Las puertas se cerraron tras Daemon con un golpe seco, y en la penumbra de la cámara real reinó un silencio denso, apenas roto por el crepitar de las antorchas.
Viserys permaneció de pie, aún con Fuego Oscuro en la mano, su respiración agitada delatando la tormenta que lo consumía. Finalmente dejó caer la espada sobre la mesa y se cubrió el rostro con una mano, intentando contener la furia que lo corroía.
No debía saberse. La deshonra de su hija y la traición de su hermano no podían convertirse en alimento para la murmuración de los lores. Si el reino descubría lo sucedido en el burdel, Rhaenyra quedaría marcada de por vida y la sucesión pendiría de un hilo aún más frágil.
Otto Hightower aguardaba en silencio en el pasillo, a la espera de ser llamado nuevamente. Los capas blancas se mantenían firmes, sin pronunciar palabra, sabiendo que aquel secreto debía morir con ellos.
Viserys, finalmente, habló con voz grave y cargada de resolución:
—Esto no saldrá de estas paredes. El nombre de mi hija no será arrastrado por las calles como si fuera moneda de burdel. Daemon… ya tiene su castigo. Lo destierro de mi presencia, y nadie más debe conocer los detalles.
El Lord Comandante, Ser Harrold Westerling, inclinó la cabeza con solemnidad.
—Así se hará, Majestad.
Viserys cerró los ojos un instante, agotado por la magnitud de la vergüenza que su propia sangre había traído a su puerta. Cuando volvió a hablar, lo hizo casi para sí mismo, con amargura en la voz:
—La familia… debería ser nuestra fuerza. Y en cambio, se convierte en la daga que amenaza con abrirnos el vientre.
El rey se dejó caer sobre su lecho, consciente de que la verdadera batalla no sería contra Daemon, sino contra los rumores que ya corrían invisibles por las calles de Desembarco.
—
El sol apenas asomaba entre las torres de la Fortaleza Roja cuando Jaehaerys abrió los ojos. El murmullo de los sirvientes que comenzaban la jornada se filtraba por las ventanas, pero él no necesitaba que nadie le contara lo que estaba por suceder.
Lo sabía.
Sabía que antes de que terminara el día, su tío Daemon sería desterrado de Desembarco del Rey. Sabía también que Rhaenyra quedaría marcada por rumores que nunca morirían del todo, y que Viserys, en un arrebato de cólera y dolor, tomaría decisiones que resonarían en todo el reino.
Se sentó en el borde de su cama, con la mirada fija en la nada.
—Los Peldaños de Piedra… —murmuró para sí mismo—. Ahí es donde se ocultará por el momento.
Maysie entro como costumbre con las finas túnicas bordadas de Jaehaerys en sus brazos, pero en esta ocasion estaba más callada de lo normal sin su habitual habliduria.
Dejo la ropa en un estante ordenada, y le preparo una tina con agua al principe Jaehaerys para que se diera una ducha.
...
Al terminar de ajustarse las túnicas, Jaehaerys giró hacia Maysie, notando en ella un silencio que nunca le era propio.
—¿Sucede algo, Maysie? —preguntó con suavidad, arqueando una ceja. Conocía a la joven desde que tenía memoria; siempre había sido habladora, curiosa, incapaz de guardar para sí las pequeñas noticias que circulaban en la Fortaleza Roja. Su mutismo solo confirmaba que algo andaba mal.
La doncella bajó la mirada.
—Son… simplemente rumores, mi príncipe.
Jaehaerys la observó con atención, sus ojos lilas fijos en ella.
—¿Rumores? ¿Y cuáles son esos? —insistió, con una calma estudiada.
Massie se acercó más, como temiendo que las paredes escucharan. Su voz descendió hasta convertirse en un susurro.
—Es sobre vuestra hermana, mi príncipe.
Jaehaerys sintió un nudo en el estómago, aunque ya conocía la respuesta.
—Habla —ordenó, casi en un murmullo.
—Lo oí de la doncella jefe… que lo escuchó de su esposo, un capa dorada cercano a un capitán de escuadrón. —Massie tragó saliva antes de soltarlo—. Dicen que la princesa Rhaenyra fue vista… en un burdel. Con vuestro tío Daemon.
El silencio se apoderó de la estancia. Solo se oía el lejano bullicio de la ciudad despertando más allá de las murallas.
Jaehaerys entrecerró los ojos, sin mostrar sorpresa alguna.
—Ya veo… —dijo finalmente, con voz grave.
El silencio se alargó tras las palabras de Massie. Jaehaerys se quedó inmóvil, sin que un solo gesto delatara lo que pensaba.
Era de esperarse… reflexionó en silencio. Después de lo de anoche, los rumores invadirán todo Desembarco del Rey. No hay muro lo bastante alto ni orden real lo bastante fuerte que pueda contener las lenguas de la plebe.
Su mirada se apartó de la doncella y se perdió en la ventana, donde los primeros rayos del sol teñían de rojo los tejados de la ciudad.
Massie, nerviosa, aguardaba una respuesta.
Jaehaerys respiró hondo y volvió a hablar con un tono medido:
—Gracias, Massie. Ya puedes retirarte.
Ella inclinó la cabeza y salió, cerrando la puerta tras de sí.
El príncipe quedó solo con sus pensamientos, consciente de que aquel día marcaría el principio de una cadena de decisiones que no podrían deshacerse jamás.