Ryuusei, con solo quince años, caminaba solo bajo el cielo nocturno, buscando desesperadamente un instante de tregua. Se había alejado del campo de entrenamiento, de los gritos de sus instructores, de la Muerte que reclamaba su alma. La luna, bañada en un resplandor plateado, parecía observarlo con una incertidumbre cósmica que reflejaba la suya. Él buscaba respuestas en la soledad, huyendo de las voces que clamaban por su poder destructivo.
Fue entonces cuando lo vio. Un anciano, vestido con ropajes andrajosos que contrastaban con un aura que irradiaba un conocimiento insondable. Era un Heraldo, pero su presencia era distinta; no había violencia, solo una profunda, inmensa calma. Sus ojos, de un gris tormentoso, parecían haber presenciado el nacimiento y la caída de imperios enteros. Sonrió con una mueca de complicidad y sabiduría.
—Hijo del Ying-Yang, ¿qué buscas en la penumbra? —Su voz era un murmullo profundo, como el eco de una campana ancestral.
Ryuusei frunció el ceño. Se sintió expuesto, desnudo bajo la mirada del anciano. —No busco nada. Solo… necesitaba pensar.
El viejo soltó una carcajada áspera, sin malicia, sino con la alegría de quien ha escuchado la misma mentira mil veces. —Los que dicen que no buscan nada, son los que más preguntas tienen. Te has apartado del sendero de la Muerte, pero todavía hueles a ceniza y sangre. Dime, muchacho, ¿qué ves cuando te miras al espejo? ¿Un guerrero? ¿Un monstruo? ¿Un salvador?
Ryuusei bajó la mirada, incapaz de sostener la suya. —A veces creo que soy todas esas cosas. O ninguna. Siento que cada paso que doy me arrastra más a un destino que no sé si deseo. Mi cuerpo obedece, pero mi alma se retuerce.
El Heraldo asintió lentamente. —La ira es un río caudaloso que arrastra incluso a los más fuertes. Y el poder sin propósito es solo destrucción sin sentido. La Muerte te ha enseñado a ser una herramienta perfecta, pero te ha negado la elección. Y tú, joven Heraldo, tienes eso que pocos tienen: la elección.
El viejo se acercó, la brisa movía sus ropas viejas. —Podrías ser el destructor de mundos, la tormenta que consume todo a su paso. Pero también podrías ser el arquitecto de una era de paz. Podrías ser el Caos, o podrías ser la semilla del Orden verdadero.
Ryuusei apretó los puños, la sangre bombeando en sus venas. —¿Paz? Con estos poderes, solo veo guerra y sufrimiento. Mis manos solo saben aniquilar, anciano. ¿Cómo se construye la paz con martillos que borran la existencia?
—Porque aún ves el mundo como te lo han mostrado —le interrumpió el viejo con suavidad—. La Muerte quiere que creas que la paz es solo la ausencia momentánea de guerra. ¡Una mentira! La paz no es un estado; es una construcción, una arquitectura más grande que el miedo y la venganza.
El anciano lo miró con intensidad paternal. —Tú tienes la Entropía, la capacidad de borrar. Pero si puedes borrar lo existente, también puedes crear lo inexistente. Con tus habilidades, podrías erigir un refugio, un nuevo orden. Podrías tener seguidores, guiar a los que han perdido el rumbo. Tú eres el punto de inflexión que el mundo necesita.
Ryuusei se dejó caer sobre una roca cercana, abrumado. —Usted me pide que lidere, que inspire. ¿Y cree que es tan fácil? ¿Que simplemente puedo alzar una bandera y todos me seguirán, olvidando la sangre que he derramado?
El anciano negó con la cabeza, su bastón golpeó suavemente la tierra. —No será fácil, muchacho. Nada que valga la pena lo es. Los Heraldo te odiarán por tu insolencia, y el mundo libre te temerá por tu poder. Pero dime, Ryuusei, ¿qué sería más grandioso: derrotar a la Muerte en una batalla sin sentido, ¿o crear un mundo donde la Muerte misma se vuelva irrelevante?
Los ojos de Ryuusei se abrieron con asombro, la pregunta resonó en lo más profundo de su ser. —¿Derrotar a la Muerte...? ¿Habla de la inmortalidad?
—Hablo de la Trascendencia, hijo. No solo con violencia, sino con la elevación de la humanidad misma. La Muerte ha reinado demasiado tiempo. Ella usa la desesperación. Tú podrías usar la esperanza. Con tu poder sobre el Destino y el Equilibrio, podrías darle al mundo un respiro, un amanecer sin sombras. No para vivir para siempre, sino para vivir de verdad.
Ryuusei sintió un escalofrío. Por primera vez, alguien le hablaba de un propósito que no implicaba matar.
—Pero el precio que he pagado... el abismo que hay dentro de mí —murmuró, la voz rota.
El viejo se sentó a su lado, la calma en persona. —El abismo está en todos nosotros, Ryuusei. El que has visto solo es el reflejo de la desesperación. La Muerte no te dio ese abismo; te enseñó a tenerle miedo. Tu verdadero poder reside en que lo has aceptado y has regresado de él sin volverte loco. Eso es fe.
—¿Fe? No creo en dioses ni en profecías.
—No en los dioses, no. Pero sí en la posibilidad de algo mejor. En la humanidad misma. Por eso tu alma se retuerce; no quiere ser un monstruo. Quiere ser un mentor, un protector.
Ryuusei guardó silencio. Miró sus propias manos, aquellas que habían empuñado armas y desatado caos, pero que también podían curar y proteger. Por primera vez, se preguntó si su destino estaba escrito en piedra, o si tenía el poder de tallarlo él mismo. El viejo no le pedía que cambiara su naturaleza, sino que re-dirigiera su potencia.
—¿Cómo empiezo? —preguntó Ryuusei finalmente, el tono más de un estudiante que de un Heraldo.
El Heraldo sonrió. —Con un propósito. Primero, debes rechazar el viejo camino. No mates si no es necesario para tu construcción. Y cuando mates, hazlo con la respetuosa tristeza de quien elimina una amenaza, no con el placer de un bárbaro. Segundo, busca a aquellos que han sido heridos. Eres el Heraldo Bastardo; ellos serán tu ejército de parias.
—¿Un ejército de parias?
—Sí. Aquellos que la Muerte ha roto, aquellos que la sociedad ha desechado. Ellos te seguirán, no por miedo a tu poder, sino por la promesa de tu orden. Enseña, entrena, construye. Usa tu Curación Ajena para mostrarles que la vida es más valiosa que el sacrificio.
El anciano se puso de pie, apoyándose en su bastón. —Recuerda mis palabras, Ryuusei. No te dejes consumir por la ira. Construye. Inspira. Y cuando llegue el día en que debas enfrentar a la Muerte, hazlo no con odio, sino con amor por lo que has creado.
Con un último vistazo, el viejo desapareció entre las sombras con una velocidad imposible para su edad. Ryuusei quedó solo, pero ya no estaba en la penumbra. El peso de la revelación era inmenso, pero también le había ofrecido un ancla.
Ryuusei Kisaragi no sería el típico villano. Sería el Arquitecto Excénctrico que sonríe, pero que lleva el peso de la Trascendencia sobre sus hombros, detestando cada acto de violencia que su "protocolo" le obliga a ejecutar. Su misión ya no era sobrevivir, sino hacer que la Muerte sea irrelevante.