El bullicio del coliseo llenaba el aire como un trueno constante, pero en el palco real reinaba una inquietud distinta. El rey Viserys se acomodó en su asiento de madera tallada, el rostro perlado de sudor por el sol, aunque no solo el calor lo incomodaba. Sus ojos recorrían una y otra vez las gradas, como si esperara encontrar entre la multitud la figura que no aparecía.
—Rhaenyra… —preguntó al fin, con voz baja pero cargada de impaciencia—. ¿No has visto a tu hermano Jaehaerys?
La princesa giró la cabeza hacia él, interrumpiendo la charla que sostenía con su tío Daemon sobre los competidores. Su expresión era tranquila, pero su tono buscaba sonar despreocupado.
—No, padre. La última vez que lo vi fue cuando se dirigía a la tienda de la familia real. Iba acompañado de Ser Erryk, como corresponde.
Viserys frunció el ceño, tamborileando los dedos contra el brazo de su asiento. Su mirada volvió hacia el campo de tiro, donde los arqueros se preparaban para la segunda ronda, pero el pensamiento de la ausencia de su hijo no se desvanecía.
—Ser Arryk. —La voz del rey se elevó con autoridad, llamando la atención del caballero apostado a la entrada del palco.
El Capa Blanca se adelantó de inmediato, inclinando la cabeza con respeto. Su armadura brillaba al sol, y en su porte se notaba la misma disciplina férrea que compartía con su hermano gemelo.
—A sus órdenes, Su Majestad —respondió Arryk Cargyll, firme y solemne.
Viserys lo observó con detenimiento, midiendo sus palabras.
—¿Sabes dónde está tu hermano? —preguntó al fin, la voz cargada de un matiz que oscilaba entre la preocupación y la molestia.
Un silencio breve se instaló, apenas interrumpido por el rugido de la multitud cuando un arquero dio en el blanco. Arryk respiró hondo antes de responder, con la prudencia de quien mide cada sílaba para no cometer un error.
—Lo lamento, Su Majestad, desconozco el paradero de mi hermano —respondió Arryk, inclinando la cabeza con respeto, aunque en su voz se percibía un dejo de incomodidad.
Viserys soltó un resoplido cargado de frustración y preocupación.
—Toma un grupo de Capas Doradas y ve a buscarlo de inmediato. No regreses hasta dar con él.
—Como ordene, Su Majestad. —Arryk se inclinó y salió con paso rápido, la capa blanca ondeando tras de sí.
El rey se reclinó en su asiento, pero no halló comodidad alguna. Sus dedos se cerraron en puños sobre los brazos del trono improvisado del palco. Miró el campo de tiro, vio las flechas volar, escuchó los vítores, pero su mente estaba muy lejos de la competición.
"Le dije que en dos horas estuviera aquí… y ya han pasado cinco", pensó con un nudo en la garganta. "Me distraje conversando con los lores, con sus halagos y demandas, y no me percaté…".
La inquietud le quemaba el pecho. En un torneo como aquel, habían llegado a Desembarco no solo caballeros y nobles, sino también comerciantes, aventureros y buscavidas de todo tipo. La ciudad bullía como nunca, y entre la multitud podían esconderse tanto aliados como enemigos.
"Si alguien llegara a reconocer a mi hijo… un príncipe de seis años solo sería un manjar servido en bandeja de plata."
Viserys apretó los dientes, luchando contra el torbellino de pensamientos. Su mirada, sin quererlo, se cruzó con la de Rhaenys, que lo observaba desde unos asientos más abajo. Ella no dijo nada, pero en sus labios jugaba una sonrisa sutil, como si guardara un secreto que el rey aún ignoraba.
El rugido del público lo sacó de sus pensamientos: uno de los arqueros había dado en el centro del blanco a 120 pies. Viserys fingió prestar atención, pero en el fondo solo aguardaba noticias de Arryk.
Punto de vista de Arryk
Las órdenes del rey pesaban sobre mis hombros. Encontrar al príncipe Jaehaerys entre miles de personas era una misión casi imposible, pero fallar no era opción. Con paso firme me dirigí a la Fortaleza de la Guardia de la Ciudad, el cuartel de las Capas Doradas.
La muralla negra de la fortaleza se alzaba imponente, y más allá de su portón se extendía el patio central, donde el estrépito del entrenamiento llenaba el aire. Cien escuadrones, cada uno compuesto por veinte hombres, mantenían el orden de la ciudad. Y allí, entre la multitud de soldados con armaduras doradas, destacaba uno de sus capitanes más célebres: Harwin Strong, conocido como Rompecascos.
Lo encontré dando órdenes a su escuadrón, su voz ronca imponiéndose sobre el ruido de espadas y escudos. Era un hombre de hombros anchos, la barba oscura enmarcando un rostro curtido, y con la mirada de alguien acostumbrado a la violencia de los callejones. La disciplina que imponía era tal que bastó con levantar la mano para que veinte hombres se detuvieran en seco.
Me acerqué.
—Capitán Strong.
Él me reconoció de inmediato, sus ojos se posaron en la capa blanca sobre mis hombros.
—Ser Arryk Cargyll. —Su tono era respetuoso, pero firme—. Decidme, ¿qué trae a un Guardia Real hasta mis filas?
—El príncipe Jaehaerys ha desaparecido de la vista de su guardia. El rey ordena que se le encuentre de inmediato —dije con voz baja, lo suficientemente seria como para que nadie dudara de la urgencia.
Harwin se tensó. El murmullo de los soldados cercanos se hizo un poco más fuerte, como si la sola mención del príncipe hubiera despertado la inquietud en todos.
—Un niño… en una ciudad como esta, y en medio de un torneo… —murmuró, como hablando consigo mismo. Luego se volvió a su escuadrón y rugió—. ¡Hombres, atención!
Los veinte soldados se alinearon de inmediato, lanzas en alto, y Harwin les habló con la firmeza de un martillo golpeando hierro.
—El príncipe ha desaparecido. Nuestra misión es encontrarlo antes que cualquier otra sombra de la ciudad lo haga. —Señaló hacia las calles—. Dividíos en parejas, vigilad el coliseo, los mercados, las tabernas y el puerto. Nadie entra ni sale sin que lo sepamos.
Luego, caminó hacia mí, ajustándose el peto dorado.
—El rey puso esta búsqueda en vuestras manos, ser Arryk. Pero conoced esto: no hay rincón de Desembarco del Rey que yo no haya pisado. —Sus labios se torcieron en una mueca casi orgullosa—. Si el príncipe está escondido entre esta multitud, lo encontraremos.
Y así, bajo el mando de Harwin y con la fuerza de un escuadrón entero desplegado, la cacería comenzó.