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Chapter 22 - Capítulo 21

LEONARDO.

 

El auto siguió su camino, y el ruido del tráfico parecía desvanecerse poco a poco, reemplazado por la sensación de que estábamos entrando a un lugar más tranquilo. El paisaje fue cambiando de edificios altos a casas más grandes, con jardines cubiertos de nieve, y las calles parecían más despejadas. Después de lo que me pareció una eternidad, finalmente el coche se detuvo frente a una villa, una casa grande y bien cuidada, con una arquitectura que no esperaba ver en Nueva York.

 

—Por alguna razón, ya esperaba una casa así —murmuré, casi para mí mismo, observando la entrada, los grandes ventanales que reflejaban la luz de la tarde y los árboles de Navidad decorados en el jardín.

 

Lucía me miró de reojo con una sonrisa en los labios, aunque no parecía molesta. Si acaso, más bien divertía la forma en que yo reaccionaba a cada nuevo detalle del mundo "normal" que me rodeaba.

 

—¡Cállate! —dijo con una risita, aunque su tono seguía siendo amable. —En un momento te paso las muletas en vez de la silla de ruedas, así que aguanta.

 

Yo la miré sin comprender al principio, pero luego asimilé lo que quería decir. Aunque mi cuerpo no estuviera completamente recuperado, tenía la sensación de que se estaba volviendo un poco más fuerte, y esas muletas serían el siguiente paso para poder moverme por mi cuenta, aunque fuera lentamente. No había muchas opciones, y al menos me sentía menos dependiente de la silla de ruedas.

 

El conductor bajó del coche y abrió la puerta para ayudarme a salir, pero antes de que pudiera hacerlo, Lucía ya había tomado las riendas de la situación.

 

—Vamos, no hagas esperar más a todos —dijo con tono bromista, extendiéndome las muletas que había traído para mí.

 

Tomé las muletas y, con un pequeño esfuerzo, me levanté del asiento del coche, apoyándome en ellas mientras intentaba dar mis primeros pasos fuera de la silla de ruedas. La sensación de frío y la quietud de la nieve me envolvieron por completo, dándome la sensación de estar en un sueño distante, muy lejos de todo lo que había conocido antes.

Lucía caminó a mi lado, su madre detrás, mientras me dirigía lentamente hacia la puerta de la villa.

 

—Una casa... un hogar—, pensé, mientras observaba los detalles de la entrada, las luces brillando suavemente y el aire frío cortando mis mejillas. Había algo reconfortante en ese pequeño refugio en medio del caos que había dejado atrás.

 

Me detuve un momento, ajustándome mejor a las muletas, mientras observaba la casa y las personas que ya comenzaban a acercarse, como si todo el escenario fuera más claro ahora. No sabía si me sentía agradecido, incómodo o simplemente perdido.

 

—¿Y qué debo tener cuidado mientras esté aquí? —Pregunté, mirando a Lucía mientras daba algunos pasos hacia la puerta, intentando sonreír pero con cierta incertidumbre.

 

Lucía me miró, y su expresión se suavizó, como si se diera cuenta de lo que estaba pensando. Luego, soltó una pequeña risa, más relajada que de costumbre.

 

—Nada —dijo, como si fuera la respuesta más obvia del mundo—. Solo quédate aquí recuperándote. Ese es tu trabajo por ahora.

 

—Entendido... —murmuré, mientras asentía con la cabeza. Parecía sencillo, pero aún así, no estaba del todo seguro de qué significaba "recuperarse" para ellos, o para mí, si estaba siendo honesto.

 

Lucía continuó, al parecer cambiando de tema, pero con la misma energía tranquila:

 

—Ah, y por cierto, hay tres personas más aquí, tres de mis hermanas. Una tiene 18, otra 20, y la mayor tiene 24. Yo soy la más grande con 26.

 

Solté una pequeña risa, sin poder evitarlo, mientras intentaba entender la dinámica familiar.

 

—Parece que a tu madre le gusta el número cuatro —comenté en tono juguetón. —Cada dos años una nueva hija, ¿eh?

 

Lucía se rió ante el comentario, dándome un vistazo divertido.

 

—¿Te imaginas la conversación de mi mamá con el doctor? "Uno más, y ya está", o algo así, ¿no? —dijo, como si realmente estuviera bromeando sobre ello, pero también parecía tener algo de verdad en su tono.

—Seguro que más de una vez se lo ha dicho —respondí, sonriendo mientras caminaba con las muletas, sintiendo cada paso, el frío golpeando mi piel, pero de una forma que me ayudaba a mantenerme despierto, alerta.

 

Lucía se detuvo un momento antes de abrir la puerta de la casa, y me miró con una sonrisa cálida.

 

—No te preocupes, no es un lugar complicado. Es solo casa, nada de sorpresas... bueno, tal vez un par, pero ya te irás acostumbrando —dijo con un tono relajado, antes de empujar la puerta con suavidad.

 

Al entrar, el calor de la casa me envolvió, suavizando la rigidez de mi cuerpo después del frío de las calles. Las paredes, decoradas con tonos cálidos y suaves, daban una sensación acogedora, casi como si estuviera entrando a un refugio después de un largo viaje.

 

No me dio tiempo de asimilarlo completamente, porque los padres de Lucía aparecieron detrás de nosotros, con sonrisas en los rostros, aunque había un brillo de preocupación en sus ojos, tal vez por ver cómo me estaba adaptando a todo.

 

—No te preocupes, chico —dijo su padre, con un tono relajado, como si tratara de calmarme—. No te sientas abrumado, estas chicas son un poco ruidosas y empalagosas, sobre todo cuando conocen a alguien nuevo.

 

Lucía, de pie a mi lado, hizo un gesto con las manos, como disculpándose por sus hermanas, antes de continuar:

 

—No tienes que preocuparte, ya lo has vivido antes, ¿verdad? Son buenas personas, solo... un poco entusiastas.

 

Me quedé en silencio un momento, asimilando la advertencia. Sabía que la gente podía ser... curiosa, pero nunca había sido muy bueno lidiando con eso.

 

—¿Ellas saben de mí? —pregunté, con un tono algo dubitativo, mientras miraba a sus padres.

 

Armando asintió lentamente, dándome una pequeña sonrisa.

 

—Saben que eres un chico que cuidamos. Lo que no saben es todo lo demás, tu historia y lo que has hecho. Así que, tranquilo, aunque claramente te harán alguna que otra pregunta, ¿eh? —agregó, con una mirada comprensiva. 

—Pero ya verás, no es tan malo.

 

Lucía rió suavemente al escuchar a su padre.

—Sí, no te preocupes. Aunque a veces pueden ser un poco... curiosas —dijo, haciéndome una señal para que no me sintiera presionado.

 

Armando parecía querer aligerar la atmósfera, pero luego añadió algo que me hizo levantar una ceja.

 

—Ah, y si puedes... enseñarle un poco de modales a la de 18, te lo agradecería de por vida. La tenemos un poco difícil con ella, está en esa etapa rebelde atrasada, ¿sabes? —Dijo con una sonrisa divertida, pero también con un toque de preocupación.

 

No pude evitar sonreír levemente ante la petición. No estaba seguro de cómo me sentía respecto a educar a alguien en modales, pero parecía una tarea razonable, o al menos no algo fuera de lo que había hecho en el pasado.

 

—Entiendo, lo intentaré —respondí con una sonrisa, aunque no sabía realmente qué tan efectiva sería mi ayuda. —Pero, al menos, intentaría ser paciente. No todos los días te piden que enseñes modales a alguien, especialmente en un ambiente tan nuevo.

 

Lucía me dio una mirada divertida, como si también se estuviera riendo por dentro. Probablemente ya conocía muy bien a sus hermanas y lo que significaba ser la mayor en una familia de chicas tan... "empalagosas".

 

—Lo bueno es que son buenas chicas, pero definitivamente tendrán un montón de preguntas —dijo Lucía, guiándome hacia la sala, donde ya podía escuchar voces y risas provenientes del interior.

 

Poco después, entramos en la sala, y las primeras caras que vi fueron las de sus hermanas. La de 18 años, con una expresión algo desafiante, se acercó a mí primero, como si estuviera evaluándome, mientras que las otras dos parecían más tranquilas, aunque igualmente curiosas.

 

—¿Entonces eres el nuevo chico? —dijo la de 18, con una sonrisa juguetona. Su tono era desafiante, pero no hostil.

 

Sentí la mirada de Armando detrás de mí, y aunque sabía que me estaba poniendo un poco a prueba, simplemente respondí con tranquilidad.

 

—Sí, soy el chico que cuidan... pero no se preocupen, no soy tan malo —respondí con un toque de humor, intentando aliviar la tensión.

 

La de 20, que estaba a su lado, sonrió con cierto interés.

 

—Eso espero. Pero ya verás, a veces mi hermana es... difícil— dijo, mirando a la de 18 con una expresión cómica, antes de volverse hacia mí. —De todas maneras, ¿cómo estás? ¿Te ha ido bien?

 

Isabel, que hasta ese momento había estado sonriendo con calma, dio un paso hacia el teléfono fijo que estaba sobre una mesa en la sala y, con una mano en el auricular, marcó rápidamente un número. Unos segundos después, escuché la voz de alguien del otro lado.

 

—Sí, es la hora, ya vienen —dijo Isabel con tono tranquilo, antes de soltar el teléfono.

 

—La mayor está bajando— agregó Isabel con una sonrisa, señalando las escaleras por donde, efectivamente, comenzó a bajar una joven de unos 24 años. Tenía una expresión más seria que sus hermanas, pero algo en sus ojos dejaba claro que estaba observando atentamente.

 

Armando, con una sonrisa algo paternal, me miró y asintió.

 

—Bueno, ya que estamos todos aquí, voy a hacer las presentaciones adecuadas— dijo, como para dar un toque de formalidad a la situación.

Me miró de nuevo y luego señaló hacia la primera de sus hijas. —Este es Leonardo, el chico que cuido, un joven con mucho coraje.

 

Seguí su mirada y asentí con una sonrisa, dándome cuenta de que no me iba a librar de ser el centro de atención por un buen rato. Luego, Armando comenzó a señalar a sus hijas una por una, mientras las chicas me miraban con curiosidad.

 

—Esta es Ana, la más joven, tiene 18 años —dijo Armando, señalando a la chica de mirada desafiante que había estado observándome desde el principio. Ana asintió levemente con la cabeza, sin dejar de estudiar mis movimientos.

 

—Esta es Sofía, con 20 años. Un poco más tranquila, pero también muy observadora— continuó, señalando a la chica que había sonreído con cierto interés cuando me había presentado. Sofía sonrió de nuevo, esta vez mostrando una expresión más cálida.

 

Finalmente, Armando señaló a la joven que había bajado por las escaleras.

 

—Y esta es Paula, la mayor después de Lucia, con 24 años. Suele ser un poco más seria, pero tiene un gran corazón— dijo, antes de mirar hacia mí. —Paula, este es Leonardo, como te dije.

 

Paula me miró fijamente por un momento, su rostro era serio pero no distante. Luego, dio un pequeño asentimiento con la cabeza.

 

—Mucho gusto —dijo con una voz profunda, casi grave, y me extendió la mano en un gesto firme pero sin mucho entusiasmo.

 

—El gusto es mío— respondí, estrechando su mano con la misma firmeza. A pesar de la seriedad de su rostro, algo en su postura me decía que estaba más interesada en analizarme que en darme una bienvenida cálida.

 

Ana, al notar el intercambio entre nosotros, no pudo evitar soltar una risa ligera.

 

—Vaya, parece que aquí las cosas no van a ser tan fáciles, ¿eh? —comentó con tono juguetón, buscando una reacción de mí.

 

Sofía la miró con cierto reproche, como si intentara mantener el ambiente un poco más civilizado.

 

—Ana, no empieces —dijosuavemente, pero con firmeza.

 

Ana simplemente levantó las manos, como si se rindiera, pero su sonrisa traviesa no desapareció.

 

Lucía, observando la interacción entre sus hermanas y yo, me dio un toque en el brazo, con su mirada ligeramente divertida.

 

—Ya verás, todos son así. Pero no te preocupes, te acostumbrarás— dijo, como si fuera algo a lo que ya estaba acostumbrada.

 

—Creo que eso será lo más fácil— respondí, sin mostrar mucha preocupación. La verdad, por más que pareciera una familia complicada, el ambiente no me resultaba tan abrumador. Al contrario, me sentía un poco más en casa con cada comentario que pasaba, incluso si algunos de ellos eran ligeramente desconcertantes.

 

Finalmente, después de las presentaciones, Isabel, que hasta entonces había estado observando todo con una expresión tranquila, se acercó y me dijo:

 

—Bueno, ya que todos se conocen, les dejo espacio. Sigan con lo suyo y, Leonardo, si necesitas algo, no dudes en decírmelo.

 

Lucía, al ver que me quedaba quieto, me miró con una ligera sonrisa.

 

—Dame el abrigo, que vamos a necesitar más que eso para este frío— dijo, mientras se acercaba para tomar el abrigo que colgaba de mis hombros. Me lo quité sin decir mucho, dejando ver las vendas que cubrían mi cuerpo.

 

En cuanto me quité el abrigo, mis brazos quedaron expuestos ante las miradas curiosas de las chicas. El brazo izquierdo estaba completamente enyesado, cubierto con un vendaje grueso que me limitaba el movimiento, mientras que el otro estaba envuelto en vendas que apenas dejaban ver la piel. Un poco de las vendas asomaban por el cuello de la camisa, lo que no pasó desapercibido para las tres.

 

Ana fue la primera en reaccionar, inclinándose ligeramente hacia adelante, con los ojos entrecerrados, como si intentara comprender la situación.

 

—¿Qué te pasó? —Preguntó, sin poder ocultar su curiosidad.

 

Paula también me observó con una expresión mezcla de sorpresa y preocupación, mientras Sofía miraba fijamente las vendas que se veían alrededor de mi cuello.

 

Isabel, al ver sus reacciones, se giró hacia ellas con una pequeña sonrisa, antes de devolver su atención a mí.

 

—¿Te atropelló un coche o qué? —dijo en tono burlón, mirando sus propias manos como si ya tuviera planeado cómo quitarme el abrigo y seguir con la cuestión de las muletas.

 

Yo, por supuesto, no me iba a quedar callado. Con una sonrisa algo sarcástica y con el tono de voz más relajado que pude conseguir, respondí:

 

—Bueno, Lucía me atropelló con su coche, así que por eso me cuidan tanto— dije, dándome un aire de falso sufrimiento mientras me frotaba la muñeca derecha, que aunque no estaba tan mal, parecía hacerla doler en ese momento.

 

Las chicas se quedaron un momento en silencio, hasta que Ana soltó una risa nerviosa.

 

—¿En serio? —Preguntó entre risas, claramente desconcertada pero divertida al mismo tiempo.

 

Lucía, al escuchar mi broma, no pudo evitar reírse también, con un pequeño toque de complicidad.

 

—Sí, claro, lo atropellé. Y después me sentí tan culpable que decidí llevarlo a casa con mi familia —dijo en tono juguetón, pero sin poder evitar que una sonrisa sincera se dibujara en su rostro.

 

Paula, sin embargo, parecía un poco más seria, aunque claramente divertida por la forma en que bromeábamos.

 

—Eso suena algo exagerado, pero no me sorprende de Lucía —comentó, con una leve sonrisa que no mostraba tan fácilmente.

 

Sofía, mientras tanto, estaba observando mi vendaje con una mirada algo más fija, como si tratara de entender lo que había sucedido. Finalmente, con una leve preocupación en su tono, preguntó:

 

 

—¿De verdad te pasó algo grave? No parece que te hayas caído simplemente.

 

Me encogí de hombros, intentando restarle importancia a la situación.

 

—Nada grave —respondí con tono tranquilo. —Solo algunas heridas de un simple accidente, nada que no pueda manejar.

 

Lucía, con una pequeña risa, me dio una palmada en el hombro, como si fuera su manera de decir: no te preocupes.

 

—Claro, un "simple accidente", ¿verdad? —comentó con tono sarcástico mientras me ayudaba a sentarme más cómodamente en el sofá.

 

Después de eso, las chicas se relajaron un poco, aunque claramente estaban llenas de preguntas y curiosidad sobre mi historia.

 

Isabel me hizo un gesto para que pasara a la sala, y con la ayuda de Lucía, me senté cuidadosamente en el sofá. El dolor en mi cuerpo era constante, las suturas en mi piel tiraban cada vez que me movía, pero intenté no mostrarlo demasiado. No era algo que ellos tuvieran por qué saber, así que me concentré en mantener una expresión relajada. El dolor era parte de mí, algo con lo que ya había aprendido a vivir.

 

Mientras me acomodaba en el sofá, pude ver cómo Armando, sin perder la calma, traía las carpetas que Marcos me había dado antes de salir del hospital. Las dejó cuidadosamente sobre la mesa de centro de la sala, diciendo con un tono tranquilo:

 

—Te olvidaste de esto en el auto, pensé que sería mejor entregártelas ahora.

 

—Gracias—, dije, tomando las carpetas y colocándolas junto a mí, tratando de no darles demasiada importancia por ahora. Mi mente estaba más enfocada en las preguntas de las hermanas de Lucía, que no dejaban de mirarme con curiosidad.

 

Ana, que parecía ser la más directa de las tres, me observó durante unos segundos antes de soltar la pregunta sin rodeos:

 

—¿Cuál es tu relación con Lucía? Porque, por lo que veo, tú pareces mucho más joven que ella —dijo, sin poder ocultar un tono de sorpresa en su voz.

 

Lucía, que estaba justo a mi lado, me miró rápidamente, como si ya supiera que algo así podría salir en algún momento, y se preparó para lo que fuera a decir.

 

Respondí de forma tranquila, sin querer entrar en demasiados detalles que pudieran hacerla sentir incómoda:

 

—Tengo 18 años —dije, sin dudar. Sabía que eso iba a sorprenderla, ya que no debía ser común ver a alguien con tantas cicatrices y una actitud tan madura a esa edad.

 

Ana levantó las cejas, sorprendida, mientras las otras dos hermanas me observaban detenidamente. Noté que la curiosidad de ellas aumentaba, como si hubiera lanzado una bomba de información, y un silencio incómodo se apoderó de la sala por un momento.

 

Luego, para mi sorpresa, las tres hermanas miraron a Lucía con cierta desconfianza, sus rostros cambiaron, y una de ellas, Paula, soltó una risa burlona mientras le decía a Lucía:

 

—¿En serio, Lucía? ¿Qué estás haciendo con un niño? —su tono era de broma, pero había algo en su mirada que indicaba que la pregunta venía con más de lo que parecía.

 

Sofía, que hasta ese momento había estado en silencio, frunció el ceño y se cruzó de brazos, claramente pensativa. Sin embargo, fue Ana quien, con una risa nerviosa, dijo:

 

—¡Dios! ¡Eres una enferma fetichista! ¿Te gustan los menores de edad o qué?

 

Lucía me miró en cuanto escuchó eso, los ojos brillando de una mezcla de incomodidad y exasperación, pero también un toque de diversión.

—¡Para de decir esas cosas, Ana! —respondió, aunque no pude evitar notar que trataba de controlar su risa a duras penas—. No soy una "enferma fetichista", solo lo cuido, ¿de acuerdo? Además, tengo 26 años, no soy tan mayor, no me pongas esa etiqueta.

 

A pesar de lo que dijo Lucía, las hermanas no dejaban de mirarnos con cierta suspicacia, y podía ver cómo las cosas se complicaban un poco. Aunque la broma estaba en el aire, también era claro que no todas lo tomaban tan a la ligera.

 

Yo traté de suavizar la situación, no queriendo que Lucía se sintiera incómoda, y simplemente respondí con una sonrisa irónica:

 

—No, en realidad no soy un "menor de edad" para todos los efectos, aunque mis cicatrices puedan hacer que me vea un poco más... experimentado. —Dije en tono de broma, tratando de aliviar la tensión en el aire.

 

Lucía suspiró, pasando una mano por su cabello, claramente cansada de las bromas de sus hermanas, pero también divertida por el giro inesperado que la conversación había tomado.

 

—Tienes razón, todo esto es una locura. —Dijo mientras se sentaba junto a mí, más relajada. La situación, aunque incómoda, ya parecía estar tomando un rumbo más ligero, a pesar de las bromas pesadas.

 

Armando, que había estado observando la conversación con calma, asintió mientras me miraba.

 

—Dado tu estado y el hecho de que no puedes subir escaleras por el momento, preparamos una habitación para ti en este piso —dijo, con una sonrisa amable. Luego se giró hacia Lucía—. Lucía te llevará allí más tarde para que te acomodes, y después, cuando tengas tiempo, te llevará a comprar algo de ropa.

 

Las hermanas de Lucía parecieron emocionarse al instante. Ana, siempre la más entusiasta, soltó un grito bajo de emoción.

 

—¡¿Vas a ir de compras?! ¡Nosotras también queremos ir! —exclamó, casi saltando en su lugar. Las otras dos hermanas no tardaron en asentir, sonriendo ampliamente.

 

Lucía, aunque claramente divertida por la emoción de sus hermanas, me miró con una ligera sonrisa.

 

—Supongo que no puedo decir que no —dijo con una risa suave—. Pero tenemos que esperar un poco. Primero, te ayudo con tu habitación.

 

Antes de que pudiera responder, me dirigí a Armando, llamando su atención.

 

—Señor Armando... —empecé, pero él levantó la mano rápidamente, deteniéndome.

 

—Recuerdo lo que dijiste —respondió él, con una expresión más seria—. Estarás aquí solo hasta que te recuperes, y después te irás del país. Esto es temporal, ¿entiendes? No te quedes pensando en que este es un lugar para quedarte. Si planeas viajar a California, necesitarás ropa y cosas necesarias para tu viaje, así que es mejor que aprovechemos el tiempo.

 

Las hermanas de Lucía, que hasta ese momento estaban emocionadas con la idea de ir de compras, se quedaron en silencio por un momento, procesando lo que acababan de escuchar. Fue Ana quien rompió el silencio con una pregunta directa.

 

—¿A dónde vas cuando te vayas? —preguntó, frunciendo el ceño, con un toque de curiosidad en la voz.

 

Yo respondí, sin pensarlo demasiado, mirando las carpetas que estaban sobre la mesa de centro, donde probablemente había algo relacionado conmigo, aunque no quería hacerles saber que me estaba enfocando en esas fotos de los niños desaparecidos.

 

—No lo sé —respondí con tranquilidad, intentando que mi voz sonara despreocupada, aunque mi mirada aún se deslizaba hacia las carpetas. Algo en mi interior me decía que tal vez, solo tal vez, podría encontrar algo de respuesta ahí—. No tengo un destino específico, solo necesito ir a algún lugar donde pueda... encontrar algo de paz, tal vez. Aún no lo he decidido.

 

Lucía observó mis movimientos y luego asintió, entendiendo que no quería entrar en más detalles. Ella dio un paso hacia las hermanas y las miró.

 

—Este es el trato —dijo, con firmeza—. Lo cuidaremos hasta que se recupere, y después se marchará. Así que... no empiecen a hacer preguntas innecesarias.

 

Ana, que parecía no estar satisfecha con la respuesta, se cruzó de brazos.

 

—Pero, ¿por qué California? —preguntó, aún con una pizca de desconfianza. Yo sonreí ligeramente, sin poder evitarlo.

 

—No es tanto el lugar, es más sobre lo que necesito hacer allí. No quiero hablar mucho de ello ahora.

 

Lucía, sabiendo que la conversación estaba a punto de volverse más tensa, dio un paso hacia mí y me hizo un pequeño gesto para que me levantara.

 

—Vamos, te ayudaré a acomodarte en tu habitación —dijo, mirando a sus hermanas.

—Después de eso, podemos salir a comprar lo que necesites. Asegúrate de que se sienta cómodo, ¿de acuerdo?

 

Las hermanas, aunque aún intrigadas, se quedaron calladas y asintieron, al menos por el momento. Al parecer, mi respuesta había sido lo suficientemente vaga como para que no siguieran insistiendo demasiado.

 

Mientras me ayudaba a levantarme, echaba un último vistazo a las carpetas en la mesa, preguntándome si alguna de las fotos podría contener algún indicio sobre mi pasado. ¿Era posible que alguna de esas imágenes tuviera alguna respuesta sobre quién era realmente, o si alguien me había estado buscando?

 

Sin decir una palabra más, me dejé guiar hacia la habitación preparada para mí, con la incertidumbre aún presente, pero al menos por ahora, rodeado de personas que, aunque curiosas y algo desconcertadas por mi situación, me estaban ofreciendo un lugar donde recuperarme.

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