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Chapter 23 - El renacer de la tormenta

Las palabras de Ryuusei seguían resonando en la mente de Aiko mientras el fuego de la antorcha crepitaba en la cueva. "Voy a matarlos." Su voz no había mostrado odio ni furia, solo una determinación inquebrantable, la frialdad de quien ejecuta una simple tarea administrativa. No era un acto de venganza; era una limpieza de cabos sueltos.

Aiko intentó moverse, pero un dolor punzante, como una descarga eléctrica, recorrió su cuerpo. Sus heridas aún estaban frescas, una herencia brutal de la batalla anterior, pero algo dentro de ella se agitaba. Entonces lo sintió: un calor ascendente, un fuego interno que recorrió sus venas como un torrente de energía pura. No era la furia descontrolada del 'Modo Berserker', sino una marea cálida y reparadora.

En cuestión de minutos, el dolor desapareció por completo, reemplazado por una sensación de renovación total. Las heridas que deberían tardar semanas en sanar, marcas profundas y laceraciones graves, se cerraban frente a sus propios ojos, dejando la piel tersa e intacta. La velocidad era tan radical que casi le provocaba náuseas.

—Asombroso... —susurró, llevando una mano temblorosa a su costado, donde hacía unos minutos los vendajes se habían teñido de carmesí. Su voz se ahogó con una mezcla de pavor y fascinación.

Ryuusei la observaba con los brazos cruzados, su rostro iluminado por la antorcha. —Tu regeneración acelerada se ha activado por completo.

¡Enhorabuena! Eres un espécimen único. Ya no eres la misma. Ahora es momento de forjarte en el fuego del combate. Y por "fuego" me refiero a unas series de ejercicios terribles, no a incendios reales. No me gusta el caos visual.

Se puso de pie con energía. —Muy bien, jovencita. Se acabaron los vendajes. Con una última mirada a la cueva, Ryuusei le indicó que lo siguiera.

—Vamos, vamos. No te distraigas. Tenemos que movernos antes de que el clima empeore y me toque volver a ese tema tan desagradable de la eliminación.

La noche los envolvió. Ryuusei parecía de muy buen humor, tarareando una melodía alegre mientras caminaban a paso ligero.

—Nos dirigimos a casa —dijo con calma, sin dejar de tararear—. Es mucho más cómoda y tenemos un gimnasio excelente. Ahí comenzará tu verdadero entrenamiento. Pero antes, hablemos de esa pequeña tarea pendiente.

—Haru, Kenta y Daichi —dijo Aiko, con la garganta seca.

Ryuusei suspiró de forma dramática, deteniéndose. Puso una mano en el pecho, como un actor de teatro. —¡Ay, sí! ¡Ese horrible, horrible asunto! Créeme, Aiko, lo detesto. La violencia me da migraña.Pero piensa en esto: tu despertar es un secreto. Si ellos, van por ahí contándolo, pondrán en riesgo no solo tu vida, sino mi reputación. ¡Y eso no lo podemos permitir!

—¿Tienes que matarlos? —preguntó Aiko.

—Tener es una palabra fuerte. Digamos que es una medida de contención de daños obligatoria —dijo, volviendo a caminar, con un tono más profesional—. No actuaré de inmediato. No soy un bárbaro impulsivo. Además, me gusta hacer este tipos de cosas.

Ryuusei se detuvo y la miró, con una expresión de súplica casi infantil. —Mira, les daré el tiempo para que se vayan, para que piensen que me han vencido. Les daré falsas esperanzas. Pero cuando la tormenta esté en su punto más fuerte, cuando la luz del trueno sea perfecta, ¡zas! Será rápido, silencioso y necesario. No hay nada personal.

Aiko sintió el escalofrío. Ryuusei no era cruel por maldad, sino por una lógica fríamente despegada que resultaba igual de aterradora.

Días después, llegaron a la mansión. Era un lugar imponente, rodeado de muros de piedra. La arquitectura era de un estilo neoclásico impresionante. No había una mota de polvo.

—¡Bienvenida! —dijo Ryuusei, abriendo las enormes puertas con un gesto de anfitrión.

El entrenamiento que siguió fue brutal, pero narrado por Ryuusei con el tono de un instructor de fitness de élite.

—¡No basta con tener poder, mi querida Aiko! ¡Eso es para los perezosos! —le decía Ryuusei mientras esquivaba sus ataques con una facilidad insultante—. ¡Debes controlarlo! ¡Usarlo con fines utilitarios! ¡La fuerza sin disciplina es un desastre que mancha mis alfombras! ¡Vamos, más enfoque!

Día tras día, Aiko mejoró. Su velocidad aumentó, su resistencia se multiplicó y su técnica se refinó bajo la mirada atenta y exigente de su mentor.

En una de las sesiones, Ryuusei la arrojó al suelo con un golpe rápido. Aiko se levantó, jadeando.

—¡Ay, disculpa! ¡Fui muy rápido! —exclamó Ryuusei, pero luego su voz se endureció, aunque mantuvo la sonrisa—. Aún tienes esa melancolía en el golpe. ¡Dudas! Si quieres estar a mi lado cuando llegue el momento del ajuste de cuentas, debes dejar atrás el drama. ¡Tu pasado es un peso muerto en tu potencial!

Aiko se levantó, con los puños apretados. —Lo haré. No dudaré.

Pasaron semanas de un entrenamiento infernal. Una tarde, Ryuusei y Aiko estaban en un salón que parecía una biblioteca, pero que se usaba para meditación y estrategia.

—Ryuusei, si el asesinato te disgusta tanto... ¿por qué haces esto? —preguntó Aiko.

Ryuusei dejó de revisar un mapa astral en la pared y suspiró profundamente. —Es una pregunta excelente y muy perspicaz. Mira, Aiko, la vida es valiosa, pero ellos quieren matarte y tu eres valiosa para mí. Somos Heraldo Bastardo. Mi deber es protegerte, no recuerdas ese día del torneo, prometi que sería tu maestro.

Aiko sintió la verdad de sus palabras, desprovista de emoción, solo lógica. Ya no sentía terror, sino una sensación de tranquilidad.

Con la llegada de la siguiente luna llena, el cielo era una masa giratoria de nubes. Ryuusei se asomó al balcón, con una expresión de anticipación profesional, como un director de orquesta a punto de iniciar una pieza épica.

—¡Magnífico! ¡El clima es perfecto para nuestra demostración! —dijo, frotándose las manos con entusiasmo. —Es hora.

Aiko se puso de pie junto a él. Ya no había rastro de la chica asustada. Era el arma pulida.

—¿Vamos? —preguntó Aiko, su tono ahora reflejando la frialdad de su mentor.

Ryuusei la miró con una sonrisa paternal. —¡Oh, no, mi querida Aiko! El buen gusto dicta que esperemos el momento justo. El trueno tiene que rugir con perfecta sincronía. 

El viento se estrelló contra los muros de la mansión, y la lluvia comenzó a caer con una furia impresionante. La cacería comenzaría pronto. Y en la noche lluviosa, el destino de Haru, Kenta y Daichi sería sellado, no por un ataque enardecido, sino por la metódica, jovial y lamentable necesidad de un mentor estricto.

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