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Chapter 22 - Capitulo 21

Debo encontrar a Erryk", murmuró Jaehaerys, saliendo de su estupor mientras ajustaba el arco sobre sus rodillas.

Su mente seguía repasando el plan inicial. Ganar el torneo, o al menos quedar entre los tres primeros, le habría dado el momento perfecto: cuando los premios fueran entregados, revelaría su identidad ante la multitud. Un príncipe de seis años triunfando en justa pública… la noticia recorrería todo Poniente. Era un golpe de efecto que quedaría grabado en la memoria de todos.

Pero ahora ese plan estaba muerto. Si mostraba quién era, Maelor desaparecería como humo, dejando a Darron —un peón reemplazable— atrás. Y entonces ya no habría forma de atrapar al verdadero cerebro, ni de desmantelar la red que había tejido bajo las narices del rey.

El muchacho apretó los puños. "No puedo permitirme fallar. No cuando hay niños que desaparecen cada día sin que nadie los reclame. No cuando ese hombre ha sobrevivido desde la época en que mi tío Daemon era Lord Comandante de la Guardia de la Ciudad. Eso significa que tiene piezas clave dentro de los Capas Doradas, hombres que le sirven, hombres que le protegen".

Se levantó de golpe, decidido. El torneo ya no importaba. Su destino no estaba en la arena, sino en las calles podridas de Desembarco.

Tenía que hablar con Erryk. Solo un caballero de la Guardia Real, incorruptible y leal, podía ayudarlo a trazar un plan sin alertar al enemigo. No podían acudir al rey, no todavía. Cualquier movimiento imprudente sería advertido y Maelor escaparía.

La estrategia estaba clara: reunir a los pocos hombres que aún quedaban limpios, operar en silencio y derribar a la bestia desde adentro. Erryk había mencionado en más de una ocasión a su hermano gemelo, Arryk, como alguien en quien confiaba por encima de todo. Tal vez él sería la primera pieza.

"Es hora de ponernos en marcha" —dijo Jaehaerys en voz baja, mientras ajustaba la daga en el cinto y colgaba el arco al hombro. Sus manos eran pequeñas, pero sus gestos firmes. Dentro de aquel cuerpo infantil latía la mente de alguien que había vivido mucho más, y eso le daba una seguridad que no podía fingir ningún otro niño de su edad.

Salió de la tienda y se detuvo unos segundos, observando el campamento casi vacío. Las carpas de los competidores estaban ya desarmadas, excepto una: amplia, bien adornada, con el estandarte de un caballero menor. Jaehaerys lo reconoció al instante.

Ser Darron Rollingford —se dijo—. El mismo que había llegado lejos en el torneo gracias a artimañas, el mismo que todos sabían servía los intereses de Maelor.

Se cubrió mejor el rostro con telas y capucha, dejando solo los ojos al descubierto. Caminaba despacio, sin llamar la atención, pero con la seguridad de quien sabe que cada paso debe ser calculado.

En la salida lo esperaban tres guardias. No parecían simples hombres contratados para un torneo: llevaban armaduras ligeras, espadas al cinto y esa manera de observarlo todo que solo tienen los perros fieles a un amo peligroso.

Hombres de Maelor, pensó Jaehaerys con un escalofrío. Controlan incluso aquí.

El príncipe no bajó la cabeza como lo haría un niño asustado, pero tampoco buscó enfrentamiento. Mantuvo un paso firme y natural, encapuchado, como si tuviera derecho a irse sin dar explicaciones.

Sintió sus miradas clavarse en él, pesadas, inquisitivas. El instinto le gritaba que uno de ellos podría alzar la voz y detenerlo en cualquier momento. Su mano derecha se tensó cerca de la daga, midiendo mentalmente distancias, ángulos, la rapidez con la que podría hundir el acero en una garganta. Pero sabía que, aunque su técnica era precisa, su cuerpo de seis años lo traicionaría. Podría herir a uno… tal vez derribar a otro en el caos… pero el tercero lo reduciría con facilidad.

Por suerte, nadie lo detuvo. Pasó entre ellos y continuó andando hasta que el resplandor de las antorchas quedó atrás.

Recién entonces soltó el aire contenido.

—Menos mal —murmuró, esta vez con un dejo de alivio que no podía ocultar.

No era miedo, sino cálculo frío. Había vivido demasiado en su otra vida como para asustarse con facilidad. Lo que lo inquietaba era la certeza de que Maelor ya había extendido sus redes más de lo que cualquiera sospechaba.

El viento nocturno lo recibió cargado de olores de la ciudad: humo, pescado, sudor y vino barato. El verdadero campo de batalla no estaba en la arena del torneo, sino en esas calles envenenadas.

"Debo encontrar a Erryk", se recordó con firmeza. Solo él podía ser la primera piedra de un plan que derribara a Maelor desde dentro.

El silencio de la noche lo envolvió a medida que avanzaba por el pasillo de antorchas que conducía a la salida del coliseo. La tensión aún pesaba sobre sus hombros, pero con cada paso el aire se hacía más ligero. A la distancia, distinguió la silueta de un hombre apoyado contra un muro, encapuchado, con los brazos cruzados.

Jaehaerys exhaló con alivio. Reconocería esa postura en cualquier parte.

—Llegaste tarde —murmuró el príncipe cuando se acercó, apenas alzando la voz.

Erryk levantó el rostro bajo la capucha, y sus ojos brillaron con la misma seriedad de siempre.

—No podía entrar. Tú me ordenaste esperar aquí. Si alguien me veía entre los competidores, habrían hecho preguntas.

—Hiciste lo correcto —asintió Jaehaerys.

El caballero lo observó de cerca, como evaluando si el muchacho estaba herido o alterado.

—Tu semblante me preocupa, alteza. ¿Qué ocurrió allí dentro?

Jaehaerys guardó silencio unos segundos. Luego, con calma medida, habló:

—Algo más que un torneo. Darron Rollingford aún no ha desmontado su tienda. Está rodeada de hombres armados. No es casualidad: está aliado con un hombre peligroso. Un tal Maelor.

Erryk frunció el ceño.

—¿Rollingford? Apenas es un señor menor, un nombre olvidado en los libros de heráldica. ¿Y dices que sirve a… Maelor? No lo conozco.

—Nadie lo conoce a la luz del día —replicó el niño, bajando la voz—. Se mueve en las sombras, dirige bandas criminales y tiene gente por todo Desmbarco del rey, no me sorprenderia que uno de ellos sea un caoitan de los Capas Doradas. Esta noche entró en mi tienda. Me ofreció oro para que perdiera en la final.

Erryk se tensó de inmediato.

—¿Qué? ¿Entró en tu tienda? ¿Y dónde estaban los guardias del torneo?

—Lo dejaban pasar. Como si no existiera frontera para él —contestó Jaehaerys, con un brillo de rabia en la mirada—. Me habló con seguridad, como si supiera que nadie lo detendría. Quería que acertara solo un disparo… y fallara los otros dos. Para garantizar la victoria de Rollingford.

El caballero lo miró incrédulo, pero no con desconfianza, sino con furia contenida.

—¿Y qué le respondiste?

—Que no estoy en venta —respondió Jaehaerys con firmeza, casi como un adulto—. Pero entiende, Erryk, esto va más allá del torneo. Si hubiese revelado mi identidad, Maelor se habría esfumado y nada de esto quedaría al descubierto.

Erryk respiró hondo. El instinto de guerrero lo empujaba a buscar al villano y atravesarlo de inmediato con su espada. Pero sabía que, en esta situación, un paso en falso podía costar más que una vida.

—Entonces dime, alteza —dijo al fin, inclinándose un poco hacia él—, ¿cuál es tu plan?

El niño lo sostuvo con una mirada ardiente, impropia de sus seis años.

—Reunir a quienes aún no están podridos. Tú, tu hermano Arryk… y los pocos hombres limpios que podamos encontrar. Si Maelor cree que soy solo un escudero cualquiera, usaré ese disfraz como cebo. Y cuando se acerque demasiado… soltaremos al gato entre las ratas.

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