Karl se sumerge en un mar de sombras. El aire pesa como plomo y un murmullo constante resuena en el fondo de su cabeza, como si alguien rezara sin voz. Cuando abre los ojos, ya no está en la rama del árbol donde se había acostado, sino en un túnel húmedo, con raíces oscuras colgando del techo y un eco metálico que retumba con cada paso.
Frente a él caminan varios aventureros, todos con la marca ardiente de la Familia Apolo en sus armaduras. El olor a hierro y sangre se mezcla con el hedor de la mazmorra. Pero Karl no se ve a sí mismo: observa a través de los ojos de otro. Un joven con la respiración agitada, cargando el equipo de exploración, siempre en la retaguardia… siempre el prescindible.
El grupo desciende hasta el Piso 30, donde el aire cambia: pesado, casi líquido, como si cada inhalación fuera un ahogo. El joven confía en ellos, cree que todos lucharán juntos. Pero entonces ocurre.
Uno de los aventureros lo mira de reojo, con una sonrisa fría. Otro hace una seña apenas perceptible. Y de pronto, sin advertencia, lo empujan hacia adelante, justo cuando una horda de monstruos emerge de las grietas.
El joven grita, pero las voces de sus compañeros resuenan como cuchillos:—Distráelos un poco, tú puedes.—Haz tu trabajo, sacrificio.
Uno de ellos ríe y añade:—Ya que eres un inútil, el mismo Apolo nos lo pidió. No quiere tener estorbos en su familia.
El líder lo mira con desprecio y sentencia:—Hasta siempre, Carst. Espero que en tu próxima vida no seas un inútil.
Las criaturas lo rodean, arrancándole la piel a pedazos, clavando fauces negras en su carne. El dolor es insoportable, pero lo peor no es la muerte que avanza… lo peor es escuchar sus risas apagadas detrás, mientras se retiran sin mirar atrás.
Su última visión no es de los monstruos, sino de las antorchas alejándose, con el emblema de Apolo brillando como un sol falso en la oscuridad.
Karl despierta con un sobresalto. Su pecho arde, su respiración es errática… y aunque sabe que era un sueño, aún siente la sangre tibia escurriendo por su garganta, el odio quemando en un corazón que no era suyo.
Rápidamente baja al suelo y, sin poder reprimir más su ira, una ola de maná explota a su alrededor. La potencia es tanta que los árboles se agrietan y los más pequeños salen volando.—¡Lo juro! Aunque sea lo último que haga, vengaré a ese pobre chico y erradicaré a esa familia de mierda de la faz de la tierra —gritó Karl, descargando un puñetazo contra un árbol, haciéndolo añicos junto a los que estaban detrás, destrozados por la onda expansiva.
Después de unos treinta minutos logró calmarse.—Ahhhh… pensaré después cómo vengarme. Lo primero es pensar cómo salir de aquí —dijo, mirando hacia las escaleras que llevaban al piso superior—. Pero antes tengo que encontrar algo para llevar varias bayas y alimentarme por el camino.
—Ahhh, ya sé… tengo los trozos de ropa —murmuró. Pero al darse la vuelta, se encontró con todos los destrozos que había provocado en su arranque de ira.—Bueno, tendré que buscarlos… —dijo mientras se encaminaba hacia los árboles derrumbados.
Tras una búsqueda prolongada, por fin encontró la parte baja que había arrancado de su camisa, atrapada bajo uno de los árboles más grandes. Sin pensarlo, levantó el tronco con una mano y lo lanzó lejos.
Cuando agarró el trozo de tela, rápidamente se dirigió hacia los arbustos de bayas cerca del río. Allí recogió varias, guardándolas dentro del trozo de ropa que ató alrededor de su pantalón, improvisando una pequeña bolsa.
Con todo listo, se dirigió hacia las escaleras para subir al Piso 29. Al llegar, se encontró con un paisaje amazónico cubierto por una gran bruma blanca, que dificultaba detectar a los monstruos ocultos.
—Bien… que empiece mi aventura —dijo, adelantando su pie derecho. Pero al apoyarlo, resbaló y cayó de bruces en el suelo fangoso.
—Mierda, es muy resbaladizo… esto va a ser un problemón para luchar. Mierda, piensa cómo solucionarlo —se dijo a sí mismo, aún sentado.
De pronto recordó:—Ya sé… en el mundo de Naruto utilizan chakra para andar por los árboles y el agua. Con mi magia podría hacer lo mismo. Solo tengo que usar el hechizo correcto para caminar sobre el fango. Es lo mismo que el agua… aunque si caigo, acabaré cubierto de barro.
Poco a poco se levantó y comenzó a imbuir su maná en los pies. Al principio las pisadas eran inestables, pero después de unos minutos ya podía caminar y correr normalmente sobre el fango.—Esta rapidez se debe a mi habilidad Evolución Infinita y a mis mejoras corporales máximas. Además, la mejora de mi cerebro me volvió más que un genio —pensó, mientras avanzaba entre los árboles, alerta por si algo se ocultaba en la niebla.
—Esto es muy extraño… llevo ya un tiempo en este piso, pero no me ha atacado ningún monstruo. Sin embargo, noto que algo me observa… y cada vez lo siento con más fuerza —reflexionó, mientras susurraba el canto para activar la Aguja de Brújula.
Tras terminar el canto, un copo de nieve azul apareció bajo sus pies. Entonces percibió con claridad una intención de lucha proveniente de su derecha. Sin pensarlo, dio un gran salto hacia la izquierda y se quedó pegado al tronco de un enorme árbol.
Desde la bruma emergió una gran mandíbula oscura que mordió el aire donde había estado segundos antes.
—Espera… tú no se suponía que estabas extinto. ¿Qué coño haces aquí? —dijo Karl, riendo al ver un gigantesco Tiranosaurio Rex con escamas negras frente a él.
El dinosaurio entrecerró los ojos, lo que sorprendió a Karl.—Espera… ¿me entiendes? —preguntó, fijando su mirada.
Sin responder, la bestia lanzó un coletazo. Karl saltó desde el árbol, cayendo sobre su lomo. Mientras corría por su espalda, la cola atravesó el tronco, partiéndolo en dos. Al llegar cerca de la cabeza, dio un salto y, girando en el aire, descargó una patada de hacha contra el cráneo del dinosaurio, estampándolo contra el suelo y abriendo un cráter.
Rápidamente salió de allí de un salto. El dinosaurio, sangrando por una gran brecha en su cráneo, comenzó a ponerse en pie lentamente.—Parece que eres bastante resistente —dijo Karl, observando cómo se acercaba.
El tiranosaurio lanzó un rugido ensordecedor que lo dejó paralizado, pero gracias a su Resistencia Absoluta, Karl logró moverse tras unos momentos. Aun así, la cola del monstruo ya estaba demasiado cerca y lo golpeó de lleno, lanzándolo a través de varios árboles.
Su cuerpo se regeneró a gran velocidad, pero Karl apenas tuvo tiempo de ponerse en pie antes de sentir un nuevo ataque desde abajo. Saltó justo a tiempo, evitando ser aplastado por el enorme cuerpo del tiranosaurio.
Al caer, agarró su cola y comenzó a girarlo con fuerza sobrehumana, estrellándolo contra el suelo repetidas veces. Tras la quinta embestida, el dinosaurio quedó dentro del cráter, incapaz de moverse por la cantidad de huesos rotos.
—Parece que se terminó la diversión —dijo Karl, acercándose a su garganta.
Gracias a su habilidad Cuerpo de Maná, podía usar su cuerpo como un báculo de hechizos y manipular la energía libremente.—Entonces… ¿podría crear una espada de maná? —pensó, concentrando energía en su mano derecha, que comenzó a brillar con un resplandor azulado.
Una hoja de maná apareció, envolviendo su brazo.—Bien, lo conseguí. Tus escamas son duras, pero creo que mi maná será suficiente para atravesarlas.
Sin dudarlo, dio un gran tajo en su cuello, del cual brotó un torrente de sangre. Sin embargo, el cuerpo no desapareció.—Espera… ¿por qué no desapareció? Debería desvanecerse tras un golpe fatal… —dijo Karl, mirando al dinosaurio muerto, aún intacto en el cráter.
Un rugido interrumpió sus pensamientos. Pero esta vez no provenía del monstruo, sino de su propio estómago.
—Parece que las bayas de esta mañana no fueron suficientes… y las que traje conmigo se aplastaron cuando atravesé los árboles —reflexionó.
Miró el cadáver.—Lo único que tengo para comer es el cuerpo de este monstruo… pero podría pasarle algo horrible a mi cuerpo si lo consumo.
Se encogió de hombros.—Bueno, tengo mi resistencia, no debería pasarme nada.
Se acercó al cadáver, formando otra espada de maná. Cortó un trozo de carne interna de la garganta y lo sostuvo con su mano derecha, observándolo unos segundos.—Que sea lo que Dios quiera… —murmuró, antes de darle un gran mordisco.
Al tragar, un dolor abrasador recorrió todo su cuerpo, haciéndolo caer al suelo de bruces mientras comenzaba a convulsionar sin control.
Continuará…