La casa de Kaoru era modesta, de una sola planta, con paredes de madera clara y techo a dos aguas. Estaba ubicada en una zona tranquila del distrito Uchiha, un poco apartada del centro. El tatami crujía con cada paso, y las cortinas delgadas dejaban pasar la luz con suavidad.
El silencio en el interior era habitual, pero no incómodo. Había una paz discreta en ese lugar.
—Kaoru… ya está listo el arroz.
La voz de su madre se escuchó desde la cocina, más suave de lo habitual.
Kaoru se levantó de donde estaba sentado, en el pequeño espacio de entrenamiento que improvisaba por las tardes. Al llegar al umbral, la encontró encorvada frente a la olla de barro, sirviendo con lentitud. Le temblaban los dedos.
—Te dije que yo lo haría —dijo él, sin levantar la voz.
—Solo fue un poco de arroz —respondió ella con una sonrisa débil, sin mirarlo.
Kaoru se acercó y tomó la cuchara de sus manos con firmeza, pero con cuidado. Su madre no protestó.
—Si sigues así, no te vas a recuperar —murmuró.
—Y si me quedo acostada todo el día, la casa se cae a pedazos —replicó ella, aunque sin fuerza en el tono.
La ayudó a sentarse en el cojín junto a la mesa. Ella lo observó unos segundos. Sus ojos eran oscuros, profundos, marcados por el cansancio y los años. Aún así, mantenía algo de la belleza serena que una vez atrajo al padre de Kaoru.
Comieron en silencio.
Luego de recoger, Kaoru entró a la habitación de su madre. Junto al futón, sobre una caja de madera, estaban los frascos con las medicinas. Las observó un momento.
Quedaba la mitad.
Menos de seis meses.
Volvió a sentarse en su cuarto, entre sus pertenencias, y comenzó a ordenar sus cosas. Entre los estantes, retiró una caja de madera lacada. Dentro, cuidadosamente enrollados, estaban los pergaminos de su padre. Los desenrolló uno por uno.
Técnicas de estilo fuego: Katon: Hōsenka no Jutsu, Katon: Gōkakyū no Jutsu.
Técnicas de rayo: Raiton: Kangekiha, Raiton: Hiraishin.
Técnicas de agua: Suiton: Teppōdama, Suiton: Mizu Bunshin.
Kaoru ya los había estudiado. Los había entrenado en secreto durante años, desde que tenía uso de razón. Por eso su ingreso a la academia fue tardío, no por falta de capacidad, sino por circunstancias.
Su padre había tenido afinidad con tres elementos. Él también.
La tinta del pergamino estaba ligeramente desgastada. Algunas anotaciones al margen, firmadas con un sello familiar, describían métodos de entrenamiento que ya conocía. Pero ahora buscaba algo más.
No lo encontró.
Kaoru volvió a enrollarlos, uno por uno, y los guardó con cuidado.
El dinero se acababa.
Las medicinas también.
Y él no podía quedarse cruzado de brazos.
Recordó algo que Tadaka sensei había mencionado ese mismo día: la existencia de una clase optativa para aquellos que quisieran iniciarse en el arte del ninjutsu médico.
No era común que un estudiante de primer año lo solicitara. Pero Kaoru no tenía opción.
Si existía una forma de aprender a sanar, debía encontrarla.
Aunque fuera solo.
Aunque tomara tiempo.
Se levantó con calma, caminó hacia la ventana y observó el cielo nublado.
Había mucho que aún no comprendía del mundo shinobi.
Pero ya tenía una razón para seguir adelante.