa nuestra? ¿Que el precio de la libertad es este caos incesante?

—Es consecuencia de nuestras elecciones —corrigió el anciano con firmeza—. Dios creó a los hombres con la capacidad de decidir su propio camino. Pudo habernos hecho como marionetas, obedientes, inmortales y sin opción. Pero en su amor nos hizo libres. Y con la libertad viene la responsabilidad, y con la responsabilidad, el terrible potencial de la destrucción. El sufrimiento no es un castigo de Dios; es la sombra de la libertad del hombre.

Ryuusei se quedó en silencio por un momento, la magnitud de la respuesta lo aplastaba. Miró sus propias manos, aquellas que habían causado destrucción y salvación por igual. Era un concepto que su mente, acostumbrada a fórmulas de poder, tardaba en procesar.

—Si el libre albedrío es tan fundamental, ¿por qué hay quienes dicen que todo ya está predestinado? ¿Por qué la Muerte cree que puede dictar mi camino?

El anciano sonrió con satisfacción, como si esa pregunta fuera la llave para desbloquear el siguiente nivel de entendimiento de Ryuusei.

—El destino no es una línea recta. Es un río de infinitas bifurcaciones. Dios conoce cada una de esas posibilidades, cada sendero que tu elección puede tomar. El Destino es simplemente la probabilidad de que el río siga su curso más natural, el curso de la desesperación y el miedo. Pero tu habilidad, la Distorsión del Destino, te permite crear un dique o desviar ese río hacia un nuevo cauce.

No cambias lo que será, cambias lo que puede ser.

—Entonces… ¿mi vida no está escrita en piedra? —preguntó Ryuusei, sintiendo cómo el miedo y el determinismo que la Muerte le había inculcado se desmoronaban.

El anciano negó con la cabeza. —No. Solo tú decides en qué te convertirás. Podrías ser un tirano, un Herodes de la Entropía, o un salvador, el Arquitecto de la Paz. Dios te observa, con la infinita paciencia de un padre, pero nunca te obligará a elegir un camino. Elige la construcción, muchacho.

Ryuusei desvió la mirada hacia el cielo, donde la luna volvía a brillar con una intensidad fría.

—Si Dios es el Yang absoluto, ¿por qué no detiene a la Muerte de una vez por todas? ¿Por qué no rompe el ciclo del sufrimiento?

El anciano se rió suavemente, un sonido que contenía la historia de milenios.

—Ah, pero ya lo ha hecho. La Muerte es necesaria; es el encargado de que lo viejo ceda paso a lo nuevo. Pero cada vez que la Muerte se vuelve demasiado ambiciosa —cada vez que rompe las reglas y consume más allá de lo permitido, impulsada por su propia sed de poder absoluto—, Dios le envía un recordatorio.

Ryuusei lo miró con incredulidad. —Un recordatorio... ¿Qué clase de fuerza puede hacer cumplir la ley a la misma Muerte?

El Heraldo adoptó una expresión solemne, y la temperatura del aire pareció descender.

—El Arcángel Miguel.

El nombre resonó en la noche como un trueno lejano, cargado de una autoridad que incluso la Máscara del Ying-Yang de Ryuusei parecía reconocer.

—La Muerte le teme a Miguel como el fuego teme al agua. Es el Guardián de la Humanidad, el Comandante del Orden Divino. En tiempos de oscuridad, cuando la Muerte extiende demasiado su mano, Miguel desciende y le recuerda cuál es su lugar. Él es la espada de la justicia que restablece el equilibrio cada vez que el caos amenaza con devorar el libre albedrío.

Ryuusei sintió que su mente explotaba con la magnitud de aquellas revelaciones. Los límites del universo que conocía se acababan de expandir a un plano metafísico y divino.

—¿Y si yo decidiera enfrentar a la Muerte algún día? ¿Si elijo ese camino de la Trascendencia?

El anciano lo miró con una intensidad que parecía perforar su alma. —Si eliges ese camino, muchacho, el camino de la Construcción por encima de la Aniquilación… no lo harás solo. Te convertirás en un agente de ese Orden, aunque uses las herramientas del Caos. Y esa elección es la que te hará digno de enfrentarla.

Ryuusei sintió que un fuego ardía dentro de él, un propósito que superaba la mera supervivencia. Una lucha no por la gloria, sino por el Legado y la Esperanza que ahora entendía que eran la verdadera esencia del Yang.

El anciano dio un paso atrás. —Ya es hora de que vuelvas. Pero recuerda esto, Ryuusei: la guerra solo es eterna si los hombres se rinden a ella. Tú tienes la capacidad de romper ese ciclo. La Muerte puede reinar hoy, pero su reinado no es absoluto. Su herramienta más poderosa no es la enfermedad o el arma; es la desesperación. Enfréntala con la fe en tu legado.

Ryuusei respiró hondo, absorbiendo cada palabra. —Gracias, Heraldo. ¿Volveré a verte?

El anciano sonrió con picardía, su rostro volviéndose indistinto en la penumbra.

—Si el destino quiere. O si tú lo eliges.

Y con esas palabras, se dio la vuelta y desapareció entre las sombras, no con una teletransportación, sino con la quietud de una sombra que se desvanece al amanecer. Dejó a Ryuusei con una nueva carga sobre sus hombros… pero también con una esperanza radical que nunca antes había sentido.

El joven miró sus manos una última vez y, por primera vez en su vida, decidió que no serían solo armas de destrucción, sino herramientas para construir un futuro diferente, para desafiar la irrelevancia de la Muerte.

La noche aún era larga, pero el amanecer ya no le parecía tan lejano.

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