Recuperando la calma, se acercó de nuevo al esqueleto. Realmente quería su ropa, pero se contuvo. Primero agarró el medallón y lo observó más de cerca. El medallón tenía tallados en su superficie intricados patrones que no entendía qué eran; además, su madera blanca estaba envuelta en un hermoso hilo rojo.
Pero lo más intrigante era la flor marchita, blanca, que se encontraba en su interior.
—Es realmente hermoso —murmuró para sí mismo.
Con solo sostenerlo, se sintió un poco mejor. Pero luego volvió la vista al cuaderno negro. Si el medallón, con solo verlo, le traía paz, el cuaderno solo le provocaba incertidumbre.
Levantándolo del suelo, lo abrió poco a poco, pero cuando su mirada se posó en la primera página, el mundo empezó a girar. Sentía cómo su visión periférica empezaba a brillar con un tono verde que se intensificaba cada vez más, hasta que lo cegó.
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[Entrada 1 – Día 1]
(Se ve a un joven con lentes y cabello rubio, sentado en una cama lujosa. La pluma tiembla en su mano.)
> No es mi habitación. No es mi mundo.
Aún recuerdo mi escritorio en Tokio, el parpadeo del monitor, el olor a ramen instantáneo…
Y ahora estoy aquí. Rodeado de mármol, cortinas rojas y sirvientes que me llaman “joven amo”, aunque se nota que es más por obligación que por respeto.
Después de unas horas de búsqueda descubrí que me sigo llamando Nozomi. Al menos eso sigue igual.
Pero he renacido. Y lo peor de todo: en una maldita novela otome y cliché.
Renací en la novela Selaris: El Nombre que Encadena.
Realmente era una historia muy buena. El protagonista era un psicópata obsesivo-compulsivo, manipulador y paranoico, pero eso era parte de los encantos de la novela: cómo lidiaba con todo ello y resolvía los problemas, más a veces con palabras que con peleas.
Aunque claro, todo lo bueno termina.
A mediados de la historia, esta se descarrila. Los aliados del protagonista se vuelven en su contra, aparecen antagonistas y villanos por minton, continentes caen, casi ningún lugar es seguro, los pocos aliados mueren por la misma mano del protagonista e incluso hay viajes en el tiempo.
Cada vez que leía sobre ello, mi corazón ardía por el desperdicio de lo que pudo ser tan buena novela.
Pero ahora mi dolor es diferente. Ahora me duele porque tendré que enfrentar las amenazas de este maldito mundo caótico. ¿Y saben qué es lo peor? Que resulta que soy el hijo de Varian Eldrest, Duque de Alboria y cabeza de la Casa Eldrest.
En la novela se mencionaba que eran la familia de comerciantes más rica del continente de Keilan. También que su ruina se daría a manos de la protagonista, después de manipular y conquistar a los herederos de esta familia.
—Y por ello esto es malo... Se suponía que en esta familia aristócrata solo había dos hermanos que competirían por la supremacía:
Kalen, el heredero perfecto, y Silas, el favorito del pueblo.
Pero ahora estoy yo.
Yo soy una anomalía, y por alguna razón todos parecen considerarme como un error, un fracaso... aunque todavía no sé por qué. Nadie me lo ha querido decir.
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El aire vibró, y entonces E-34 estaba allí. Sin saber cómo ni por qué.
No fue una transición. No fue una visión. Solo una nueva escena en la que él, como un fantasma, flotaba entre sombras.
Nozomi no lo veía. Nadie lo hacía.
E-34 estuvo desde el principio observando a Nozomi, y estaba desconcertado. No estaba ahora en la cueva, sus heridas no le dolían, no sentía frío ni hambre, pero la escena frente a él —una habitación lujosa, un joven escribiendo— lo mantenía en silencio.
<<¿La oscuridad me tragó? ¿O es otra memoria? ¿Algo parecido a cuando vi el pasado de Ofelia?>>
Casi pensó en cerrar los ojos, pero las palabras de Nozomi lo obligaban a concentrarse.
Hablaba de un mundo distinto. De Tokio.
De una vida antes de esta.
De renacer.
De una novela.
E-34 ladeó la cabeza. Apenas comprendía qué decía aquel joven.
<<¿Novela? ¿Qué… significa eso?>>
No lo entendía… pero esa palabra provocó algo en él.
Una incomodidad. Un escalofrío. Como si estuviera viendo un hilo que llevaba a un abismo.
<<¿Este mundo… es ficción? ¿Una historia escrita por alguien más?>>
Lo pensó sin emoción aparente, pero la semilla de la duda echó raíces.
Él no recordaba haber nacido siquiera. Entendía que era una "novela", pero no podía relacionarlo con su mundo. Escapaba de su comprensión.
Siguió observando, impasible, mientras Nozomi describía a su familia. A sus hermanos. A su lugar como “la supuesta anomalía”.
Sus ojos se clavaron en la pluma de Nozomi, en sus dedos temblorosos.
En ese acto simple y humano de registrar el dolor, de sostenerlo, de no dejar que se perdiera.
E-34 dio un paso hacia adelante.
Pero entonces el diario se cerró. La visión terminó.
Mareado, miró a su alrededor.
—Otra vez la cueva —murmuró para sí mismo. Todavía oía el murmullo y veía las sombras retorcerse.
No pudo evitar preguntarse.
<<¿Por qué veo esto?>>
<<¿Quién fue él?>>
<<¿Qué tiene que ver conmigo?>>
Volvió la mirada al diario y vio cómo la hoja pasaba sola. Parecía que el cuaderno quería mostrar su historia, hacer que perdurara. Decidido a comprender qué era realmente Nozomi, se dejó guiar por la luz verde y cerró los ojos.
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[Entrada 2 – Día 7]
— "Cadáver Despertado"
(Nozomi escribe en un escritorio tallado con motivos de dragones. Afuera, cae una suave lluvia. Hay música de laúd a lo lejos.)
Día 7 desde que habito este cuerpo.
Después de mucha reflexión recordé lo más importante:
Las reglas escritas con sangre, juramentos y cuerpos rotos.
Este mundo se rige por el Despertar.
Un solo intento. Una única prueba.
Oportunidad… o condena.
El Arrastre no da segundas oportunidades. Solo una posibilidad de convertirte en algo más que carne hambrienta.
Y este cuerpo… ya despertó.
Ya completó la prueba.
Pero todavía no entiendo cómo. El Arrastre no es piadoso.
El punto es que...
No fui yo. Fue el otro Nozomi.
Y su prueba... no fue satisfactoria.
Ese Nozomi original —el cobarde, el idiota— me condenó.
Encontré su diario.
Leí cada página, cada pensamiento barato.
Y confirmé lo que ya intuía: era un ingenuo.
Creía que bastaba con tener un buen corazón, una idea que le enseñó su —mi— difunta madre.
Pensaba que si no le hacía daño a nadie, nadie le haría daño a él.
Mentalidad mediocre para un mundo que te devora por respirar.
Su prueba fue la supervivencia.
Pero, claro, el Arrastre no iba a ponérselo fácil.
Para romper sus límites, debió haberse arrastrado entre las fauces del dolor.
Debió luchar contra todo, jugar a matar y no a esconderse.
Contra lo que fuera. Humano o no.
Pero según su diario...
El muy estúpido se escondió hasta que el tiempo se agotó.
Ni siquiera sé cómo sobrevivió el mes entero sin agua ni comida.
Quizá ni el Arrastre quiso molestarse en comérselo.
Lo único que dejó claro con su cobardía es que no tenía lo necesario para sobrevivir en un mundo construido por monstruos con nombres poéticos.
Y al final, por lo que dice el diario, fue envenenado hasta su fin.
Y luego, con un “poff”...
Aparecí yo.
El nuevo objetivo de esta maldita familia que solo quiere verme muerto.
Pero lo peor de todo no fue su muerte.
Fue su fracaso.
Porque ni siquiera supo aferrarse a lo único que podría haberlo salvado.
Falló tan rotundamente que ahora yo cargo con las ruinas de su intento.
En este mundo, cuando superas la prueba del Arrastre, despiertas.
Y si lo haces bien, recibes dos cosas:
Primero, la formación del núcleo.
Centro, dantian, contenedor, como quieran llamarlo.
Es la parte del alma que canaliza el poder: maná, aura, esencia vital o divina. Depende de tu afinidad.
Pero si despiertas mal… despiertas roto.
Sin segunda oportunidad. Sin redención.
Todavía puedes usar los llamados meridianos, como dicen los murin —si, existen aquí—, para manifestar energía.
Pero el precio físico y mental es insufrible.
Un castigo reservado para masoquistas.
Y la segunda,
El sistema.
Pero el sistema—la maldita Ventana de Estado—no te da poder. Solo muestra el potencial que podrías alcanzar…
Y esto es lo que me escupe en la cara cada vez que la abro:
Intelecto: 5. Supongo que es lo único que aporté yo. El alma. Lo que traje conmigo. No es brillante, pero al menos funciona.
Carisma: 4. El tipo antes que yo era retraído. O invisible. Nadie lo seguía.
Belleza: 5. Insípido. Ni llama la atención ni provoca rechazo.
Egoísmo: 7. Esto sí que me pertenece. No me queda otra. En un mundo donde nadie te va a salvar, no puedes darte el lujo de ser generoso.
Físico: 3. No hay físico especial. Ni del rayo, ni del vacío, ni del fuego divino. Este cuerpo es carne reciclada.
Divinidad: 1. No fui tocado por ningún dios. Ni siquiera los menores. Estoy fuera del juego teológico.
Concepto del nombre: 2. Nozomi. Esperanza. El nombre es fuerte en otro mundo. Aquí… solo sirve como chiste cruel.
Afinidad: 2. La afinidad está casi marchita. Podría haber sido tierra o aire. Ahora es niebla.
Artefactos: 0. Sin Lamentos. Sin legado. Sin emoción lo bastante poderosa como para haber dejado huella.
Habilidad Innata: 1. El antiguo Nozomi no tenía ninguna. Yo tampoco. Pero al menos sé que no estoy ciego. Porque sí, las habilidades innatas no solo son buenas, también pueden ser defectos en sí mismas.
Aura: 2. La siento… como un cuchillo oxidado. Puedo tocarla, pero me corta en vez de protegerme.
Linaje: 0. Sin posibilidades de despertar.
Y aquí está la gran ironía:
El sistema no es amable. No se reinicia. No dice “nuevo jugador, nuevas oportunidades”.
Solo señala con frialdad: este es tu potencial máximo.
Y ya está jodido.
La situación es difícil pero todavía tengo esperanzas. Hay varios métodos para romper estos límites descritos en la novela. Por ejemplo, el maldito protagonista tiene un doble despertar.
No le bastaba con tener el potencial más alto. Si no que inclusive quiso tener más, más de lo que las personas normales tienen normalmente.
Si me acuerdo bien, su Ventana de Estado antes de su segundo despertar y al inicio de la historia era algo así...
Selaris. La Testigo de los Hilos.
Una diosa en construcción con punt...
Aquí cortamos porque hay que estudiar para los exámenes XD
Nozomi" (のぞみ) en japonés significa "deseo" o "esperanza".
