El viento susurraba entre las sombras, como si el mismo universo aguardara la respuesta de Ryuusei. Sus pensamientos se enredaban en un torbellino de dudas, atrapados entre la verdad de sus visiones y el miedo a su propia naturaleza. Miró al anciano, sus ojos jóvenes y cansados cargados de incertidumbre.
—Hablas como si yo fuera más que un simple guerrero —empezó Ryuusei, su voz apenas un hilo—. Como si mi existencia tuviera un propósito mayor que el de un arma.
Pero, dígame, ¿qué significa ser humano? He matado, he visto el abismo, he sentido el placer de la aniquilación. ¿Qué me diferencia de las bestias que la Muerte me obligó a matar? Si puedo desatar la Entropía, si puedo curar, si puedo manipular el destino... ¿soy todavía humano, o soy ya otra cosa?
El anciano dejó escapar una leve risa, su voz áspera pero llena de una sabiduría que solo los siglos pueden conceder. Apoyó ambas manos en su bastón, su postura irradiando una paciencia infinita.
—¿Y qué importa si lo eres? —respondió—. ¿Crees que la humanidad se define por su carne o por sus debilidades? La humanidad se define por su capacidad de elegir, y por su capacidad de sufrir y aun así levantarse.
Las bestias no eligen su propósito; obedecen al instinto. Tú elegiste salir de la cámara de la Muerte y no enloquecer; elegiste salvar a ese compañero moribundo aun cuando te drenó la vida.
El viejo señaló la Máscara del Ying-Yang que llevaba Ryuusei. —Ese artefacto te muestra el caos y el orden. Pero eres tú, el hombre bajo la máscara, quien decide qué patrón seguir. ¿Crees que los imperios caen porque su destino estaba escrito?
¿Crees que los héroes nacen con sus nombres grabados en el viento? No, muchacho. Lo que nos define no es lo que está predestinado, sino lo que elegimos hacer con la incertidumbre.
Ryuusei frunció el ceño, sus pensamientos navegando en un océano de contradicciones. —Si todo depende de la elección… entonces aquellos que destruyen también tienen derecho a hacerlo. Si no hay destino, ¿qué diferencia al que borra la existencia del que construye un hogar? Ambos son actos de voluntad absoluta.
El viejo inclinó la cabeza, saboreando la pregunta, como si fuera el vino de una verdad amarga. —La diferencia es el propósito, Ryuusei. Y la conciencia del dolor ajeno. Un hombre puede destruir para satisfacer su odio, para ser un tirano, para alimentar el miedo. O puede destruir un viejo sistema para liberar algo nuevo. Un hombre puede construir para alimentar su ego, para sentirse un dios, o para dar esperanza a los despojados.
No hay actos buenos o malos en sí mismos, solo la intención y el impacto que dejan. El poder sin propósito es solo un grito en la tormenta, ruido que se olvida... pero el poder guiado por un ideal, que reconoce el valor de una sola vida, puede cambiar el curso de la historia.
Ryuusei sintió un nudo en la garganta. Sus manos, las que habían desatado la Entropía, también podían usar la Curación Ajena. Su furia, canalizada en batalla, podía ser transformada en el Aura de Resistencia para proteger.
—Pero el poder corrompe —murmuró—. ¿Cómo puedo asegurarme de que no terminaré convirtiéndome en el monstruo que juré destruir? El placer de la aniquilación es real, anciano. Yo lo sentí.
El Heraldo lo miró fijamente, su expresión cargada de gravedad. —El poder no corrompe, Ryuusei. El poder solo revela. Muestra quién eres en lo más profundo de tu ser. Si en tu corazón hay ira sin control, entonces con el poder serás un tirano.
Si en tu corazón hay duda y cobardía, entonces con el poder serás un esclavo de tu propio miedo. Pero si en tu corazón hay amor por la posibilidad de un mañana, entonces con el poder serás un faro para otros.
—El miedo a corromperse es lo que te mantiene humano. Acepta ese miedo. Obsérvalo. No lo mates, porque si matas el miedo, matas la conciencia.
Ryuusei asimiló esa idea, la más radical que había escuchado jamás. Siempre había considerado el poder una carga, un arma, una herramienta para sobrevivir. Pero… ¿y si pudiera ser un vehículo para la conciencia?
—¿Y qué hay de la Muerte? Dijiste que podría desafiarla. ¿Es eso siquiera posible para un mortal?
El anciano sonrió con la tristeza de alguien que ha enterrado demasiado. —La Muerte no es solo el fin de la vida. Es el olvido, es el miedo, es la sombra de la irrelevancia que se cierne sobre cada uno de nosotros. ¿De qué sirve tu regeneración si tu nombre se olvida a los tres días? Lo que hace a un hombre inmortal no es su carne, sino su Legado.
Se inclinó hacia Ryuusei, sus ojos grises como dos tormentas lejanas. —Ryuusei, la verdadera batalla no es contra el final de la vida, sino contra la irrelevancia. La Muerte gana cuando dejas de luchar por el significado. Pregúntate a ti mismo... cuando te vayas, ¿qué quedará de ti?
Ryuusei sintió que su pecho se apretaba. Nunca había pensado en eso. Siempre había creído que la victoria era el fin último, que derrotar a sus enemigos era suficiente. Pero ahora entendía… que la guerra no era el final. Solo era el comienzo de algo más grande. Si no dejaba nada atrás, el sufrimiento que había soportado no valía nada.
—Entonces… si el destino no está escrito, si la Muerte no es el verdadero enemigo… ¿qué es lo que debo hacer? ¿Cuál es mi propósito real?
El anciano lo miró, y por primera vez, su rostro pareció aliviado. —Tu propósito es simple, aunque el camino sea complejo: Crea algo que perdure.
Se levantó con un esfuerzo mínimo, la luz de la luna lo envolvió. —No importa si es un reino de acero inquebrantable, una idea de orden y justicia, una historia que inspira a los débiles o una promesa a un solo niño.
Lo único que importa es que cuando te vayas, el mundo sea un poco mejor, o al menos diferente, porque tú exististe. Que tu Legado pese más que tu sangre. Que el Yin del caos que llevas dentro sirva al Yang de la construcción.
El viejo tocó el hombro de Ryuusei. —No vivas para luchar contra la Muerte, joven Heraldo. Vive para crear la vida que ella no podrá tocar. La elección de ser un hombre reside en ese acto de creación.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire. Ryuusei miró al anciano, pero antes de que pudiera decir algo más, el viejo sonrió con serenidad y, como una sombra disipándose en el amanecer, desapareció. No se teletransportó ni usó un poder. Simplemente se fue, dejando el peso de una revelación que cambiaría la vida de Ryuusei para siempre.
Ryuusei se quedó solo bajo la luz de la luna. Ya no se sintió perdido. Por primera vez en su vida, tenía algo que ni la guerra, ni el miedo, ni la muerte podrían arrebatarle. Tenía la elección de su humanidad, la conciencia de su dolor y un propósito: forjar un legado que haría que su sufrimiento valiera la pena.
Y con el corazón más ligero que nunca, aunque con la mente abrumada por la tarea titánica, dio media vuelta y regresó al camino que lo llevaría a su destino. No como un guerrero. No como un monstruo. Sino como un Arquitecto Excénctrico, un creador de su propia leyenda que entendió que su verdadero poder no era destruir, sino trascender la irrelevancia.