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Chapter 21 - Capitulo 20

Mientras repasaba mentalmente cómo debía tensar la cuerda y calcular el ángulo para la última y más difícil de las pruebas, escuché el leve crujido del cuero al levantarse la entrada de mi tienda.

Una silueta imponente se recortó contra la luz del exterior: un hombre alto, de hombros anchos, con el rostro endurecido por una cicatriz que le atravesaba la mejilla hasta perderse en la barba rala.

—Es de mala educación entrar sin permiso en la tienda de otro sin llamar primero —dije con calma, aunque mi mano se deslizó de inmediato hacia el interior de mi túnica, rozando la empuñadura de la daga que mantenía oculta.

El intruso soltó una risa grave, áspera como hierro raspado.

—Vaya, vaya… es increíble que hayas llegado hasta la final siendo apenas un escudero de poca monta, niño.

Su voz estaba cargada de burla, pero también de cierta curiosidad peligrosa. Dio unos pasos dentro, sin apartar sus ojos oscuros de mí.

—Ah, qué grosería la mía —añadió, inclinando la cabeza apenas, en un gesto falso de cortesía—. Permíteme presentarme… me llamo Maelor.

Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro, la cicatriz deformándola aún más, como si la marca quisiera recordarle al mundo que no había nada limpio en él.

Bueno, ¿qué dices, muchacho? —Maelor dejó que sus ojos recorrieran lentamente la carpa, observando cada detalle, cada arco y flecha como si ya fueran suyos—. Trabaja para mí. Tienes talento con el arco, hay que admitirlo. Me vendría bien alguien como tú.

Sus palabras eran un ofrecimiento envuelto en amenaza, la clase de tono que no dejaba claro si se trataba de una invitación o de una orden.

—¿Y por qué habría de trabajar contigo? —repliqué, sin apartar mi mano de la daga bajo mi ropa. La lona de la tienda apenas filtraba los sonidos del bullicio exterior, y el hecho de que Erryk no estuviera a la vista me hizo sentir, por un instante, expuesto.

Maelor soltó una carcajada baja, áspera, que parecía vibrar en su pecho.

—Porque no tienes idea de lo que ocurre en estas calles, escudero. Aquí un hombre puede hacerse rico en una sola noche… o desaparecer para siempre sin que nadie lo recuerde.

Se inclinó hacia mí, apoyando una mano sobre la mesa donde había estado limpiando mi arco. Sus dedos eran gruesos, marcados de cortes y callos, como los de alguien acostumbrado a la violencia y al trabajo sucio.

—Conmigo tendrías protección. Dinero. Y más oportunidades de las que jamás te daría ese caballero inútil al que dices servir.

Lo observé en silencio, intentando mantener la calma mientras mis pensamientos corrían. Sus palabras eran tentadoras en apariencia, pero todo en su mirada y en la cicatriz torcida de su rostro hablaba de cadenas, de sangre, de un destino del que nadie regresaba.

—No me interesa tu oro ni tu protección —dije al fin, con voz firme—. Y este lugar está reservado a los que compiten, no a los que buscan ratas entre las sombras.

Por un instante, sus ojos brillaron con algo más oscuro que la burla: reconocimiento. Como si en mis palabras hubiera encontrado una chispa que delataba que yo no era quien aparentaba ser.

—Oh, vaya —dijo Maelor, y la burla en su voz se tornó afilada—. Eres valiente. Justo lo que necesito para mi "clase de trabajo".

Se acercó lentamente, cada paso retumbando sobre el suelo de madera de la tienda. Su cicatriz le cruzaba el rostro como un recordatorio de que no era un hombre cualquiera, y sus ojos oscuros parecían medir cada movimiento mío.

—He apostado una cantidad increíble de dinero al ganador de esta competencia —continuó, su voz bajando, seria y pesada—. No es un juego para mí, mocoso. Quiero tu colaboración.

Se inclinó apenas hacia mí, dejando ver que no estaba bromeando. Sus manos eran gruesas, con uñas negras de la suciedad del puerto y callos de quien ha empuñado armas toda la vida.

—Quiero que pierdas —dijo Maelor con rotundidad, su voz más a orden que a sugerencia. Sus ojos oscuros me estudiaban con la intensidad de un depredador.

—Si haces exactamente lo que te digo —continuó, sacando una bolsa que tintineó con el sonido de las monedas de oro—, habrá una recompensa esperando por ti. Mucho oro, suficiente para que tu "situación" se mantenga segura y tranquila.

Se acercó apenas un paso más, sus dedos rozando la mesa donde reposaba mi arco.

—De los tres tiros que darás en la final, solo tienes que acertar uno. Fallar los otros dos. Ni más ni menos. Así garantizas que gane mi apuesta.

El aire en la tienda se volvió denso, cargado con el peso de su amenaza y la tentación de la recompensa. Cada palabra estaba calculada para que sintiera presión, y sabía que no podía dejar rastro de desobediencia.

—¿Y si no quiero jugar sucio? —pregunté, intentando mantener la calma, aunque todo en mí gritaba tensión.

Maelor soltó una risa baja, fría, que hizo eco entre las paredes de la tienda.

—Entonces, escudero, perderás de todas formas… y no por elección. Aquí no hay héroes, solo apuestas y poder.

Dejó la bolsa de monedas sobre la mesa, como un cebo que brillaba con promesas y amenazas al mismo tiempo.

—Piénsalo bien. La decisión es tuya, y el tiempo corre. Cuando empiece la prueba, quiero ver que mi inversión valga la pena.

—Nadie notaría la desaparición de un simple escudero, ¿verdad? —dijo Maelor con una sonrisa torcida, dejando que la amenaza quedara flotando en el aire como un veneno.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Su tono no era una advertencia vacía; era la clase de frase que decía alguien capaz de cumplirla.

—No lo hagas más difícil de lo que debe ser, muchacho —añadió, mientras sus dedos tamborileaban sobre la bolsa de monedas—. Tres disparos. Acertar uno, fallar los otros dos. Así de simple.

Me sostuvo la mirada con frialdad, disfrutando del poder que creía tener sobre mí.

—Si cooperas, sales de aquí con oro. Si no… bueno, nadie llorará por un escudero lisiado al que apenas conocen.

El silencio en la tienda pesaba tanto como la amenaza. El oro brillaba tentador sobre la mesa, pero detrás de esas monedas estaba la sombra de un hombre dispuesto a todo por ganar.

Después de decir eso, Maelor dio media vuelta y salió de mi tienda como si fuera el dueño del lugar, dejando tras de sí el eco de sus pasos pesados.

Parece que Desembarco está más podrido de lo que imaginaba", pensó Jaehaerys al ver salir a Maelor.

"Para que gente como él se mueva con tanta libertad aquí, debe tener ratas en la Guardia de la Ciudad bajo su mando… quizá incluso contacto con algún noble. Ningún bandido común se atrevería a actuar asi en la capital del reino si no tuviera protección.".

"Cambio de planes… tendré que soltar al gato en esta ciudad infestada de ratas", murmuró Jaehaerys para sí mismo, sus labios curvándose en una media sonrisa.

La frase le supo amarga, pero también le devolvió claridad. No podía seguir oculto para siempre; si Maelor y los suyos pensaban que él era solo un escudero sin importancia, usaría esa apariencia como cebo. El "gato" sería su verdadera astucia, el momento justo en que dejaría de ser presa y se convertiría en cazador.

En Desembarco, cada sombra ocultaba un oído, y cada sonrisa, un precio. Las ratas estaban cómodas en su madriguera, pero pronto sabrían lo que significaba que alguien les soltara al gato.

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