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Chapter 11 - La cueva

El frío volvió a envolverlo como un sudario.

E-34 yacía de espaldas sobre el hielo quebrado, la pierna destrozada empapada en sangre y veneno. Las tres lunas que estaban apunto de alimiarce le soreian como burlándose de su condición.

Cada respiración dolía. Cada parpadeo pesaba como una piedra.

Pero estaba vivo.

Lo había matado.

Al menos... eso quería creer.

<>

La nieve caía en silencio, como si el mundo por fin hubiese contenido el aliento. Pero no podía quedarse ahí. Sabía lo que pasaba cuando uno se quedaba quieto.

La muerte lo alcanzaba.

Siempre.

Gruñó, usando la barra de metal como bastón. Cada movimiento era una tortura. La pierna derecha apenas respondía. Sentía como si la carne se le deshiciera por dentro, como si el veneno del aguijón aún viviera en sus tejidos.

—Muévete... —se dijo con voz ronca—. Muévete o muere.

Y se arrastró.

Dejó un rastro rojo y largo sobre el hielo mientras se alejaba del lago.

Lo cruzó a duras penas. Luego la nieve otra vez. Luego el bosque. Pero algo había cambiado.

El aire era distinto.

El silencio... más profundo.

Los árboles ya no gritaban, ni palpitaban. Estaban quietos, como si no se atrevieran a mirar hacia donde él iba.

Y entonces la sintió.

Una vibración.

Como si algo más allá lo llamara.

Una pendiente rocosa emergía al fondo, entre la nieve y los troncos muertos. Su cima era una pared de piedra que se curvaba hacia dentro, agrietada, antigua, manchada por siglos de viento y sangre. En su centro... una entrada.

Oscura.

Angosta.

Un agujero entre las rocas, como una garganta abierta al abismo.

Y, sin embargo, E-34 lo supo.

Ahí. Ahí estaba la salvación.

<<¿Qué... es eso?>>

Cada fibra de su cuerpo lo empujaba hacia la cueva, aunque no sabía por qué. Había algo... primitivo, poderoso, en el aire. Como si un límite invisible separara esa boca oscura del resto del mundo.

Arrastrándose, temblando, alcanzó el umbral.

Y en ese instante, lo escuchó.

Pasos.

Pesados.

Atrás.

—No... —susurró, girando el cuello con esfuerzo.

En la línea de árboles, varios pares de ojos blancos lo miraban.

Babuinos.

Cuatro.

No tan grandes como el del lago, pero igual de aberrantes. Todos con la piel arrancada, músculos latientes, colas huesudas y bocas que rezumaban baba y hambre.

Se acercaron.

E-34 apretó los dientes. Buscó la barra. Levantó el cuerpo.

Pero entonces se detuvieron.

Exactamente en el borde donde empezaba la pendiente.

Miraban... pero no avanzaban.

Uno dio un paso más y se quedó inmóvil, temblando.

Otro bufó y mostró los dientes.

—¿Qué...? —jadeó E-34.

Los monstruos no se acercaban. No reían.

Sus cuerpos vibraban como si estuvieran a punto de explotar de furia contenida, pero no cruzaban.

<<¿Qué les pasa?>>

Retrocedió un poco hacia la cueva. Uno de los babuinos gritó con un sonido estridente y se lanzó hacia adelante... pero al llegar al borde exacto, frenó en seco. Su carne se convulsionó, como si una fuerza invisible lo empujara hacia atrás. Chilló. Se mordió el brazo. Su propia carne.

Y huyó.

Los demás retrocedieron, desapareciendo entre la maleza, pero todavía se oía el eco de sus risas.

E-34 quedó solo, pero sabía que solo lo estaban esperando.

Se giró y miró hacia la cueva.

Oscuridad total. Sin viento. Sin ruido. Solo el sonido distante de su propia respiración temblorosa.

Sabía que podría ser peligroso. Pero su vida ya pendía de un hilo. Su pierna no mejoraba. Sus heridas chorreaban. Su estómago se le pegaba a la espalda.

¿Qué otra opción le quedaba?

—Al diablo... —murmuró, apoyando la barra en el suelo. Respiró hondo. Y empezó a avanzar.

El interior era cálido. No por fuego, sino por algo más denso. Las paredes estaban pintadas de un negruzco atinatural, que no era la ausencia de luz: parecía la manifestación de sombras. Sombras pesadas. Antiguas. Y lo peor era el aire, como saturado de algo viejo. Algo que no debería seguir existiendo.

Con el resonar de sus pasos, sus latidos se calmaban.

El dolor se adormecía.

El frío empezaba a perder.

Y el hambre... se olvidaba.

Mientras más se adentraba, más intranquilo se sentía.

<>

La oscuridad absoluta lo observaba. Pero no tenía miedo. Por primera vez, no había miedo.

Cayó de rodillas.

La pierna cedió.

No podía más.

Rió. Una risa seca, sin alegría. Casi histérica.

—Una cueva... una puta cueva... —se carcajeó.

Era absurdo.

La primera vez que se sintió, de verdad, a salvo... fue allí.

Al borde de la muerte.

Solo.

Siendo tragado por la oscuridad absoluta, que parecía acunarlo como una canción de cuna.

Que lo obligaba a cerrar poco a poco los párpados.

A apagar sus sentidos.

Sus pensamientos.

Ignorando su creciente inquietud, se dijo a sí mismo:

<<¿Debería... descansar?>>

Él ya había hecho suficiente.

Ni siquiera sabía por qué había luchado tan duro.

No sabía quién era, qué quería, o qué iba a hacer.

Recordó a Ofelia.

Una niña tan dulce... pero que no supo cómo terminó.

Seguía avanzando... ¿por ella?

¿O era venganza por quienes lo metieron en esa cápsula?

<>

Momento a momento, sus pensamientos se hacían más lentos.

Y entonces, rompiendo la quietud...

Desde el fondo de la cueva, resonó un murmullo.

Un eco suave, como un pensamiento sin dueño.

Uno que lo llamaba a seguir.

A levantarse.

Perdón, publique primero el capítulo del diario XD, un error de dedo.

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