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Chapter 23 - Capitulo 22

Mientras avanzábamos entre las carpas del campamento, esquivando a los hombres que desmontaban sus pabellones y a los pajes que corrían de un lado a otro, mi mente bullía con pensamientos que no podía apartar. El bullicio del lugar era constante: herreros apagando las brasas, mercaderes voceando sus últimas gangas, caballos relinchando inquietos. Aun así, para mí todo ese ruido era apenas un murmullo lejano; estaba concentrado en la madeja de problemas que debía desenredar.

—Mi padre ya debe estar buscándome —murmuré, lo bastante bajo para que solo Erryk me oyera.

El caballero giró el rostro hacia mí, con el ceño apenas fruncido. Sus ojos eran los de un hombre que medía cada palabra que iba a responder.

—Alteza… —empezó, pero yo alcé una mano para detenerlo.

—No te preocupes, Erryk —lo interrumpí, fingiendo una calma que no sentía—. Cuando lo veamos, le diré que fue idea mía que me acompañaras. Diremos que nos entretuvimos recorriendo las tiendas de la ciudad. No sería raro: comerciantes de todos los rincones de Poniente han acudido a la capital por el torneo. Hay puestos de armas extranjeras, especias de Essos, sedas de Myr… cualquiera perdería la noción del tiempo entre tanta mercancía.

Hice una pausa, observando a un mercader que enrollaba tapices bordados con dragones dorados. El olor a especias mezclado con sudor y cuero impregnaba el aire, denso, casi sofocante.

—Mi padre tal vez ya haya enviado hombres a buscarme —añadí con un dejo de resignación—. Y si nos encuentran aquí, entre tanta gente, la excusa será perfecta.

Erryk asintió, aunque no parecía del todo convencido. Sus labios se apretaron en una línea tensa, como si estuviera guardando algo que prefería no decir. Me bastaba con su silencio para comprender lo que pensaba: jugar con mentiras frente al rey era un riesgo enorme, incluso para mí.

Pero no tenía opción. Si revelaba la verdad demasiado pronto, Maelor escaparía entre las sombras y perderíamos la única oportunidad de atraparlo.

Respiré hondo, obligándome a mantener el paso firme entre la multitud. Las luces de las antorchas temblaban con el viento nocturno, proyectando sombras alargadas sobre la tierra pisoteada. Cada silueta que se movía a mi alrededor parecía un enemigo potencial, un espía encubierto, un ojo de Maelor observándonos.

Y sin embargo, debía actuar como si nada de eso me inquietara.

—Lo importante —dije al fin, con un tono de voz sereno pero firme— es que nadie sospeche. Si lo logremos, tendremos ventaja.

Erryk me miró de reojo. No pronunció palabra, pero su silencio valía más que cualquier juramento: seguiría mis pasos, aunque no entendiera del todo adónde lo conducirían.

Mientras fingía interés por un puesto de baratijas —dagas toscamente forjadas, colgantes de vidrio de colores y figurillas de madera pintada—, compré un par de objetos al azar. No los necesitaba, pero servirían de fachada cuando llegara el momento de enfrentar a mi padre: al menos tendría algo en las manos para sostener la mentira de que me había perdido entre los comerciantes.

De reojo, sin embargo, algo me hizo tensar los músculos. Dos hombres caminaban entre la multitud con paso firme, y aunque intentaban no llamar demasiado la atención, su sola presencia se imponía sobre el bullicio.

El primero vestía una armadura de placas pulida hasta el brillo, con una capa blanca que ondeaba a cada paso. El yelmo cubría su rostro por completo, ocultando su identidad bajo el acero, pero no hacía falta ver su cara para reconocerlo: cada movimiento suyo era exacto, disciplinado, propio de alguien entrenado en la perfección marcial.

A su lado marchaba otro hombre aún más imponente. Alto, ancho de hombros, con una armadura negra ribeteada de oro y una capa dorada que reflejaba la luz de las antorchas. Su sola figura transmitía una fuerza contenida, la de un guerrero acostumbrado a imponer respeto tanto en el campo de batalla como en las calles.

Ambos avanzaban con la mirada en constante movimiento, evaluando cada puesto, cada sombra, cada posible escondite. Eran sabuesos siguiendo un rastro.

Sentí la voz de Erryk a mi lado, apenas un murmullo.

—Ese de ahí es mi hermano, mi príncipe. Arryk.

Sus palabras me atravesaron como un rayo. Miré de nuevo al caballero de capa blanca, y el corazón me dio un vuelco. La armadura, la postura, la forma en que su mano descansaba cerca de la empuñadura de la espada… no cabía duda. La mitad perdida del espejo de Erryk.

Nosotros seguíamos cubiertos de pies a cabeza, nuestras capuchas bajas, las telas ocultando nuestros rostros. Pero no por eso pasamos desapercibidos.

En cuanto los dos hombres nos vieron, su andar cambió: aceleraron el paso, cortando la distancia entre ellos y nosotros con determinación. Sus miradas serias, cargadas de sospecha, se clavaron en nuestras figuras como lanzas.

—Dile que nos reuniremos en otro lugar, sin tantos ojos encima —le susurré a Erryk, sin apartar la vista del suelo, mientras seguíamos avanzando hacia ellos.

El murmullo del mercado se apagaba en mis oídos. La multitud seguía allí, gritando precios, regateando y discutiendo, pero para mí todo se redujo a un instante suspendido en el aire. Cada paso que dábamos parecía más pesado que el anterior.

Los dos hombres abrían camino con la naturalidad de quienes saben que nadie se atreverá a interponerse. Bastaba su presencia para que los comerciantes se hicieran a un lado y los transeúntes desviaran la mirada. No eran simples caballeros: eran símbolos de poder.

Cuando estuvimos lo bastante cerca, sentí un escalofrío recorrerme. Arryk tenía la mano firme sobre la empuñadura de su espada, listo para desenvainar en cualquier momento. Su postura era la de un guerrero en guardia, preparado para reaccionar al menor indicio de peligro.

Mi respiración se contuvo. Si desenfundaba, todo nuestro disfraz se desmoronaría.

Pero entonces ocurrió: cruzamos a su costado, y la hoja jamás salió de la vaina. En ese breve instante, mientras nuestras sombras se rozaban bajo la luz de las antorchas, Erryk inclinó apenas el rostro y murmuró algo que solo su hermano podía oír.

Arryk no respondió en voz alta. Se limitó a relajar la presión sobre la espada y a seguir caminando, como si no hubiera pasado nada, como si aquel cruce hubiese sido un simple accidente entre desconocidos.

El hombre que lo acompañaba —el de la armadura negra con capa dorada— alzó una ceja, como si hubiera captado la tensión del aire. Sus ojos oscuros se fijaron en nosotros, evaluándonos con sospecha, pero no dijo palabra. Tras un momento de silencio cargado, imitó el gesto de Arryk y continuó su marcha.

Solo cuando ambos se alejaron unos pasos, sentí cómo el aire regresaba a mis pulmones. Apreté el saco con las baratijas que había comprado para mantener la fachada y murmuré, apenas audible:

—Dejame dar un respiro.

Erryk asintió, sin apartar la vista de las espaldas de los dos hombres que se alejaban.

"Le dijiste el lugar", pregunté mientras seguiamos avanzando.

Erryk simplemente asintío y contimuamos nuestra marcha.

"

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