El sonido del agua corriendo por los canales de piedra se mezclaba con los primeros pasos de los estudiantes que llegaban a la academia. El cielo estaba nublado esa mañana, y la luz gris suavizaba los colores de la aldea, como si todo estuviera envuelto en una niebla tenue.
Kaoru caminó en silencio por el pasillo de entrada. Su expresión era la misma de siempre: serena, distante, inalterable. Sin embargo, al entrar al aula notó algo diferente.
Había más personas.
Los pupitres al fondo, que el día anterior estaban vacíos, ahora estaban ocupados por rostros nuevos. No eran niños comunes. Algunos vestían con insignias discretas en los brazos o el pecho. Otros mantenían la espalda recta, las manos sobre la mesa, los ojos clavados al frente. Había una tensión distinta en el ambiente, como si una cuerda invisible se hubiese tensado apenas cruzaron la puerta.
Kaoru se sentó en su lugar habitual, junto a la ventana. Desde allí, pudo ver con claridad a los recién llegados.
Una chica de ojos oscuros y cabello recogido, con un largo abrigo gris, llevaba unas pequeñas gafas de montura negra. Su expresión era inexpresiva, casi inmutable. Aburame, sin duda.
Tres niños del clan Hyuga estaban sentados juntos, alineados con precisión. Sus ojos pálidos, sin pupilas visibles, los hacían parecer esculturas de mármol. No hablaban entre ellos. No se movían más de lo necesario.
Un chico delgado, de cabello oscuro y desordenado, permanecía ligeramente encorvado en su asiento. Jugaba con una cuerda entre los dedos, con movimientos lentos. Su mirada era extraña, como si no estuviera del todo allí.
Y luego, al centro del aula, una niña.
Tenía el cabello negro recogido en un lazo rojo, postura firme, mirada tranquila. Su expresión no era altiva, pero tampoco sumisa. Estaba perfectamente equilibrada. No hacía ningún esfuerzo por destacar, y sin embargo, destacaba.
Kaoru la observó sin parpadear.
La había visto antes. Entrenando.
En el distrito.
No sabía su nombre. No sabía si lo había notado ese día. Pero ahora, verla en el aula, tan cercana… lo inquietó ligeramente.
Solo un poco.
Llevaba el mismo escudo en el brazo. Uchiha.
Por un instante, Kaoru se sintió menos solo. No era común encontrar a alguien de su clan fuera del distrito, y menos aún en un ambiente mixto como la academia. Ella era la única, aparte de él. Y eso bastaba para que su presencia adquiriera un peso distinto.
La clase no había comenzado todavía, pero el murmullo fue interrumpido por pasos firmes en el pasillo.
La puerta se abrió.
El sensei Tadaka Sarutobi entró, esta vez acompañado por una figura que los niños reconocieron de inmediato.
El Tercer Hokage.
Hiruzen Sarutobi, con su atuendo formal y su pipa apagada en la mano, caminó hasta el frente del aula. Su presencia llenó el espacio sin necesidad de palabras.
Los estudiantes se pusieron de pie, como era costumbre.
—Pueden sentarse —dijo con voz suave.
El aula volvió al silencio.
—Hoy se han incorporado nuevos estudiantes —explicó Tadaka sensei—. Algunos de los clanes han decidido enviar a sus talentos de forma tardía, por distintas razones. Los nombres ya están registrados. A partir de hoy, entrenarán juntos como grupo.
Hiruzen dio un paso al frente.
—Niños… —comenzó con un tono afable—. Sé que muchos de ustedes aún no comprenden qué significa ser un ninja de Konoha. Pero están aquí porque, algún día, defenderán esta aldea. A veces con su fuerza… y a veces, con su vida.
Algunas miradas se crisparon. Otras permanecieron serenas.
—Konoha no existe por la voluntad de unos pocos. Existe porque cada generación ha dado algo de sí para protegerla. Padres, abuelos, hermanos... todos han contribuido. Ustedes también lo harán.
La voz de Hiruzen era cálida, pero su mensaje era claro.
—Eso es la Voluntad de Fuego. El vínculo que une a todos en esta aldea. No importa su clan ni su origen. Konoha necesita que crezcan juntos. Que ardan juntos.
Terminó con una leve sonrisa y un gesto de cabeza.
—Agradezcan al Hokage —indicó Tadaka.
Los estudiantes se inclinaron. Algunos con respeto. Otros por simple costumbre.
Kaoru mantuvo la cabeza erguida unos segundos más. El discurso le sonó pulido, demasiado limpio. Pero lo retuvo igual.
Volvió los ojos al frente. La niña del lazo rojo seguía sentada.
No lo miraba.
Pero tampoco lo evitaba.
Algo en su forma de estar lo mantenía atento. No era belleza, aunque la tenía. Era la manera en que no buscaba encajar.
Durante el resto de la clase, Tadaka habló sobre las pruebas de chakra y control físico que se harían pronto. Algunos de los nuevos ya manejaban técnicas más avanzadas. El ritmo de entrenamiento sería ajustado.
Al sonar la campana, Kaoru salió sin apuro. Mientras cruzaba la puerta, echó una última mirada al aula.
La niña Uchiha ya no estaba en su asiento.
Solo quedaba un hilo suelto en su pensamiento:
“¿Cuál es su nombre?”